Ciento cincuenta y cuatro

Cristina abre la puerta de casa y se lo encuentra plantado delante.

– ¿Qué haces aquí, Flavio? -Se pasa una mano por la ropa para comprobar cómo va vestida.

Flavio se percata. Por primera vez después de mucho tiempo, lo nota. Y decide decírselo, porque a veces no basta con pensar las cosas, sino que hay que decirlas.

– No te preocupes, estás muy guapa.

Cristina se queda asombrada, quizá porque hacía mucho tiempo que no oía esa frase. Pronunciada por él.

Flavio sonríe, la observa y nota cosas a las que hacía mucho tiempo que no prestaba atención: el pelo, el color, el recogido, las pequeñas arrugas de sus labios y esa profundidad en su mirada. Recuerda de golpe las palabras de Alex: «Quizá tu esposa haya encontrado ya otro… y a ti te da igual.»

Flavio baja la mirada. Cristina lo nota y lo escruta frunciendo el ceño, preocupada por la idea que puede haberle pasado por la mente.

Flavio alza los ojos.

– Me gustaría preguntarte algo, Cristina…

Ella aguarda en silencio. Flavio exhala un suspiro y lo suelta.

– ¿Crees que podríamos intentarlo de nuevo? Esta separación me ha hecho comprender muchas cosas. Quizá tengamos ocasión de encontrar nuevos amores y de que nos vaya bien con ellos, pero también podemos fracasar de nuevo. Durante los primeros meses todo funciona…, las dificultades llegan al cabo de un año o dos, y nosotros hemos pasado muchos juntos. No te lo digo por apego a la costumbre, o porque piense que, tratándose de dos personas que ya se conocen y que ya han superado ciertas cosas, es más fácil… Te lo digo porque te quiero, porque todos los días eres una novedad, y yo no supe darme cuenta de ello. Lo eres desde hace muchos años -Flavio sonríe-. Al principio todo iba de maravilla, pero después nos aposentamos, nos perdimos, nos dormimos… ¿Te apetece despertarte conmigo todos los días en ese sentido?

Cristina no le responde. Se acerca silenciosa a él y lo abraza.

– No sabes cuánto he deseado que vinieras y me dijeras todas esas cosas.

Flavio la besa y de inmediato se echa a llorar. Unas lágrimas saladas resbalan por sus mejillas, entre sus labios, mezclándose con sus sonrisas y sus carcajadas.

– Parecemos dos críos…

Flavio la mira y la abraza.

– Te amo… Perdóname…

Cristina se esconde en ese beso. Después se aparta un poco y se apoya en su mejilla cerrando los ojos.

– Perdóname tú, amor mío…

Recuerda todo lo que ha sucedido desde que Flavio se marchó de casa. Él, en cambio, cierra los ojos y vuelve a pensar en las palabras de Alex, pero esta vez no tiene derecho a hacerle esa pregunta, porque crecer implica también dejar de necesitar ciertas respuestas, no buscar seguridad, sino saber darla.

– Amor… Estamos aquí. Eso es lo único que cuenta.

Cristina lo abraza aún más fuerte y siente de nuevo todo el amor que los une.

Simona va a abrir la puerta de casa, a la que acaban de llamar. Cuando lo ve se queda estupefacta.

– Alex…

– Hola. -Es evidente que está cohibido, pero sonríe-. Me alegro de verte.

Entonces aparece Roberto con el periódico en las manos.

– ¿Quién es? ¿Es para mí? Estoy esperando un paquete. -Cuando lo ve se queda boquiabierto-. Alex, qué bueno verte… -Lo dice en serio, lamenta profundamente cómo terminaron las cosas, y en parte la situación lo incomoda-. Entra, por favor. ¿Te apetece algo de beber?

– No, no, gracias.

– Entra, venga, no te quedes en la puerta.

Simona la cierra a sus espaldas. Mira a Roberto arqueando ligeramente las cejas como si dijese: «Y ahora ¿qué hacemos?» Mientras tanto, Alex da unos pasos mirando alrededor. En ese preciso momento llega Matteo.

