Capítulo 138

Al salir de Berna, el tren de Osborn cruzó el puente de acero sobre las aguas verdes del río Aar, dominado por la magnífica catedral gótica de Münster, velando por encima de la ciudad. Luego el tren entró en una curva aumentando la velocidad y la vista de Münster se desdibujó entre el traqueteo de las vías y los almacenes de la estación. Luego se sucedieron árboles y la campiña volvió a aparecer súbitamente.

Osborn dejó deslizarse la mano dentro de la chaqueta y sintió la empuñadura del revólver de McVey en la cintura. Sabía que McVey ya la habría considerado desaparecida, así como su chapa y sus papeles. No tardaría mucho en comprender lo que había sucedido y quién se lo habría sustraído.

Pero la furia de McVey era lo de menos ahora. Tenía lugar en un mundo diferente.

Estudiando el mapa de Suiza, Osborn vio que Interlaken se encontraba al sudeste de Berna. Se internaban en el campo, no se alejaban. ¿Qué había en Interlaken o más allá?

A través de los árboles se filtraba el sol brillando en las aguas de un río o un lago. Osborn pensó en el bulto que Von Holden se había echado al hombro al subir al tren. Había algo dentro, pesado y de forma cuadrada y Osborn recordó su conversación con Remmer al salir de Berlín. La mujer que había visto a Von Holden abandonar el taxi decía que transportaba una bolsa blanca colgando del hombro. Los testigos de la estación de Frankfurt también lo habían descrito así. Eso significaba que la llevaba en el taxi en Berlín, en el trayecto Berlín-Frankfurt, y ahora todavía la tenía consigo.

«Si me hubiera cargado a tres policías y estuviera intentando largarme lo antes posible, ¿acaso me preocuparía por una maleta? -Pensó Osborn-. Si fuera muy importante, sí.»

Fuera lo que fuese, aún estaba en manos de Von Holden. Pero aquello no le ayudaba a entender adonde se dirigía o qué pretendía hacer al llegar a su destino.

Luego cayó en la cuenta de que mientras pensaba, hojeaba mecánicamente la guía que acababa de comprar en Berna. Se dio cuenta porque algo le llamó la atención. No era una imagen sino una palabra.

Leyó el párrafo: «Desde la estación de Jungfraujock -la más alta de Europa- un pasaje rocoso conduce al Berghaus, el hotel y restaurante más alto de Europa. El complejo se incendió en 1972, pero desde entonces ha sido reemplazado por el famoso "Albergue de las Nubes", restaurante y cafetería.»

– Berghaus. -Esta vez lo dijo en voz alta y sintió un escalofrío. Berghaus era el nombre del grupo que auspiciaba el homenaje a Lybarger en Charlottenburg.

Abrió rápidamente el mapa de Suiza y buscó con el dedo. Jungfraujock estaba cerca de la cima del Jungfrau, una de las cumbres más altas de los Alpes, hermanada con el Mónch y el Eiger. Volvió a la guía, descubrió que se podía acceder a ella tomando el tren más alto del continente, el ferrocarril del Jungfrau. Osborn de pronto sintió que se le erizaban los pelos de la nuca. El punto de partida para ascender al Jungfrau era Interlaken.


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