La moto corre a toda velocidad por el tráfico lento de la tarde, se escabulle con facilidad, ágil, esbelta y silenciosa a orillas del Tíber. Niki va detrás de Guido, que, al notar cómo su amiga se coge a él con fuerza frena un poco.
– ¿Tienes miedo? -le sonríe en el retrovisor.
Niki afloja el abrazo.
– No…
Guido decide ir más despacio.
– Vale, ahora iremos así.
Y avanza más tranquilo dando un poco de gas con la mano derecha mientras que la izquierda, libre, se desliza por la pierna de Niki buscando su mano. Al final la encuentra y la aprieta. Ella mira su reflejo en el retrovisor. Qué extraño estar detrás de él con una mano en la suya… Es una sensación insólita. No la retiro, no sé por qué, pero no la retiro, y, sin embargo, no me hace del todo feliz sentirme así… Bah, no sé, me siento como oprimida, eso es, oprimida. Quiero decir que necesito absoluta libertad, completa, sin límites de ningún tipo.
Le aparta la mano y la empuja hacia adelante.
– Agarra el manillar.
– Pero si también conduzco bien con una sola…
– Lo sé, pero tú agarra el manillar, me siento más segura.
Guido resopla pero decide no contradecirla; quiere hacer todo lo que ella desea, lograr que se sienta serena. Le llevará cierto tiempo, lo sabe, aunque a saber cuánto. Y si bastará. Entonces acelera un poco.
Niki se sujeta en los asideros laterales que tiene debajo de ella y empiezan a correr de nuevo, esta vez hasta llegar a la piazza Cavour, después Guido dobla a la izquierda y se detiene en una esquina.
– Hemos llegado. Aquí preparan unos aperitivos extraordinarios… ¿Te apetece?
– ¡Muchísimo!
– Bien, yo también tengo un poco de hambre. -Pone el caballete a la moto y la ayuda a bajar.
Poco después están dentro de local. Hay una radio encendida. En ella suena alguna que otra vieja canción, aunque también algunas más recientes. Niki reconoce la emisora Ram Power. Una la vives, una la recuerdas. Alex la escucha siempre. Pero no presta mayor atención.
– ¿Qué vas a tomar? -Guido le indica algunas cosas de comer que hay al otro lado del cristal-. Esos rústicos son deliciosos, pero también las pizzetas; son secos, con un aceite ligero…
Justo en ese momento les llega desde los altavoces otra melodía: «¡Tómatelo así! No podemos hacer un drama de esto, dijiste que conocías los problemas de mi mujer.» Niki la escucha. Cuánta razón tiene. No hay nada peor que una canción que dice las verdades.
– Yo tomaré unas cuantas pizzetas y un rústico… sin anchoas.
– ¡Vale! -Guido se dirige al camarero-. ¿Nos podemos sentar fuera?
– Sí, claro, voy en seguida.
De manera que salen y se sientan a una mesa mientras la canción sigue sonando. «No te preocupes, tendré que trabajar mucho…» Niki se aleja con el pensamiento. Imagina, recuerda y reflexiona. A saber qué estará haciendo ahora, quizá esté trabajando realmente.
– ¿En qué piensas?
Niki casi se ruboriza al ser pillada por sorpresa.
– ¿Yo? En nada… Nunca había venido aquí.
– Ya verás como te gusta.
Guido le sonríe y le acaricia la mano. Otra vez, piensa Niki. Quiero ser libre. Le viene a la mente otra idea. Además, no me gusta mentir. Quiero poder pensar en lo que me apetece.