Niki entra en casa y casi arrolla a Simona abalanzándose sobre ella.
– ¡Soy la persona más feliz de este mundo!
– Dios mío, ¿qué ha ocurrido?
Saltando por la cocina, aferra a su madre y la arrastra.
– ¿Papá está en casa?
– Sí, está allí, ha ido al cuarto de baño.
– ¿Y Matteo?
– No, está en casa de Vanni.
Niki se queda pensativa. Mejor. Así se lo digo sólo a mis padres. Se tira sobre el sofá. Simona se sienta delante de ella en un puf.
– ¿Y bien? ¿No puedes adelantarme algo mientras llega papá? Me muero de curiosidad…
Niki esboza una sonrisa y niega con la cabeza.
– De eso nada. Lo esperamos…
Su madre la mira intrigada, aunque no preocupada. Está tan contenta que debe de ser a la fuerza una cosa buena, la que sea.
– Ya lo sé… ¡Te ha tocado la Enalotto!
– ¡Qué venal eres, mamá! En cualquier caso… -Niki esboza una sonrisa increíble- ¡casi!
– ¡Ay, Dios mío! ¿Se puede saber de qué se trata? ¿Tengo que preocuparme? Ahora lo entiendo: has conseguido un trabajo y te van a pagar un montón de dinero… -Después reflexiona por un momento y se entristece de golpe-. ¡Y debes trasladarte a América! Dime que no es eso, te lo ruego, dime que me equivoco.
Niki sonríe.
– ¡Te equivocas!
Simona sonríe, pero su expresión vuelve a cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Sigue cavilando.
– No me estarás contando una mentira, ¿verdad? ¿Seguro que no es eso?
Niki la tranquiliza.
– No, mamá, ya te he dicho que no es eso.
– Júramelo.
– Te lo juro.
– Pero si tú y yo siempre nos hemos contado las cosas…
Niki la imita mientras repiten juntas la consabida frase:
– Tenemos que decírnoslo todo, ¡absolutamente todo!
Se echan a reír. Justo en ese momento Roberto entra en la sala.
– Bueno, ¿qué pasa? Veo que os estáis divirtiendo, ¿eh? Es una suerte… Las alegrías nunca vienen solas.
Simona da unas palmadas sobre el puf que hay a su lado.
– Ven, Robi, siéntate aquí, Niki quiere contarnos algo importante… Roberto se sienta.
– ¡Ahora lo entiendo, te ha tocado la Enalotto! -exclama al ver a su hija tan alegre-. ¡Cambiamos de vida!
Niki se queda estupefacta.
– ¡Mamá! ¡Papá! Menuda obsesión tenéis…
Simona mira a su marido.
– Yo también se lo he preguntado.
– Ah…
– ¡Y ella me ha contestado que casi!
Roberto sonríe.
– Hum, muy bien, debe de ser algo parecido… ¡Quizá también nosotros podamos embolsarnos algo!
Niki sonríe, no saben que están a punto de gastarse una fortuna. ¡Nada de Enalotto! Después los mira. Están delante de ella risueños y curiosos. Dios mío, ¿y si la noticia no les gusta? ¿Y si no se alegran? ¿Y si mi decisión los enoja? ¿Y si pretenden impedírmelo? ¿Y si tratan de chantajearme diciéndome: «Haz lo que quieras, no podemos obligarte, pero que quede bien claro que nos has decepcionado…»? En unos instantes repite todas las pruebas que ha hecho de ese discurso desde que volvió de Nueva York; deben de ser unas mil.
Por la noche, en la cama. Mamá, papá, me caso… No, así no va bien. Mamá, papá, Alex y yo hemos decidido casarnos. No, eso no es cierto. Él lo decidió y yo acepté. Por la mañana en el cuarto de baño, delante del espejo. Mamá, papá, Alex me ha pedido que me case con él. Y de nuevo… Alex y yo nos casamos. Con todos los tonos, matices, caras y muecas posibles e imaginables. Y después de intentarlo una y otra vez, se miraba al espejo y se decía que nunca lo lograría. ¡Porque es él el que tiene que decírselo y no yo!
Niki los mira y a continuación sonríe. A fin de cuentas, el problema es suyo, piensa.
– Esperadme aquí… -dice mientras abandona la sala.
Roberto y Simona se miran sin pronunciar palabra. Él escruta a su mujer con curiosidad y malicia.
– Tú sabes algo, ¿verdad?
– Te juro que no… Te lo habría dicho.
