Ochenta y seis

Diletta echa un vistazo a su móvil. Nada. No me ha contestado. ¿Será posible? Hace días que le mando un sms detrás de otro y él todavía no se ha dignado responderme. Nerviosa, vuelve a abrir el menú. Mensaje nuevo. Teclea a toda velocidad. «¿Dónde te has metido? ¿Cuándo nos vemos?» Pasados unos minutos el móvil vibra. Diletta se apresura a mirar la pantalla. El sobrecito parpadea. Bien. Lo abre. «Hola, amor. ¿Te apetece ir a correr al parque dentro de dos horas?»

Filippo. ¿Ir a correr? Pero ¿es que ya no se acuerda de la situación en la que nos encontramos? Parece que lo ha olvidado por completo. «Hola, cariño. No tengo ganas. Esta mañana he tenido náuseas.» Lo envía. Pasados unos segundos se produce una nueva vibración. «Ah… OK. Lo siento. Si esta noche estás mejor, ¿quieres que vayamos al cine?» Genial, ni siquiera me pregunta cómo estoy ahora. «Te llamo más tarde.» Se lo envía. Y si tengo ganas… Todavía no me encuentro muy bien.

Uf, pero ¿por qué no contesta? Jamás hace eso. Me está haciendo enfadar. Basta. No se me vuelve a escapar, ahora verás. Diletta coge de nuevo el móvil. Busca el nombre en la agenda. Aquí ésta. Tecla verde. Una, dos, tres llamadas. Como no me conteste me planto debajo de su casa.

– Diga.

– Niki, ¿se puede saber dónde te habías metido?

– ¿Quién es?

– ¿Cómo que quién soy? ¿Qué te pasa? ¿Has perdido el seso? ¡Soy yo! ¡Diletta!

– Ah, hola…, perdona, es que he cogido el móvil sin mirar la pantalla… No he visto tu número… ¿Cómo estás?

¿Que cómo estoy? Confundida. Asustada. Excitada. Hormonal-mente inestable. Por un instante a Diletta le gustaría decírselo: «Oh, bien, estoy embarazada.» Pero no se puede anunciar algo así por teléfono. No.

– Estoy bien. Un poco cansada, pero bien. Y ahora dime, ¿por qué no me has contestado a los mensajes que te he enviado en los últimos días? ¡Te habré escrito al menos siete!

– Tienes razón, perdóname… Los he leído, pero luego nunca encontraba tiempo para contestarte… Me odio… Estos preparativos me están matando.

Diletta nota algo extraño en el tono de su amiga. Es bajo, un poco arrastrado. Parece cansada. No es su voz habitual. Da la impresión de ser otra persona.

– ¿Todo bien, Niki?

Niki se sienta en la cama. Se le saltan las lágrimas. Indomables. Rebeldes. Cabezotas. Aun así, consigue contenerlas.

– Sí, sí… Sólo que creo que estoy metida en un buen lío. Tengo una infinidad de cosas que hacer. Me están ayudando las hermanas de Alex…

– Ah… -Diletta se extraña. Siente una ligera punzada en el estómago que no tiene nada que ver con el embarazo-. Pero bueno, podrías haberlo dicho, ¿no? Las Olas estaremos siempre dispuestas a echarte una mano… Pero si no nos lo pides… -Niki se muerde el labio. Es cierto. No logra involucrarlas. A ellas. A sus mejores amigas. Las ha dejado al margen, las hermanas de Alex la han fagocitado. Pero ¿de verdad es ése el problema? Sigue escuchando a Diletta-. También Olly y Erica llevan días intentando ponerse en contacto contigo y están preocupadas. Desde la noche en que nos dijiste que te casabas prácticamente no hemos vuelto a tener noticias tuyas… -Diletta intenta no recargar demasiado las tintas, pero se da cuenta de que está irritada.

¿Cómo es posible que nuestra amiga se case y nos haga a un lado? Algo no funciona. En el fondo, nunca lo confesarías. Siempre lo hemos hecho todo juntas, hemos compartido las cosas, tanto la risa como el llanto, nos hemos ayudado y comprendido. Y ahora, ¿qué sucede? Justo cuando está a punto de suceder algo tan importante, ¿qué ocurre? Qué rabia. De repente cae en la cuenta de que también a ella le resulta difícil tener a su lado a sus amigas en un momento tan delicado como el que está viviendo. Y se siente culpable.

– Sea como sea, Niki, ya sabes que nosotras te queremos mucho y que nos gustaría estar a tu lado, colaborar… ¡Venga! ¡Será divertido! ¿Qué haces hoy, por ejemplo?

– Voy a echar un vistazo a una de esas tiendas de vestidos de novia…

– ¡Ah! ¡Genial! ¿Podemos acompañarte? Mando un sms a Olly y a Erica y nos vemos donde prefieras. Basta con que me digas a qué hora.

– He quedado ya con las hermanas de Alex.

– No, de eso nada, ¡hoy eres nuestra! Diles que has cambiado de idea y que vienes con nosotras. Te recojo dentro de una hora, ¿de acuerdo?

Niki reflexiona durante unos segundos. Es evidente que Margherita y Claudia se enfadarán. Quedamos ayer. Les sentará mal…

– ¿Todo bien, Niki?

– Sí, a ver cómo puedo arreglarlo. Nos vemos dentro de una hora -dice, y cuelga.

Satisfecha, Diletta manda un sms doble a Olly y a Erica. «Acabo de ganar el premio al mejor investigador del año. ¡He conseguido sacar a Niki de su madriguera! Liberaos de todo. Paso a recogeros dentro de treinta minutos y luego iremos a su casa. Hoy se prueba el vestido de novia.» Lo envía.

Pasados unos segundos le llegan las respuestas de sus amigas. «¡Sí, genial, de acuerdo!», «A mí no me contestaba, ¡me va a oír!».

Niki coge el móvil y exhala un hondo suspiro. Acto seguido busca el número y llama.

– ¿Sí…, Margherita?

– Buenos días, Niki, sí, dime, pasamos a recogerte a las seis, ¿de acuerdo?

– Gracias, pero… quería decirte que hoy no puedo. ¿Podemos dejarlo para otro día?

– Pero si ya le he dicho a Claudia que vamos, e incluso ha dejado a los niños en casa de su abuela…

Niki resopla, algo molesta. Se siente mal, pero ahora no puede llamar a Diletta para cancelar la cita. Se enfadaría a rabiar, y con razón. Hace días que no se ven.

– Sí, ya me imagino, perdona… Lo que ocurre es que mis amigas van a pasar ahora a recogerme, se lo he prometido.

– Pues vaya un problema. Primero sales con ellas y después con nosotras. ¡En el taller de costura nos esperarán aunque lleguemos a las seis y media! Quedamos así, entonces. ¡A las seis y media en tu casa!

– Está bien… Hasta luego.

No. No me lo puedo creer. No he sabido decirle que no. ¿Y ahora qué hago?

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