Capítulo 71

Berlín Lunes, 10 de octubre. 22.15


Es ist spdt, Uta. Ya es tarde, Uta -dijo Konrad Peiper con un asomo de irritación.

– Lo siento, Herr Peiper. Pero ya ve que yo no puedo hacer nada -dijo Uta Baur-. Supongo que estarán a punto de llegar -añadió lanzando una mirada furtiva al doctor Salettl, que no respondió.

Ella y Salettl habían venido desde Zúrich aquella mañana a primera hora en el jet privado de Elton Lybarger para ocuparse directamente de los últimos preparativos antes de que llegaran los demás. En una situación normal, Uta habría comenzado media hora antes.

Los invitados reunidos en el salón privado del último piso de la Galerie Pamplemousse, una galería de cinco pisos destinada al Neu Kunst o arte nuevo, en el Kurfürstendamm, no eran el tipo de personas a quienes se hacía esperar, sobre todo a esa hora de la noche. Pero los hombres que los invitados esperaban no eran el tipo de personas que se atreverían a insultar retirándose antes de su llegada. Sobre todo cuando habían venido respondiendo a su invitación.

Uta, que vestía de negro como era habitual, se levantó y cruzó la sala hacia una mesa sobre la que reposaba una gran tetera de plata llena de café arábigo, bandejas con diversos canapés, dulces y agua embotellada, todo atendido por dos simpáticas chicas con vaqueros ajustados y botas de cuero.

– Vuelva a llenar la cafetera, por favor. El café no es reciente -le espetó Uta a una de ellas. La chica obedeció inmediatamente y desapareció por una puerta en dirección a la cocina.

– Les daré quince minutos más. ¿No se dan cuenta que yo también soy un hombre ocupado? -se quejó Hans Dabritz, y programó su reloj, cogió unos cuantos canapés en un plato y volvió a sentarse.

Uta se sirvió un vaso de agua mineral y recorrió el salón con la mirada observando a los impacientes invitados. Los presentes constituían la élite, la flor y nata de la Alemania contemporánea. Uta tenía en mente las descripciones esenciales de cada uno.

«El diminuto hombre de la barba, Hans Dabritz, cincuenta años. Negocios inmobiliarios y hombre clave en la política. Su actividad inmobiliaria comprende enormes complejos de apartamentos en Kiel, Hamburgo, Munich y Dusseldorf, instalaciones industriales y edificios de oficinas en alza en Berlín, Frankfurt, Es-sen, Bremen, Stuttgart y Bonn. Dueño de manzanas enteras del centro de Bonn, Frankfurt, Berlín y Munich. Miembro del Consejo de Administración del Deutsche Bank de Frankfurt, el banco más importante de Alemania. Sus donaciones a los políticos locales son cuantiosas y constantes y a muchos los controla personalmente. Se suele bromear con la idea de que la mayor influencia en el Bundestag, la Cámara Baja del Parlamento, se encuentra en manos del hombre más pequeño de Alemania. En los pasillos fríos y sobrios de la política alemana, Dabritz es considerado como el titiritero mayor. Casi nunca falla cuando se trata de conseguir lo que ambiciona.

»Konrad Peiper, treinta y ocho años -con su mujer, habían estado presentes en el crucero de Zúrich dos días antes, durante la fiesta de bienvenida a Elton Lybarger-, presidente y consejero delegado de Goltz Development Group, GDG, la segunda empresa comercial en Alemania. Bajo sus auspicios se creó Lewsen International, un grupo empresarial inglés con sede en Londres. Con la fachada de Lewsen, el grupo GDG fundó una red de cincuenta pequeñas y medianas empresas alemanas que se convirtieron en los principales proveedores de Lewsen International. Entre 1981 y 1990, el GDG, con Lewsen como intermediario, proporcionó a Irak materiales claves para la construcción de armas químicas y bacteriológicas y para el perfeccionamiento de misiles balísticos. Además suministró componentes de armamento nuclear y todo fue pagado en elevadas sumas al contado. El hecho de que, durante la operación Tormenta del Desierto, Irak perdiera la mayor parte de los equipos proporcionados por Lewsen, tuvo escasas consecuencias. Peiper ha consolidado a GDG como uno de los grandes exportadores mundiales de armamento.

