Sesenta y dos

Dan vueltas por el gran salón vacío.

– Es precioso… En serio… Me mudaría a vivir aquí.

Pietro mira a Enrico sorprendido.

– Pero bueno, ¿me tomas por gilipollas?

– No, en absoluto, me gusta mucho, un loft así en Flaminio…, es un sueño. Además, parece silencioso, y es grande, tiene un montón de habitaciones. -Enrico deambula por la casa verdaderamente impresionado-. Y está rodeado de verde… Da la impresión de que estás en el campo sin dejar de vivir en la ciudad.

– Sí, sí, te he entendido. Yo, en cualquier caso, preferiría estar en mi casa, con mi esposa y mis hijos.

Por un momento resulta obvio hasta qué punto todo ese asunto lo entristece. Enrico se da cuenta.

– Oye, ¿no querías la bicicleta? ¡Pues ahora, a pedalear!

Pietro lo mira estupefacto.

– Pero ¿qué dices? ¿Estás loco? La bicicleta era el matrimonio… ¡Y seguiría pedaleando de buena gana!

– ¡Eso sí que no! ¡Es justo lo contrario! En tu caso eres tú el que lo ha echado todo a rodar, todo… Tú te has buscado esta situación, a diferencia de lo que me ha sucedido a mí. En mi caso ha sido mi mujer la que me ha abandonado. Tú, en cambio, te has esforzado siempre mucho para que te abandonase.

– Mira, menos mal que eres asesor fiscal y no abogado matrimonialista…, porque, de lo contrario, estoy seguro de que Susanna te habría elegido y me habrías hecho sudar la gota gorda.

– ¿Ves, ves?… Lo que te preocupa realmente es el dinero, no la posibilidad de volver con ella. ¡Y aún te lamentas! En mi opinión, hasta ayer lo vuestro fue un milagro, luego quisiste tirar demasiado de la cuerda… y catacrac, ¡se rompió!

– La verdad es que, visto así, me deprimes aún más… Resulta que ahora todo es por culpa mía… He roto la cuerda y me he quedado con un trozo en la mano con el que sólo puedo hacer una cosa…

Enrico arquea curioso las cejas.

– ¿El qué?

– Ahorcarme.

– ¡Anda ya! No digas esas cosas, no seas tan dramático. Quizá esta situación te sirva, te sea útil…, puede que ahora que te has quedado solo consigas razonar… Además… -prosigue señalando el loft-, mira lo que tienes ahora.

– Es de un cliente que no me paga desde hace años y al que le llevo todos los casos de sus edificios… Dado que tiene un sinfín de pisos, podría haberme dejado uno más céntrico, yo qué sé, quizá más cerca de mi familia.

– Muy bien. ¿Ves, Pietro?, ése sí que es un bonito pensamiento, así podrías estar al lado de tus hijos.

– ¡No, así podría vigilar a mi mujer!

– Vaya… Por una vez que parecías sinceramente comprometido, veo que no, que en el fondo las cosas importantes te resbalan.

– ¿Cómo puedes decir que las cosas importantes me resbalan? Perdona, pero yo sigo pagando la hipoteca de la casa donde viven…, y ella, mientras tanto, se dedica a salir con otro. ¡En la práctica es como si ella se divirtiese a mi costa! ¿Qué pasa? ¿Que de repente me ha salido otra hija?

– Me has dejado de piedra. ¿Te das cuenta de lo que dices? Bueno, creo que hasta ahora tú te has divertido mucho, puede que demasiado, y que ahora le toca a ella…

Pietro lo mira fijamente y por un instante una idea lo atormenta. Dios mío, ¿se habrá enterado de la historia con Camilla? Pero si eso fue hace años. Y su esposa estaba triste, aburrida, tenía ganas de divertirse. Recuerda algunos momentos íntimos que compartieron. Vaya si tenía ganas de divertirse. Se avergüenza un poco.

Enrico interrumpe sus divagaciones:

– ¿Qué pasa? ¿En qué estás pensando?

– ¿Yo? En nada… Tienes razón, me he divertido demasiado y, como no podía ser menos, la rueda gira. Pero pensaba que eras amigo mío, y no suyo…

– Y, de hecho, aquí me tienes, intentando echarte una mano, pero ser amigos significa entre otras cosas decirse la verdad…, sí, esa que quizá a veces te molesta oír, pero que ayuda a aceptar la realidad…

Uf -piensa Pietro para sus adentros-, no sabe nada.

– Sí, sí, claro…

– Una cosa, ya que hablamos de aceptar la realidad, saquemos todo lo que llevo en el coche, venga…

Salen a la calle. Pietro abre el maletero y empieza a descargar una pila de maletas.

– Pero bueno, ¿has vaciado la casa?

– Es todo lo que necesito… Los trajes, los libros, unas cuantas sábanas, los suéteres, las camisas, las cosas de trabajo que tenía en el despacho de casa… Todo. Has de saber que Susanna me dijo que, si no me lo llevaba, lo quemaría.

– Ah, entiendo.

Enrico coge dos maletas y entra en casa.

– Claro que si está verdaderamente enfadada-Poco después llega Pietro con otras dos maletas.

