– ¿Te das cuenta? ¡Esa cría resopla cada dos segundos! No entiendo qué ha podido ver mi hermano en ella.
Claudia camina por la sala gesticulando. Davide, que en ese momento está ordenando unos libros que acaba de comprar, asiente con la cabeza y piensa: Yo sí que sé lo que ha visto en ella, vaya si lo sé.
– Por si fuera poco, no ha comentado nada sobre lo que le hemos propuesto; es tan indecisa… ¡No tiene sangre en las venas!
– En cambio, a mí me parece una chica muy educada y amable…
– Claro, es suficiente con que tenga menos de treinta años. Vosotros dividís a las mujeres en función de ese límite de edad… Las que deben abrir la boca y las que, por el contrario, es mejor que se queden calladas…
– ¡Te olvidas de las que son un coñazo y las que no lo son!
– ¡Maleducado!
– No me refería a ti…
– ¡Faltaría más! Me refiero al taco. No existe ninguna mujer que sea un coñazo. Existen las que te hacen notar las cosas y las que no se dan cuenta o fingen no darse cuenta de nada…
«Bueno, dejemos ya esta charla inútil, voy a preparar un plato de carne y ensalada. ¿Te apetece? Nada de pasta, tengo que seguir la dieta… ¡Y tú también! -De improviso se percata de una cosa-. Perdona, pero ¿por qué estás poniendo los libros así?
– ¿Por qué? ¿Qué tiene de extraño? He colocado la novela policíaca de Jeffery Deaver al lado de ésta de suspense, El niño 44.
– Pero ¿no ves que las cubiertas no son del mismo color? Yo clasifico los libros por colores… Igual que Fazio.
– Ah, ¿él también?
– Sí. Lo leí en una entrevista, ¡Fabio Fazio hace eso! Y desde entonces yo hago lo mismo, es genial… Los ves en gradación.
– ¿Los libros?
– Sí, ¡ordénalos por colores y ya me dirás! -Se encamina resuelta hacia la cocina concediendo un pequeño y último favor sin volverse siquiera-: Gracias.
Davide coge los dos libros y pone la novela policiaca de Jeffery Deaver entre los azules y, en concreto, entre El puente hacia el infinito de Richard Bach, azul claro, y Alta fidelidad de Nick Hornby, de un azul más oscuro. ¡Ahora dime tú si La nieve cae sobre los cedros puede estar entre dos novelas románticas! Y luego dice que las mujeres no son un coñazo… Además de que hay una que las supera a todas… ¡Ella! ¡A su lado, todas las demás son serviciales y dóciles!
– Ahora dime tú por qué, con todas las mujeres que hay en este mundo, mi hermano ha tenido que ir a elegir precisamente a una como ésa. Le he presentado a todas mis amigas, y a mis compañeras de trabajo, y cuando estaba deprimido porque había roto con Elena procuré que lo invitaran a todas partes…, ¿y él qué hizo? Comenzó a salir con Niki…
Gregorio lee el periódico sentado en el sofá.
– Comprendo, pero si a él le gusta Niki…
– ¡Pero a nosotros no nos gusta!
– Escucha, Margherita… Me parece ridículo que digas esas cosas; además, ¿a quién te refieres cuando hablas de «nosotros»?
Margherita resopla y se sienta a su lado con los brazos cruzados sobre el pecho.
– Estoy segura de que a Claudia no le gusta, y eso que todavía no hemos hablado, ¿eh? Te lo aseguro.
Gregorio baja el periódico exhalando un suspiro, renunciando por el momento a la lectura, de la noticia de la compra de un jugador que acaba de efectuar su adorada Juve.
– ¿Y por qué crees que no le gusta?
– Porque… porque… ¡porque es demasiado joven, eso es!
– Oye, vosotras dos no la tragáis por la edad. A mí me parece una chica madura, amable y encantadora; incluso se ha mostrado dispuesta a que la ayudéis con los preparativos de la boda…
– Sí, pero en el fondo habría preferido negarse.
– ¡Puede! Pero no lo ha dicho. ¿Tú habrías aceptado que mis hermanas te aconsejasen sobre el banquete o las invitaciones?
Margherita se levanta sonriendo.
– ¡Tú no tienes hermanas!
– Claro, pero imagina que las hubiese tenido.
– Por suerte no tuve que enfrentarme a ese dilema…
Gregorio levanta el periódico de nuevo y reinicia su lectura.
