Algunas horas antes. Por la tarde. Susanna se acerca al teléfono, lo coge y teclea rápidamente unos números.
– ¿Pietro?
– Lo siento, pero el abogado no está. Creo que tenía una cita fuera o que no se sentía muy bien. Ya sabe usted cómo es… -La secretaria sonríe y se encoge de hombros. A esas alturas ella también conoce a Pietro.
Susanna, en cambio, no las tiene todas consigo. Cuelga. No. No sé cómo es y, por si fuera poco, ha apagado el móvil, pese a que le he dicho mil veces que podría haber alguna emergencia. No entiendo por qué los hombres no nos tienen en cuenta. Hacemos la compra, recogemos a los niños del colegio, los llevamos a natación, a gimnasia, a inglés, limpiamos la casa e incluso si trabajamos fuera procuramos que todo esté en su sitio, cocinamos, nos mantenemos en forma para seguir siendo atractivas y para evitar que nos engañen, planchamos… En fin, que nos ocupamos de mil cosas. Somos esposas, madres, amantes y gestoras. Y cuando se produce una urgencia como la de hoy en que el fontanero por fin está libre y puede venir a casa, entonces todo salta por los aires. Eres poco menos que una pelmaza. Es uno de esos raros casos en los que el hombre debe tener el móvil encendido y acceder a sustituirnos en una de nuestras obligadas etapas.
Susanna teclea otro número. La línea está libre, menos mal.
– ¿Mamá? Perdona que te moleste…
– Tú nunca molestas…
– ¿Podrías ir a recoger a Lorenzo a natación?
– Ah…
– Sí, y luego lo llevas a tu casa, yo pasaré pronto por la tarde.
– Pero he quedado con mis amigas…
– Iré muy pronto, de verdad. Lo que pasa es que tengo una urgencia ahora y no quiero que espere delante de la piscina y se sienta mal al ver que todos sus amigos se marchan con sus padres.
– Ah, sí… Ya pasó una vez…
– Exactamente, y me gustaría que no volviese a suceder.
– De acuerdo.
– Gracias, mamá… Te llamo en cuanto acabe.
Susanna exhala un suspiro. Al menos una cosa arreglada. Sube al coche y arranca a toda velocidad. Sale del aparcamiento y se interpone en el trayecto de un coche que se detiene en seco dejándola pasar.
Un hombre toca con furia la bocina y agita los brazos gritando.
– Pero ¿cómo coño conduces?
– ¡Mejor que tú! -le espeta Susanna, que conduce como una loca hasta que llega a la puerta de su casa. Por suerte encuentra de inmediato un sitio libre-. Perdone, perdone…
Llega en un abrir y cerrar de ojos delante de la verja, donde la espera un fontanero joven. Esboza una sonrisa.
– No se preocupe, señora, yo he llegado hace tan sólo unos minutos…
Todavía jadeante, Susanna abre la verja, después el portal, y al final llama el ascensor. Entran en él. Permanecen en silencio. Cierto embarazo, una sonrisa de circunstancias. Por fin llegan al piso. Una vez delante de la puerta, Susanna introduce la llave en la cerradura. Qué extraño. Sólo una vuelta. Esta mañana salí la última de casa y juraría que giré dos veces la llave. Bah. Estoy completamente agotada.
– Entre, por favor.
Sí. La verdad es que estoy agotada. Necesito unas buenas vacaciones. Tengo que llamar a Cristina para pasar unos cuantos días en el balneario. No sé cuánto tiempo hace que nos prometimos hacer una pausa para ir a un centro de bienestar.
– Por aquí, pase…
Cristina está mejor que yo. Menos estresada. No tiene dos hijos que quieren comprar y hacer todo lo que ofrece el mercado y, sobre todo, un padre que se lo consiente siempre. Creo que Pietro lo hace para ponerme en un apuro, para tirar de la cuerda y probar mi paciencia, para comprobar hasta qué punto resisto. Bah… De repente ve una chaqueta sobre el sofá, una camiseta y una camisa. Como en el cuento que su madre le contaba cuando era pequeña. Las miguitas de Pulgarcito… Pulgarcito. Sólo que en este caso se trata de ropa. ¡De Pietro! Echa a correr por el pasillo y abre sigilosamente la puerta de su dormitorio.
Ve varias velas junto a la cama. Una cubitera con una botella de champán sobre la cómoda. Pietro está en la cama. Y a su lado hay una mujer.
– ¡Pietro! -grita enloquecida. Coge una vela-. ¡Éstas las compré yo…! -A continuación aferra la botella de champán-. ¡Y ésta la compré para la cena del domingo!
– Perdona, cariño, pero no sé qué me ha pasado… Tengo fiebre… Me sentía mal y ella me ayudó. Es doctora; mi médico, vaya…
Susanna ni siquiera escucha la mentira absurda de Pietro. Mira a la mujer por unos segundos. Lo que más le molesta es que es más joven que ella. Y encima, fea. Eso la cabrea aún más. Coge la ropa de la mujer y se la arroja a la cara.
– Desaparece. -Le gustaría añadir algo más, pero no puede.
La mujer se levanta de la cama medio desnuda y se desliza fuera de la habitación bajo la mirada curiosa del fontanero que, con un ligero embarazo, se dirige a Susanna:
– Lo siento, señora… Si quiere, yo también me voy…
– ¡No, no! A saber cuándo lo vuelvo a encontrar… Venga, el cuarto de baño es el de mi hijo mayor. -Susanna sale del dormitorio y se dirige a la última habitación que hay al fondo del pasillo-. Es éste. ¿Ve el desagüe de la ducha? El problema debe de estar debajo… El agua no corre bien y crea humedades… Arréglelo, por favor.
– Como quiera.
Un tanto perplejo, el fontanero deja su bolsa en el suelo, saca sus herramientas, entre las cuales hay varios destornilladores, un metro y una llave inglesa especialmente grande, y empieza a desmontar la rejilla del desagüe.
– ¿Dónde está la llave de paso, señora?
– Detrás de la puerta.
– Ah, sí, ahora la veo. -El fontanero la hace girar rápidamente, y cierra el paso del agua.
Justo en ese momento Pietro, que mientras tanto ha vuelto a vestirse, entra en el cuarto de baño. -Lo siento, cariño… No pensé que podías volver…
– Sí que debes de sentirlo, sí, ¡te he arruinado el plan!
– No, no quería decir eso… -A continuación se dirige al fontanero-: Y usted también… No hay manera de encontrarlo… y se le ocurre venir precisamente hoy, ¿eh?…
Al oír esta última salida Susanna pierde los estribos.
– ¡Al menos ten la decencia de callarte!
Coge la enorme llave inglesa que hay en el suelo y trata de golpear con ella, a Pietro, que, sin embargo, la ve en el último momento y la esquiva inclinándose hacia la izquierda, de manera que recibe el golpe en la frente, justo encima del ojo derecho.
– ¡Ay!
– ¡Yo te mato! ¡Maldito, maldito!
El fontanero la sujeta por detrás.
– Calma, señora… Calma, calma… Que si no acabará en la cárcel. -Consigue arrebatarle la llave inglesa de las manos-. ¡Ya me parecía a mí que se lo había tomado demasiado bien!
Pietro se encamina hacia el salón tambaleándose. Susanna lo mira sin experimentar la menor emoción.
– Desaparece para siempre de mi vida.