Niki se asoma a la ventanilla. La diferencia horaria le ha hecho perder el sentido del tiempo. Ve un extraño amanecer a lo lejos. Es como una especie de línea que sigue el horizonte, de color naranja intenso, fuerte, que señala el inicio de un día importante. De pronto Niki recuerda su historia. Como si las imágenes pasaran ligeras entre las nubes… Un largometraje proyectado sólo para ella, la única espectadora de una sala voladora. No me lo puedo creer… Nuestro primer encuentro o, mejor, dicho, desencuentro con la moto y luego, ese mismo día, el examen de italiano que salió bien, quiero decir, que jamás me habían puesto una nota así en italiano. Sólo eso debería haberme bastado para comprender que es un buen amuleto; las mujeres no deberían soltar a los hombres como él. Y luego sus amigos, mis amigas, dos mundos muy diferentes, a años luz el uno del otro, aunque no por causa de la edad… Pero dicen que los opuestos se atraen, de manera que éramos perfectos… Niki lo mira. Alex sigue durmiendo. Somos perfectos. Sonríe y vuelve a echar un vistazo afuera. Una ala del avión corta una nube, la atraviesa, la hiere, y ella, suave, se deja hendir y después permanece suspendida en el vacío de ese infinito espacio. Niki vuelve a su película. La primera vez, preciosa, en su casa, con ese aroma de jazmín, y todas las otras veces, quizá aún más bonitas. Comer japonés de esa forma, reírse cubriéndose la boca con las manos, quizá todo sucedió a raíz de ese vestido oriental que se había puesto y que luego se había quitado, y todo lo que vino después… Y luego la sorpresa de esas fotos en la habitación, la campaña de LaLuna, verse por toda Roma… Niki se pone seria. Otro recuerdo. Más difícil, más doloroso, que sigue ahí, envuelto en la penumbra. Ese día. Esas palabras: «La diferencia de edad es demasiado grande, Niki.» Pero, en realidad, el motivo era otro. La presencia de Elena, que había vuelto. Niki se vuelve hacia él. Alex duerme feliz, tranquilo, como un angelito. No obstante, en esa ocasión no le dijo la verdad, no le contó lo que estaba sucediendo realmente. Le había hecho sentir repentinamente insegura, como si no estuviera a la altura de ese sueño que, para ella, se había convertido en realidad. Y los días sucesivos. Estudiar para el examen de selectividad sin conseguir desconectar del todo. Alex. Su mente regresaba una y otra vez a él, como si fuese un imán, como un vídeo en loop, un disco rayado en que salta la aguja y se repite una y otra vez la misma frase: «La diferencia de edad es demasiado grande, Niki.» Luego su mente y su corazón dolorosamente congelados. Verano. Unas vacaciones fantásticas en Grecia con Olly, Diletta y Erica, risas y el desesperado e inútil intento de no pensar en él… Pero después, de vuelta a casa, encontró su carta y aquellas maravillosas palabras…
A mi amor.
A mi amor, que por la mañana se ríe cuando moja una deliciosa galleta en el café con leche.
A mi amor, que conduce rápidamente su moto y nunca llega tarde.
A mi amor, que bromea con sus amigas y sabe escucharlas en todo momento.
A mi amor, presente incluso cuando me olvido de él.
A mi amor, que me ha enseñado mucho y me ha demostrado lo que significa «ser grandes».
A mi amor, que es la ola más hermosa y fuerte del mar en que todavía debo navegar.
A mi amor sincero, fuerte como una roca, sabio como un antiguo guerrero y hermoso como la estrella más maravillosa del cielo.
A mi amor, que ha sabido hacerme entender que la felicidad no llega un día por casualidad, sino que es un deseo conquistado que hay que defender.
A mi amor Niki.
Niki todavía la recuerda de memoria, la ha leído infinidad de ve-ces de días, de tardes y de noches… Hasta desgastarla, hasta saberse al dedillo todos los párrafos, hasta llorar, sonreír y, por fin, reír de nuevo. Encontrar entre sus líneas cada instante de los momentos vividos, de esa espléndida fábula de amor que creía infinita y que de repente veía resurgir de las cenizas, recuperar la vida y la sonrisa, el sueño y la esperanza, el entusiasmo y la felicidad, hasta ese día. Sí, hacer a un lado cualquier temor y partir serena rumbo a la Isla Azul, la isla de los enamorados. Donde Alex la estaba esperando desde hacía más de veinte días.
Niki se vuelve a mirarlo por última vez. Y ahora estamos aquí, a bordo de este avión en vuelo, rumbo a Nueva York. Él y yo. Todavía juntos, pese a todos los pronósticos. Qué maravilla… A treinta mil metros sobre el cielo. Sigue contemplándolo ensimismada. Con la mano apoyada en la suya, ligera, temiendo despertarlo mientras el avión prosigue su viaje a toda velocidad y los minutos transcurren silenciosos, fluyen como esos primeros rascacielos que han aparecido debajo de ellos.