– ¡Eh! ¡Hola, Alex!

– Hola, ¿cómo estás? -Se estrechan la mano de una forma algo cómica.

Esta vez son Roberto y Simona los que sonríen divertidos al contemplar la escena.

– ¿Sabes? -prosigue Matteo-. Lo sentí mucho por una cosa… Quiero decir, es cosa vuestra…, claro…, y en eso no quiero meterme…

Pero me prometiste que daríamos una vuelta a caballo y después no lo hicimos…

Alex sonríe divertido de su ingenuidad.

– Tienes razón. Lo haremos, te prometo que, suceda lo que suceda, daremos ese paseo a caballo… -y le acaricia el pelo con ternura, despeinándolo.

Matteo lo mira como iluminado por una gran intuición.

– ¿Pero es que has traído otra carta?

– No… -Pero a Alex no le da tiempo a responder.

– Vete a tu habitación, Matteo. -Simona se levanta y se encamina hacia su hijo.

– Pero no es justo, ya soy bastante mayor, ¡puedo entender toda esta historia!

– He dicho que te vayas a tu habitación… -y poco menos que lo empuja por el pasillo hasta que por fin Matteo se convence, acelera el paso y se encierra enfadado en su dormitorio dando un portazo.

Simona sacude la cabeza y vuelve a toda prisa al salón, intrigada, emocionada, y con el corazón latiéndole a toda velocidad. ¿Qué pasará ahora?, se pregunta. Acto seguido se sienta delante de Alex y exhala un hondo suspiro.

Roberto vuelve a intentarlo.

– ¿Estás seguro de que no quieres nada? Una Coca-Cola…, un bíter…, quizá tengamos también algunos zumos.

– No, no, no quiero nada, de verdad. -A continuación hace una pequeña pausa y luego prosigue tranquilo-: Lamento mucho lo que sucedió, fue todo tan… tan… caótico, en fin, ¡me habría encantado que las cosas fueran de otra forma!

Roberto asiente con la cabeza.

– ¡A quién se lo vas a decir!

Simona le da un golpe en la pierna.

– ¡No lo interrumpas!

– Sólo pretendía mostrarme solidario con él, quería que supiese cuánto lo sentimos nosotros también.

– Pues bien… -Alex sonríe-, lo único que yo quiero es que vuestra hija sea feliz.

Roberto lo interrumpe de nuevo.

– Nosotros también…

Simona lo mira irritada, pero Alex hace como si nada.

– He venido a veros para hablar… -prosigue-. Me gustaría aclararle a Niki algunas cosas que estoy seguro que…

Esta vez es Simona la que interviene para evitar que hable demasiado.

– Alex…, me encantaría que pudieses hablar con Niki ahora, pero se ha marchado…

Unas largas olas rompen en la playa Blanca, cerca de Puerto del Rosario. Un viento fuerte, tenso, ha soplado durante todo el día barriendo con fuerza la arena. Las gaviotas extienden sus alas y se ladean dejando que el viento las lleve muy lejos. Juegan temerarias, huyendo repentinamente del grupo y volviendo a él después de haberse lanzado entre las olas. Rebeldes, de vez en cuando hambrientas, rapaces en busca de una presa, arrancando al mar unos pequeños peces plateados que luego engullen sin dejar de volar.

Niki pasea sola por la playa. El pelo le cae a menudo hacia adelante, le tapa los ojos, le cubre la cara, y ella mueve las manos como una niña, imprecisa y confusa, tratando de apartárselo de los ojos. Con la palma, casi frotándolo contra la cara, se lo lleva hacia atrás, con fuerza, con rabia, pero es cuestión de unos instantes. Porque no sirve de nada. El viento vuelve a despeinarla y la obliga a repetir todos esos gestos cada vez con mayor irritación.

