Osborn permaneció sentado largo rato y luego apuntó con el mando hacia el vídeo y pulsó «play». Se oyó un clic seguido de un leve zumbido y apareció una imagen en la pantalla. El escenario era el ambiente formal de un estudio y, en primer plano, una silla de cuero de respaldo recto. A la izquierda una mesa de escritorio grande y, a la derecha, una pared forrada de libros. La luz provenía de una ventana, sólo parcialmente visible, detrás de la mesa. Pasaron varios segundos y, de pronto, entró Salettl. Vestía un traje azul oscuro y estaba de espaldas a la cámara. Al llegar a la silla, se volvió y se sentó.
– Les ruego disculpen esta forma tan primitiva de presentación -empezó a decir-, pero estoy solo y debo manejar yo mismo la cámara de vídeo. -Se cruzó de piernas y adoptó una actitud más formal-. Me llamo Helmuth Salettl. Soy médico. Mi residencia está en Salzburgo, Austria, pero soy alemán de nacimiento. Tengo, en el día de esta grabación, setenta y nueve años. Cuando la vean ya no estaré vivo -dijo, y concentró una mirada aguda en el objetivo de la cámara, como si quisiera destacar el impacto de lo que dijera a continuación. La idea de su propia muerte no parecía afectarle demasiado.
»Lo que sigue es una confesión de asesinatos, de fanatismo, de delirios. Confío en que disculparán el inglés que hablo.
»En 1934, yo era un joven cirujano en la Universidad de Berlín. Optimista y tal vez algo arrogante, un día vino a verme un representante de la Cancillería del Reich y me pidió que participara como miembro del Consejo consultivo para prácticas quirúrgicas avanzadas. Más tarde, como miembro del partido nazi y como dirigente de la Schutzstaffel, la SS, fui ascendido al comisariado de Salud Pública. Puede que todo esto ya lo sepan, porque es de dominio público y, si lo desean, encontrarán información complementaria en el archivo federal de Koblenz.
Salettl se detuvo y cogió un vaso de agua. Bebió un trago, dejó el vaso en su lugar y se volvió a la cámara.
– En 1946 fui juzgado en Nuremberg, acusado del crimen de haber preparado y ejecutado actos de guerra violentos. Fui absuelto de las acusaciones y me trasladé a Austria, donde ejercí la medicina general hasta mi jubilación, a la edad de setenta años. Al menos así parecía. En realidad seguí trabajando como ministro del Reich, a pesar de que éste oficialmente había dejado de existir.
»En 1938, Martin Bormann era secretario de Hitler, y más tarde fue diputado del Führer. Al igual que Hitler, Bormann era partidario de la idea de que Dios sólo ayuda a las naciones que no se dan por vencidas y se ocupó precisamente de eso, a saber, de preservar el Tercer Reich. Con ese fin creó un programa y diseñó los medios para llevarlo a cabo.
»Todo comenzó con una proyección del futuro muy elaborada y sumamente detallada en términos socioeconómicos y políticos. Bormann reunió a una amplia gama de expertos, a quienes se les explicó poco o nada del proyecto para el que trabajaban, y en un plazo de dos años logró esbozar un cuadro especulativo de la situación mundial desde 1940 hasta el año 2000, aunque en términos retrospectivos, dicha proyección se ajusta bastante a la realidad.
»Sin entrar en detalles, diré simplemente que el estudio preveía la derrota del Tercer Reich a manos de los aliados y la separación de Alemania. Predecía el auge de las superpotencias, es decir, Estados Unidos y la Unión Soviética, junto a la inevitable "guerra fría" y la carrera armamentista que originaría. También contemplaba el poderío económico de Japón, potenciado por una demanda mundial de automóviles y de tecnología avanzada. Se incluían en el estudio cuatro elementos de primer orden que se producirían a lo largo de cinco décadas: el resurgimiento de Alemania occidental hasta convertirse en la potencia económica e industrial más sólida de Occidente; el reconocimiento de la necesidad de integración entre los países europeos; la reunificación de Alemania y, en último lugar, se vaticinaba que la carrera armamentista conduciría a la quiebra de la Unión Soviética, lo cual ocasionaría la ruptura de todo el bloque soviético. En el marco de estas sombrías predicciones, muy simplificadas en esta exposición, plantamos las semillas para la conservación en secreto del Tercer Reich.
»Una organización clandestina (que no adquirió nombre y a la que pertenecen personajes de todos los países del mundo) fue creada por un puñado de empresarios alemanes ricos y poderosos, patriotas y expatriados por igual, consagrados a la causa del nazismo pero nunca abiertamente conocidos por ello. Con los años, la organización creció y sus miembros fueron seleccionados con métodos rigurosos.
