Veinte

Olly está haciendo fotocopias. Ha pasado ya algo de tiempo desde que empezó las prácticas. Y se aburre. Sólo a veces, cuando se encuentra con Simone en los pasillos, su humor cambia. A decir verdad, ese chico es un poco distraído, un desastre, pero también es cómico, amable y sincero. Y es el único que le cuenta cómo funcionan realmente las cosas en la empresa. El único dispuesto a echarle un cable.

La habitación donde se encuentra el pequeño escritorio que han asignado a Olly es grande y está bien iluminada. Ha colocado sobre el escritorio algunos muñecos y la fotografía de las Olas. La de Giampi ha preferido evitarla. Tal vez por pudor, quién sabe. Guarda en uno de los cajones sus hojas de dibujo. De vez en cuando, a última hora de la tarde, cuando ha acabado con las pequeñas tareas que le asignan -siempre poca cosa y, en cualquier caso, en modo alguno relacionadas con sus verdaderas aspiraciones-, se entretiene dibujando inspirándose en lo que ve alrededor. En el fondo trabaja en la sede central de una casa de modas. El comienzo. Recuerda una entrevista a Luciano Ligabue que vio en la televisión. Le impresionó mucho. Decía:

«He comprobado que el éxito no es como te lo esperas, no se corresponde con la famosa ecuación éxito = felicidad. Resuelve un montón de cosas, muchas de ellas son guays, pero no es lo que creías. Y, de alguna forma, para justificar que, a fin de cuentas, me lo merezco un poco, compuse Una vita da mediano (Una vida corriente). Para decir: que sepáis que el éxito no me llegó de la nada. Escribí esa canción en un momento en que sentía la necesidad de justificar mi éxito, cosa que, por otra parte, es una soberana estupidez. Pero, a la vez, es una fase por la que debo pasar.» Olly sonríe. Esperemos que a mí me ocurra algo parecido, pese a que no voy muy encarrilada. En estos momentos ni siquiera me siento una de la media. ¡Estoy muy por debajo!

Varias de las chicas escriben en el ordenador, una llama por teléfono para hacer un pedido, otra teclea en una PDA. Se están realizando los preparativos del nuevo desfile interno destinado a los compradores y la agitación es palpable. Simone le ha explicado a Olly que la empresa ha revolucionado el concepto de distribución respecto a lo que suele suceder en el mundo de la alta costura. En lugar de obligar a los clientes a comprar grandes cantidades de prendas con varios meses de antelación, han abierto unas showrooms por toda Italia que los minoristas visitan con regularidad, a fin de tener en la tienda sólo las últimas novedades y cambiarlas a menudo, como suele hacer el «pronto moda». No obstante, el concepto se aplica en este caso a la alta costura. Ni que decir tiene que la showroom más importante es la de la empresa. Y de ahí toda esa excitación: mañana llegarán los minoristas para la cita quincenal.

De repente entra Eddy. Las chicas se detienen y se callan, después de haberlo saludado. Sus visitas no son frecuentes. Olly las imita.

– Buenos días, ¿qué hacéis? ¿Dormís? Quiero volver a ver los carteles para mañana.

Una chica abre rápidamente el ordenador portátil que tiene en su mesa, lo invita a acercarse y le enseña algo.

– Los carteles se han impreso ya. Y, según nos dijo el director, son éstos… Mire…

Eddy mira impasible la pantalla. No dice una palabra. No deja traslucir ninguna expresión. Olly lo observa. Está a cierta distancia de ellos, pero eso no le impide sentir rabia. Ese hombre le provoca un malestar instintivo. Es más fuerte que ella.

– Qué porquería… ¿Se supone que mañana haremos el desfile con esta cosa colgando alrededor?

La chica traga saliva. Es evidente que sabe de sobra lo que está a punto de suceder.

– Bueno…, señor Eddy…, el director dijo.

