Pietro llega delante del club. Baja y mira alrededor. Las ocho pistas de tenis de tierra batida están llenas. Al final lo ve. Su hijo Lorenzo está jugando allí y devuelve la pelota al otro lado con cierta seguridad. Carolina, su hermana pequeña, titubea un poco más, todavía no sujeta la raqueta con la fuerza necesaria y no golpea bien la pelota. Pietro ve a Susanna sentada en las gradas y se encamina hacia ella.
– Amor mío…
Susanna está haciendo un sudoku y no alza la mirada, sino que sigue intentando encontrar el número justo para una casilla y, en particular, para toda la línea, pero reconoce perfectamente la voz. Además, en el fondo se lo esperaba.
– Perdona… -Se vuelve con una sonrisa forzada, dura, decidida y firme. Pero aún afilada-. Perdona, pero te prohíbo que me llames amor. Que no se te ocurra. Nunca más. No tienes ningún derecho…
– Pero, cariño…
Susanna lo mira furibunda. Pietro abre los brazos.
– «Cariño» no me lo has prohibido. -Susanna sacude la cabeza molesta y se concentra de nuevo en el sudoku o, al menos, lo intenta. Pietro prosigue-: Cariño, me parece absurdo que no trates de correr un tupido velo sobre lo que ha sucedido… Fue un desliz.
– ¿Un desliz? Si al menos se hubiese tratado de algo serio… Deberías haber seguido andando hasta tropezar con el primer escalón y romperte todos los dientes…, me gustaría ver si después seguías teniendo esa sonrisa tan torpe. ¿No te das cuenta de lo que has hecho?
Mira… Mira… -Susanna deja de escribir y le señala la pista de tenis donde se encuentran Lorenzo y Carolina.
Justo en ese momento, quizá gracias a un golpe afortunado, Carolina consigue que la pelota llegue al otro campo. Se vuelve hacia ellos y sonríe buscando el aplauso de sus padres. Pietro sigue mirando en esa dirección sin entender lo que quiere decir Susanna.
– Sí, no juegan mal, están mejorando -prueba a decir.
– No me refiero a eso. Son un milagro. Son nuestros, los hemos hecho nosotros. Y es lo más bonito que tengo y, por desgracia, lo único que todavía me vincula a ti…
– Eres demasiado dura, Susanna… No pasó nada. Esa mujer no me interesa en lo más mínimo… No es como en El último beso.
– ¿Y eso qué tiene que ver?
– Volví a verla ayer por casualidad. En la película él sí que se enamora de verdad…
– ¡De eso nada! El miedo al matrimonio le hace creer que está enamorado, el deseo de seguir siendo joven… ¡De no crecer! El mismo que tienes tú… Desde siempre, Pietro.
– ¡No digas eso!
Susanna mira a su alrededor.
– No puedo gritar porque no quiero que me echen del club, mis hijos se asustarían y Carolina se echaría a llorar…
– Pero, amor mío…
– Acabo de decirte que no me llames así.
– Piénsalo.
– Ya lo he hecho, y ¿sabes cuál es el problema? Que tú no te das cuenta de la gravedad de la situación porque siempre lo has hecho, sólo que jamás te había pillado. En fin, más vale tarde que nunca.
– Considéralo mala suerte. No debería haberme puesto enfermo. Tenía fiebre. Deliraba… Ella se presentó así… Me había tomado dos aspirinas. Puede que incluso hubiese bebido un poco de vino a la hora de comer… No, Coca-Cola, eso es… Ya sabes que, mezclada con la aspirina, la Coca-Cola puede producir un efecto tan extraño como el de los estupefacientes. Eso es, ¡estaba bajo los efectos de la droga! Como le sucedió a Daniel Ducruet, el ex marido de Estefanía de Mónaco, ¿lo sabes, no?, salió en todos los periódicos: cuando lo pillaron con esa tipa estaba completamente flipado.
– En cualquier caso, ella no lo perdonó.
– Sí, pero todavía se lleva bien con él, entendió el engaño… Sea como sea, no te lo tomes a mal, estaba fuera de mí… Estaba drogado, ¡había perdido la conciencia!
– ¡No! ¡La que estaba drogada era yo, el día de nuestra boda! ¡Drogada de amor! ¡Me habías atontado por completo! Después me dejaste embarazada dos veces y me encadenaste… -Susanna señala a los niños-. ¡Me has tenido encerrada en casa debido al amor desmesurado que sentía por ellos! Pero ahora se ha acabado… Me he liberado…
– Ah… ¿Eso significa que ya no los quieres?
– ¡No! A quien he dejado de querer es a ti… ¡Que eres un capullo! ¿Lo entiendes? Eres un cabrón. A saber cuántas me habrás hecho, si la primera vez que vuelvo antes a casa en diez años te encuentro en la cama con otra…
– Pero, cariño… Lo nuestro no puede acabar así -Pietro trata de cogerle la mano, Susanna se desase y hace ademán de golpearle con el bolígrafo.
– ¡No me toques! Y no me llames «cariño»…
Pietro la mira con semblante triste, disgustado, herido, intentando conmoverla.
– Perdóname… Te lo ruego…
Susanna se vuelve y lo mira fijamente.
