Lungotevere, piazza Cavour, la moto corre ligera. Piazza Belle Arti, de nuevo el Lungotevere, piazza Mancini. La moto parece como hechizada, todos los semáforos que va encontrando en su camino están en verde, ponte Milvio, corso Francia, lungotevere dell'Acqua Acetosa. La moto frena gradualmente y, tras doblar una amplia curva, entra en el aparcamiento.
– ¡Ya está! ¡Hemos llegado!
Niki se quita el casco mientras baja.
– ¡Caramba! ¡Así que la sorpresa era ésta! ¡Estamos en la bolera!
– Sí, y ahora puedes decidir si aceptas o no el desafío…, ¡o si prefieres hacer de bola!
– Idiota… Ten… -Niki le lanza el casco a la barriga. Guido lo coge al vuelo inclinándose hacia adelante-. ¿Ves?… Lanzo con fuerza… ¡Derribo los bolos! -Niki sube apresuradamente la escalera y entra en la gran sala de la bolera.
Guido se echa a reír, pone el candado a la moto y corre en pos de ella.
– Espérame.
Nada más llegar a su lado oye que alguien los llama.
– ¡Eh, vosotros dos! ¡Al final os habéis decidido a venir!
Marco, Sara, Luca y Barbara se aproximan a ellos desde la pista central.
– ¡No me lo puedo creer! -Marco da un empujón a Luca.
– ¿Has visto? Guido dijo que vendría con Niki y tú te negaste a creerlo…
Niki se vuelve, irritada con él. Guido abre los brazos.
– Les dije que con tu ayuda les ganaríamos… ¡Tenían miedo! Nos temen… Has sido muy amable de aceptar… Venga, vayamos a cambiarnos de zapatos.
– ¡Sí, daos prisa, que en seguida empezamos otra partida!
Guido y Niki se encaminan hacia el rincón donde la gente se cambia los zapatos.
– ¡Yo no te dije que sí! ¡No sabía que el reto era éste!
Él trata de calmarla.
– En cualquier caso me habrías dicho que sí, ¿no?
– ¡No!
– Pero ¿por qué? Mira que eres cabezota… ¡Ya verás como nos divertimos!
– Eso sin duda… Pero no me ha gustado que les dijeses de antemano que vendrías conmigo.
– Lo hice para reservar la pista, de lo contrario quizá se habría apuntado otro y luego habríamos sido demasiados. Si no hubieses querido acompañarme habría venido de todas formas, pero con otra…
Niki se sienta y lo mira enojada mientras se descalza. Guido se disculpa.
– Sólo en el caso de que tú no hubieses querido venir… Aunque no habría sido lo mismo, eso seguro…
– ¡Por supuesto!
– También podría haber venido con un amigo.
– Sí, tú con un tío… Cuesta de imaginar. -Niki entrega sus zapatos a un empleado-. El treinta y ocho, por favor…
También Guido se los da.
– Para mí el cuarenta y dos.
Les entregan los zapatos para jugar a bolos. Luego se sientan uno al lado del otro en un banco para atárselos. Guido la mira y le sonríe.
– ¿Por qué has dicho esa maldad?
– ¿Cuál?
– Que no me imaginas saliendo con un amigo.
– No es una maldad, creo que es cierto.
– La verdad es que después de ella no he vuelto a salir con ninguna
chica…
– ¿Me estás diciendo que te han dado calabazas? ¡No me lo creo!
– No, la verdad es que…
Niki se ata el segundo zapato y se levanta apresuradamente del banco.
– Venga, muévete… -y se encamina hacia la pista dejándolo con la palabra en la boca.
– ¿Cómo jugamos? ¿Chicos contra chicas o por parejas?
– Como queráis…
Barbara y Sara se miran.
– Venga, chicas contra chicos es más divertido.
– ¡Pero ellos lanzan más fuerte!
– Sí, pero aquí lo que cuenta es la precisión.
– ¡Vale, en ese caso chicas contra chicos!
Niki pasa junto a Guido.
– Os machacaremos…
– ¡No me cabe la menor duda! Niki levanta una bola. Pesa mucho, así que opta por otra más ligera. Veamos… Ésta es perfecta.
– Hago dos lanzamientos para calentar y después empezamos, ¿os parece bien?
Niki toma impulso, echa el pie derecho hacia atrás y lanza la bola dejando que ésta se deslice perfectamente por el centro del parquet. A continuación se incorpora y la observa avanzar a toda velocidad hasta llegar al fondo. La bola parece frenar un poco, pero al final golpea el primer bolo y a continuación todos los demás.
– ¡Caray! ¡Buen comienzo! ¡Strike!
Guido mira a Marco y a Luca.
– Ay, mal lo veo…
– Claro, ¡has traído a la mejor de la universidad, mejor dicho, de Roma!
– Pero ¿es que vienes todos los días aquí, Niki?
Ella coge una nueva bola y la sopesa.
– ¡De eso nada, la última vez que estuve aquí fue cuando hice
novillos en el instituto! Tenía dieciséis años. ¡Eso fue en la prehistoria!
– Sea como sea, hay cosas que una vez las aprendes jamás se olvidan. Como montar en bicicleta.
Guido lanza una bola en ese momento. Ésta sale disparada, pero después se frena, se desvía hacia la derecha y va a parar al pasillo lateral antes de chocar contra los bolos. Cero puntos.
Marco mira a las chicas.
– Eh, podríamos dejarlo como handicap. ¡De lo contrario, se acabó la partida!
Guido se echa a reír.
– Venga, estaba emocionado… Además, como dice Frak Wilczek: «Si no cometes errores significa que no intentas resolver los problemas verdaderamente difíciles. Y eso es ya de por sí un grave error.»
– ¿Qué? Pero ¿de qué estás hablando? ¡¿Se puede saber a qué problema verdaderamente difícil te refieres?! -dice Marco.
– Confiad en mí, joder, confiad en mí… Y cuando yo os lo diga…, ¡desencadenad un infierno!
– Eso era lo que decía el gladiador… Perdona, pero ¿qué tiene que ver?
– Bueno, sólo era por decir algo… Ahora hay que combatir y ha sido lo primero que se me ha ocurrido.
– Faltaría más, el poeta ha descendido entre nosotros… -responde Marco-. ¡Pero para hacernos perder!
Guido lo coge del brazo.
– Te juro que me esforzaré. Sólo puedo mejorar.
– ¡Eso sin lugar a dudas!
Guido se dirige entonces a los demás.
– ¿Os apetece algo de beber?
Luca mira a Marco.
– ¡Intenta sobornarnos!
– Digamos que me gustaría remediar el error. Vosotras también chicas, ¿queréis algo?
– Vale. Yo, una Coca-Cola.
– ¡Yo también!
– ¡A mí me gustaría una cerveza!
– Para mí un zumo de pifia…
Guido los mira preocupado.
– No sé por qué, pero tengo la impresión de que, de ahora en adelante, me conviene no equivocarme más -y se dirige desconsolado al bar a buscar lo que sus amigos le han pedido.