Ciento cuarenta y uno

El autobús se dirige rápidamente hacia el ponte Matteotti. Acaba de regresar a Roma procedente de Ostia. Se detiene en la plaza.

– Hemos llegado, señores.

Los clientes se apean tras dar las gracias por la maravillosa velada. Hay que reconocer que lo ha sido. La cena, la música, todo era perfecto, piensa Alex.

– ¡Vaya! -Raffaella tropieza con un adoquín y, de no ser porque Alex la sujeta por un brazo, habría estado a punto de caer al suelo-. Gracias… -sonríe, lánguida-. No me he caído por un pelo. Si no hubieses estado tú…

Está achispada, casi borracha.

– Ya veo… Creo que será mejor que conduzca yo.

– Claro.

Raffaella busca confundida las llaves en su bolso hasta que las encuentra. Alex desactiva la alarma del coche, le abre la puerta y la ayuda a subir, luego rodea el vehículo, sube a su vez, ajusta el retrovisor y arranca.

– ¿Dónde vives?

– Cerca del despacho, en la via San Saba.

– Ah, qué cómodo, así puedes dormir un poco más por la mañana -comenta él, y se dirige tranquilo a esa dirección.

Guido se detiene delante de casa de Niki.

– ¿Has visto? He mantenido mi juramento: no hemos llegado tarde…

Niki se quita el casco.

– Ya. No sabes las hostias que te habría dado si no lo hubieses hecho.

– Pero debemos mantener una buena relación, serena, tranquila… ¡Ésta no debe estar basada en el terror!

– ¿A qué terror te refieres?

– ¡Al que generas tú!

Unos pisos más arriba, Roberto está en la terraza de casa fumándose un cigarrillo.

– No fumes demasiado, ¿eh? -Simona acaba de salir.

– Pero si es el primero de la noche. -¿Seguro? -Se apoya a su lado en la baranda con una taza en la mano.

– ¡Claro! No te miento. ¿Qué bebes?

– Una tisana.

– Ah, qué rica, es cierto. Se nota el aroma. -Roberto da otra calada y después, casi sin querer, mira la esquina de la calle que queda debajo de su casa-. Oye, ¿ésa no es Niki?

Simona bebe otro sorbo de su tisana y a continuación se acerca a su marido.

– Sí, creo que sí.

En un abrir y cerrar de ojos, la suposición se transforma en certeza. Junto a Niki hay un chico que acaba de bajar de la moto.

Roberto se vuelve desarmado hacia su esposa.

– Es Niki, en efecto…, ¡pero no está con Alex!

– Eso parece.

– ¡Es otro!

Guido mete el brazo por dentro del casco y sonríe.

– Venga…, estoy bromeando. Ha sido una velada preciosa.

Niki asiente con la cabeza.

– Sí, es cierto. Gracias.

– Bueno… -Guido la atrae hacia sí-. ¿Quieres que pase a recogerte mañana para ir a clase?

– No, gracias. Tengo otras cosas que hacer durante el día, así que iré con mi moto.

Lo cierto es que no sabe muy bien qué hacer, dar vueltas para organizar la boda no, por descontado, pero quiere ser de todas formas independiente.

– Vale… -Guido le sonríe-. Como quieras…

Roberto y Simona se miran. Roberto está visiblemente preocupado.

– No es lo que parece, ¿verdad?

Simona sacude la cabeza.

– No sé qué decirte.

En el preciso momento en que vuelven a mirar a la calle, Guido abraza a Niki y la besa. Es un beso ligero, no demasiado largo ni tampoco apasionado, pero un beso a fin de cuentas.

Niki se separa de él.

– Adiós. Nos vemos en la facultad -dice.

Se escabulle y Guido sacude la cabeza. No tiene remedio. Es dura. En Fuerteventura las cosas irán mejor, estoy seguro. Arranca la moto y se aleja.

Niki cruza la verja y antes de llegar al portal mira hacia arriba. No sabe a ciencia cierta por qué lo hace, el caso es que tiene una extraña sensación. Ve a Roberto y a Simona asomados. ¡Oh, no, lo han visto todo! Entra en el edificio.

Roberto mira aturdido a Simona.

– Te lo ruego, dime que no es verdad, dime que no es así, dime que es una fantasía, mejor dicho, una pesadilla, que ha sido un sueño. ¡Te lo ruego, dímelo! Simona niega con la cabeza.

– Te estaría mintiendo…

Y tras dejar el cigarrillo y la tisana corren hacia la puerta del salón para esperarla.

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