Von Holden se apoyó sobre los codos y avanzó. ¿Dónde estaban? Habían llegado hasta el borde de la luz y luego desaparecido. Debería resultar sencillo. Había preferido poner a Osborn a prueba de encontrarse con Vera en el túnel del Palacio del Hielo. Si en vez de eso, Osborn los hubiera seguido, lo habría empujado a él hasta el túnel lateral adonde había llevado a Vera y lo habría matado. Pero Osborn no lo había seguido. Había usado a Vera como una carta más. Sabía que Osborn los había visto a ambos subir al tren en Berna. La última vez que la vio, había sido detenida por la policía alemana en Berlín. Osborn debía de pensar que eran cómplices en la conspiración y que huían del atentado de Charlottenburg. Cegado por la ira y por un sentimiento de traición, Osborn encontraría una manera de liberarla y, a pesar de sus explicaciones, la obligaría a conducirlo hasta Von Holden, ya fuera como rehén o como objeto de negociación.
Una ráfaga de viento levantó la nieve a su alrededor. A Von Holden no le gustaba el viento más de lo que le gustaba la nieve. Miró el cielo y vio un frente de nubes que se acercaba por el oeste. La temperatura bajaba. Debería haberlos matado antes, cuando los veía avanzar hacia la escuela de esquí, pero cargarse a dos personas y deshacerse de los cuerpos tan cerca del edificio principal era demasiado arriesgado, sobre todo si sacrificaba su objetivo principal. El túnel del aire quedaba a unos ochenta metros de allí, y en medio de la oscuridad y la nieve, sería más fácil liquidarlos. Osborn, irritado y desequilibrado, seguiría las huellas y caería directo en la celada. Los dos disparos, con un segundo de intervalo, no se escucharían. Luego Von Holden llevaría los cuerpos a la parte de atrás de las perreras, donde los precipicios eran profundos y los lanzaría a la oscuridad del abismo. Primero Osborn y luego…
– ¡Von Holden! -se oyó la voz de Osborn surgir como un eco de la oscuridad-. Vera ha ido a llamar a la policía. Supongo que le interesa saberlo.
Von Holden se sobresaltó, luego retrocedió y se deslizó detrás del saliente de una roca. Las cosas se habían vuelto en su contra. Aunque llamaran a la policía pasaría una hora o más antes de que llegaran. Tenía que olvidar todo lo demás y seguir adelante.
Directamente frente a él, el Jungfrau se erguía como un centinela fantasmagórico, a más de setecientos metros. A otros cien metros a su derecha y unos quince más abajo, había un sendero rocoso tallado en el promontorio donde se asentaba Jungfraujock. Después de avanzar unas tres cuartas partes, escondida por una formación rocosa, había una toma de aire secundaria, abierta en 1944, cuando se había construido el laberinto de túneles y ascensores debajo de la estación meteorológica dentro del glaciar. Si podía refugiarse allí antes de que llegara la policía, podría permanecer durante una semana o dos, e incluso más si era necesario.