Niki se detiene en un escollo. Se sienta, contempla el mar, apoya los codos sobre las rodillas. Y busca más allá, en la línea del horizonte, como si algo o alguien, un barco pirata, un velero o cualquier otra cosa pudiese acudir en su ayuda. Pero no es posible. Y no hay nada más terrible que sentirlo, que darte cuenta, que la inquietud te asalte desde lo más hondo, te secuestre, te posea, te golpee con fuerza contra la arena, te sujete las muñecas y se suba sobre tu barriga para mantenerte clavada al suelo. Así se siente Niki, bloqueada por esa sensación. Todo le resulta repentinamente claro, tan nítido como ese atardecer, como el sol abrasador que ha golpeado durante todo el día esa playa. Sí, Niki ahora lo sabe. No es feliz. Y es además consciente de otra cosa. Se ha equivocado. No hay nada más terrible que darte cuenta de que has tomado una decisión errónea que no puedes cambiar o, mejor dicho, que no te permite dar marcha atrás porque es definitiva. Sí, no hay nada peor. No, piensa Niki. Es aún peor cuando esa decisión, esa elección imprudente concierne al amor. De improviso se siente pequeña, sola, nota una punzada en el corazón, sus ojos se empañan de lágrimas y le gustaría gritar, llorar… Pero lo cierto es que se ha quedado ya sin lágrimas. Nadie se ha dado cuenta, pero desde que empezaron esas vacaciones no ha hecho otra cosa más que llorar a escondidas, en el apartamento, en el baño, durante sus paseos solitarios, en la cama. Sólo se ha reído en una ocasión. Cuando recordó la primera vez que Erica rompió con Giò, su primer novio, y empezó a salir con otro. Estaban en el instituto, Erica se pasó toda la clase de matemáticas llorando y ella le tomó el pelo. Lo recuerda como si fuese ayer. «¿Veis?, todas queréis salir con otro y apenas lo conseguís queréis volver con el de antes… Sois todas iguales, ¿sabes cuántas historias como la tuya he oído?»

Niki se echó a reír evocando ese día. Después pensó en su situación y se sintió ridícula. Ahora era ella una de las que se avergonzaban. La mera idea de hablar de eso con sus amigas la avergonzaba, no digamos con Alex. Es terrible ser tan indecisa, cambiar de parecer en cuestiones de amor… Querer volver con él, con Alex… ¿Qué podría decirle ahora? ¿Cómo me justificaría? Nunca se ha sentido tan sucia, pese a que no lo engañó del todo. La situación le parece absurda. ¿Qué quiere decir «del todo»? ¿Que hay algo que menoscaba y no menoscaba el amor? ¿Que hay algo que te empuja a engañar o no? Sabe de sobra que cualquier relación más estrecha de lo habitual, cualquier sintonía que vaya más allá de la mera amistad, cualquier pensamiento de más sobre otra persona significa alejarse de la historia que uno está viviendo. Es inútil negarlo. Niki se siente morir. Madura, diferente, mujer y lejana. El mero hecho de haber pensado en otro, de haber imaginado una nueva relación con él, una nueva posibilidad, un nuevo futuro, sólo eso ya implica el mayor de los engaños. Permanece en silencio mirando el mar y escuchando los chillidos de las gaviotas y las palabras del viento. Siente un repentino pesar. «Un amor sólo durará para siempre si no se consume del todo.» Alguien lo dijo una vez, ¿o lo vi en una película?… El caso es que se siente mal. ¿Dónde estará Alex ahora? Yo no quiero que nuestro amor dure para siempre si no puedo tenerlo a mi lado. Ahora, aquí. Pienso en él sin cesar y mi obsesión, en lugar de aplacarse, no hace sino aumentar. Te añoro, Alex…

– Eh, pero ¿qué haces, Niki? -Olly se acerca a ella por detrás-. Te hemos estado buscando por todas partes…

Niki se enjuga al vuelo la lágrima que todavía no había tenido tiempo de caer.

– Eh… -Olly se ha dado cuenta-. ¿Todo bien?

– Sí -Niki sonríe-. Todo bien…

Olly sabe de sobra que no es así.

– Eh, si te apetece hablar… Yo estoy aquí, ya lo sabes.

