Ciento diez

Niki está delante del espejo, todavía muy cabreada. ¡No me lo puedo creer! ¡No me lo puedo creer! Coge el móvil y lo arroja contra el armario. Después se sienta frente a su escritorio con las manos en el pelo, que le cae por la cara, y empieza a llorar cansada, agotada, exhausta. Justo en ese momento, después de unos anuncios, empieza a sonar en la radio la canción She's the one. Su canción. La de Alex y ella, la del día en que se vieron por primera vez. El del accidente. Y de nuevo le parece todo absurdo. Tengo veinte años y estoy aquí desesperada por culpa de la persona con la que voy a casarme, que prefiere ir a Milán para una reunión con unos americanos desconocidos antes que pasar la noche conmigo, justo ahora que lo necesito tanto, que se lo he pedido, que desearía tenerlo a mi lado más que nunca. ¿Y él qué hace? Pues le importa un comino y se marcha sin más, como si eso no supusiera un problema, como si lo que le he dicho no fuera importante. Niki se acerca a la radio y cambia de emisora mientras la canción de Robbie Williams dice: «Cuando dices lo que quieres decir, cuando sabes cómo quieres jugar, te sientes tan alto que casi te parece volar…» Pone otra. «Y tú, que sueñas con escapar…, con irte muy lejos, lejos, ir lejos, lejos.» Poster, de Baglioni. Eso es. Es justo lo que necesito en estos instantes, me hace falta huir, marcharme cuanto más lejos mejor, un año a Inglaterra, a estudiar inglés, sin móvil, sin dejarle mi dirección a nadie, pum, desaparecer. Sería magnífico, me sentaría de maravilla. Se lleva la palma de la mano a la frente, a los ojos, y después exhala un hondo suspiro intentando relajarse. Segundos después, Jovanotti canta en la radio: «Dulce no hacer nada, dulce posponer, balancear los pies contemplando cómo gira el mundo, ir, ir, esperar dulcemente la hora de comer, mirar cómo crece la hierba, cómo se evapora el agua, tranquilamente, a la sombra, dejándose acariciar por una brisa fresca, redondear las pompas de pensamientos que estallan en el aire apenas se hacen demasiado serios o demasiado graves, estar ligeros, transformar las horas en meses como una hoja arrastrada por la corriente de un río, dulcemente vencidos, sin, estar así…» Niki sonríe. Siempre le ha gustado esa canción, quizá porque habla de rebelión y de independencia, de grandes espacios remotos. En ese momento oye un bip en el teléfono. Claro. Se siente culpable y como le he colgado dos veces me ha mandado un sms. Si piensa que puede resolver las cosa de este modo, va listo. Niki coge el aparato y abre el mensaje. Pero la vida es así. Cuando menos te lo esperas, cuando has dejado de pensar en algo, cuando no sabes que ése es el momento adecuado, algo sucede. Al leerlo se ruboriza.

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