Ciento seis

Alex llega jadeando, corre sudoroso con su bolsa de piel marrón de la marca The Bridge. Sube a toda prisa la escalinata de la iglesia.

– ¡Aquí estoy, aquí estoy!

– ¡Menos mal! Los demás han entrado ya.

– Perdona, Niki… -La besa apresuradamente en los labios-. Es que estoy adelantando todo lo que puedo en el trabajo para poder tener más tiempo libre al final, así podremos hacer un viaje más largo. ¡De mil y una noches!

– Sí, sí, pero mientras tanto me has cargado con todas las responsabilidades, ¡como después no te guste algo, te aguantas!

– Estoy seguro de que todo saldrá de maravilla y de que me gustará mucho -hace ademán de abrazarla.

– ¡No puedes, idiota! -Niki aprieta el paso mientras cruza el pasillo de la iglesia y pasa por delante de la sacristía.

Alex la sigue a duras penas.

– Pero ¿qué hay de malo? Debería ser al revés: éste es el sitio más adecuado para las demostraciones de amor…

– Sí…, ¡y así luego hasta puedes confesarte si quieres! En cualquier caso, no confíes en que yo elija todo lo que me proponen tus hermanas, ¿eh? Algunas cosas no me gustan y, en mi opinión, deberían ser distintas.

– Sí, lo sé, ya me lo han dicho.

Niki se vuelve de golpe.

– ¿Has hablado con ellas?

Alex abre los brazos en ademán de disculpa.

– Claro que sí, ¿qué quieres que haga? ¿Que no les conteste? ¡Me llamaron!

Niki parece algo irritada.

– Faltaría más…

– ¡Son mis hermanas, Niki!

– ¿Y qué te dijeron?

– Que todo va a pedir de boca, que será maravilloso, que nuestra madre se quedará asombrada… -Después decide añadir algo de su propia cosecha-: ¡Y que tienes muy buen gusto!

– Sí… -Niki se vuelve entornando los ojos-. Eso no lo han dicho.

Alex sabe que Niki pilla al vuelo las mentiras.

– Bueno, no de esa forma, pero me lo dijeron.

Niki echa a andar de nuevo apretando el paso.

– Lo sabía.

Alex corre detrás de ella.

– Me lo dieron a entender…

– ¿Qué dijeron exactamente?

– Que el fotógrafo te pareció bien.

– Sí, eso es cierto.

Niki recuerda la anécdota de la décima fotografía y esboza una sonrisa. Luego le viene a la mente el folleto que ha enseñado a sus padres y el precio: seis mil euros. Ellos no se han reído tanto.

– Aquí es, hemos llegado, debería ser aquí dentro -Niki se detiene y llama a la puerta.

– Adelante… -una voz profunda y cálida los invita a entrar. Niki abre la puerta y se encuentra con el semblante afable de un hombre con entradas en la frente y el pelo entrecano-. Pasad, por favor. Sentaos ahí, os hemos reservado un sitio.

– Perdonen…

Niki y Alex entran en la habitación poco menos que deslizándose, intentando pasar desapercibidos ante el grupo de doce parejas que han acudido allí por la misma razón que ellos.

– Veamos, estaba explicando la importancia de este cursillo prematrimonial.

El cura sonríe a los recién llegados.

– El matrimonio es una fantasía, un sueño, pero también puede convertirse en una pesadilla. -Entonces, el hombre afable, de unos cincuenta años, risueño, amable y tranquilizador cambia repentinamente de expresión-. Al Señor no le gusta que le tomen el pelo… De manera que si habéis venido para contentar a vuestros padres, para guardar las apariencias en esta estúpida sociedad, las convenciones que uno acepta una vez superada cierta edad… -Al decir esto el sacerdote mira a un hombre de unos cuarenta años y acto seguido observa a Alex. Niki se da cuenta y esboza una sonrisa, está a punto de echarse a reír. Es la primera vez que le sucede desde hace al menos una semana. El cura prosigue-: Por lo que a mí respecta podéis incluso cambiar de idea; a fin de cuentas, será sólo cuestión de tiempo. El matrimonio es un sacramento importante que hay que vivir con sinceridad y con serenidad, no podéis engañaros, tarde o temprano deberéis miraros al espejo de vuestra alma… Y entonces lloraréis, sinceros y culpables de vuestra decisión, una decisión que nadie, ni ahora ni nunca, os obliga a tomar. ¡Nuestro Señor os ama aunque estéis solteros y no os caséis!