– Yo te resuelvo ese dramático dilema si quieres: ¡habrías dicho que no!
Margherita se precipita hacia él y le baja el diario con una mano, casi rompiéndolo.
– ¡Su hermano estuvo a punto de matar a Celeste!
– ¿Y Niki qué tiene que ver en eso? Además de que los niños siempre han jugado así, a lo loco, se caen de los columpios en el campo, acaban entre las zarzas y se hacen daño sin que nadie lo considere una cuestión personal…
– ¡Aaaah!… ¡Mamá! -les llega un grito procedente del dormitorio de las niñas.
– ¿Ves?… -le dice Gregorio risueño encogiéndose de hombros-. ¡Hasta en casa sucede! ¿O también de esto tiene la culpa Matteo, que. podría haberse escondido en el armario?
Margherita se encamina nerviosa hacia la habitación de las niñas sin dejar de hablar.
– Estoy deseando ver lo que ocurrirá el día en que Alex y su futura esposa organicen una fiesta. Los invitados se dividirán en dos grupos. En el bando A, la conversación será de lo más variada, desde temas políticos hasta sociales. Los del bando B, en cambio, se liarán a fumar porros o beberán cerveza mientras comentan uno de los tantísimos episodios patéticos que se producen en los estadios de fútbol…
Una vez a solas, Gregorio se pone a leer de nuevo el artículo que comenta la adquisición del nuevo jugador por parte de su equipo del alma. No obstante, no puede evitar pensar por un momento en lo que acaba de decir Margherita. La verdad es que una fiesta de Alex y Niki, con toda la gente que conocen entre los dos, no estaría nada mal. Pero después lo asalta una duda: ¿en qué bando estaría yo? ¿En el A o en el B? Exhala un suspiro de alivio. A buen seguro, en el bando A… ¡Aunque tal vez me divertiría más en el B!
Silvia y Luigi están en su bonita casa romana sentados a una gran mesa, comiéndose el postre.
– ¿Ves, Luigi? Edmond se recuperará en unas semanas…
– ¡Gracias a Dios! Le dio de refilón… ¡Menos mal que el tipo es torpe!
– Venga, no digas eso, yo me divertí muchísimo, son una pareja diferente de nosotros, pero con unos valores dignos de todo respeto, los mismos que nosotros hemos inculcado a Alex y a nuestras hijas. ¿No eres feliz? Si Niki nos da un nieto, éste llevará tu apellido…
Luigi acaba de masticar un trozo de piña y a continuación se seca la boca con delicadeza valiéndose de la servilleta que tiene sobre el regazo.
– Claro que soy feliz, pero podría haberme dicho que no había empuñado una arma en su vida…
Silvia pela una naranja.
– No, dijo que había disparado alguna vez…
– ¡Sí, en la piazza Navona, con las escopetas de perdigones!
– ¡Quería resultar gracioso! Y lo fue: ¡nos hizo reír a todos varias veces!
– A mí, no.
– Cariño, reconoce que necesitábamos ampliar un poco nuestro círculo de amistades. Piensa en la boda. ¡Será muy divertida!
Luigi se imagina a sus amigos notarios, jueces, fiscales y abogados mezclándose con…
– ¿A qué dijo que se dedicaba el padre de Niki?
– La verdad es que no lo dijo.
– Ah, ya…
– No, espera, sí que lo dijo, ¡tocaba en un grupo de música!
– ¡Cuando era joven!
– Quizá lo siga haciendo. ¡Imagínate lo fuerte que sería que tocase en la boda!
– No creo que continúe… ¡De alguna forma tendrá que mantener a su familia!
– Según he leído en Vanity Fair, algunas de las personas más ricas del mundo son deportistas y cantantes… Los cantantes cobran derechos de autor durante toda la vida. ¡Ganan cientos de millones de euros!
– ¡Sí! ¿Los Beatles, Madonna, George Michael! Pero no creo que sea el caso de Roberto Cavalli; jamás he visto un cartel anunciando uno de sus conciertos…
– Bueno, quizá sea rico de familia. Tal vez sea pariente de Cavalli, el diseñador…, podría ser su hijo.
– ¡Es demasiado mayor!
– ¿Su hermano?
– Con el mismo nombre… ¡Menuda fantasía entonces, la de sus padres!
– Será… En cualquier caso me parece un tipo tranquilo, se percibe en su mirada… Los ojos son el espejo del alma… Y Luigi es puro. Estaba consternado al ver el daño que le había causado a Edmond.