Niki vacila por unos instantes. Sabe que, en cualquier caso, le iría bien. Pero piensa de nuevo en todo lo que imaginó antes, en lo que, precisamente ella, le dijo a Erica…, y ahora no le apetece verse en su lugar, contar sus dudas, su indecisión a Olly, que la juzgue por haber cambiado de idea. ¿Qué diría Olly si le contara lo que está pasando por su mente? Tal vez le daría un consejo, quizá no la juzgaría, puede que bromeara al respecto. Puede. Pero ¿de qué serviría? ¿Tal vez para que se sintiese mejor? No. Sólo la ayudaría hablar con una persona. Con él, con Alex. Pero él es el único que no está aquí.

Niki sonríe.

– No, te lo agradezco… Se trata tan sólo de recuerdos sin importancia. Todo va bien.

Olly sonríe.

– ¡Estupendo! -dice, pese a que no se cree una palabra-. ¡En ese caso, vamos! -y le coge la mano-. Acaba de empezar la sesión del gran Lovat. Acaba de llegar y está poniendo ya los primeros discos. ¡Es un alucine, fantástico!

Y corren por la arena cogidas de la mano, tambaleándose, hasta que superan la última duna.

En la gran playa de la bahía hay ya más de dos mil personas bailando.

T. I. con Rihanna en Live Your Live. Se mueven al ritmo de la música con sus pareos de colores, camisas blancas, celestes y azules, vaqueros desgarrados, pañuelos en la cabeza, canutos en la boca, las gafas sobre la frente, las de cristal de espejo sobre los ojos, y agitan las manos mientras se mueven en la luz anaranjada y azul del atardecer sobre el mar. Bailan los jóvenes, bailan, con los ojos cerrados, soñando, cantando, imaginándose a ella, a él o a cualquier otro, dejándose mecer por esas notas mágicas. Alguno se ha abrazado a su novia, un tipo grueso con el pelo rizado se ha subido a los hombros a la suya, que se ha quitado la camiseta y la hace girar sobre su cabeza. Y ella permanece así, con los senos al aire, sonriente, admirada, deseada, divertida, sintiéndose parte de esa música con la piel morena, el pelo castaño claro cayéndole por el cuello como un dulce alud de miel, y los vaqueros desgarrados que muestran unas piernas largas e igualmente bonitas.

Olly y Niki se abren camino entre la gente, ondeando poco a poco, a derecha e izquierda, avanzan en medio de la gran masa que se mueve a la vez como si se tratara de un único bailarín. Se acercan al escenario.

– ¡Ahí están! -Olly indica al grupo, que está a unos pasos de ella.

Erica, Diletta, Filippo, Simone, Barbara, Luca, Sara, Marco y Guido.

Luego Olly se vuelve hacia Niki.

– ¿Vamos con ellos? Pero si lo prefieres podemos quedarnos aquí las dos, ¿eh?

– Venga, no seas tonta… ¡Vamos!

Olly y Niki avanzan entre la multitud en el preciso momento en que el disc-jockey cambia de disco. Lo hace gradualmente, cuadrando perfectamente ambas canciones. Y todos se ponen a bailar entonces el fantástico nuevo tema de The Killers, Human. Bailan divertidos y alegres.

Simone se vuelve.

– Ahí están… Ya han llegado.

Guido también se vuelve.

– Eh, menos mal, os habéis perdido unos temas fantásticos…

Niki sonríe y se coloca en medio del grupo. Guido se acerca a ella.

– Estaba preocupado, ¿sabes? ¡Lamento la discusión de la otra noche!

Ella se encoge de hombros.

– No te preocupes, además, no fue una discusión. Lo que pasa es que tenemos puntos de vista distintos.

– Ya -Guido también se encoge de hombros, vuelve la cabeza y la sacude como diciendo: «Nada, no hay nada que hacer, no tiene remedio.» De modo que se pone a bailar con sus amigos.

