Una canción se difunde lentamente por el coche. Lovelight. Es la música perfecta. Niki sigue sonriendo con los ojos cerrados. ¿Qué dice esa canción? Ah, sí… «¿Qué se supone que debo hacer para no hundirme más? Estás cavando agujeros en mi corazón y, sí, éste empieza a mostrar…» Qué cómico. No lo había pensado. Nota que aceleran y al cabo de un rato se encuentran en la campiña del Lacio, en la via Aurelia, rumbo a Civitavecchia. Rumbo al mar. El verde de los árboles cambia para dejar paso a los campos de trigo, a los colores más claros, a las retamas todavía ocultas. Las plantas van cambiando, los jóvenes olivos que hay junto a los márgenes del camino se inclinan en unos saludos nocturnos, doblados por la fresca brisa marina, sus mil hojas plateadas brillan besadas por los reflejos de la luna. El coche familiar con las tablas de surf en lo alto reduce la marcha y abandona la Aurelia. Enfila un camino de tierra, trota, rebota en las piedras redondas, entre las copas polvorientas de los árboles, que, ligeras, lo acarician a su paso, y un dulce raspar lo acompaña durante cierto tiempo hasta que el vehículo llega a la playa, luego lo abandona. Éste sigue su viaje, ahora más silencioso. Poco después el mar se abre ante sus ojos. El gran reto. El mar y su fuerza. El mar y su poderosa respiración. El mar y su rabia divertida. Unas olas grandes rompen en la orilla. Restallan espumeando encolerizadas, corren hasta la orilla y rompen contra los pequeños escollos que delimitan la playa. Varios coches con los faros encendidos en dirección al mar tiñen de luz esas olas. Unos surfistas temerarios aparecen y desaparecen deslizándose por las crestas, descendiendo como unos impávidos esquiadores marinos. «¡Yujuuu!». Los gritos llegan hasta tierra, mientras que en la playa las hogueras encendidas con ramas de pino y algún que otro viejo madero procedente de una barca que se hundió vete tú a saber dónde chisporrotean calentando a los surfistas que acaban de salir del agua y que cuentan exaltados las gestas que acaban de realizar en la oscuridad de la noche.
– ¿Estás lista? -Guido le sonríe mientras se apea del coche.
– Para esto, siempre.
Niki baja también y lo ayuda a cargar las tablas. Poco después las coloca en el suelo, se mete de nuevo en el coche y empieza a desnudarse. Al darse cuenta de que él está cerca, se detiene.
– Eh…, ¿podrías dejarme un rato sola?
Guido se vuelve.
– Claro.
Niki apaga la luz del interior del coche. Luego escruta lentamente alrededor. No hay nadie, está a oscuras. Sigue desnudándose y luego se pone el traje de surf. Le queda perfecto. Se apea del coche, dobla la camisa, el suéter y los pantalones y los deja en el asiento trasero.
– ¿Guido?
Unos segundos después, él se encuentra delante de ella.
– Ya está, ¿todo bien?
– Sí. -Guido se ha cambiado también. Deja su ropa junto a la de Niki, cierra el coche y esconde las llaves sobre la rueda delantera-. Las dejo aquí, ¿eh?, para cualquier cosa…
– Chsss. ¿Y si te oyen? -pregunta Niki.
Él se encoge de hombros.
– ¿Y qué? No hay nada que robar. -Le indica el mar con un gesto de la mano-. ¿Vamos?
– Sí.
Cogen las tablas, se las colocan bajo el brazo y se dirigen hacia el agua. Niki recuerda de repente que no le ha dicho nada a Olly, a Erica y a Diletta. Quizá me estén buscando, se preocuparán… Mis padres. Tengo que avisar a mis padres. Pero de inmediato piensa. ¿Cuánto tiempo hace que me preocupo por todo? Demasiado. Ahora es de noche y todo es precioso. Poco a poco, Niki hace a un lado sus preocupaciones y a cada paso que da se siente más y más tranquila. La arena está fría. Pasan junto a una hoguera, alrededor hay unos jóvenes que están cocinando algo.
