– Muy bien, chicas… ¡Cuando queráis la revancha aquí estaremos! -Luca les toma el pelo a Barbara, a Sara y a Niki.
Marco lo secunda.
– ¡Sí! En el fondo nos hemos divertido… ¿Queréis saber cuál ha sido la mejor parte? ¡Cuando por un momento pensabais que ibais a ganar! ¡Ja, ja!
– ¡Sí, eso ha sido genial!
Barbara le da un empujón.
– ¡Se lo debéis todo a Guido! Sin él os habríamos aplastado, destruido, aniquilado…
– ¡Sí, no nos habríais ganado ni con la Wii!
Sara es aún más pérfida:
– Pero ¿qué le habéis dado? Debéis de haberlo drogado… ¡Parecía Jesús Quintana, el de esa peli de los hermanos Coen!
– Ah, sí, esa peli es buenísima. ¿Cómo se titulaba?
Guido sonríe divertido.
– Pero bueno… El gran Lebowski… El mítico Nota.
Niki lo mira curiosa.
– Sí que te acuerdas…
– La he visto un montón de veces… Me encanta esa película. Está •lena de citas interesantes… «Esto no es Vietnam, en los bolos hay reglas.» Bueno, chicos, nos vemos…
– Sí, hasta luego, ¿a las diez en clase mañana?
– Vale, si me levanto a tiempo…
– Lo mismo digo.
Tras despedirse, cada uno de ellos se dirige a su moto con su correspondiente chica detrás. Niki y Guido se quedan solos. Guido camina junto a ella con las manos en los bolsillos.
– Bueno, veamos… Pizza, pizza… Tenemos el Cassamortaro Caffè de corso Francia, donde las preparan muy ricas; si no, está también Baffetto y Montecarlo, detrás de corso Vittorio, o la Berninetta, junto a piazza Cavour, ahí también hacen unas frituras de ensueño…
– Eres un mentiroso terrible.
– ¿Qué quieres decir?
– Que me hiciste creer que no sabías jugar…
– ¿Yo? -Guido se lleva la mano izquierda al pecho-. ¿Me crees capaz de engañarte de ese modo?
Niki esboza una sonrisa forzada.
– Desde luego.
– Pues de eso nada, te equivocas… Lo que ocurre es que después tuve suerte con los lanzamientos… Quiero decir, que probé y me salió bien. Ya sabes lo que dicen: la suerte favorece a los valientes. Pues bien, fui valiente y la suerte me sonrió. Como me gustaría que tú hicieses ahora…
La sonrisa de Niki se torna aún más falsa.
– Un liante, eso es lo que eres.
– Ya está…
– ¿El qué?
– ¡Ya sé adónde llevarte! Esta noche iremos a comer a Soffitta, en la via dei Villini, preparan unas pizzas fantásticas y te las sirven en la mesa con una pala de madera, ¡la misma que usan para meterla en el horno!
– De eso nada.
– ¿Qué? ¿Has perdido una apuesta y ahora te niegas a pagar? En ese caso la lianta eres tú, y diría incluso que una de las peores. Más aún, eres deshonesta, me prometiste… ¡No me lo puedo creer! ¡No me lo puedo creer!
– ¡Ya vale, Guido! ¡Eres un exagerado!
– Te niegas a pagar nuestra apuesta… ¡Después de haberla perdido!
Niki está muy enfadada, pero entiende que las cosas son así y que no puede hacer nada para cambiarlas. No debería haber aceptado. Pero ¿quién se iba a imaginar que haría seis strikes! Era una apuesta imposible. Y, en cambio, la ha ganado…
Guido le lee el pensamiento.
– Pensabas que no lo lograría, ¿eh? Jamás hay que desafiar lo imposible y no creer en la posibilidad… Como en ese anuncio de Adidas que me gusta tanto: «Impossible is nothing.» Y tú has perdido por eso, ni más ni menos… Creo que demostrarías una gran elegancia si ahora pagases tu «deuda»…
– Vale, me parece justo.
– Oh, bueno. En ese caso, ¿a qué hora paso a recogerte? -Esta noche no puedo.
– ¿Cómo? ¿Ya empiezas otra vez?
– No, es que… -Niki sonríe-. Pagaré mi apuesta, cenaremos juntos, pero esta noche no.