Sergio, un macarra con el cuello de la camisa levantado, las cejas espesas, un grueso collar de acero que resalta llamativo en su pecho cubierto de vello, el pelo hirsuto y lleno de gel, mastica un chicle con la boca abierta y mira alrededor visiblemente irritado.

El cura se enardece.

– No debéis tener miedo, si no estáis convencidos, decididos y felices de dar este paso, y, sobre todo, enamorados, no sólo de vuestra futura esposa, sino también de la idea del matrimonio. En ese caso es mejor que renunciéis a él… No os caséis, os lo ruego. Incluso aunque hayáis elegido ya algunas cosas, aunque os hayáis expuesto… No lo hagáis.

El sacerdote guarda silencio y escruta a las parejas que tiene delante de él. Sergio y su novia Fabiola, con el pelo a mechas y unos pendientes de aro; Alex y Niki, con la diferencia de edad que los separa; y después otra pareja particularmente cómica, ya que él es alto, delgado y con la nariz aguileña, y ella, en cambio, es achaparrada, con las mejillas abultadas, la boca con la forma de una pequeña rosa y los ojos grandes y azules. Otras dos parejas: en la primera él es serio, lleva gafas y tiene el pelo corto y canoso, mientras que ella tiene un semblante alegre y unos ojos oscuros y rebosantes de vida; en la segunda él es rechoncho y jovial en tanto que ella es delgada, enjuta y severa, lleva el pelo recogido y tiene una boca prominente con unos dientes grandes, como de caballo. Casi sería natural intercambiar a los integrantes de estas dos últimas, de manera que, al menos para quien las mira, pareciesen compatibles.

El cura exhala un suspiro antes de continuar.

– Bien. ¿Qué hay más hermoso que una elección de amor? Os lo preguntaré al principio de todas las reuniones; a los que no les apetezca pueden marcharse ya…

Sergio mira por última vez alrededor y luego, sin dejar de masticar el chicle con la boca abierta, se levanta, echa una última ojeada a Fabiola, a continuación al resto del grupo y, sin pronunciar palabra pero balanceando los hombros con aire arrogante, se mete las manos en los bolsillos y se dirige hacia la puerta.

El sacerdote mira a Fabiola apenas su novio la cierra.

– Es mejor ahora que cualquier otro día, por muy lejos que esté. Si se ha marchado así…, ha demostrado tener valor en este momento de sinceridad.

Fabiola asiente, pero agacha la cabeza y una lágrima silenciosa se desliza por su mejilla. Acto seguido se levanta y el cura la acompaña a la salida mientras le acaricia el pelo.

– Tus padres lo entenderán… Vete a casa y procura descansar un poco.

Ella asiente de nuevo con la cabeza y sale sorbiendo por la nariz.

Niki se vuelve hacia Alex.

– No me hagas una cosa así. Me moriría.

Alex apoya una mano sobre la suya.

– No sería capaz, cariño. Tomar una decisión tan importante delante de todos sin haber hablado antes contigo, sin haberte dicho algo… No podría. Además, yo no necesito las palabras de un cura para decidir lo que quiero hacer con mi vida. Estoy aquí porque quiero… Nada más.

El sacerdote se da cuenta de que Alex y Niki están hablando en voz baja.

– ¿Todo bien por ahí? ¿También vosotros tenéis algo que decir?

Alex sonríe.

– No, no, todo en orden. Hablábamos de otra cosa.

Y todos los que están alrededor, el resto de las parejas, se vuelven hacia ellos y después se miran a los ojos intentando adivinar quién seguirá en esa habitación antes de que finalice el curso. De manera que, cada uno de ellos empieza a apostar en silencio por una pareja u otra.