»A1 principio, el movimiento tenía que crecer lentamente, como una pequeña corriente en el interior de la derecha alemana. La palabra clave era nacionalismo. Jamás se pronunciaron términos como Reich, ario o nazi. Nuestra tarea debía llevarse a cabo sin aspavientos y fríamente calculada, impulsada por enormes riquezas y por la influencia popular de todo el espectro de la sociedad alemana, de derecha a izquierda, desde los más viejos hasta la vibrante juventud, abarcando a empresarios e intelectuales, a marginados, analfabetos y parados. Luego, con la reunificación de Alemania, el rumor se extendería, sería más distintivo y estallaría la confusión que nacería de dicha reunificación, entre el poderío de Alemania occidental y las carencias del antiguo Este comunista. Un creciente clima de desconfianza e irritación sería alimentado por una ola masiva de inmigrantes provenientes de las ruinas del antiguo bloque soviético.
»No sólo Alemania estaba implicada. Durante todos estos años, hemos trabajado en secreto con movimientos afines en los gobiernos establecidos de la Comunidad Europea. En Francia nacerían los primeros ecos. En otros países, donde también habíamos sembrado, despertarían siguiendo nuestras instrucciones.
«Iniciamos nuestro propio y ambicioso programa tecnológico para demostrar lo que éramos capaces de lograr como líderes, primero para unirnos entre nosotros y, más tarde, en el momento preciso en que decidiéramos anunciarlo, para unir al mundo entero.
«Durante la guerra construimos las instalaciones de medicina experimental ocultas bajo la ciudad de Berlín. Estructuralmente a salvo de los bombardeos aliados, lo llamamos "El Jardín". Fue allí, en Das Garten, donde decidimos desarrollar nuestro potencial. El programa recibió el nombre secreto de Ubermorgen, "la Aurora del Nuevo Día", símbolo del día en que el Reich renacería como una potencia mundial terrible y dominante. Esta vez, nuestro poderío sería económico y sólo usaríamos el poder militar como una fuerza de vigilancia policial.
De pronto, Osborn detuvo la cinta. El corazón le latía con fuerza. Se sentía mareado, como si estuviera a punto de desmayarse. Empezó a respirar profundamente, luego se levantó y caminó por la habitación. Se dio la vuelta y miró el televisor, como si el aparato le estuviera gastando una especie de broma. Pero sólo vio la pantalla gris y la luz roja de la señal del vídeo.
Ubermorgen! «¡La Aurora del Nuevo Día!»
Las palabras de Salettl quedaron suspendidas como humo ácido en un pensamiento fugaz. ¡No era posible! ¡No podía ser posible! Tenía que haberlo entendido mal. Salettl tenía que referirse a otra cuestión. Volvió a sentarse y cogió el mando a distancia. Lo orientó hacia el vídeo y pulsó «rewind». La máquina zumbó y Osborn pulsó casi inmediatamente el «stop». Respiró hondo y apretó «play».
– … das Garten donde decidimos desarrollar nuestro potencial -repitió Salettl, revivido-. El programa recibió el nombre secreto de Übermorgen, «la Aurora del Nuevo Día».
Osborn deslizó el dedo y la imagen se congeló.
Volvió a pensar en el Jungfrau. Vio a Von Holden por encima de él, con la pistola automática. Se oyó a sí mismo preguntando por la causa de la muerte de su padre. Recordó la respuesta de Von Holden.
– Übermorgen! ¡La Aurora del Nuevo Día!
Si eso había sido un sueño, una alucinación, ¿cómo era posible que conociera la palabra? Según reconocía Salettl, era un término «top secret», sólo sabido por, la Organización y celosamente guardado. La respuesta era, por lo tanto, que no podía reconocer aquella palabra. A menos que Von Holden se lo hubiera dicho. Y para que hubiera sucedido eso, Osborn tendría que haber vivido una especie de viaje astral.
Remmer contaba que lo habían encontrado los perros. Y él había visto a Vera en la estación después de que lo rescataran. Y, sin embargo, en sueño o en realidad, estaba seguro de que Vera había estado en la montaña. ¿Era posible que hubiese salido y regresado antes de que llegara la policía? Y aunque así fuera, ¿cómo habría encontrado a Von Holden? Osborn tenía la cabeza hecha un lío. ¿Era posible? Pulsó el «replay» y volvió a ver a Salettl, y otra vez, y otra. Übermorgen era el secreto más celosamente guardado de la Organización y lo había sido durante cincuenta años. ¿Cómo podía saberlo él si Von Holden no se lo había dicho?