»Margarete Peiper, veintinueve años, mujer de Konrad Peiper. Pequeña, seductora, adicta al trabajo. A los veinte años ya era compositora, productora discográfica y administradora personal de los tres grupos de rock más populares de Alemania. A los veinticinco años, propietaria única de Cinderella, la compañía discográfica más grande de Alemania, de dos sellos y de propiedades inmobiliarias en Berlín, Londres y Los Ángeles. Actualmente preside el grupo A.E.A., Agency for the Electric Arts, gigantesca organización mundial representante de escritores, actores, directores y músicos famosos. Los expertos suelen decir que el genio de Margarete Peiper reside en el hecho de que su mente está perpetuamente sintonizada con los "canales de la juventud". Los críticos ven en su habilidad para mantenerse en la cima de la popularidad ante un público contemporáneo joven y en continuo crecimiento, un fenómeno más temible que extraordinario, porque su obra oscila entre una brillante creatividad y la manipulación descarada de las personas, acusación que Margarete siempre ha negado. Lo suyo, sostiene, es un compromiso sólido y de toda la vida con el público y con el arte.

»Matthias Noli, general retirado de las Fuerzas Aéreas alemanas, sesenta y dos años. Respetado por su influencia política y brillante orador. Líder del poderoso movimiento pacifista en Alemania. Polémico crítico de los bruscos cambios constitucionales. Sumamente estimado por una gran parte de la generación de mayor edad, que aún vive atormentada por la culpabilidad y la vergüenza del Tercer Reich.

»Henryk Steiner, cuarenta y tres años. El principal agitador en el turbulento panorama sindical de la nueva Alemania. Padre de once hijos. Corpulento, extremadamente simpático, moldeado por la figura de Lech Walesa. Organizador político sumamente popular y dinámico. Lidera emocional y físicamente a varios cientos de miles de trabajadores del automóvil y del acero que luchan por sobrevivir en los estados del Este de la nueva Alemania. Condenado a ocho meses de cárcel por haber encabezado una manifestación de trescientos camioneros alemanes en una huelga para protestar contra el peligroso estado de las autopistas y la falta de mantenimiento. Menos de dos semanas después de abandonar la cárcel, organizó una huelga parcial simbólica de cuatro horas con quinientos policías de Potsdam que reclamaban a la burocracia la retención de sueldo desde hacía casi un mes.

»Hilmar Grunel, cincuenta y siete años, consejero delegado de HGS-Beyer y propietario de la empresa periodística más importante de Alemania. Ex embajador ante Naciones Unidas, conservador recalcitrante, supervisa día a día el funcionamiento y el contenido editorial de once grandes publicaciones, todas ellas profusamente inspiradas en el ideario de la derecha.

»Rudolf Kaes, cuarenta y ocho años. Especialista en asuntos monetarios del Instituto de Economía de Heidelberg y consejero económico de primer rango en el gobierno de Kohl. Es el único candidato para representar a Alemania en el Consejo de administración del nuevo Banco Central de la Comunidad Económica Europea. Firme partidario de la moneda única europea, es consciente de la fuerza del Deutschmark en la economía europea y de cómo la moneda única pondría de relieve el papel rector del poderío económico alemán.

»Gertrude Biermann (también invitada al viaje de crucero en Zúrich), treinta y nueve años. Dos veces madre soltera. Figura de primer plano entre los Verdes, el movimiento pacifista de la izquierda radical nacido a principios de los años ochenta al calor de la campaña contra la instalación de los misiles Pershing en territorio alemán. Su influencia está profundamente anclada en la conciencia germánica, que no ve con buenos ojos los intentos de alinear a Alemania con el poder militar de Occidente.»

Sonó el teléfono y Uta vio que Salettl cogía el auricular que tenía junto al codo. El médico escuchó un momento, colgó y le lanzó una mirada a Uta.

– Ja -dijo.

Al cabo de un momento se abrió una puerta y entró Von Holden. Barrió el salón brevemente con una mirada y se apartó hacia un lado.

– Hier sind Sie, ya han llegado -comunicó Uta a sus invitados, mientras lanzaba una mirada fulminante a las azafatas, que salieron inmediatamente del salón por una puerta lateral.

