El apartamento es pequeño pero está bien conservado. Suelo de parquet. Iluminación con focos. Decoración esencial y moderna. Sobre una mesita de madera blanca hay abierto un ordenador portátil. Varios estantes de metal ligero con libros de deporte y fitness, una lámpara de estilo años sesenta y un iPod.
– Éste es mi reino… Deja la bolsa donde quieras. Voy a poner el agua a hervir para preparar un buen café de cebada. ¿Te apetece?
Susanna sonríe.
– Sí. Perfecto.
Davide desaparece detrás del tabique que separa la pequeña cocina del comedor.
Susanna mira a su alrededor. Las paredes están cubiertas con grandes fotografías de Davide posando de manera sexy, tipo calendario, o haciendo kickboxing. Es guapísimo. Nota un ligero rubor en las mejillas. Me siento como una niña. A saber qué pensarían mis amigas. ¿Y mis hijos? Ahora están haciendo deporte y mi madre pasará a recogerlos. No puedo quedarme mucho rato. Susanna mira el reloj. Davide regresa en ese momento.
– Eh, de eso nada, espero que ahora no te quieras marchar… ¡no puedes perderte el famoso café de cebada à la kick! -dice, y esboza esa sonrisa maravillosa que tanto la impresionó el primer día en el gimnasio.
– Descuida, no me lo perderé…
– Ya está casi listo… Pero ponte cómoda, yo te lo traeré.
Desaparece de nuevo y vuelve pasados unos segundos con una
pequeña bandeja, dos tacitas de colores y dos cuencos de azúcar: moreno y refinado. Lo coloca todo sobre la mesita que está delante del sofá donde Susanna acaba de sentarse. Toma asiento a su lado.
– Sírvete…
Ella coge la cucharilla, elige el azúcar moreno y se lo echa en el café. Lo remueve y después da un sorbo.
– Mmm…, ¡pero si está fortísimo!
– Eh…, es café de cebada con una gota de Baileys, ¡café à la kick! Fuerte como un puñetazo… ¡en el ojo de un marido! -Sonríe y da un sorbo-. Vamos, Susanna, nunca he tenido ocasión de hablar contigo, pero hace tiempo que te observo y que pienso en ti. Eres una mujer preciosa, alegre y resuelta. Una madre que nunca se rinde, una mujer que puede dar y que da mucho. Confía y lánzate de nuevo a la vida, hay un sinfín de cosas que puedes descubrir y apreciar… Te lo mereces. Sé que te lo mereces.
Davide deja la taza ya vacía sobre la bandeja. Coge la que Susanna tiene entre las manos. Acto seguido la mira. Ella le sonríe y desvía la mirada. Davide le coge la barbilla y la atrae hacia sí. Y un beso lento, cálido, tierno y a continuación más intenso la subyuga. No sabe qué pensar. Se niega a seguir pensando. En lugar de eso se abandona a ese abrazo que la envuelve, el sofá es cómodo y cada vez están más juntos. Pasa el tiempo. No sabe cuánto. Indefinido. No sabría decir si poco o mucho. Susanna sólo sabe que es feliz. Por unos momentos se olvida de todo. Se siente ligera. Ella misma.
Davide la abraza con fuerza y ella se tapa con la manta amarilla de pelo que hasta hace unos momentos estaba bien doblada sobre el brazo del sofá.
– ¿Sabes? La otra vez, cuando me acompañaste a casa…
– Eh…
– Pensaba que intentarías algo, y al ver que no lo hiciste me pregunté si no serías homosexual.
– Pues sí que… Si no lo intentamos, somos homosexuales, y si lo hacemos somos unos cerdos… En fin, que nunca vamos bien…
– No, no, tú vas muy bien, ya lo creo que vas bien… -Susanna lo abraza con más fuerza y a continuación sonríe serena sin pensar en nada.