Anna tumba con delicadeza a Ingrid sobre el cambiador. Le quita el pañal y la limpia. Enrico la ayuda cogiendo uno nuevo y el talco.
– Le pondré también un poco de crema.
– Sí, menuda suerte tiene Ingrid de haberte conocido, eres fantástica.
– ¡La verdad es que con ella es coser y cantar! Es una monada, y además es tan buena… -Acaba de cambiarla, vuelve a vestirla y la sienta en el parque abarrotado de muñecos de colores, cojines y dos mantas-. ¡Ahora estás limpia y perfumada!
Anna regresa al cambiador y empieza a ordenarlo. Luego se detiene y alza la cabeza. Mira el cuadro de Winnie the Pooh que hay colgado de la pared.
– ¿Sabes que he discutido con Rocco? Era imposible razonar con él. Somos demasiado diferentes. Además, me pegaba; quiero decir, no sucedía a menudo, pero sí alguna que otra vez. Lo eché de casa.
– Qué me vas a contar… -Enrico se toca el labio partido e hinchado-. Sólo que a mí no me dio tiempo a echarlo… de mi casa; se marchó por su propio pie.
Anna se vuelve y lo escruta.
– Caramba…, no me había fijado. Pero ¿qué te ha pasado? -Se acerca a Enrico y le acaricia el labio. Parece disgustada-. ¿Fue él?
Enrico asiente con la cabeza.
– Sí, vino aquí, dio varias patadas a la puerta, me empujó…
– Pero eso es absurdo. ¿Por qué?
– Y yo qué sé. Mencionó un diario, tu diario. Decía que habías escrito algunas cosas.
Anna se para a pensar.
– Ah, sí… -Parece un poco avergonzada-. Quería que lo encontrara. Quería ponerlo a prueba, comprobar cómo reaccionaba y, de hecho, ha reaccionado. Lo siento, al final quien ha recibido la tunda has sido tú.
– Vaya, de manera que era sólo una prueba. -Enrico la acaricia-. Sea como sea, has hecho bien. No se puede estar con una persona que no te respeta.
Por un momento le gustaría ser Rambo o Rocky. Después piensa en la mole de Rocco y recuerda una frase de Woody Allen: «Me han agredido y me han pegado, pero me he defendido bien. A uno le rompí incluso una mano: necesité toda la cara, pero lo conseguí.
– Si vuelve a molestarte me lo dices, ya nos inventaremos algo… -Sonríe, pero por el momento sólo se le ocurre una solución: la fuga.
Y Anna asiente, serena, comprendiendo que, dado como es Enrico, la mera intención supone ya un gran esfuerzo.
– Claro, gracias.