Un instante después entró un hombre sumamente atractivo y de impecable elegancia.

– Dortmund está ocupado con unos asuntos en Bonn, de modo que seguiremos sin él -dijo Erwin Scholl, sin dirigirse a nadie en particular, y se sentó junto a Steiner. Dortmund era Gustav Dortmund, presidente del Bundesbank, el banco central de Alemania.

Von Holden cerró la puerta y se dirigió a la mesa. Sirvió un vaso de agua mineral a Scholl y luego retrocedió hasta situarse cerca de la puerta.

Scholl era un hombre alto y delgado, de pelo corto y canoso, tez bronceada y ojos asombrosamente azules. La edad y una fortuna considerable habían labrado un rostro anguloso de frente ancha, nariz aristocrática y mentón hendido. Tenía la estampa de un militar de la antigua escuela, un talante que exigía que se le prestara atención desde el momento en que entraba en una habitación.

– La presentación, por favor -dijo dirigiéndose a Uta en voz baja. Erwin Scholl era una curiosa mezcla de timidez calculada y arrogancia avasalladora. Encarnaba la típica historia del self-made man americano. Desde su condición de inmigrante alemán paupérrimo, había ascendido hasta "convertirse en el magnate de un amplio conglomerado editorial y luego se había revestido de las bondades del filántropo, recaudador de fondos e íntimo amigo de los presidentes de Estados Unidos, desde Dwight Eisenhower hasta Bill Clinton. Como la mayoría de los presentes en la sala, su fortuna e influencia dependían de las masas, pero obedeciendo a una voluntad y propósitos deliberados, era totalmente desconocido para ellas.

– Bitte, por favor -pidió Uta por el interfono. La sala se oscureció y la pared frente a los invitados se abrió en tres partes dejando al descubierto una pantalla de televisión de tres metros por cuatro de alto.

Apareció inmediatamente una imagen de nitidez impecable, un primer plano de un balón de fútbol. De pronto, un pie chutó la pelota. La cámara se alejó rápidamente para mostrar un panorama de los cuidados jardines de Anlegeplatz y a los sobrinos de Elton Lybarger, Eric y Edward chutando alegremente la pelota. La cámara se desplazó y apareció Elton Lybarger mirando el juego junto a Joanna.

De pronto, uno de los sobrinos chutó la pelota en dirección de Lybarger y éste se la devolvió con un vigoroso movimiento del pie. Luego miró a Joanna orgulloso y ella le devolvió la sonrisa expresando el mismo sentimiento de éxito.

La próxima escena mostraba a Lybarger en su elegante biblioteca. Sentado ante el fuego del hogar, vestido informalmente con pantalones y jersey, explicaba en detalle a un interlocutor fuera de imagen el fenómeno del eje que París y Bonn habían forjado en el marco de la Comunidad Económica Europea. Su discurso estaba bien documentado y su argumento versaba sobre el hecho de que el supuesto papel de «superioridad moral» que desempeñaba Inglaterra le procuraba un lugar poco feliz en el concierto de las naciones europeas. Si Inglaterra seguía jugando esa carta, no se beneficiarían ni los ingleses ni la Comunidad Europea. Lybarger explicaba que debía darse un acercamiento entre Londres y Bonn para que la Comunidad llegara a ser la potencia económica que estaba destinada a ser. Su discurso terminaba con un chiste que no era un chiste.

– Desde luego, lo que quería decir es que se debe tejer un vínculo entre Berlín y Londres. Porque, como todo el mundo sabe, gracias al voto del 20 de junio, aprobado por los legisladores, que se niegan a volver atrás en cuanto a la unidad alemana se refiere, se ha recuperado la sede del gobierno central para Berlín, que así ha vuelto a convertirse en el corazón de Alemania.

Luego la imagen de Lybarger se fundía y aparecía otra cosa. Era perpendicular y ligeramente arqueada y cubría casi los cuatro metros de alto de la pantalla. Pasó un momento y no sucedió nada, hasta que la cosa empezó a girar vacilando y luego se movió resueltamente hacia delante. Fue entonces cuando todos reconocieron lo que era. Un pene totalmente hinchado, palpitante y erecto.

