Alex ha querido estar un rato a solas. Ha vuelto a su casa. Acaba de servirse algo de beber. Una copa de Saint Emilion Grand Cru de 2002, a pesar de que no tiene nada que celebrar. Su éxito personal en el trabajo no es un auténtico motivo de felicidad. Da un sorbo mientras mastica un pedazo de camembert con un Tuc. Aunque también es cierto que cuando logras algo lo das por descontado. De repente tiene una especie de visión. La vida es como una gran red de pesca hecha de innumerables tramas, y uno, un simple pescador, sólo tiene dos manos, de manera que apenas coge una parte se le cae la otra, sube una y se le resbala otra. La vida es tan compleja y articulada que las manos no bastan por sí solas para sujetarlo todo, unas veces se pierden cosas, otras se encuentran. Hay que elegir, decidir y renunciar. ¿Y yo? ¿Soy feliz? ¿Qué podría haber hecho para no perderla? Ese pensamiento lo bloquea de repente. Oye algo. El interfono. Su interfono. Es ella. Niki. Ha cambiado de opinión. Quiere pedirme disculpas, perdón, o simplemente quiere estar conmigo. Y yo no diré nada. No le preguntaré qué ha pasado, por qué se marchó, si hay alguien en su vida, en nuestra vida…
– ¿Sí? ¿Quién es?
Una voz. No es la de ella.
– ¿El señor Belli?
– Sí.
– Le traigo un paquete.
– Suba, es el último piso.
Un paquete. Alguien ha pensado en mí. ¿Qué podrá ser? Aunque, sobre todo, ¿quién lo habrá enviado? ¿Tal vez ella? ¿Y por qué un paquete? El mejor regalo habría sido que viniese esta noche… Alex abre la puerta, espera a que llegue el ascensor y, cuando las puertas se abren, la sorpresa es increíble. Jamás se lo habría imaginado. Lleva un paquete en la mano y está elegantísima. Además de más guapa de lo habitual.
– Raffaella… -sonríe.
– ¿Llego en mal momento? -Se detiene a pocos pasos de él-. No quisiera ser un problema… Tal vez no estés solo…
Por desgracia, es así, piensa Alex. Me habría encantado tener el «problema» Niki, pero ella no está. No hay peligro.
– No, no… Estoy solo. ¡No te he reconocido por el interfono!
– Lo he hecho adrede, he cambiado un poco la voz -entra de nuevo en el personaje y falsea el tono-: «Señor Belli, un paquete para usted.» -A continuación se echa a reír-. Te lo has tragado, ¿eh?
– Pues sí. -No se mueven del rellano. Al cabo de un rato resulta incluso una falta de cortesía. Alex se da cuenta y se siente en la obligación de remediarlo de alguna forma-. Qué idiota soy, mejor dicho, vaya un maleducado, ven, ¿te apetece entrar?
– Por supuesto que sí…
Entran en casa y Alex cierra la puerta.
– ¿Puedo ofrecerte algo de beber? Estaba disfrutando de una copa de vino… ¿O prefieres otra cosa? No sé, un bíter, una grapa, un zumo de fruta, una Coca-Cola…
Sin querer le viene a la mente la misma frase, la que le dijo a Niki cuando la invitó a subir a su casa. Basta. Alex se esfuerza por alejar ese recuerdo. He dicho que basta.
– ¿Y bien? ¿Qué puedo ofrecerte? -Se percata de que se lo ha preguntado con cierto nerviosismo. Ella no tiene nada que ver, Alex, al contrario, ha sido muy amable.
– Lo que tú estás bebiendo me va bien, gracias…
Él exhala un suspiro.
– ¿Quieres un trozo de queso? -pregunta acto seguido un poco más calmado-. Un cracker… Otra cosa… No sé…
– No, no, una copa de vino me vale.