Guido se siente estafado.
– Lo sabía, sabía que de una manera u otra me ibas a engañar.
– Eso no es cierto, quedamos en que, si perdía, saldría a cenar contigo…, pero no dijimos cuándo. Como ves, no te miento.
– Ya lo creo que me mientes, incluso diría más… ¡Eres muy astuta!
– Ya será menos…
– ¿Porque te casas?
– ¡Idiota! Porque no debería haber caído en tu trampa. Venga, llévame a recoger mi moto.
Guido se echa a reír, monta en la suya, ayuda a Niki a hacerlo y le pasa el casco.
– Una sola cosa, Niki…
– ¿Qué?
– Ahora, mientras conduzco…
– ¿Sí?
– ¡No me achuches demasiado!
– Venga ya… -Niki le da un puñetazo en el hombro bromeando.
– Ay, tampoco vale que me pegues…
– Sí, sí, venga, Guido, conduce y calla, ¡a menos que quieras que tu hipotética cena salte por los aires!
– Ya sé qué pizza vas a pedir…
– ¿Cuál?
– La Caprichosa… Te va como anillo al dedo…
Y siguen avanzando entre risas y bromas, jóvenes y despreocupados, hablando de sus cosas, en medio del tráfico de un día cualquiera, haciéndose amigos y sin pensar en nada, con esa ligereza tan rara que pertenece a los momentos únicos e irrepetibles, que es patrimonio de esa edad, de esos extraños días que preceden a lo que sucederá después. En todos los sentidos.
– ¿De verdad te gusta Vinicio Capossela? Jamás me lo habría imaginado.
– ¿Por qué? -Guido le sonríe volviéndose un poco-. ¿Cómo puedes saber si me gusta o no alguien como él?
– Debes de tener una visión especial de la vida…
– La tengo, aunque quizá no haya logrado mostrártela… «Boca, beso de melocotón que devoras el silencio de mi corazón…» Es la letra de una de sus canciones…
– Hum… ¿Y Paolo Nutini?
– No lo conozco.
– En ese caso no superas esa visión especial…
– Pero me gustó mucho el último de Marco Carta.
– ¡A eso me refiero! Sólo tenemos que comer una pizza, ¿verdad?
– Depende…
– ¡Idiota, vale, dos pizzas! Me refería qué imagino qué no habrás previsto también un concierto…
– Ah, no… Pero si quieres perder otra apuesta para justificar una segunda salida… En ese caso te llevaría a un concierto de Negramaro.
– Vaya, eso ya me gustaría más. Sólo que hay un pequeño problema.
– ¿Cuál?
– Jamás volveré a hacer una apuesta contigo.
Guido le sonríe por el espejo retrovisor.
– Mejor.
– ¿Qué quieres decir?
– Así, si vienes al concierto, si aceptas mi invitación para escuchar a Capossela o a los Negramaro, no será porque hayas perdido una apuesta, sino sólo porque quieres estar conmigo.
– ¡O ver a Capossela! Déjame bajar, venga, que ya hemos llegado. Mi moto está ahí.
Guido dobla una curva cerrada y se detiene a un paso de la SH de Niki.
– Ya está. ¿Quieres que mañana pase a recogerte? Tenemos la misma clase…
– No, gracias. -Niki le pasa el casco-. Mañana no iré a la facultad.
– En ese caso puede que yo tampoco. Quizá podríamos volver a la bolera. ¡Me encantaría darte algunas lecciones! A veces se trata tan sólo de captar el movimiento y, después, ¡tac! Es coser y cantar.
– Te lo agradezco, pero tengo que hacer otra cosa.
– ¿Quieres que te acompañe?
– No, gracias. Venga, nos vemos, ahora tengo que marcharme.
Niki le da un beso en la mejilla y se encamina hacia su moto. Luego se vuelve por última vez. Guido está lejos. Lo saluda con la mano. Él le devuelve el saludo y desaparece al fondo de la avenida. Niki se agacha para quitar el candado a la moto. Genial. «¿Quieres que te acompañe?». ¡Sí, claro! Mañana tengo que probarme el vestido de novia… Ya me lo imagino. Sentado en un sofá con una copa de champán y yo entrando y saliendo del probador cada vez con un vestido diferente. Sólo que esto no es Pretty Woman, ni siquiera La fiesta. ¡Es mi boda! De repente la invade una extraña sensación de pánico y se da cuenta de que los días están pasando a una velocidad increíble, que debe hacer mil cosas aún y, sobre todo…, ¡esa decisión! Se queda sin aliento.