– Eh, Guido, te guardo dos… Cuando hayáis acabado venid a calentaros un poco, ¿vale?
– ¡Por supuesto, gracias, Cla'! -Luego se dirige a Niki-: Cuando salgamos nos comemos un par de salchichas y bebemos un poco de cerveza, ¿te apetece?
– Sí, claro… -Al final Niki se olvida de sus amigas, de sus padres y del resto del mundo.
– Eh, está fría.
Ella entra también en el agua y se tumba en seguida sobre su tabla.
– Sí, helada, pero de noche es superguay… Nunca lo había hecho.
Da dos brazadas veloces, no tarda en ser arrastrada por la corriente y al cabo de un rato se encuentra mar adentro. Perdida en la oscuridad, entre los haces de luz de los coches que hay en la playa, con la luna a lo lejos, que todavía no está llena. Niki mira hacia el mar abierto esperando la ola. Algo la roza, pero no tiene miedo. Debe de ser un pez, puede que incluso grande. Silencio. Ahora no piensa en nada. Ni en sus amigas ni en sus padres. Está sola en medio del mar nocturno. Y lo más extraño es que no se ha acordado de Alex ni por un instante. Al contrario, se siente ligera. Ligera. ¿Cuánto tiempo hace que no vivía un momento como ése? Mucho. Demasiado tiempo. Y casi por arte de magia siente que el mar se retira debajo de ella y a continuación se hincha como si estuviera respirando profundamente. Está llegando una ola grande y Niki lo sabe. No necesita verla para entenderlo. Bracea a toda velocidad mar adentro y empieza a correr sobre su vigorosa estela. Para Niki es un instante, dobla las piernas y salta hacia arriba, se pone de pie, sin vacilaciones, sigue la ola, juega con la tabla, pasea por encima de ella, se dirige hacia la derecha, ahora a la izquierda, haciendo pequeñas curvas, subiendo y bajando a toda prisa sobre la empinada panza de la ola. De vez en cuando se cruza con otro surfista, lo adelanta, lo esquiva y prosigue con su juego. Sube y baja, aparece y desaparece, ella, maravillosa amazona sobre las olas salvajes hechas de agua que espumean, se encrespan debajo de ella, hasta que, después de haber domado algunas, consigue adentrarse por fin en un tubo. Acaricia con la mano la pared de agua que corre a su lado y después se deja llevar dulcemente por la última ola hasta la orilla. Mientras se está quitando la sujeción del tobillo, Guido se acerca a ella.
– Uf… ¡Aquí estoy! Ha sido fantástico.
Niki está radiante.
– Sí, precioso. Es una emoción única, en serio.
– ¿Nunca habías hecho surf de noche?
– Nunca. -Ella está conmovida, casi se le saltan las lágrimas-. Qué tontería, ¿verdad? Estas cosas se apoderan de mí de un modo increíble, te lo juro, me producen una emoción, no sé qué será…
Guido le sonríe algo avergonzado de que lo que experimenta él no sea tan intenso.
– Lo que te envuelve es la hermosura de la naturaleza, estás en perfecta armonía, sobre esas olas te sientes parte de este mundo y, además, durante la noche, en la oscuridad, no tienes puntos de referencia, de manera que… Bueno, uno oye mejor. Aunque es un privilegio al alcance de pocos. -Vuelve a sonreír-. De gente como tú…
– Qué tonto eres…
– ¡Es cierto! Es así.
– En cualquier caso, ha sido una experiencia preciosa y te la debo a ti. De manera que gracias.
Guardan silencio unos momentos. Al final, Niki dice algo para romper la turbación.
– Al principio pensaba que tendría un poco de miedo, ¿sabes? Pero no quería que lo notaras. No quería darte esa satisfacción.
– Oh, de todos modos me di cuenta…
– ¡Anda ya!
– Claro que sí… Después de la primera ola los problemas se acabaron…
Niki sonríe.
– He cogido al menos cinco.
– Seis…
– ¿Y tú qué sabes?
