Velada romana. Las calles están casi vacías. Mérito de la hora de cenar. Se circula bien. Alex conduce con calma, llega a tiempo. La tarde ha transcurrido sin sobresaltos. O novedades. Son las nueve y media. Alex aparca el coche, se inclina hacia el asiento de al lado para ver si ha llegado al número que Niki le ha escrito en su mensaje. Sí, aquí es, via della Balduina, 138. Y, de hecho, ve por encima de su cabeza el letrero bien iluminado: «Restaurante.» Sin embargo, es extraño, hay poca gente, no parece una inauguración. Bah. Quizá la gente llegará más tarde. Alex se apea del coche y entra en el local. Ve a Niki sentada sola a una mesa hojeando el menú. Parece serena, tranquila. Con la mano izquierda tamborilea sobre la mesa mientras que con la derecha sujeta el menú abierto en el que lee las especialidades del local. Alex sólo piensa una cosa al verla: ¡qué guapa es! Y esa constatación borra de golpe todas sus dudas.
Se acerca a ella y se sienta a la mesa.
– Aquí estoy, amor… -Le da un ligero beso en los labios-. Me he dado toda la prisa que he podido…
Nike sonríe y se encoge de hombros.
– Me parece perfecto.
Alex abre su servilleta y la extiende sobre su regazo. Luego mira alrededor.
– Hay poca gente… ¿Todavía tienen que llegar?
Niki sonríe.
– No… No creo…
– Ah…
Alex observa con más detenimiento el local. No le parece particularmente nuevo. Es agradable, acogedor, sencillo, pero da la impresión de llevar mucho tiempo abierto. Al fondo de la sala está el propietario. Está sentado frente a la caja, es un tipo rollizo, de cara bonachona, sin pelo y con las gafas caladas en la nariz. Está comprobando algo con el bolígrafo en la mano y parece distraído y aburrido. Cualquier cosa menos un tipo que desborda adrenalina debido a la inauguración de su nuevo restaurante y, aún menos, un posible amigo de Niki. Alex escudriña el fondo del local. La verdad es que hay cuatro gatos. Algo falla. Luego su mirada se cruza con la de Niki.
– Hay algo que no te encaja, ¿verdad?
Alex sonríe, curioso.
– Sí, en efecto… No me parece un local… antes de la inauguración…
– Y tienes razón. -Niki abre de nuevo el menú y lo alza, para esconderse detrás, o como si pretendiera leer mejor la lista de los platos para pedir algo. Después se asoma por encima y le sonríe-. Te he mentido. Hoy no inauguran nada.
– Ah… -Alex entiende que la situación se está torciendo, de manera que trata de ocultarse también detrás de la carta.
Niki alarga una mano y la aparta para poder verle la cara.
– Ah, también te he contado otra mentira: el propietario no es amigo mío…
Alex vuelve a mirar al señor que está sentado frente a la caja. Le parece aún más gordo, más viejo y aburrido que antes. Luego sonríe un poco avergonzado.
– Pues sí, la verdad es que no lo parece… -y alza una vez más el menú como si la situación fuese del todo normal.
Niki se inclina y se lo vuelve a bajar. Alex sabe que no tiene escapatoria. Niki le sonríe de nuevo. Esta vez, de manera forzada.
– ¿Quieres saber por qué he elegido este sitio?
Alex asiente tratando de parecer tranquilo, pero está seriamente preocupado.
– Sí, claro.
– En un instante todo se precipita de nuevo en su cabeza. Raffaella me ha mentido, son amigas íntimas. Más aún: Niki ha hablado con Leonardo y ambos se han puesto de acuerdo, la ha asignado adrede a mi despacho. No, eso no. Niki está embarazada y quizá el niño sea mío. Después, sin saber qué buscar ya en el interior de su mente, retrocede en el tiempo, excava, hace suposiciones, piensa, reflexiona. No me lo puedo creer. Se ha encontrado con Elena, y a saber qué cosas se habrá inventado ésta. O puede que no se la haya encontrado, sino que piense que yo he vuelto a verla. Y ese voltear entre recuerdos, deducciones, suposiciones y miedos lo va agotando poco a poco, hasta que Niki le sonríe por última vez mientras le muestra el menú.
– ¿No te dice nada este sitio?
Alex lee por primera vez el nombre del restaurante: Entre Ceja y Ceja. Acto seguido recorre con la mirada el comedor. Varias personas comen y charlan tranquilamente, el propietario sigue en la caja y ahora, quizá debido a una extraña circunstancia, alza la mirada y echa un vistazo a las mesas. Su mirada se cruza con la de Alex y le sonríe. ¿Quizá de forma excesivamente afable? ¿Querrá decir algo, es una señal, una indicación, un código secreto? No. ¡Es increíble! ¿Será un local de intercambio de parejas? Alex observa con mayor atención. Hay también una familia con hijos y suegra incluidos. Y en una fracción de segundo ve por enésima vez a sus amigos vestidos de abogados revolcándose de risa y llevándose las manos a la cabeza. No, mejor pasar por alto este último pensamiento absurdo, se avergüenza de él.