– Que sepas que así no me ablandarás el corazón, no me despiertas en absoluto ternura, me importa un comino, te lo digo en serio, serenamente. Es inútil. Estropearás lo poco de bueno que quizá, y digo quizá, pudo haber existido al principio entre nosotros. Así que te lo aconsejo: evita…
– Lo único que nos ha llevado a esto ha sido mi inseguridad…
Susanna lo mira de hito en hito.
– ¿Qué quieres decir? Explícame mejor esa nueva ocurrencia.
Pietro exhala un largo suspiro.
– Desde que era casi un niño hasta los dieciocho años estuve con una…, bueno, sí, en fin… Cuando me marché de vacaciones ella salió con mi mejor amigo y después con otro con el que solía coincidir en la playa y al que conoció al final del verano… Poco antes de que yo volviese.
– ¿Y qué?
– Pues eso, me comporto así porque prefiero engañar antes de que me engañen.
– Escucha…, la diferencia sustancial entre ambas cosas es que es tipa era una facilona; puede suceder, sobre todo cuando uno es joven, que no se sepa distinguir… Pero yo no soy una puta como ella, ¿me entiendes? Deberías saberlo. ¿Y ahora vienes y me dices que me has puesto los cuernos para evitar que yo lo haga antes? Pero ¿por quién me has tomado? Soy una mujer que se casó convencida, que quiso hacer una elección, respetarla, y que ha sabido renunciar a diario para defender esa decisión.
Ahora Pietro parece intrigado.
– Veamos… ¿Qué quiere decir eso de renunciar a diario?
– Que muchas personas me han hecho proposiciones, me han cortejado, me han hecho reír, han halagado mi vanidad femenina… Pero la cosa no ha pasado de ahí, ¿lo entiendes? ¿Qué crees? ¿Que eres el único que gusta? No obstante, yo siempre te he respetado. A ti y a nuestro matrimonio. Yo.
– ¿Y se puede saber quiénes son esos tipos?
Susanna se vuelve hacia él riéndose desalentada.
– ¿Ves?…, ¡eres un inútil! Ahora lo único que importa es quién me ha cortejado y no el hecho de que yo haya rechazado esas propuestas…
– Bueno, claro…, porque depende de quién haya sido.
– ¿Qué quieres decir?
– Que si era el electricista o el albañil que hizo las obras este verano tu renuncia fue ridícula.
– ¡El único ridículo aquí eres tú! En cualquier caso, se trataba de personas mejores que tú, y casi lamento haberlas rechazado. Piensa que podría ser uno de este club, uno de esos abogados que hemos invitado alguna vez a cenar a casa… O incluso uno de tus amigos… Sólo te diré una cosa: ahora, serenamente y sin esconderme como haces tú, lo volveré a pensar y los tomaré en consideración… ¿Queda claro?
– Ah, sí… ¿Y qué me dices de nuestros hijos?
– ¿Por qué? ¿Acaso pensabas en ellos cuando te follabas a tus amiguitas?
– ¿Y eso qué tiene que ver?… Yo soy el padre…
– Ah, de manera que tú tienes inmunidad. A diferencia de ti, yo tengo conciencia de madre. Ya he hablado con ellos. Hemos tenido una conversación adulta y madura. Les he dicho cosas en las que tú ni siquiera has pensado todavía y que, sin embargo, ellos han entendido a la perfección.
Pietro mira alrededor, se siente perdido, no sabe qué hacer ni qué decir.
– Te lo ruego, Susanna, dame otra oportunidad…
– Sí, te la daré. Ahora me voy con ellos a casa, los ducharé y después saldremos. Pasaremos todo el día fuera, iremos a comer al McDonald's y luego al cine… -Pietro espera su respuesta, sonríe. La mira. Susanna prosigue-: Sí, quiero un día de libertad, tiempo para nosotros. Regresaremos a casa a eso de las once…, ¡o a medianoche!
– Sí, querida… Puedes hacer lo que quieras…
– No necesito tu permiso. Es tu última oportunidad. Si a esa hora no has sacado todas tus cosas del armario, todo lo que hayas dejado u olvidado por casualidad, lo quemaré.
– Pero… -Pietro es incapaz de añadir nada más.
Justo en ese momento salen Lorenzo y Carolina.
– Hola, papá…
– Hola…
– No te besamos porque estamos sudados.
Carolina es más franca:
– Y porque has hecho enfadar a mamá.
Acto seguido se alejan con Susanna, que los lleva de la mano y que no se vuelve ni por asomo. Pietro acaba solo su frase: «Pero… no es justo.» En silencio, casi para sus adentros. Esos niños también son míos. De repente le viene a la mente esa canción. «Quien venga después de ti percibirá tu aroma pensando que es el mío…» Recuerda que se la cantó en un piano bar. «Mil días tuyos y míos…»
Susanna. La contempla mientras se aleja dándole la espalda, de una manera que jamás habría imaginado que fuese posible… Se acuerda de otra canción. «Y una historia se va a la mierda… Si yo supiese cómo se va…» Se avergüenza por un instante. No le va de mentirse también a sí mismo, cosa que sabe hacer a la perfección. De manera que permanece así, con un vacío repentino e inmenso en su interior. Con la sensación de haber perdido para siempre a esa persona. Una certeza, una seguridad, ese conjunto de cosas que lo hacían sentirse único, por encima de todo, casi inmortal. «Ese instante eterno que no existe…» De improviso, Pietro se siente más ridículo que nunca. Y solo. Le entran ganas de echarse a llorar. Pero esta vez de verdad.