Se encuentran en el salón saboreando el vino con el paquete justo delante de ellos sobre la mesita baja. Raffaella lleva una preciosa falda de seda estampada con mariposas, flores y olas. Combina los colores morado, rosa y fucsia con un ligerísimo celeste que parece unir suavemente esas imágenes, como si un delicado pintor se hubiera valido de ese tono pastel para hacer el fondo. En la parte de arriba lleva una camiseta sin mangas azul claro con los bordes morados y algunos botones de la misma tonalidad. Cruza las piernas. Tiene una figura estupenda. Y también una espléndida sonrisa que ahora emplea. Es guapa. Realmente guapa. Una chica divertida con unos rizos castaños que la envuelven en una imagen ligera como si de un refinado perfume se tratara, en absoluto penetrante. Sus ojos se esconden detrás del borde de la copa.
– Bueno, Alex…
– Dime… -responde él, cohibido, como si supiera de antemano cuál va a ser el tema de su conversación.
Pero se equivoca. Raffaella sonríe.
– Lo he traído para ti… Me encantaría que lo abrieses.
– Ah, sí, claro.
Alex se libera de ese momento, coge el paquete y empieza a desenvolverlo. Raffaella sigue dando sorbos a su vino. Sonríe, sabedora de lo que contiene. Él lo alza con ambas manos delante de su cara.
– Pero… Es precioso… -Quita el último trozo de papel que seguía ocultándolo.
– ¿De verdad te gusta?
– ¿Cómo lo has hecho? -dice él mientras contempla admirado el pequeño plástico.
Es la maqueta de su campaña, unas fotografías transparentes de animales que se atacan y se muerden en primer plano y, a continuación, el coche y el lema: «Instinto. Amor. Motor.»
Alex le da vueltas entre las manos sinceramente sorprendido. Raffaella apura su vino.
– Oh… Es fácil. He impreso las fotografías sobre papel transparente en el ordenador. -Se sienta a su lado-. Pero no te has dado cuenta de lo que hay al fondo.
Detrás de la última imagen de la pantera aparece el despacho de Alex y éste absorto delante de los folios con la barbilla apoyada en una mano.
Él se queda boquiabierto.
– ¿Cómo lo has hecho, en serio?
Raffaella esboza una sonrisa.
– Esos días siempre dejabas la puerta abierta… Ya sabes cuánto me gusta la fotografía. Te saqué varias de ellas mientras pensabas…
Alex se imagina esas fotografías. En ellas habrá captado momentos de amor, de dudas, de dolor y de búsqueda infructuosa. A saber en cuántas pensaba en Niki.
– ¿Has visto ésta? -Raffaella lo devuelve a la realidad y le indica un punto al otro lado de la maqueta.
– Pero… eres tú -Se trata de una imagen de ella mientras le saca las fotografías. Aparece detrás de una columna enfocándolo con su cámara fotográfica-. ¿Quién te la hizo?
– Oh, no me acuerdo… -responde Raffaella, cohibida.
Claro, a ella todos querrían sacarle una fotografía…, además de hacerle otras cosas…, piensa Alex, que ahora mira la maqueta con otros ojos.
– Si quieres puedes quitar mi fotografía, Alex, no la he pegado adrede… Si te apetece que esté, por mí encantada, pero si no es así… -lo mira fijamente.
Están muy juntos en el sofá, mucho, demasiado. Alex siente su aroma, ligero, elegante, seco, ni excesivamente intenso ni agobiante. Como ella. «Si te apetece que esté, por mí encantada, pero si no es así…» Alex la mira y esboza una sonrisa.
– ¿Por qué debería quitarte? La idea es preciosa. Me gusta. Me recordará el trabajo que hicimos juntos.
Aunque también me recordará todo este período, piensa Alex. Será un regalo doloroso.
– Y espero que sea una idea para todo lo que hagamos en el futuro…
Raffaella se acerca a él. Su proximidad es dolorosa. Alex la escruta.
– Pues sí… Para todo lo que hagamos…
Luego permanecen en silencio en el sofá. Alex mira la maqueta, las fotografías, los animales, las películas transparentes, el lema. La marca del coche. Instinto. Su eslogan: amor motor. El silencio parece infinito. Se le ocurre una nueva idea, un nuevo eslogan para una campaña terrible: «Silencio. Amor. Dolor.» Raffaella lo arranca de sus pensamientos con su voz alegre.
– Pero mi sorpresa no acaba aquí… ¿Te apetece venir conmigo?