Vaya -piensa Niki-, al parecer estaba preocupado por la discusión, lo lamentaba… Pero ¿qué hizo? No vino a buscarme, no trató de encontrarme, de ver qué ocurría. No, fue Olly la que vino. Dice que lo siente, pero ¿qué hace para remediarlo? Bailar… Bah. Qué extraño modo de cuidar una relación. Quizá sólo sea un niño mimado, tal vez no lo demuestre, pero si no obtiene lo que quiere entonces todo queda en un segundo plano… No sé si es un tipo caprichoso, pero la palabra que he dicho es la apropiada: niño. Puede que ésa fuese la verdadera razón. Yo quería seguir siendo una niña, por eso me volqué en él, por eso renuncié a dar ese paso, a la boda y a todo lo demás… La música es particularmente bonita y, poco a poco, la luz se torna mágica, toda la playa se tiñe de esa tonalidad naranja, suave, como ese sol que a lo lejos, mar adentro, escucha la última canción antes de irse a dormir.

DJ Lovat baila con el público, se mueve risueño sobre el escenario, alza las manos y las hace oscilar al ritmo de la música, después mira su consola, que se encuentra al principio de la escalera, y sonríe asintiendo con la cabeza. Coge el micrófono y baja la música. Y el inmenso pueblo de bailarines que festejan sobre la playa silenciosa se detiene lentamente.

Lovat empuña el micro.

– Perdonad, dentro de unos instantes seguiremos con la fiesta. -Todos lo miran en silencio-. Pero ahora os tengo reservada una sorpresa. He oído una historia que me ha emocionado. No sé si también os convencerá a vosotros. Sólo os pido una cosa: dadle una oportunidad. -Se interrumpe y mira de nuevo hacia la escalera, al fondo de la misma. Le sonríe y le indica con un ademán que suba-. Ven.

Alex sube al escenario. Al verlo, el público empieza a murmurar, se oyen varios silbidos. Niki lo reconoce y siente que le va a dar algo. Olly, Diletta y Erica se vuelven hacia ella casi al mismo tiempo.

Olly sacude la cabeza.

– Es genial…

Niki tiene los ojos empañados, está muy emocionada.

Alex se acerca a Lovat.

– Gracias.

El disc-jockey le sonríe y le pasa el micrófono. Alex da dos pasos sobre el escenario y se detiene en el centro. También él parece muy emocionado. Delante de él hay una multitud silenciosa. Algunos parecen irritados.

– Esto… -Alex carraspea un poco-. Buenas noches… Por nada del mundo habría querido interrumpir esta fiesta…

Un chico del público lo estaba deseando.

– Muy bien, así se habla, ¿por qué no te vas entonces y nos dejas seguir bailando?

– Porque un día podría sucederte también a ti. O a ti. O incluso a ti… -Alex señala a varias personas-. Porque puede que una mañana te levantes y te digas que estás echando a perder tu vida, que te des cuenta de que tenías algo maravilloso y que lo estás perdiendo… Y no puedes permitirlo. No puedes seguir sufriendo en silencio y vivir una vida vacía e inútil. Porque cuando conoces a la persona adecuada, la especial, la única, esa que sabes que nunca nadie podrá sustituir, entonces debes hacer un esfuerzo por reconquistarla. Incluso subir a un escenario e interrumpir la sesión de un disc-jockey, parar la música y hacer que suene tu corazón. ¿Os habéis enamorado alguna vez, os ha sucedido no pensar en otra cosa que en él o en ella, desear con todas vuestras fuerzas ver a la otra persona, pasar tiempo con ella, poder tenerla? ¡A mí me está ocurriendo ahora!

Un tipo grita desde abajo y abraza a una chica, que se ríe con él mientras se besan.

– ¡Como nosotros!

– Se ve que tienes más suerte que yo. Era mía y yo era el hombre más feliz de este mundo, pero la dejé escapar…

Niki mira a sus amigas. Todas tienen los ojos anegados en lágrimas, pero ninguna osa abrir la boca. Al final Niki se ríe un poco, llora también, vuelve a reírse, y todas, emocionadas, se unen a su llanto.