– Pues sí, mucho. No sé cómo, pero incluso han salido a la luz otras historias… La verdad es que no sé quién puede haberla llamado, pero cuando se supo que habíamos roto daba la impresión de que todos sabían algo sobre mí. Le han contado no sé cuántas historias que se supone que he tenido con las canguros de mis hijos, con una amiga suya, con otra que frecuentaba a su mismo peluquero… en fin.

– ¿De verdad? ¿Y son ciertas?

– ¡Ni por asomo! Hay que ver cómo le gusta malmeter a la gente… O exagerar… -Enrico sale con Pietro a buscar otras bolsas que siguen en el coche-. Pero si incluso le han dicho que tenía una relación con la esposa de uno de mis amigos. ¿Te das cuenta? ¡Con la esposa de un amigo! Con todas las mujeres que hay en el mundo… ¿Me crees capaz de liarme con la esposa de un amigo? ¡Venga ya!

Enrico sacude la cabeza.

– Es cierto, la gente necesita ser mala para ser feliz.

Pietro lo sigue, coge unas carpetas abarrotadas de folios y sonríe para sus adentros. No es cierto, nadie ha mencionado por el momento ese tema, pero al menos así, si a alguien se le ocurre sacar a colación su historia con Camilla, ellos ya habrán hablado antes sobre el tema.

– ¿Dónde quieres que las ponga?

– Déjalas ahí, al pie de la escalera.

Enrico deja las dos maletas en el suelo y a continuación mira alrededor.

– ¿Cuántas habitaciones tienes?

– Arriba hay cuatro dormitorios. Más los cuartos de baño. Abajo hay uno, más un salón, un cuarto ahí detrás, otro baño y la cocina al fondo… Además de este salón doble que, como ves, da al jardín interior… -Pietro descorre una cortina y le muestra el gran espacio que hay fuera.

– ¡Es precioso! Por lo visto, ese cliente te debe una pasta…

– Sí, pero algunos tipos son verdaderamente estúpidos. En lugar de alquilarlo y pagarme con ese dinero, ha preferido darme lo que me debe gratis. En realidad sale perdiendo. Pero ¿qué hora es?

– Las ocho.

– Deberían haber llegado ya.

– ¿Quiénes?

– Flavio y Alex. He quedado con ellos a esta hora.

– Bueno, ya aparecerán. Mientras tanto, acabemos de poner en su sitio el resto de las cosas.

– Por eso precisamente quería que viniesen ellos también. ¡Iremos más de prisa!

– Ah…

– A saber lo que nos tendrá que contar Alex… ¡Me ha parecido excitadísimo!

– Yo tengo mis sospechas…

– ¿De qué se trata?

– No, no quiero decir nada para que no traiga mala suerte.

Justo en ese momento llaman a la puerta. Pietro va a abrir.

Es Flavio.

– Ah, es aquí… Sólo faltaba que no te encontrase…

Entra y se tira desconsolado sobre el sofá. Pietro cierra la puerta y se reúne con Enrico en el salón. Los dos miran preocupados al amigo.

– ¿Qué ocurre?

– ¿Has perdido el trabajo?

– No, mucho peor, he perdido a mi mujer.

Enrico se sienta a su lado.

– Coño, tú también. Lo siento -le apoya una mano en la pierna.

Flavio se vuelve hacia él. Está abrumado, mucho. Se abrazan.

– Lo siento mucho, coño. -Pues bien…, aquí estamos… -Pietro abre los brazos-. De una manera u otra, volvemos a estar como cuando íbamos a la facultad.

– ¿Qué quieres decir?

– Solteros.

– Ah, creía que ibas a decir que éramos unos desgraciados.

Pietro se dirige a la cocina.

– ¿Y eso por qué? Volvemos a empezar desde cero. Somos tres…, y estamos llenos de esperanzas. -Abre la nevera.

– No, no… Es verdad… Somos unos auténticos desgraciados.

Flavio y Enrico lo miran.

– ¿Por qué?

Pietro abre por completo la puerta de la nevera.

– ¡No hay nada para beber!

Llaman a la puerta. Es Alex.

– ¡Aquí estoy!

Pietro le arrebata lo que lleva en las manos.

– No me lo puedo creer. Mirad lo que ha traído… -Se lo enseña a los demás-. ¡Una botella de champán!

– ¡Caramba!

– Estupendo.

– ¿Os dais cuenta de que a veces la suerte…? -Pietro empieza a quitar el papel que rodea el tapón.

Alex cierra la puerta y se dirige risueño hacia el centro del salón

– ¿Sabéis lo que quiero celebrar?

– No, suéltalo ya…

– ¡Me caso!

Flavio no da crédito a lo que oye.

– No, no es posible.

Se lleva las manos a la cabeza. Alex lo mira asombrado. Se acerca a Pietro.

– Pero ¿por qué se lo toma así? -le susurra al oído preocupado-. ¿Qué pasa? ¿No le parece bien?

– No… -Pietro quita la redecilla metálica del tapón-. Cristina lo ha dejado hoy…

– Ah, lo siento. Caramba, no lo sabía…

Y mientras lo dice, el corcho de la botella sale disparado con un perfecto sentido de la oportunidad.

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