Introduce la llave en la cerradura. Entra sigilosamente. Aunque lo cierto es que casi nunca lleva tacones. Diletta adora las bailarinas y, esta noche, para ver a sus amigas, se ha puesto un par de color azul claro con unos lunares marrones y un lazo a juego. Cierra la puerta a sus espaldas. Cruza el pasillo y entra en el dormitorio. Nadie la ha oído. Mira el gran reloj que hay colgado encima de la cama. La una y diez. La verdad es que hablando se les ha hecho tarde. Diletta repasa mentalmente todas las palabras que acaban de decirse en casa de Olly. No es posible. ¿Será cierto? Sí. Por un instante tiene miedo. Miedo de que todo se acabe. Su amiga se casa. ¿Y después? ¿Cómo impedir que cambien las cosas? Le viene a la mente una canción de Renato Zero: «Qué haces ahí solo, en pareja el vuelo es más azul, es hermoso, amigo, es todo, amigo, es la eternidad, es lo que permanece mientras todo se aleja, amigo, amigo, amigo, el amigo más guay será él que resista. ¿Quién resistirá?» Pues sí… ¿Quién? Se casa. Diletta repite esas palabras una, dos y hasta tres veces. Se casa. Eso quiere decir que crece, que madura, que se convierte en una mujer. Tendrá un marido, una familia e hijos. Estudiará y trabajará, y cada vez tendrá menos tiempo para mí, para nosotras. ¿Cómo es posible que no le asuste dar un paso semejante a los veinte años? Diletta se desnuda con parsimonia y se pone el pijama. Acto seguido se sienta en la cama con las piernas cruzadas. De improviso, esboza una sonrisa. Piensa en sí misma, en su situación. En todos los miedos que ha padecido de noche, cuando se despertaba de golpe con los ojos desmesuradamente abiertos y el corazón latiéndole enloquecido. El deseo de escapar y de buscar otra solución. Definitiva. Absoluta. Sin apelación. Pero después pensaba que era absurdo, que jamás conseguiría eludir así su futuro. Y luego el miedo la atenazaba otra vez. Quizá Niki también se sienta así, aunque haga todo lo posible para disimularlo. Se mira al espejo que hay delante de la cama. De repente se ve un poco más mayor. La expresión de sus ojos es diferente, más intensa. Esta noche, sin embargo, casi siente cierto alivio. Pero ¿qué estoy diciendo? Si ella tiene miedo, ¿qué debería decir yo? Si ella lo hace, si Niki es capaz de dar un paso como ése, yo también puedo hacerlo. Le viene a la mente otra idea: «El amigo más guay será el que resista.» ¿Quién será? Pero ¿por qué tiene que casarse tan pronto? Es un paso importante. Demasiado. Será fagocitada por toda una serie de cosas que la superarán. Perderá la libertad, la posibilidad de hacer lo que le gusta. Otras experiencias, estudiar en el extranjero, yo qué sé, todo lo que se hace cuando una no está casada. Cuando eres libre de elegir sin necesidad de rendir cuentas a nadie. Cuando delante de ti sólo se abren nuevas posibilidades y caminos. Pero no he logrado decírselo. Por una parte, me alegro por ella, estaba radiante. Pero, por otra, también siento miedo, e incluso rabia. Rabia, sí, porque lo mires por donde lo mires se acaba algo importante. Una etapa. Una vida. Nosotras y nuestra manera de ser. Y, de alguna forma, ella es la primera que se marcha. Se avergüenza un poco de haberlo pensado. Las Olas. Siempre juntas, suceda lo que suceda. Ahora se enfrentan a un nuevo retro. Diletta coge el móvil que ha colocado a su lado. Abre el menú de mensajes. Selecciona «Nuevo». Empieza a teclear a toda velocidad usando el T9. «¿Qué te parece?», y envía una copia doble. Pasados treinta segundos la pantalla se ilumina y el móvil vibra. Olly siempre es la más rápida en contestar. Diletta abre el sobrecito parpadeante. «Bueno, me ha causado un efecto… ¡Me ha dejado de piedra! En parte me da rabia… No tengo nada contra ella, pero me da rabia pensar que las cosas van a cambiar…» Pasados unos segundos recibe la respuesta de Erica. «Creo que está loca, casarse a los veinte años… Sólo pensarlo me aterroriza…» Las tres están de acuerdo y tienen las mismas dudas. Les contesta: «Sí, yo también opino lo mismo, pero aun así la protegeré con todo amor… de Ola. Buenas noches.» Diletta extiende las piernas, se mete en la cama y se tapa hasta los ojos como cuando era pequeña. La cama que ya tenía cuando era niña. Un poco corta, pero, en cualquier caso, suya. Disfruta con los pies de todos sus rincones. Seguridad. El refugio donde nadie puede entrar. Se siente protegida y olvida por un instante la extraña sensación que le ha producido la noticia de Niki.