Mira alrededor y contempla a los grupos de chicos y chicas que salen de la universidad. A cierta distancia de ella, una pareja se besa apoyada en una moto como si nada, como si estuviesen solos en una Playa, como si no existiera nada ni nadie. Se besan con pasión, sin Parar ni por un momento, indiferentes al mundo, con las manos hundidas en el pelo del otro, hambrientos de amor, de una pasión rebelde, desconsiderada, loca, sin pensar en los demás. Pero ¿en quiénes? Sigue asustada, su respiración es entrecortada, siente miedo, pánico, la adrenalina a mil por hora. Debo hablar con alguien. Tengo miedo. Socorro.
– Hola…, perdona…
Niki para a una chica al azar. -¿Sí?
En ese momento Niki casi se avergüenza, enrojece y luego se sobrepone.
– ¿Qué hora es? Se me ha parado el reloj…
La chica mira el suyo.
– Las tres y cuarto.
– Ah, gracias.
– De nada… -La chica la observa con más detenimiento-. Perdona, pero… ¿no eres la modelo de ese anuncio de caramelos? El sol… ¿Cómo se llamaban?
– LaLuna…
– Eso es.
– Sí, soy yo.
– Ya me parecía a mí… A veces la casualidad… -Se quedan en silencio durante algunos instantes. Luego la chica retoma la conversación-: Te lo digo porque yo lo he intentado un montón de veces, me gustaría tener algún trabajo para poder mantenerme aquí, en Roma. Soy de Macerata. Estudio derecho, quiero ser abogada, pero si se presentara una oportunidad no me importaría hacer algún anuncio, o incluso una película. Tengo posibilidades, ¿no?
Niki la mira y le sonríe feliz. El pánico se ha evaporado y la situación, ahora, le da risa, le parece absurda. Que la reconozcan por esas fotos, que uno pueda hacerse famoso mientras duerme. No está nada mal. Luego examina a la chica.
– Me llamo Paola -se presenta ella.
– Niki… Encantada. Mira, si quieres te doy el número de esa oficina… La encargada de los castings se llama Michela, selecciona a las chicas para los anuncios… Puedes escribirle…
Le da el número del despacho de Alex, que se sabe de memoria. Mientras Paola lo copia en su móvil, Niki reflexiona. Es guapa, quizá un poco vulgar, sí, pero basta con que no abra la boca… Físicamente es muy mona, tiene las piernas delgadas y largas. Paola cierra el móvil.
– Bien, gracias… -Sonríe-. ¿Tú no tienes móvil?
Niki se encoge de hombros.
– Sí…
– En ese caso podrías haber mirado ahí qué hora era…
– Ah, tienes razón… Qué tonta soy, ni siquiera se me ocurrió.
Paola le sonríe como si pretendiera restar importancia al hecho.
– En cualquier caso, ha sido un placer conocerte… Quiero decir que me parece una situación extraña, de manera que tal vez tenga un significado especial; esta clase de encuentros jamás se producen por casualidad.
– Ya… -Niki recuerda su ataque de pánico y en cierta medida se avergüenza un poco-. Bueno, ahora tengo que marcharme, Paola.
– Sí… Adiós. Ah, te llamas Niki, ¿verdad?
– Sí.
– Bueno, pues tengo que decirte que estabas genial en ese anuncio del tranvía, tu imagen estaba por toda Roma.
– Ah, gracias…
– Bueno, adiós… -Paola se aleja, se vuelve por última vez y la sigue un poco con la mirada.
