Ciento cuarenta y dos

– Ahí está, es ése…

Raffaella le indica un pequeño portal. Alex aparca el Fiat 500 justo delante con una rápida maniobra y a continuación apaga el motor. Ha bebido menos que ella. Mucho menos. Raffaella se apoya en el respaldo y saca las llaves de casa del bolso. Después, todavía un poco achispada, pero lúcida, le sonríe.

– ¿Puedo invitarte a subir?

Alex permanece en silencio y en ese instante mil pensamientos se apoderan de su mente. Positivos, negativos, contradictorios, pasotas, lujuriosos, deseosos y correctos. Trabaja contigo. ¿Y qué más da? Es ella quien se la está buscando, Alex. Mira sus piernas, mira su cuerpo, es guapísima, Alex. ¿Quién podría decir que no? ¡Quién podría decir que no! Nota su perfume ligero, sus profundos ojos y el vestido ligeramente ladeado que resalta la parte de la pierna que queda al aire, haciéndola, si cabe, aún más deseable. En ese instante Raffaella parece leerle todos sus pensamientos o, al menos, buena parte de ellos.

– No he bebido mucho, Alex… -Como si ése fuera el único y auténtico problema-. O, en todo caso, no lo suficiente.

Él piensa en esas palabras. «O, en todo caso, no lo suficiente…» ¿Qué habrá querido decir? ¿No lo suficiente para hacerlo, o no lo suficiente como para hacerlo de manera inconsciente? De modo que, si decido hacerlo, es porque quiero, no porque esté borracha. En fin, ¿qué quiere decir esa frase? De no ser porque, de nuevo, ella sale en su ayuda, le habría faltado poco para embriagarse con esas palabras.

– Venga, sube… Tengo una sorpresa para ti.

De nuevo unos instantes de silencio. Alex sonríe finalmente.

– Y después te vas.

Así pues, nada comprometido, o al menos, no en ese sentido. Además, Raffaella vuelve a sonreír. Alex se apea del coche sin decir una palabra.

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