Cuanto más lo pensaba, más reales se volvían los recuerdos y más lejos quedaba el sueño.
Descorazonado, Osborn miró la pantalla. Pulsó «play» y Salettl volvió a su discurso.
– Nos propusimos simbolizar el renacimiento del Reich mediante nuestra propia manipulación de los procesos vitales -continuaba-. Hacía años que existían técnicas de trasplantes de órganos humanos. Pero nadie había trasplantado una cabeza humana. Nos propusimos llevarlo a cabo y finalmente lo logramos.
»El momento crítico ocurrió en 1963. Seleccionamos a dieciocho varones de un total de mil, que habían sido estudiados sin que ellos mismos lo supieran. El criterio era que su constitución genética se pareciera lo más posible a la de Adolf Hitler -en cuanto a rasgos de personalidad, constitución física y psíquica, etc. -. Ninguno de ellos sabía lo que le estaba sucediendo. A algunos se les permitió surgir, como pasó con Hitler, desde la sombra al poder, y a otros se les dejó desarrollarse por sus propios medios, lo cual nos permitía observar su crecimiento en un esquema natural. Había diferencias de edades de hasta diez años que nos permitió experimentar y, si fallábamos, corregir. Diez días después de que los sujetos cumplieran cincuenta y seis años, se les inyectaba un poderoso sedante. Se les cortaba la cabeza y se congelaba a bajas temperaturas. El cuerpo era incinerado. Poco después, su familia… -Salettl titubeó presa de su propio dolor, pero se recuperó y siguió su discurso- su familia y todo aquel que estuviera estrechamente relacionado con él moría en un accidente o simplemente desaparecía, lo cual eliminaba todo rastro de su pasado.
»Como he dicho, muchos experimentos fallaron. Por fin tuvimos éxito con el hombre que ustedes conocen como Elton Lybarger. La celebración de Charlottenburg, esta noche, es una demostración. Y los fieles del partido, los que ocupan los más altos puestos, los más comprometidos, todos aquellos que conocen perfectamente la historia del proyecto, estarán presentes.
»Hemos tardado cincuenta años en llegar a este momento cumbre. Durante ese período, mucha gente inocente que colaboró sin saberlo fue ejecutada jorque no queríamos dejar huella alguna. Contratamos a asesinos profesionales para matarlos y después nuestros propios hombres liquidaron a los asesinos. Una cantidad enorme de gente normal y corriente trabajaba para nosotros. Algunos creían peregrinamente en la causa aria y a otros se les obligó a colaborar con métodos violentos. También había quienes figuraban en nóminas de empresas legítimamente constituidas y que no tenían ni idea del objeto de su trabajo. Este proceso, como he dicho, se desarrolló a lo largo de cincuenta años. Cuando por fin tuvimos éxito, había llegado el momento de la segunda fase de Übermorgen.
¿La segunda fase? A Osborn le volvió a latir con fuerza el corazón. Acercó la silla a la pantalla.
– Habíamos criado a dos jóvenes gemelos. Los enviamos a las mejores instituciones académicas y, más tarde, en los años que precedieron a la reunificación, a la Academia de Cultura Física en Leipzig, una escuela de élite en Alemania del Este. Productos de la ingeniería genética, arios puros de nacimiento, se encuentran actualmente entre los especimenes vivos más finos de la raza. A los veinticuatro años, los dos están preparados y ansiosos de someterse al sacrificio supremo.
»La presentación de Elton Lybarger hoy en Charlottenburg es una afirmación científica y espiritual de nuestro objetivo. Es la prueba de nuestro compromiso con el renacimiento del Reich. Al final de nuestro encuentro, el programa contempla la celebración de una segunda ceremonia en el mausoleo del palacio en compañía de los invitados más selectos. Allí se elegirá a uno de los dos jóvenes para que tome el lugar de Lybarger y se convierta en el Mesías del nuevo Reich. En el momento de la elección, Lybarger será sacrificado por el joven elegido, que a su vez será preparado para la intervención quirúrgica y al cabo de dos años se convertirá en nuestro líder.
»El que les habla, Erwin Scholl, Gustav Dortmund y Uta Baur, los miembros más antiguos del círculo interior, somos los que seguimos adelante después de Nuremberg, en la huella de Martin Bormann, Himmler y los demás.