– Cariño, perdona…, pero no entiendo nada.
Niki se pone terriblemente seria.
– Me lo imaginaba… -Después vuelve a sonreír divertida-. Te he traído… -se inclina, saca algo del bolso que tiene bajo la mesa y se lo tiende- ¡un regalo! Ten…
– ¿Es para mí?
– ¿Para quién si no? Ábrelo…
– Pero, cariño…
El cerebro de Alex huye de nuevo en todas direcciones. Pero, ¿por Qué? ¿Qué día es hoy? ¿Cuándo nos conocimos? ¿Cuándo empezamos a salir juntos? ¿La primera vez que hicimos el amor? ¿Cuándo fuimos a París? ¿Cuándo rompimos? No consigue relacionarlo con nada. Aún menos después de desenvolver el paquete. Un DVD… Lo mira haciéndolo girar entre las manos. James Bond apuntando con su pistola y rodeado de varias chicas guapísimas. Por un instante vuelve a ver la sombra de Raffaella.
– Esto… -Alex ya no sabe realmente qué pensar-. No entiendo…
– No entiendes, ¿eh? ¡¿Cómo se titula?!
Alex lo mira. La espía que me amó.
Niki le sonríe. -Tú me quieres, ¿verdad, Alex?
– Claro… Pero ¿qué preguntas me haces, Niki? Lo sabes, ¿no?
– Claro… Pero quizá estés pensando en hacer el remake de la película en el papel de… ¿espía? -Niki cambia de tono de repente. Ahora es severo, duro e inquieto-. ¿Se puede saber qué hacías hoy en la universidad? ¿Por qué me has seguido? ¿Por qué me espiabas? ¿Qué tienes entre ceja y ceja? -le pregunta mostrándole el menú-. ¿Qué te ha pasado?
– Yo, la verdad…
En un abrir y cerrar de ojos, Alex comprende que está perdido, se siente como uno de los protagonistas de los mejores dibujos animados que veía cuando era pequeño. De repente se encuentra suspendido en el vacío y a continuación se precipita como el Coyote en uno de sus vanos intentos de atrapar al Correcaminos, o como el gato Silvestre cuando resbala por el hielo hacia el precipicio tratando de frenar la caída con sus garras mientras Piolín lo sobrevuela riéndose, ó mejor aún, cuando Tom persigue a Jerry y acaba su carrera estampándose contra una pared mientras el roedor entra en la ratonera que hay debajo. En resumen, un desastre de dibujo animado: Alex, el osito perdido.
Dada la situación, enrojece de golpe.
– Yo, la verdad…
– ¿Quizá sólo querías asistir a una clase, ver cómo es la universidad hoy en día para matricularte después en filología? -Niki le sonríe.
Sí, le ha ofrecido una escapatoria. Porque cuando uno ama de verdad lo hace. Sólo se ensaña cuando se trata de algo grave. Puede que ésa sea la respuesta que Niki desea oír. Pero cuando está a punto de contestarle se percata de que es una trampa… mortal. Si asiente, Niki comprenderá que no es una persona sincera, sino un payaso, un tipo ridículo, un charlatán. Un hombre que no sabe reconocer sus errores, sus limitaciones y sus debilidades. En fin, mejor que me haya pillado en la universidad y no que sea amiga de Raffaella. De manera que alza los ojos y habla con sinceridad.
– No, Niki…, no quería matricularme en filología.
– Ah… -Ella parece aliviada-. Empezaba a preocuparme…
Alex esboza una sonrisa e intenta bromear. -¿Te preocupaba que pudiera irme mejor que a ti? -No. Que no fueses capaz de decir la verdad. -Alex permanece en silencio y baja la mirada. Niki lo observa disgustada-. ¿Por qué, Alex? ¿Por qué me has seguido? ¿Qué es lo que te preocupa? ¿Crees que me callo cosas, que te oculto algo?
– Tienes razón, lo siento.
Niki se calma un poco.
– Lo de hoy me ha parecido muy extraño, de improviso me he sentido insegura.
– ¿Tú?
– Sí, yo. He estado dándole vueltas durante todo el día. Si tú, de buenas a primeras, dejas de creer en mí y piensas que puedo ser una persona diferente o que te miento… Mira, me tiembla la voz con sólo decirlo. Me siento mal, te lo juro; de repente tengo ganas de echarme a llorar, se me retuerce el estómago, y eso que no he comido nada…
En ese preciso momento el tipo rollizo, dueño del local y supuesto amigo de Niki, se acerca a su mesa.