Niki quita el candado de la rueda y lo mete en el baúl de la moto. ¿«Genial en ese anuncio»? ¿¡Pero si lo único que hacía era dormir!? Creo que me confunde con otra. Lo más bonito de la publicidad de LaLuna es lo natural que salgo en esa fotografía. ¿Y sabes por qué? Porque Alex me la sacó mientras dormía. Alex. Hoy no me ha llamado. ¿Cómo es posible? Al menos para saber, yo qué sé, dónde estoy, qué estoy haciendo… Niki coge el casco del baúl, saca el móvil del bolso y lo abre. ¡Nooo! ¡Seis llamadas perdidas! ¿Cómo es posible? Examina el aparato. Caramba, pulsé la tecla de silencio. Por eso creía que no me había llamado nadie… Ni Alex ni los demás: ¡casa, mamá, Papá, las Olas…! Comprueba las llamadas perdidas. ¿Qué? Olly, a saber lo que quería…, y Alex…, ¡cuatro llamadas! Me ha llamado cuatro veces y yo no le he contestado ni una. Verifica los detalles. A las doce y quince minutos y a las doce y dieciséis, después otros dos intentos a las catorce treinta. A saber lo que habrá ocurrido, lo llamo en seguida. Teclea rápidamente su número y pulsa el botón de llamada. Tuuu, tuuuu.
– ¡Hola, cariño! Pero ¿dónde estabas? ¡Por lo visto tu clase era interminable!
Niki se muerde los labios.
– No, de eso nada… Hice todo lo posible para entrar, llegué a las primeras filas, me habían guardado un sitio, pero luego se organizó un barullo impresionante.
– ¿Qué quieres decir?
– Dos tipos se pegaron y luego ocuparon la clase…
Alex sonríe.
– Por un momento pensé que habías hecho como Julia Roberts…
– ¿Qué quieres decir? -Niki todavía se siente culpable.
– Novia a la fuga… Creía que te habías escapado.
– No… -Le gustaría añadir «todavía no», recordando el momento de pánico, los chicos que, como ella, salían de la universidad, despreocupados…
Alex se percata de su extraño silencio.
– Niki…
– ¿Sí?
– ¿Qué pasa? ¿Va todo bien?
– Sí, sí, perdona… Todo bien.
Alex está tenso, pero procura disimular.
– Recuerdo que cuando iba a la universidad también se suspendían un montón de clases…
– Sí, lo sé, pero en este último período son más las que se suspenden que las que conseguimos dar.
Alex intenta tranquilizarla.
– Verás como las cosas no tardarán en arreglarse. Son las consecuencias naturales del cambio de gobierno. Siempre es así… Alguien se dedica a agitar a los estudiantes, puede que los grupos más relevantes de la sociedad, que pretenden transmitir la sensación de que el sistema es frágil… Lo malo es que a menudo el que se manifiesta ni siquiera sabe por qué lo hace. Si preguntas a los chicos de la Ola por la razón de sus manifestaciones, ¿cuántos sabrán decirte algo sensato?
– Sí, eso es cierto… Algunos lo hacen porque está de moda…
– Otros porque se liga más… -En ese momento Niki piensa en Guido. Alex prosigue-: Como sucedía en mis tiempos… Creo que es una de esas cosas que valen para cualquier generación…
– Pues sí.
– Pero, si la clase se suspendió, ¿por qué no contestabas el teléfono?
Niki se ruboriza de golpe, le arde la cara y siente que el corazón le late a dos mil por hora. ¿Y ahora qué hago? ¿Qué le digo? Pero, bueno, no he hecho nada malo, ¿no? -He ido a jugar a los bolos con mis amigos.
– ¿Con las Olas?
– No… Con unos de la facultad… -Niki cierra por un momento los ojos antes de continuar-: Barbara, Sara, Marco, Luca… En fin, el grupo con el que estudio.
– Ah…
Guido. No ha mencionado a Guido. Lo ha excluido adrede. ¿Por qué lo has hecho, Niki? ¿Qué estás tramando? Ahora no puedes remediarlo diciendo: «Ah, por cierto, también vino un tal Guido…» Sonaría falso a más no poder, pondría en evidencia hasta qué punto eres culpable. Pero ¿culpable de qué? ¡Oh! Niki, está pasando demasiado tiempo… Demasiado. Di algo.
– ¿Y tú qué has hecho, Alex? ¿Todo bien en el trabajo?