– ¿Tú crees?
– ¡Claro! ¿Hasta ha llamado por teléfono!
– Porque olvidó el neceser.
– ¡Sí, pero ha llamado dos veces!
– ¡Porque se dejó también las llaves de casa!
– Pero ha preguntado por Edmond y se ha alegrado de saber estaba mejor…
Luigi se encoge de hombros. No acaba de estar convencido. Silvia sonríe. Claro que, para una madre, un hijo lo es todo. Y el hecho de ver por fin a Alex tan feliz le parece maravilloso. Sí, venga… Esos Cavalli son simpáticos, son buenas personas, y quizá Luigi vuelva a llevar a Roberto a cazar en el futuro. Aunque, en caso de que lo haga, lo hará ir delante y procurará que antes se saque el permiso de armas.
– ¿Sabéis que, en el fondo, me gustó salir a cazar? -confiesa Roberto mientras ayuda a Simona a quitar la mesa.
– ¿En serio, cariño?
– Sí, tengo la impresión de que acaba de nacer una pasión en mí. Mientras estaba allí sentía correr la adrenalina, el jabalí que, de repente, salió del matorral… Disfruté como un enano.
Simona se seca las manos con un trapo.
– No creo que Edmond sea de la misma opinión…
Roberto se encoge de hombros.
– Bueno, cualquiera puede tener un accidente…
– Sí, claro… ¡Cómo no! Matteo que hace salir volando del columpio a Celeste…
Matteo, que está sentado en el sofá, se echa a reír.
– También llamada la estrella fugaz…
– Sí, precisamente… Y tú que, para terminar de arreglarlo, casi matas a ese perro… Dime, ¿qué más se os ocurre que podríamos haber hecho?
Matteo enciende la televisión.
– Bueno, no habría estado mal dar una vuelta a caballo… Alex dijo que me dejaría montarlos… Espero que se casen de verdad… No sabéis cuánto me apetece la idea de poder montar de vez en cuando a caballo en esa especie de castillo.
– Ah, muy bien. -Roberto se acerca a él y le apoya una mano en el hombro-. Veo que tú también sientes una nueva pasión. Montar a caballo debe de ser un deporte precioso.
– No es eso, papá… ¿Sabes lo que ligaré cuando mis amigas se enteren de que puedo entrar en un sitio como ése? ¡Hay que saber jugar las cartas adecuadas! En fin, buenas noches, me voy a la cama, en la televisión no echan nada…
Roberto y Simona se quedan solos en la cocina y acaban de recoger los últimos platos en silencio… De improviso, Roberto obliga a su esposa a dejar lo que está haciendo y la atrae hacia sí con dulzura.
– ¿En qué piensas? ¿Estás preocupada? Te prometo que no dispararé a ningún otro perro…
– ¡Idiota!
Roberto la acaricia.
– Cuando te ríes estás preciosa, mamá…
– ¿Sí? ¿Y cuando estoy seria?
– Sensual… -Prueba a morderle en el cuello-. ¡Ñam!…
Luego se dan un beso tranquilo, sereno, dulce, profundo y maravilloso. Como el viaje que han compartido hasta ese momento. Roberto esboza una sonrisa.
– ¿Sabes qué? Al final me alegro de que Niki se case con Alex. La suya es una historia muy bonita, y si algo le falta a este mundo es precisamente eso -se mete las manos en los bolsillos y se encamina hacia la sala, pero antes de llegar a ella se detiene y se vuelve-. Y además, ¡menuda mansión!
Simona se pone verdaderamente seria.
– ¡Anda ya! ¡Eres peor que tu hijo!
– Era una broma, cariño… ¿Quieres que mire qué película ponen esta noche?
– Sí, de acuerdo…
Simona se demora un momento en la cocina, se sirve un poco de agua y la bebe a pequeños sorbos. Sí, yo también me alegro por Niki. El mundo necesita historias bonitas. Pero, sobre todo, con un final feliz. Eso es lo que le preocupa.
– Ven, Simo…
– ¡Voy! -Deja el vaso y se dirige a la sala sonriendo de nuevo. Se sienta al lado de su marido-. ¿Qué vamos a ver al final?
– The Game.
– ¡Pero si me la sé de memoria!
Entre bromas y risas buscan otro filme para pasar la velada. Quizá lo encuentren. Una cosa es, sin embargo, segura: una madre difícilmente se equivoca.