– Sé lo que dijo. El caso es que, viéndolos hoy, estos carteles dan ¡Asco! Jamás se os ocurre nada nuevo, provocador o diferente. jamás conseguís sorprenderme.

– Pero al director le gustan -el tono de voz de la chica es cada vez más imperceptible.

– Ah, de eso no me cabe ninguna duda. Él firma los papeles, pone el dinero. Pero ¿quién es el creativo aquí, eh? ¿Quién es el creativo? -y alza el tono.

Todas las chicas y dos chicos que se encuentran algo apartados le responden a coro, como si respondiesen a una orden:

– Usted.

Justo en ese momento entra Simone, quien, al percatarse de la presencia de Eddy, se detiene en el umbral.

– Exacto. Y yo digo que me dan asco. Y que si no me gustan, el desfile no se hace. A menos que vosotros, hombres y mujeres del marketing, los operativos, los técnicos del sector, los que sacan adelante los proyectos, no inventéis otra cosa para mañana. Y, sobre todo, algo que me convenza. Para combinarlo con esta porquería.

– Pero el director…

– Con el director ya hablaré yo. Vosotros haced el trabajo por el que se os paga. Demasiado, en cualquier caso.

Dos chicas se miran y ponen los ojos en blanco. Una hace un ligero ademán con la mano procurando que Eddy no la vea. Parece querer decir: «Pues sí, si supieses cuánto nos pagan…»

Eddy da media vuelta y, cuando está a punto de salir, la ve. Olly ha Permanecido todo el tiempo de pie delante de su escritorio.

– Oh, mira…, si hasta tenemos servicio de guardería. -Olly se es-fuerza por no reaccionar. Eddy se acerca a ella-. Dime, ¿cómo te va? ¿Es excitante hacer fotocopias?

Olly lo mira y esboza una sonrisa de circunstancias.

– Bueno…, sí…, es decir…, preferiría hacer otra cosa, como diseñar, pero me doy por satisfecha con tal de estar aquí…

Eddy la escruta. A continuación se vuelve y mira al resto del personal. -¿Lo habéis oído, gente? ¡Ella está dispuesta a hacer las fotocopias con tal de estar aquí! -Después mira la mesa de Olly. Ve el ordenador portátil. El marco con la fotografía. Vuelve a mirarla a ella-. ¿Y cómo van los dibujos de guardería? ¿Hemos pasado al menos a la escuela primaria?

Olly exhala un suspiro. Se inclina. Abre el cajón. Coge su carpeta. Coloca varios dibujos sobre la mesa y vuelve a incorporarse muy erguida. En silencio. Eddy la observa. Luego baja la mirada en dirección al escritorio. Mira por un momento los folios. Coge uno. Mantiene la misma expresión impasible de hace unos momentos. Vuelve a dejarlo sobre el escritorio. Mira a Olly. Fijamente. Ella tiembla. Jadea. El corazón le late a toda velocidad. Le sudan las manos pero intenta mantener la calma.

– Digamos que de segundo de primaria, venga… ¿Ves como estás mejorando con la fotografía? -y se vuelve sin añadir nada más, sin esperar siquiera una respuesta.

Abandona la estancia de la misma forma que entró, y todos recuperan el aliento aliviados. Dos chicas resoplan, otra se precipita al teléfono y un chico empieza a devanarse los sesos tratando de idear algo.

Simone se acerca a Olly.

– ¡Caramba! -le dice asombrado.

– ¿Caramba, qué? ¡Todavía estoy temblando! -dice Olly, que sólo ahora consigue volver a colocar en su sitio los folios poco a poco.

– ¡Es increíble!

– ¿Qué quieres decir? ¿Que siempre me humille de este modo?

– ¿Humillarte? ¿No te has dado cuenta de que te ha hecho un cumplido? ¡Y anda que no es raro!

– Ah, ¿eso era un cumplido?

– Te aseguro que sí. Hay que saber interpretar a Eddy. Él es un artista, tiene su propio lenguaje.

– Ah…, ¿y dónde puede comprarse un traductor?

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