Ciento cincuenta y dos

Pietro está en el coche, mira la hora y acelera, seguro de su destino. También Flavio corre con su coche, toca el claxon y sonríe, en apariencia feliz. Sigue tocando. Pí, pí, pí.

– ¡Apartaos! ¡Vamos! ¿A qué esperas? ¡Échate a un lado, muy bien, así, lo has conseguido, ¿eh?! -y adelanta a un señor que lo mira como si estuviera loco.

También Enrico conduce de prisa, aunque no demasiado, comprueba que el cinturón de la niña esté bien sujeto y, en cualquier caso, bloquea a Ingrid con la mano mientras ella juega apretando los dedos de su padre. Pietro es el primero en llegar. Baja al gimnasio, su gimnasio, y mira alrededor.

– ¿Susanna? -Ella se vuelve y se acerca a él, cohibida a la vez que un poco preocupada-. ¿Qué ocurre? ¿Ha pasado algo? ¿Se trata de uno de los niños?

– No… De nosotros.

– ¿De nosotros? ¿De quiénes?

– Nosotros podríamos… Sí, eso es, intentarlo de nuevo. Me parece absurdo que las cosas hayan ido de esta forma…

– Te parece absurdo, ¿eh? -Susanna lo mira y casi se echa a reír, irritada-. Pues lo que yo encuentro absurdo es que no me diera cuenta antes. Tú siempre has llevado tu vida, en la que yo no tomaba parte para nada, una vida frecuentada por una infinidad de mujeres a las que debías de contarles de todo. ¿Sabes lo que me dolió más? Pensar que ellas tenían retazos de tu vida de los que yo carecía, cosas que decías, que hacías, quizá habías visto algún sitio, habías leído una noticia, habías comido un plato especial, en fin, algo que, en cualquier caso, no habíamos hecho juntos.

Pietro sonríe, la coge por los hombros y la sujeta delante de él.

– ¡Pero eso es amor!

– Puede que lo fuera. Quítame las manos de encima a menos que quieras que alguien te dé un castañazo…

Pietro mira alrededor y después deja caer las manos lentamente.

– ¿Quién? ¿Qué quieres decir?

Susanna levanta la bolsa.

– Pues que ya no siento nada por ti. Comparte tu vida, tus palabras y tus momentos con quien quieras, pero no conmigo. Para mí sólo existías tú. Ahora existe otra persona. Y soy optimista, espero que las cosas vayan mejor… -Se dirige hacia la salida.

Pietro corre detrás de ella y sacude la cabeza riéndose.

– No, no me lo creo, me estás tomando el pelo, lo único que pretendes es hacerme sufrir…, pero yo sé que no tienes a otro…

Justo en ese momento se detiene delante de la entrada del gimnasio un BMW oscuro que le hace señas con los faros.

– Es él, me está esperando… Los niños están en casa de mi madre y nosotros salimos a cenar…

– Ah… -Pietro mira el coche sin comprender de quién puede tratarse.

– Es mi profesor de kickboxing.

– Ah… -Pietro entiende de inmediato que quizá sea mejor no hacer ninguna tontería.

– Sea como sea, quiero decirte que he pensado en la historia del cuadro de Schifano. Tú no lo quenas y yo, en cambio, insistí. Es cierto que lo compramos juntos, pero mi voluntad fue la que prevaleció, de modo que me lo quedaré yo.

– Claro, faltaría más. Si quieres… -dice, y la contempla mientras se aleja con aire altanero, como si pretendiese darse importancia. Pietro echa un último vistazo al BMW y acto seguido sube en su coche y arranca.

Susanna se lo queda mirando hasta que dobla la esquina. A continuación sacude la cabeza sonriendo. Baja los ojos y camina hacia el BMW. Piensa que es una de las pocas veces que se siente segura y feliz de su elección. Es tan raro no dudar. Al subir al coche vuelve a sonreír.

– Hola, disculpa.

Davide le devuelve la sonrisa.

– Disculpa, ¿por qué?

Coge la bolsa y la pone en el asiento trasero.

– ¿Todo bien?

Susanna asiente con la cabeza.

– Sí, de maravilla.

– ¿Adonde quieres ir?

Hacía mucho tiempo que no se sentía tan serena. Se apoya en el respaldo y cierra los ojos.

– Tú decides.

Ciento cincuenta y tres

Suena el timbre. De nuevo.

– ¡Voy! -se oye la voz de Anna.

Enrico hace brincar a Ingrid entre sus brazos.

Anna abre la puerta tras haber echado un vistazo por la mirilla.

– ¡Hola! Vaya una sorpresa… -Sonríe a Enrico, se alegra mucho de verlo-. ¿Me dejas cogerla?

– Sí…, claro.

Anna le coge a Ingrid de los brazos y la estrecha entre los suyos.

– ¿Tienes que ir a algún sitio? Yo estoy estudiando, puedo quedármela…

– No, tenía ganas de verte… Mejor dicho, de veros juntas… Sois una maravilla. -Enrico se acerca a Anna y le da un leve beso en los labios. Mira a Ingrid, de nuevo a Anna, y le sonríe-. Nos está mirando… A saber qué pensará.

Anna sonríe.

– Pensará que su padre es feliz y, en consecuencia, ella también lo será.

Enrico se queda sorprendido.

– ¿Crees que puede pensar ya cosas así?

Anna asiente con la cabeza.

– Ella, no lo sé. Yo lo hice desde el primer día.

– Igual que yo.

Enrico le da otro beso. Después le acaricia el pelo y la mira con ternura. También Ingrid, divertida y curiosa, coge el pelo de Anna y juguetea con él. Anna y Enrico imitan los gestos de la pequeña y luego se miran emocionados. Ingrid toca entonces el pelo de Enrico y éste la mira sacudiendo la cabeza.

– Ya entiendo, ¡de mayor quiere ser peluquera!

Y los dos se echan a reír.

Загрузка...