– Bueno, ¿os habéis decidido ya? ¿Qué vais a comer?
Alex y Niki se vuelven al mismo tiempo hacia él. La tensión les ha endurecido hasta tal punto el semblante que al propietario le basta un nanosegundo para comprender que el momento no es el más adecuado.
– Oh, perdonadme. Esto…, veo que todavía lo estáis pensando. Volveré luego…, mejor dicho, llamadme vosotros… -Retrocede y vuelve a la caja.
Alex y Niki lo contemplan mientras se aleja. Luego ella retoma la conversación.
– Si has pensado eso de mí es porque tú has hecho algo antes… Cuando uno sospecha es porque no tiene la conciencia tranquila.
Alex se sorprende.
– ¿Yo? -Por un instante le viene a la mente Raffaella, pero entiende que eso no tiene nada que ver con ella. Después reaparecen sus amigos vestidos de abogados, que asienten con la cabeza. Alex se deshace de ese pensamiento-. Eso no lo digas ni en broma, Niki. ¿Cómo se te puede haber ocurrido una cosa así?
– Porque tú lo has pensado de mí… -Mientras habla se le saltan las lágrimas, aunque se quedan así, suspendidas, retenidas por sus grandes y espléndidos ojos, como si fuesen pequeñas burbujas a punto de reventar.
Alex alarga la mano a través de la mesa y toma la de Niki, la aprieta con fuerza y se siente un miserable por haber pensado una cosa como ésa.
– Perdóname, cariño…
Niki lo escruta sin pronunciar palabra, sin saber a ciencia cierta qué decir, el labio inferior le tiembla. Siente una punzada inusual en el corazón. Un vacío bajo sus pies. El equilibrio que se tambalea. El deseo de saltar por encima de la mesa para abrazarlo a la vez que la rabia por haber dudado de ella de una manera tan estúpida.
– No sé qué me ha sucedido, Niki, jamás se me había ocurrido una cosa así. Quizá sea culpa de Camilla, que, de repente, ha dejado a Enrico y se ha escapado con un desconocido… Ver cómo se derrumba lo que me parecía una certeza… Ellos, que además están casados…
– En mi vida te haré una cosa así… Nunca te decepcionaré de esa forma. No necesito prometer nada al Señor para mantener lo que siento en mi corazón. Pero bueno, si llega a ocurrir serás el primero en saberlo.
Alex cambia de silla para acercarse a ella. El dueño los ve desde la caja, los observa por un momento, masculla algo y vuelve a concentrarse en sus cosas. Los dos se dan cuenta, aunque es Alex el que lo expresa en voz alta.
– Oh…, ahora entiendo por qué se llama así este sitio: ese tipo es demasiado curioso… Nos tiene… ¡entre ceja y ceja!
Niki suelta una carcajada, algunas lágrimas se deslizan por sus mejillas, empieza a sorber por la nariz, se echa a reír de nuevo y se suena con la servilleta. Ríe, llora y se siente como una idiota. Al final se queda mirando la servilleta.
– Lo sabía… ¡Se me ha corrido el rímel, vaya!
Con un dedo, Alex le acaricia la mejilla con delicadeza y a continuación le besa levemente los párpados.
– Perdóname, cariño, me siento culpable por haberlo pensado… -La estrecha entre sus brazos y respira con la cabeza hundida en su pelo. Ella sigue temblando. La siente cálida, tierna, frágil, pequeña, y en un instante piensa que lo único que quiere hacer en este mundo es protegerla, amarla sin preocupaciones, sin problemas, sin dudas, entregarse a ella en cuerpo y alma. Sí, vivir exclusivamente para verla sonreír. Alex la abraza más fuerte y le susurra-: Te quiero… -Y a continuación se aparta y la ve sonreír con los ojos de nuevo brillantes, sólo que esta vez de felicidad, de nuevo parecen tranquilos y confiados. Y es cosa de un instante, de ese instante. Decide desentrañar la duda: ¿ahora o nunca? Se decide. Ahora. Saltar. Ahora. Está sereno, tranquilo, y vuelve a su sitio mientras Niki empieza de nuevo a parlotear.