– Bueno, Sergio y Fabiola nos han dejado. Quizá se reconcilien, aunque también cabe la posibilidad de que no sea así. Eso querría decir que, en cualquier caso, éste no era su momento, el momento para la vida en pareja, para compartir un camino. Quizá se reencuentren más adelante, cuando estén más serenos y determinados a ir hasta el final… -El cura recorre con la mirada el grupo de parejas, una a una, de izquierda a derecha, lentamente, sonriendo-. Antes de que finalice este curso, alguno más de vosotros nos dejará…

Varios de ellos se miran, algunas mujeres sonríen cohibidas mirando fugazmente a sus futuros maridos como si les dijesen: «No se refiere a nosotros, ¿verdad, cariño?»

Don Mario prosigue.

– La belleza de la pareja se encuentra en el mantenimiento de la individualidad de cada uno, en el pensamiento personal… Quizá, sin que lo sepáis, el otro está pensando ya en esa eventualidad…

Uno de los jóvenes se mete la mano en el bolsillo buscando en ese gesto de conjuro un apoyo inútil. El sacerdote se da cuenta y esboza una sonrisa.

– Y hasta puede que nunca lleguéis a saberlo, ese momento pasará y todo seguirá hacia adelante hasta llegar a la boda, y después de ella… Con gran serenidad. Éstos son los misterios de la pareja. Debéis respetar el espacio y los silencios de la otra persona. -Se sienta detrás de una mesa y se relaja-. Pensad que, una vez, de treinta parejas que querían casarse al final sólo quedaron dos.

– Don Mario… -interviene Pier, un joven y futuro esposo con el pelo largo y cara risueña-. ¿No será que nos pone demasiado a prueba? Quiero decir, que usted casi parece un saboteador de matrimonios… Todos se echan a reír.

– Nosotros estamos seguros y decididos a dar este paso… ¡Pero el que no tenga miedo de fracasar está loco! Perdone, pero si usted no nos echa una mano… ¿Sabe lo que me dicen a mí todas las noches? ¿Estás seguro? ¿No irás a hacer una gilipollez? ¿Lo has pensado bien? Oh, yo estaría seguro… -Pier se aproxima a su chica y le da la mano-, pero si me hacen sentir toda esa angustia constantemente, finalmente acabaré derrumbándome. ¡Me agotan, la verdad!

Todos se miran sonrientes. Esa divertida intervención ha aplacado un poco la tensión que había generado la salida de Sergio y el llanto silencioso de Fabiola.

Alex se vuelve aliviado hacia Niki.

– No te desanimes, ¿eh?

Niki asiente con la cabeza.

– Sí, sí, claro. -Luego esboza una tímida sonrisa.

Alex se da cuenta.

– Eh, nada de bromas, ¿eh?

– Sí, pero tú no te separes de mi lado.

Alex le aprieta con fuerza la mano.

– ¿Y quién te deja?…

Don Mario se apoya en la mesa y comienza de nuevo a hablar.

– Gibrán escribió: «Nacisteis juntos y juntos permaneceréis para siempre. Estaréis juntos cuando las alas blancas de la muerte dispersen vuestros días. Y también en la memoria silenciosa de Dios estaréis]untos. Pero dejad que los vientos del cielo libren sus danzas entre vosotros. Amaos con devoción, pero no hagáis del amor una atadura. Que sea, más bien, un mar que se mueve entre las orillas de vuestras almas. Llenaos el uno al otro vuestras copas, pero no bebáis de la misma. Compartid vuestro pan pero no comáis del mismo trozo. Cantad y bailad juntos y estad alegres, pero que cada uno de vosotros sea independiente.» Aunque a veces: «El amor gusta más que el matrimonio por la misma razón que las novelas gustan más que los libros de historia», como dice Nicolas Chamfort. No obstante, vosotros debéis amar la historia. La historia es duradera. Antes de que se concrete esa gran decisión habrá muchas cosas que intentarán echarla por tierra. No cedáis. Reflexionad, tomad una decisión y mantenedla. Mientras seguís hacia adelante pensaréis que casi parece una broma del destino, pero a medida que os vayáis acercando al día de la boda y que las tentaciones vayan aumentando…

Niki alza de golpe la cabeza con los ojos algo entornados. Parece que esa última frase le ha impresionado particularmente. La escucha con atención, la memoriza e intenta comprender su significado. Como si supiese de antemano que a ella le va a suceder algo por el estilo. Y su instinto, naturalmente, no se equivoca.

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