Más tarde. Siguen ató. Una milonga increíble de guitarras invade el local. Una pareja empieza a bailar en medio de la sala. Se mueven con los cuerpos muy juntos, él sujeta el brazo de ella en alto, a la altura de sus cabezas, ella entrelaza unos pasos impecables que se cruzan con los de él. Un abrazo estrecho, más frontal, el bailarín ciñe con la mano derecha la espalda de su compañera a la vez que le sujeta la mano con la izquierda. La guía. Giran ligeros; mirándolos, todo parece muy sencillo. Niki estrecha la mano de Alex bajo la mesa. Se sonríen. Mouse se da cuenta y sacude la cabeza sonriendo a su vez.
Un poco más tarde.
– Nosotros empezamos a notar los efectos del jet lag… Nos vamos… ¿Cuánto es?
– No lo digas ni en broma, sois mis invitados.
– En ese caso, gracias.
Mouse se levanta, deja pasar a Niki, le estrecha la mano y la besa.
– Encantado de haberte conocido, hablo en serio.
– Yo también.
Después se despide de Alex.
– Hablamos mañana -dice, y se inclina sobre su amigo par» que Niki no lo oiga-: En cualquier caso, todo está arreglado…
Alex le da una palmada en el hombro.
– Está bien, gracias por todo… Hasta mañana.
Desaparecen al fondo del local. Caminan por las calles del SoHo en dirección al hotel.
Una vez en la habitación, se lavan los dientes riéndose, haciendo espuma, intentando hablar sin entenderse y soplando sobre el cepillo. Después se enjuagan la boca y se secan recordando una escena que han presenciado en el local, una cara en el restaurante o un tipo con el que se han cruzado en la calle que iba vestido de manera original. Luego se meten en la enorme cama para pasar la noche. Una noche de arrumacos con sabor a aventura. Sobre un colchón diferente, pero blandísimo. Una noche de cortinas ligeras que la brisa que entra por el único resquicio que han dejado abierto mueve lentamente. Una noche neoyorquina. Una noche de luces de neón, una noche en lo alto, una noche de tráfico a lo lejos.
Pasan las horas. Alex se agita en la cama, la mira. Niki duerme cansada, pacífica, serena, rememorando las imágenes de ese día inesperado. Su respiración es lenta, sus labios chasquean ligeramente de vez en cuando: una burbuja, un salto, una respiración un poco rebelde. A saber si estará soñando. Y qué. Duerme. Niki duerme porque no lo sabe. Alex inspira profundamente, está cansado, le gustaría conciliar el sueño pero está un poco nervioso. Está al corriente de todo y la emoción es tan intensa que le quita el sueño. ¿Qué sucederá? ¿Hasta qué punto podemos estar seguros de que nuestras decisiones harán felices a la otra persona? ¿Conservaremos la sintonía que nos une después de que se lo haya dicho? ¿Habré interpretado bien las señales o me estaré engañando? Qué difícil es a veces la felicidad. Cuántas dudas nos provoca. Y, sin embargo, bastaría con creer ciegamente, lanzarse sin más, como ella hizo conmigo hace dos años. Contra todo y contra todos. Ella es sabia. Es increíble. Alex mira por última vez la cortina que sigue bailando con el viento. Juguetea, divertida e incansable. ¡Cuánto le gustaría poder disfrutar también de esa sencilla ligereza!