– Hum, tengo la impresión de que no es nada bueno…
– ¡Sea lo que sea, si la hace tan feliz debemos alegrarnos por ella!
– Sí, la felicidad de un hijo puede ser a veces una tragedia para los padres…
– ¡Madre mía, qué pesadez! -Simona le da un golpe en el hombro.
Un instante después, Niki vuelve a entrar en la sala acompañada de Alex.
– Aquí estamos…
– Pero ¿dónde estaba? ¿Escondido en tu habitación?
– No… Es que no encontraba aparcamiento -Niki tiene preparada la excusa. Al menos eso.
Alex y Niki se miran sonrientes. En realidad ella lo ha «aparcado» en el rellano porque antes quería prepararlo todo, llamar a sus padres y después darles la noticia.
Niki mira por última vez a Alex, que inspira, exhala el aire y a continuación sonríe a los padres de su novia. Apretando con fuerza la mano de ella, lo suelta todo de carrerilla.
– Niki y yo queremos casarnos… Esperamos que nuestra decisión os alegre. Roberto, que intentaba acomodarse en el puf, apoya mal la mano, resbala y se cae al suelo.
– ¡Papá! -Niki suelta una carcajada-. ¡No te lo tomes así!
Simona ayuda a su marido a ponerse de pie.
– No era mi intención, te lo juro…
Simona lo deja y echa a correr hacia su hija.
– ¡Pero eso es fantástico, cariño! -le dice abrazándola.
– No puedo ser más feliz, mamá. No sabes cuántas veces he ensayado estas palabras, de noche en mi cama, en el cuarto de baño.
Alex asiente con la cabeza.
– ¡Y al final he tenido que decirlo yo!
– Es verdad, pero ¿quién debía hacerlo si no? -Roberto se aproxima a Alex-. Ven aquí -le dice y los dos hombres se estrechan en un abrazo rudo y masculino. Roberto le da también unas palmaditas en el hombro-. Bien, me alegro mucho por mi hija. -A continuación abraza también a Niki.
– Oh, papá… Te quiero mucho.
Simona abraza a su futuro yerno, sólo que de manera más circunspecta.
– Esto hay que celebrarlo -dice tras separarse de él-. Tenemos una botella en la nevera que reservábamos para una gran ocasión. ¿Y cuál mejor que ésta?
Roberto se apresura a seguirla.
– Te acompaño, amor mío… ¡Voy a cogerla contigo!
Cuando se quedan a solas en la sala, Alex y Niki se abrazan radiantes.
– ¿Has visto, Niki? No hacía falta preocuparse tanto, a menudo las cosas resultan más fáciles de lo que uno imagina…
– ¿Tú crees?
– ¡Por supuesto! ¿No has visto lo contentos que se han puesto tus padres?
– Mi padre se ha caído de culo al oír la noticia.
– Resbaló del puf, eso es todo. Venga, no tiene nada que ver con lo que hemos dicho.
– No lo conoces. Debe de estar trastornado.
Roberto y Simona están en la cocina. Los dos han apoyado la espalda en la pila y miran absortos el vacío que tienen delante. Roberto está boquiabierto.
– No me lo puedo creer, no es posible, dime que estoy soñando… Dime que se trata tan sólo de una pesadilla espantosa de la que tarde o temprano nos despertaremos. No me lo puedo creer. Mi niña…
Simona le da un codazo bromeando.
– Eh, que también es mía… Mejor dicho, ¡primero es mía y después tuya!
– ¡Pero si la hicimos juntos!
– ¡Sí, pero yo la crié sola durante nueve meses!
Roberto se vuelve hacia ella.
– ¿Y todas las veces que me despertaba de noche porque ella gritaba y tú estabas destrozada y no querías ir a consolarla? ¿Quién la mecía, eh? ¿Quién se levantaba?
Simona le coge la mano.
– Tú. Es cierto, tú también has hecho mucho por ella.
– Los dos lo hemos hecho siempre todo por ella… ¿Y quién se la lleva ahora? Él.
Simona esboza una sonrisa.
– Venga, ya basta. Volvamos a la sala. De lo contrario se preocuparán.
– Y Niki sacará sus conclusiones.
– Las ha sacado ya.
– No…
– Eso quiere decir que no conoces a tu hija.
Simona coge una botella de un magnífico champán, unas copas del armario de la cocina y vuelve a la sala.
– Aquí estamos… ¡No encontrábamos las copas!
Los cuatro se sientan mientras Roberto descorcha la botella y les sirve un poco de champán tratando de parecer lo más tranquilo posible.