Alex vuelve a hablar en el escenario.

– Niki, he llegado hoy mismo, he venido hasta aquí esperando encontrarte… Confío en que estés aquí esta noche y en que hayas escuchado mis palabras. En caso de que no sea así, no te preocupes, volveré a intentarlo, por toda la isla, un día tras otro. Porque no bastará una vida, jamás me cansaré de decirte cuánto te quiero…

– ¡Estoy aquí! -Niki grita, levanta las manos y las agita para que la vea. Alex oye una voz y la busca entre el público, pero hay demasiada gente. Ella se abre paso a duras penas entre la muchedumbre-. Perdón, por favor, disculpad…

Un chico decide ayudarla.

– Oye, sube aquí, de lo contrario nunca lo lograrás… ¡Antes de que llegues ya habrá encontrado a otra!

Niki sonríe.

– Lo dudo… En cualquier caso, gracias.

De manera que el tipo la coge y la ayuda a subir sobre sus piernas, después sobre sus hombros, y por último sobre una tabla de surf, y en un abrir y cerrar de ojos Niki se encuentra sobre la gente. Los otros surfistas se ponen también sus tablas sobre la cabeza y Niki, procurando no perder el equilibrio, corre sobre esa extraña pasarela, sobre ese mar de brazos extendidos que la sostienen. Y ríe, Niki se ríe mientras hace surf sobre ese extraño mar humano hasta llegar al escenario. Cuando llega a él se baja de la última tabla. Camina lentamente por el escenario y se detiene delante de Alex.

– Hola.

– Hola, veo que he tenido suerte…

– ¿Porque he venido al concierto?

– No, por haberte conocido.

Y se besan delante de todos.

– ¡Muy bien! ¡Bravo! ¡Viva el amor! ¡Eres el mejor! ¡Eh, si vuelve a dejarte, acuérdate de mí!

El público ríe, se abraza y algunos incluso se besan.

Filippo mira a Diletta a los ojos.

– Te quiero, amor mío…

– Yo más.

También Olly y Simone se besan, al igual que Marco y Sara, y que Luca y Barbara.

Guido sacude la cabeza y permanece en silencio.

Lovat vuelve a pinchar un disco.

– Y ahora, aquí tenéis una canción dedicada a todos los que se quieren como ellos… Guapos y alegres, a los que no tienen miedo al amor y a sus consecuencias, a los que se arriesgan, se lanzan, ¡a los que son felices porque el corazón les late a dos mil por hora! ¡Dedicada a vosotros, chicos! Love is in the air…

Todos empiezan a bailar, más locos y desinhibidos que nunca. Bailan cantando, abrazados, besándose, felices, con la emoción de ese maravilloso momento todavía en los ojos: no temer al amor…

– Ven -Alex tira de Niki para que baje la escalera.

– Pero ¿adónde vamos?

– Lejos de aquí… Tengo una sorpresa.

– ¿Otra?

– Sí, pero sobre todo quiero estar a solas contigo…

– Yo también.

Salen por debajo del escenario. Alex se detiene justo detrás de la duna.

– Aquí la tienes.

– No me lo puedo creer.

Niki mira estupefacta la fantástica Harley Davidson.

– ¿Y quién la ha traído?

– Yo…

– ¿Hasta aquí?

– Claro… -Alex sube a la moto y se pone el casco, después le pasa uno a ella-. ¡Hay que superar ciertos miedos, Niki!

– Lo sé… -ella baja la mirada cohibida.

Él le levanta la barbilla y le sonríe.

– Por amor y por ti… Se supera cualquier cosa y, en caso de que no puedas, bueno, te esperaré hasta que estés preparada.

Niki sonríe, lo besa y lo abraza con todas sus fuerzas.

– Te amo.

– Yo también, muchísimo… Hasta el punto de… querer casarme contigo.

Se echan a reír y se alejan, abrazados, por la playa Blanca, rumbo al puerto del Deseo, con la moto que colea un poco sobre la arena pero sin temor alguno. Ninguno de los dos. De nada.

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