Nunca antes esa frase había sonado tan extraña y fuera de lugar. Da la impresión de que en realidad no le interesa saber verdaderamente la respuesta a lo que ha preguntado, que sólo trata de distanciarse de su mentira. Mentira… Ausencia absoluta de verdad. Aunque sólo he omitido la presencia de Guido, eso es todo. ¿O, por el contra-rio, hay mucho más? ¿Qué pasa, Niki? ¿A qué vienen todas estas Preguntas? ¿Qué está ocurriendo? ¿Te estás volviendo loca? No es Posible, Niki. Lo sabes, ¿verdad? Menos mal que Alex retoma la conversación. Pero ella tiene la impresión de que ha pasado un siglo, de que la pausa ha sido larguísima, y que durante la misma no ha dejado de elucubrar, de devanarse los sesos. ¿Cómo decía esa canción de Battisti? Me la enseñó Alex cuando empezamos a salir juntos: «Confusión… Lamento que seas hija de la consabida ilusión y te pierdas en la confusión…» Y luego esa otra… «Pero yo les he dicho que no y ahora regreso a ti con mis miserias, con unas esperanzas que nacieron muertas y ahora no puedo pintar con la vida porque me falta el valor…» Pero ¿qué estoy diciendo? ¿Qué estoy pensando? ¿Qué tiene que ver todo eso? Niki se percata de que Alex sigue habiéndole por teléfono.
– De manera que al final fuimos a comer a Zodiaco, un sitio precioso, cariño, tenemos que ir…
– Ah…, ¿y quiénes fuisteis?
Alex se detiene por un segundo. Se queda como suspendido, víctima de una preocupación repentina.
– Pero, Niki, si te lo acabo de decir: Leonardo, yo, y la nueva ayudante, Raffaella, que me echa una mano en este proyecto…
– Ah…
Alex la nota extraña. Puede que esté cansada. Preocupaciones no le faltan: la facultad y los preparativos de la boda.
– Cariño, ¿quieres que nos veamos más tarde? Intentaré acabar cuanto antes en el despacho y quizá podríamos salir después. Podríamos ir al cine o a cenar. Lo que prefieras.
Niki reflexiona por unos segundos.
– Gracias, pero no creo. Me gustaría aprovechar para estudiar esta noche. Si lo consigo. Quiero adelantar un poco porque luego no sé cómo irán las cosas…
– ¿Con los dos monstruos?
– Eso es… -Niki se ríe-. Quizá me hagan pasar una semana super-estresada como ésta… Cuando llegue el día de la boda no me reconocerás, cariño. Mañana también hemos quedado…
– ¿Algo importante?
– Lo más importante de todo: el vestido de novia…: Estoy muy preocupada.
Alex sonríe.
– Tesoro…, Poco importa qué es lo que te pongas, incluso con el vestido más sencillo estarás despampanante…
– ¿A qué viene eso, Alex? Acabas de decir una de esas típicas frases para enmendar algo.
Alex piensa por un instante en Raffaella, pero sabe que es del todo inocente.
– Tienes razón. Perdóname. He perdido demasiado tiempo. Debería haberte pedido que te casases conmigo la primera vez que subiste a mi coche, cuando nos conocimos…
– ¡Pero si tu única preocupación era que quitase los pies del salpicadero!
– Claro, porque de lo contrario no podría haber dejado de mirarte las piernas y habría acabado chocando contra…
– ¡Mentiroso!
– ¡Es cierto! Oye, te llamo más tarde, ahora tengo una reunión…
– Vale, hasta luego, cielo.
Alex cuelga. Qué raro. No me ha preguntado cómo es Raffaella. Por lo general, las mujeres se preocupan en seguida por las nuevas ayudantes.
– Alex… -En ese momento la susodicha aparece en la puerta-. ¿Puedo enseñarte una cosa?
– Por supuesto, pasa… -Alex la contempla mientras se acerca a su escritorio.
Se ve a la legua que ha sido modelo. Mejor dicho, que todavía lo es. Cuando Raffaella pone sus diseños sobre el escritorio y se inclina hacia adelante, quizá en exceso, a Alex no le cabe ya ninguna duda, en caso de que la tuviese. Si hay alguien al que le preocupa realmente esa nueva ayudante es precisamente a él. Raffaella se da cuenta, pero hace como si nada y sonríe.
– ¿Te gustan?
– ¿Eh?
– Me refiero a los diseños, ¿te gustan? -Sí, sí, eres muy buena. Son perfectos -y, al decirlo, enrojece un poco a su pesar.