Olly está trabajando en la enésima lista de direcciones. Son las nueve de la mañana y ya está en el despacho. De repente suena el teléfono en su escritorio. Qué extraño. Nadie me llama nunca aquí. Se habrán equivocado. Coge el inalámbrico y responde.
– ¿Hola?
En un primer momento Olly no reconoce la voz. El tono es perentorio.
– ¿Hola? ¿Hola?
– ¿Sí? -responde Olly.
– ¿Hablo con la guardería? ¿Estás ahí, criatura?
Olly palidece. Es Eddy.
– Sí, sí, aquí estoy. Dígame.
– No tengo nada que decir…, tengo que verlos. Tus diseños. Después de comer.
Olly palidece aún más. Los diseños. De manera que el otro día hablaba en serio. ¿Y ahora qué hago? ¡No los tengo preparados!
– Esto…, sí, claro. Se los llevo luego -y cuelga.
¿Y ahora cómo me las arreglo? Abre rápidamente el cajón. Coge la carpeta. Hojea los diseños buscando algo que pueda servir. No. No. No. Éstos no, ¡además, ya ha visto por lo menos la mitad! Caramba. Simone entra en el despacho y nota la agitación de Olly. Su primera reacción es poner pies en polvorosa. Todavía está un poco decepcionado por su comportamiento. Hasta el momento no le ha dicho que sabe por qué estaba delante de su casa aquella mañana. No quería avergonzarla. La mira de nuevo. Salta a la vista que está bloqueada. Pero ¿qué le habrá pasado? Decide acercarse a ella.
– Hola, Olly…
Ella alza la cabeza de golpe.
– Ah… Hola, Simo…
– ¿Qué te pasa?
– Estoy acabada… Hace unos días Eddy me pidió que le hiciese unos diseños. Bueno, la verdad es que no me dijo precisamente que los quería, pensé que me estaba provocando, de manera que no le hice caso. Creía que bromeaba. Sólo que ahora me ha llamado y me ha dicho que quiere verlos después de comer. Estoy acabada, muerta. -Se lleva las manos a la cabeza y a continuación se frota los ojos.
Simone la mira.
– ¿Ves como quería darte una oportunidad?
– Eh, sí…, eso parece. Y yo lo he echado todo a rodar.
Simone sonríe.
– Si te rindes en seguida es porque no eres lo suficientemente dura… En el mundo de la moda hay que hacer posible lo imposible.
– Pero ¿qué hago? Tengo que combinar los tejidos… Soy un desastre. -Está a punto de echarse a llorar. Simone reflexiona por unos segundos y luego acerca una silla.
– Coge el álbum…
Olly lo mira con los ojos empañados.
– ¿Qué quieres decir?
– Veo que esta mañana estás aún un poco dormida, ¿eh? Saca el álbum y los lápices.
Olly le obedece.
– Nos inspiraremos en estos tres… -saca tres diseños de Olly-, y los modificaremos. Después iré abajo y elegiré las telas que van bien. Venga, si empezamos ahora acabaremos entre la una y la una y media.
Olly lo mira. Acto seguido se inclina y le planta un beso en mejilla.
– Eres un cielo…
– Lo sé. Sólo que tú aún no te has dado cuenta…, ¿o qué creías? -Se pone a dibujar. Olly lo secunda.
Después de cuatro horas de trabajo ininterrumpido, sin una pausa ni siquiera para tomar un café y durante el cual se intercambian consejos, borran, vuelven a dibujar y, por último, consideran las telas que Simone ha cogido en la sastrería, Olly sale del despacho y cruza apresuradamente el pasillo. Llama a la puerta de Eddy. Nadie le responde. Lo intenta por segunda vez. Nada. No es posible. No está. Tengo que encontrarlo. No quiero que piense que he llegado tarde. O que se marche. Baja corriendo la escalera. Pregunta a la chica de la recepción. No saben dónde está. Lo busca en el bar. Nada. Va a la sala de reuniones. Nada. Vuelve a subir y llama de nuevo a su puerta.
– ¿Quién es?
Menos mal. Ha vuelto.
– Olimpia Crocetti.
– Ah, sí…, pasa. A ver si conseguimos ascenderte.
Olly acciona el picaporte, respira hondo y entra. Eddy está sentado en su sillón de piel con los pies sobre el escritorio. La mira. Olly empieza a hablar un poco agitada.
– Menos mal… Creía que ya no estaba… Quiero decir, que se había ido… Eso es, sí…, que pudiera pensar que me había retrasado…, que no tengo palabra…, en fin…
– Estaba en el baño, eso es todo.
– Ah, claro…
Olly se queda de pie petrificada.
– ¿Bueno, qué? ¿Te acercas o tengo que levantarme yo?
– No…, quiero decir, sí… En fin, que aquí estoy -Olly se aproxima a él y se sienta.
Tiende a Eddy la carpeta con los tres diseños. Él la abre de mala gana. Observa el primero. A continuación el segundo. El tercero. Impasible. Como siempre. Olly lo conoce ya. Pasados varios minutos de silencio interminable en que las manos de Olly empiezan a sudar y sus orejas se encienden, Eddy la mira. La escruta por unos instantes. Examina una vez más los diseños. Después a Olly. De nuevo los diseños. Por último a Olly.
– ¿Los has hecho tú?
– Sí…
Por unos segundos le gustaría decirle que en realidad los ha terminado gracias a Simone, que las ideas son suyas, eso sí, pero que si no hubiera sido porque Simone las modificó un poco, les dio el último toque y eligió las telas…
– No me lo acabo de creer. Si estuviésemos en el colegio diría que has copiado.
– De mí misma…
Eddy la mira y hace una mueca.
– Encima graciosa… -Examina otra vez los diseños-. Considérate ascendida.
Olly apenas puede creer lo que está oyendo. No sabe qué decir. Tiene unos ojos abiertos como platos y la boca seca.
– Puedes respirar, ¿eh?…
– ¿Eh? Ah…, sí…, no, es que…
– ¿Pero tú tartamudeas siempre? Mira que una estilista cuyos tres diseños están a punto de entrar en producción… -Eddy se interrumpe un momento, consciente del peso de sus palabras- no puede permitirse el lujo de tartamudear. Imagínate el ridículo que haremos…
Olly lo mira. Y de golpe siente que lo quiere. Hace ademán de levantarse, querría abrazarlo. Él se da cuenta.
– Por el amor de Dios, ni se te ocurra, quítatelo de la cabeza de inmediato. Y ahora márchate. Coge los diseños y llévalos a producción. Los llamo ahora mismo. Venga, venga, hasta luego -con un gesto de la mano le indica que salga.
Olly coge al vuelo las hojas de la mesa y la carpeta, se despide de él, tropieza con la alfombra, sale y cierra la puerta. Se apoya en ella cerrando los ojos. Respira profundamente. No me lo creo. No es posible. Luego se repone y baja corriendo la escalera. Cuando llega a la mitad se detiene, retrocede, vuelve a cruzar el pasillo y entra en el departamento de Marketing. Simone está mirando algo en la pantalla de un portátil. La ve entrar corriendo. Feliz. Loca. Con la cara roja. Un poco sudorosa.
Ella se abalanza sobre él y lo abraza.
– ¡Los ha incluido en producción, los ha incluido en producción! -Salta mientras lo arrastra. Todos la miran estupefactos.
Después Olly se separa, le da un beso en la mejilla a Simone y escapa de nuevo, esta vez hacia el piso de abajo. Sí -piensa-, Simone es un verdadero ángel. De torpe, nada. Si Olly supiese hasta qué punto le ha costado lo que ha hecho lo apreciaría aún más.