– ¿Sabes? No me lo podía creer… Quiero decir, por un lado me gustaba la idea de que frecuentases conmigo la universidad… Incluso he llegado a pensar que me encantaría estudiar contigo… Que fueses mi compañero…
Todavía ignora lo que Alex acaba de decidir, porque a veces las decisiones, poco importa que sean graves o pequeñas, se toman por las razones más variopintas y nadie sabe verdaderamente cuál ha sido el instante, la sensación, la molestia o la conmoción que nos ha empujado a hacerlo. Y, sin embargo, ocurre. Como en ese caso. Alex la ve sentada enfrente de él y le parece mayor, suya para siempre. La mira con otros ojos y simula escuchar; asiente, feliz de la decisión que acaba de tomar. Ahora. Para siempre. A saber si ella se habrá percatado de algo, si podrá adivinar lo que piensa, su espléndida decisión…
¿Cuál será su respuesta? Pero, sobre todo, lo que es más importante, ¿cómo se lo pido?
– ¿Alex?
– ¿Eh?
– ¿En qué estás pensando?
– Te estoy escuchando…
– Mentiroso… -No obstante, Niki no insiste en esta ocasión, ha recuperado la calma. Coge el DVD de La espía que me amó-. Tenemos que verla… El tipo de la tienda me ha asegurado que es fantástica… Es una de las mejores de Roger Moore, aunque la verdad es que dudaba si regalarte otra…
– ¿Cuál?
– Austin Powers 2: La espía que me achuchó. Estabas tan cómico en la facultad… -Ríen y bromean.
Viendo que la tormenta ha pasado, el propietario se acerca de nuevo a la mesa.
– Entonces, ¿ya sabéis qué pedir? Si no, la cocina cierra…
Por fin asienten con la cabeza divertidos, juegan con el menú, hablan de tonterías, comentan, piden y a continuación cambian de idea obligando al dueño a tachar lo que acaba de escribir en su cuaderno y a anotar otra cosa. El hombre resopla.
– Está bien, ya basta, yo ya me he decidido. Ensalada de frutos del mar.
– En ese caso yo pediré lo mismo.
– ¿Te apetece pescado al horno?
– Sí, perfecto.
– Está bien, entonces quizá el más fresco que tenga, para dos, y un poco de vino blanco…
– ¿Qué os apetece?
Alex la mira por un instante.
– ¿Qué te parece si cenamos con champán?
– Oh, sí, me encanta.
– Muy bien, pues en ese caso una botella de champán francés, bien fresca, eso sí.
El propietario se aleja satisfecho. A veces esas peleas… ¡Si después
hacen las paces así! Niki mira a Alex y asiente convencida con la cabeza.
– Has entendido que debes ganarte mi perdón, ¿eh?
– Ya… -Alex esboza una sonrisa sin saber muy bien por qué ha pedido el champán. Se le ha ocurrido así, embriagado por el momento, por la alegría de haber salvado lo que podría haberse convertido en una velada terrible terrible.
El propietario vuelve en un abrir y cerrar de ojos con una botella de agua mineral.
– Por el momento os dejo ésta -y se aleja sin más.
Niki hace ademán de cogerla para servirse, pero Alex se le adelanta.
– Gracias… -le dice ella risueña.
– De nada…, faltaría más.
– Me encantan todas estas atenciones. ¡Deberías venir más a menudo a la facultad! -Tras beber un poco vuelve a dejar el vaso sobre la mesa-. Mmm. ¿Sabes que casi me muero de la risa?
– ¿Cuándo?
– ¡Cuando el profesor Borghi estuvo a punto de atropellarte con su coche!
– ¡También te diste cuenta de eso!
– ¡Te había visto ya frente a mi casa!
– ¿De verdad?
– Claro, esperaba que me llamases… Hasta llegué a pensar que me había equivocado, pero después te vi aparcar en la facultad.
Alex reflexiona mientras bebe… Se ha percatado de todo, es increíble. ¿Por qué? ¿A qué se debe tanta atención? Oculta algo… Pero en un instante sus temores se desvanecen y vuelve a sentirse feliz de su decisión. Llega el champán, lo descorcha y lo sirve en las dos copas. Alex levanta la suya y busca la mirada de Niki. Ojos. Silencio. Después una sonrisa.
– Amor mío…
– ¿Sí?
– ¡Me gustaría poder pasarme la vida espiándote!
Ríen, brindan y beben mirándose a los ojos. De los altavoces del restaurante llega de improviso una canción: «La felicidad es no pensar en nada, eh… La felicidad es algo inconsciente. La felicidad es un beso de la fortuna en la frente.» Es cierto. Es justo como canta Paola Turci. La felicidad consiste en sentirse bien así, por el mero hecho de estar juntos. Claro que la felicidad es también mucho más, es poder decirle algo al otro. A Alex le encantaría poder revelarle su decisión, pero para eso necesita una idea verdaderamente extraordinaria. Algo diferente de Entre Ceja y Ceja. Algo distinto del simple letrero de un restaurante del centro de la ciudad. Le aprieta de nuevo la mano y siente un agradable estremecimiento. Como cuando sabes que todo irá bien.