De pronto la perspectiva se desplazó hacia la silueta de un segundo hombre que observaba de pie en la penumbra. Con un segundo desplazamiento de la cámara, los presentes vieron a Joanna, desnuda, y atada de pies y manos con unas elegantes tiras de terciopelo a las cuatro esquinas de una cama. Sus generosos pechos nacían de ambos lados del tórax como melones jugosos. Tenía las piernas abiertas y relajadas y la «V» oscura donde se juntaban ondulaba suavemente al ritmo inconsciente de sus caderas. Tenía los labios húmedos y los ojos, abiertos y vidriosos, estaban casi en blanco tal vez anticipando el éxtasis que habría de experimentar. Joanna era el retrato vivo del placer y el consentimiento y nada en ella indicaba que actuara contra su voluntad.

Luego el hombre y el pene caían sobre ella y Joanna lo acogía gustosamente en toda su dimensión. Desde una compleja variedad de ángulos se había grabado la autenticidad del acto. Los embates de aquel miembro eran largos y vigorosos, decididos pero sin prisas, lo cual no hacía sino aumentar el placer de Joanna.

Una perspectiva de la cámara mostraba al segundo hombre, que se mantenía apartado. Era Von Holden y estaba completamente desnudo. Con los brazos cruzados sobre el pecho, observaba la escena con indiferencia.

La cámara volvía al lecho y en el ángulo superior derecho de la pantalla aparecía un contador codificado que grababa el tiempo transcurrido desde la penetración hasta el orgasmo.

Cuando la lectura llegó a 4.12.04, era evidente que Joanna experimentaba su primer orgasmo.

A los 6.00.03, un electroencefalograma que registraba las ondas cerebrales de Joanna apareció en la mitad superior de la pantalla. Entre los 6.15.43 y los 6.55.03, Joanna experimentó siete oscilaciones cerebrales muy marcadas y separadas unas de otras. A los 6.57.23, apareció un encefalograma en el ángulo superior izquierdo de la pantalla donde se representaban las oscilaciones del compañero de Joanna. Desde entonces hasta los 7.02.07, fueron normales. Entretanto, en Joanna se habían registrado otros tres episodios de intensa actividad de las ondas cerebrales. A los 7.15.22, la actividad cerebral del hombre aumentó hasta triplicarse, mientras la cámara se acercaba al rostro de Joanna. Tenía los ojos ausentes de manera que sólo se percibía el blanco y la boca permanecía abierta en un grito silencioso.

A los 7.19.19, el hombre tuvo un orgasmo completo.

A los 7.22.20 Von Holden apareció nuevamente en pantalla y acompañó al hombre hasta la puerta de la habitación.

Al salir, dos cámaras enfocaron simultáneamente al hombre que había mantenido relaciones sexuales con Joanna. Se constataba sin duda alguna que el hombre de la cama era el mismo que salía ahora de la habitación. Se le reconocía perfectamente y era el mismo que había llevado a cabo el acto desde el comienzo hasta el final.

El hombre era Elton Lybarger.

– Eindrucksvoll! ¡Impresionante! -exclamó Hans Dabritz, cuando se encendieron las luces y la pantalla de vídeo desapareció tras los tres paneles de pintura abstracta.

– Pero lo que haremos no será mostrar un vídeo, Herr Dabritz -respondió Erwin Scholl, bruscamente. Le lanzó una mirada rápida a Salettl-. ¿Estará en condiciones de presentarse, doctor?

– Me gustaría disponer de más tiempo. Pero, como hemos visto, el resultado es notable.

En cualquier otro salón, el comentario de Salettl habría provocado risas, pero aquí no. Aquellas personas no habían venido a reír. Habían sido testigos de un estudio clínico sobre el cual se debía adoptar una decisión. Nada más.

– Doctor, le he preguntado si estará en condiciones de hacer lo que debe hacer. ¿Sí o no? -La mirada cortante de Scholl cercenó en dos a Salettl.

– Sí, estará en condiciones.

– Nada de bastón. ¡Nadie que le ayude a caminar! -le hostigó Scholl.

– No, nada de bastón. Nadie que le ayude a caminar.

– Gracias -respondió Scholl, despreciativo. Se volvió hacia Uta-. No tengo ninguna objeción -dijo. Al oír eso, Von Holden abrió la puerta y Erwin Scholl abandonó la sala.


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