– Iba siempre detrás de ti. Estaba en la ola detrás de la tuya, ¿qué te creías? No te dejé ni por un momento; en cierto modo, me sentía responsable… -Niki no sabe si creerlo o no. En cualquier caso es normal, podría haber sido peligroso-. Venga, Niki, acerquémonos al fuego, así comemos algo…
– Una sabia decisión… Echan a andar.
– ¿Te estás divirtiendo de verdad?
– Claro -Guido le sonríe-. Era tu ángel de la guarda marino…
– No sé si creerte.
– Tú misma. En cualquier caso, te has metido muy bien en el tubo. Yo no lo he conseguido… ¡Aquí estamos, chicos! ¿Nos habéis guardado las salchichas o las habéis engullido ya?
Guido se sienta en medio del grupo. Niki lo mira. Entonces es cierto: siempre ha estado junto a mí. De otra forma, no sabría nada.
– ¿Qué haces? ¡Venga, que se enfría, Niki!
Ella se sienta a su lado, saluda a los otros surfistas y en un abrir y cerrar de ojos está bebiendo cerveza y, sobre todo, tiene en la mano una magnífica salchicha todavía caliente.
– ¡Mmm! ¡Qué hambre! Ésta es una cena verdaderamente digna… Está riquísima.
Una chica rubia le pasa un trozo de pan.
– Ten, todavía está caliente.
Otra le da una cestita de plástico.
– Aquí tienes unos tomates, los he lavado.
– Gracias…
Se sonríen. No se conocen, pero no hay necesidad de presentaciones. El amor por las olas es la mejor tarjeta de visita. De manera que siguen comiendo, sonriendo, charlando de sus cosas, pasándose la cerveza, contando las anécdotas de los surfistas que se han enfrentado a olas más grandes por todo el mundo. La noche va pasando y el fuego, lentamente, se va extinguiendo.
– Brrr…, empieza a hacer frío.
Niki se pasa las manos por los hombros; el traje se ha secado.
– Debería habérmelo quitado. Tengo el frío metido en los huesos… ¿Nos vamos?
– ¡Yo tengo el remedio justo para evitar que te pongas enferma! ¿Sabes que cuando te empapas con agua fría, haciendo surf o en la moto, bajo la lluvia, lo mejor es darse una ducha caliente?
– Claro, pero ¿dónde voy a darme ahora una ducha? Aquí no hay…
– No, aquí no. ¿Confías en mí?
Niki ladea la cabeza y lo mira indecisa.
– Perdona, te has fiado hasta el momento… Y lo que has hecho te ha gustado, ¿no? ¿Por qué debería engañarte precisamente ahora?
Niki vuelve a mirarlo arqueando las cejas. Pues sí, ¿por qué debería? Luego da su brazo a torcer.
– Está bien, vamos, pero que no se nos haga muy tarde, ¿de acuerdo?
– Te lo prometo.
De manera que suben al coche con la calefacción a toda marcha y la música, en cambio, soft. El aire caliente que les llega es agradable. En unos instantes da la impresión de que están en un desierto en el que el viento caliente lo seca todo. Mientras tanto, las notas de Vinicio Capossela llenan el aire. Ni que lo hubieran hecho adrede. Una Giòrnata perfetta. Un día perfecto. «La vida es un rizo ligero en el vapor de un hilo, cielo color mañana, cielo color cestito azul claro de un niño. Silbar cuando pasan las chicas como primaveras, silbar y permanecer sentado a la mesa, sin perseguir nada, ni trampas ni embozos porque… Es un día perfecto, paseo aguardando sin prisas…»
Sí. Es una velada perfecta. Niki lo mira risueña. Él también. A continuación cierra los ojos. No quiero pensar, esta noche no. Capossela sigue cantando y ella está de acuerdo con sus palabras: «No estamos hechos para sufrir, si es hora de acabar hay que marcharse, confiar en la vida sin temores, amar a la persona con la que estás o dar al que te da y no desear siempre y sólo lo que se va…»