Ciento siete

Suena el timbre. Cristina va a abrir. Cuando lo hace aparece delante de ella un precioso y abigarrado ramo de flores. Enorme. Unas espléndidas rosas rojas combinadas con florecitas verdes y blancas, y varios tipos de hojas. Todo envuelto en un delicado papel con un gran lazo de seda. Cristina se queda boquiabierta. Detrás del ramo asoma el repartidor, que la saluda con cara de aburrimiento.

– Buenos días, señora. ¿Es usted Cristina Bertelli?

A Cristina le produce cierta impresión que se dirijan a ella por su apellido de soltera.

– Sí…

– Es para usted -el repartidor le tiende el ramo.

Cristina lo coge.

– Espere…

Entra por un momento en casa. Coge varias monedas de un cestito que hay sobre una repisa y se las da al chico. Él le da las gracias y se marcha.

Cristina cierra la puerta. Mira el ramo. Busca una tarjeta. La encuentra y la abre: «Gracias por las emociones que me regalaste anoche… ¿Te gustaría volver a salir conmigo? Si aceptas me harás muy feliz.»

Cristina pone los ojos en blanco y corre a coger el móvil. Busca apresuradamente el número en la agenda. Aquí está. Tecla verde. Tono de llamada. Varios de ellos.

– Dígame…

– Hola, Susanna… ¿Se puede saber qué has hecho? -se lo pregunta en tono enojado.

– ¿Qué he hecho? -Susanna se ha quedado estupefacta.

– ¡Venga! ¡¿Le has dado a Mattia mi dirección?!

– ¡Sí! ¿Y qué?

– ¿Cómo que y qué? ¡Cómo has podido hacer una cosa así! ¡Ahora sabe dónde vivo! ¡Incluso le has dicho mi apellido! A saber qué pensará…

– Oh, calma, calma… ¿Qué quieres que piense? ¡No es un psicópata! Anoche te divertiste, tú misma me lo dijiste, hablasteis todo el tiempo, y hoy en el gimnasio Davide me ha dicho que a Mattia le gustaría volver a verte, sólo que tú no le habías dado tu dirección… ¡De manera que lo he hecho yo!

– ¡Ah, muy bien! ¿Y si yo no quería?

– ¿Por qué? ¿Quieres decir que no te gustó?

– ¡Sí, ¿pero eso qué tiene que ver?!

– ¡Ya lo creo que tiene que ver! Te ha gustado, así que no le des tantas vueltas y disfruta el momento. ¡Hablamos! -Susanna cuelga el teléfono.

Cristina contempla pasmada el aparato. ¡Mira ésta! Le da mi dirección al primero que pasa sin que yo me entere. Coge un jarrón de cristal, lo llena de agua, quita el papel del ramo y lo coloca dentro con esmero. Hay que reconocer que es precioso…, ha sido muy amable. Hacía mucho tiempo que nadie me regalaba flores. Y yo en seguida he pensado mal. Sin disfrutar del momento, como dice Susanna. Es cierto. Me he convertido en una persona seca y desconfiada. Hace algunos años, un gesto como éste me habría hecho enloquecer de alegría. Vuelve a leer la tarjeta. Biiip. El móvil. Un sms. Cristina lo abre. Es de Susanna: «Dado que te has enfadado tanto, te diré otra cosa: ¡le he dado también tu número de móvil!»

Cristina no se lo puede creer. ¡Está como una cabra! Antes de que pueda seguir pensando, suena el teléfono. Un número desconocido. Cristina responde.

– ¿Hola?… -Es una cálida voz masculina. La reconoce. Es Mattia. No es posible.

– Ah… Hola…

– Hola, Cristina…, ¿has recibido mi regalo?

– Sí, es precioso, gracias.

– ¿Sabes? No acababa de decidirme con las flores… Hablé mucho con la florista, le describí tu belleza, le dije que eres simpática, y al final me dijo que las rosas rojas eran perfectas… -Después bromea-: Cada una de ellas parecía hablarme de ti.

Cristina se echa a reír y siguen charlando un poco.

– Venga, ya que nos divertimos tanto…, paso a recogerte dentro de un rato y salimos juntos. Pero esta vez los dos solos, ¿eh?

Cristina vacila por unos instantes, pero luego recuerda las palabras de Susanna: «Disfruta el momento.»

– Está bien, te espero. ¿Te parece bien dentro de una hora? Tú eliges el sitio…

– Perfecto. ¡Hasta luego!

Cristina cuelga. Se precipita hacia el cuarto de baño, se ducha y a continuación se arregla sin pasar por alto ni un solo detalle. Se pinta las uñas, se pone un par de preciosas medias de liga, un conjunto de ropa interior muy mono y, encima, un vestido negro. Empieza a peinarse. Llaman a la puerta. Cristina corre a abrir.

– Llegas antes de tiempo…

Cristina no se lo puede creer. Flavio está frente a ella. La encuentra guapa, bien vestida, lista para salir. A continuación mira a sus espaldas y ve el ramo de flores en el jarrón. Y de repente lo entiende. Querría decirle algo. Que está preciosa. Que es una lástima que rompan así. Que quizá… Y mil cosas más* Siente miedo de volver a perderla. Más aún. No sabe quién le ha mandado esas flores. Si la quiere. Si ella lo quiere a él. Además, ¿con qué derecho te lo pregunto? ¿Qué nos une en el fondo? Ni siquiera tenemos hijos en común. No es como en el caso de Pietro. De manera que, sin decir nada, la mira por última vez a los ojos, sacude la cabeza y se va.

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