»En cincuenta años, Scholl, Dortmund y Uta Baur se han convertido en personas ricas y poderosas, mientras yo he permanecido en segundo plano supervisando los experimentos. En cincuenta años han envejecido y a medida que nos acercábamos al momento final, se han convertido en seres crueles y orgullosos.
»El éxito del trasplante de Lybarger le permitió a Scholl escoger una fecha para su presentación en Charlottenburg. Siete de los sujetos originalmente seleccionados aún estaban con vida y ya no los necesitábamos. Scholl ordenó matarlos como a los otros, pero en lugar de incinerarlos, decidió dejar sus cuerpos sembrados por toda Europa. Se dejó a sus familias con vida, en medio del sufrimiento y la angustia, mientras los medios de comunicación hacían su agosto con reportajes sobre los atroces asesinatos. Aquello era el desprecio en su máxima expresión, esgrimido contra el mundo. La vida humana dejaba de tener valor desde el momento en que ya no servía a los fines de la Organización. Para Scholl, se trataba de un eco triunfante del pasado. Un pasado que, estaba convencido, volvería por sus fueros.
»En cincuenta años, he tenido tiempo para reflexionar sobre lo que hemos hecho, sobre lo que estamos haciendo y sobre lo que el futuro nos depara. Intentamos lo imposible y tuvimos éxito y ese hecho es un testimonio de nuestras capacidades. Trabajando en casi total aislamiento del resto del mundo, desarrollamos unos procedimientos de cirugía atómica utilizando una tecnología a bajas temperaturas de la que nada saben la medicina o la física moderna. Se trataba de mostrar lo brillantes e ingeniosos que éramos, que en un mundo donde se tiene acceso cada vez a más tecnología, nadie podía igualarnos. Ni japoneses ni americanos. La plaza del mercado sería nuestra, no cabía ninguna duda. Queríamos demostrar que esto no era más que el principio.
»Pero… -De pronto, como si hubiera caído un velo sobre su conciencia, Salettl quedó pensativo y serio. En pocos segundos pareció envejecer una década-. El objetivo de nuestro trabajo era el mismo que había llevado a la muerte a seis millones de judíos y de otros varios millones más de personas en los campos de batalla y en los miles de ciudades que cayeron arrasadas por los bombardeos. Era la misma maquinación que había dejado en ruinas a las grandes ciudades de Europa.
»Yo estuve en el banquillo en Nuremberg en 1946, rodeado de muchos de los que habían provocado el holocausto. Goering, Hess, Ribbentrop, Von Papen, Jodl, Raeder, Donitz, antes orgullosos y arrogantes y ahora viejos, deprimidos y sucios. Cuando estaba junto a ellos, recordé la advertencia que me habían hecho de no acudir a los Vernichtungslager, los campos de exterminio. "No vaya -me dijeron- porque no se le permitirá describir lo que ha visto." Pero yo fui a Auschwitz. La advertencia era correcta, no porque no se me permitiera contar lo que había sino porque aquello era indescriptible, los montones de gafas, las pilas de zapatos, los huesos y cabello humano. Pensaba que no podía haber sido testigo de las ideas que habían provocado aquello, que no había visto esa realidad, ni en el cine ni en el teatro y, sin embargo, era real.
»Ahora, como miembro clave de una conspiración secreta, yo planeaba su renacimiento antes de que se extinguiera. Era horrible, imposible. Pero si hubiera alzado la voz o intentado renunciar, me habrían matado y todo habría seguido adelante. Por eso decidí no hacer nada y dejarlo crecer hasta la madurez, mientras me erguía más allá de toda sospecha. Luego, en el momento debido, lo destruiría todo.
»E1 escritor Gunter Grass ha dicho que, como alemanes, debemos entendernos a nosotros mismos. Somos los técnicos más depurados que ha conocido la humanidad y capaces de obrar milagros. Pero nada de lo que podamos llevar a cabo puede hacernos olvidar Auschwitz, Treblinka, Birkenau o Sobidor, o cualquiera de los otros campos, porque forman parte de nosotros, están en nuestras vidas y debemos saber que existen y entender el porqué, para que nunca… jamás… permitamos que vuelva a suceder.
»Cuando ustedes vean esto, todo lo que hemos creado estará destruido. El nuevo Reich se habrá extinguido en Charlottenburg, en das Garten, en la estación de Suiza, sepultada por los glaciares bajo el Jungfraujock.
»No habrá Übermorgen.
Habiendo dicho esto, Salettl se incorporó, pasó junto a la cámara y salió de escena. Un momento después, la pantalla quedó en blanco.