Veintisiete

Mañana soleada. Es pronto. Apenas hay gente. Las ventanas resplandecen con una luz agradable y blanca que se refleja en las paredes del edificio de enfrente. Alex entra en el despacho de Leonardo, que se sorprende.

– ¡Buenos días! ¡Qué alegría verte de buena mañana! ¿Me traes otro regalo?

Alex se sienta delante de él.

– Querido director… ¿Acaso crees que te lo mereces?

Leonardo arquea las cejas presagiando la tormenta.

– Entiendo. ¿Quieres un café?

– ¡Ya he tomado uno!

– ¿Una tila?

Alex ladea la cabeza y Leonardo sonríe para disculparse.

– Vale, estaba bromeando. Pero me parece que he hecho todo lo posible para que te sintieras mejor en el trabajo. Nadie tiene una ayudante como la tuya. Quería que te sintieras feliz…

– Precisamente, yo ya lo era…

– ¿Y bien?

– Búscame otra.

– Pero es la mejor, la más competente, la más…

– Sí, ya imagino todo lo que podrías añadir. Puedo intuirlo sin necesidad de que me eches una mano…

– ¿Entonces?

– Asígnala a otro. Con una ayudante así trabajaré menos, de modo que tú también saldrás perdiendo. Es una distracción…

– Pensaba que te gustaría… Que te haría feliz…

– Ya te he dicho que soy feliz, muy feliz… Y, sobre todo, quiero seguir siéndolo.

– Bien, como quieras. -Leonardo se levanta del escritorio-. De acuerdo. Lo he entendido. Ha firmado un contrato por un año, de manera que no puedo despedirla. La mantendremos a nuestra disposición y la haré trabajar en otro de mis proyectos.

– Me parece perfecto.

– Sólo pretendía darte gusto.

– ¿De verdad quieres hacer algo por mí?

– ¡Claro! Te lo digo en serio, con toda sinceridad.

Alex sonríe y decide fiarse de él. Le cuenta su plan y se queda sorprendido del entusiasmo que demuestra Leonardo al oírlo.

– ¡Muy bien! ¡No acabo de entender qué piensas hacer allí, pero te lo mereces! Además, estoy seguro de una cosa: eso te dará ideas para trabajar después en nuestro cortometraje.

Alex se vuelve y lo mira irritado. Leonardo abre los brazos.

– Solo. Máxima creatividad, sin ayudante o posibles distracciones…

– Vale.

Alex le estrecha la mano.

– De acuerdo entonces.

Y sale a toda prisa de su despacho, se precipita hacia el ascensor, pero se encuentra con Raffaella en el pasillo.

– Hola, Alex, mira, he recopilado unas cuantas películas que podrían darnos algunas ideas para nuestro proyecto.

Él sigue caminando hacia el ascensor.

– Lo siento, pero voy a salir a hacer unas gestiones. El director ha decidido asignarte a uno de sus proyectos personales… -Alex llega al ascensor y aprieta el botón de llamada.

– ¿Cómo? -Raffaella parece visiblemente decepcionada-. No sabía nada…

Alex entra en el ascensor.

– Lo siento. A mí tampoco me ha gustado la idea. Me lo acaba de decir… Pero ya sabes cómo es, ¿no? En menos que canta un gallo cambia las cartas que hay sobre la mesa…

Pulsa un botón y el ascensor se cierra sin darle la posibilidad de responder. Como última imagen, Alex ve su cara enfurruñada. Y por el resquicio que dejan las puertas ve que ella se vuelve sobre sus magníficas piernas.

Habría sido imposible resistir a la tentación. También eso es amor.

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