– Así que no sois puntuales, ¿eh? No cojo a gente así. Mouse me había asegurado… Como de costumbre, no debería fiarme de ciertas personas.
Alex y Niki están parados delante del hotel. Niki resopla. Claudio Teodori es un ex periodista italiano que lleva años trabajando como guía. Mouse le ha hablado a menudo de él a Alex, pero no le ha dicho que fuera tan huraño.
– ¿Y bien? ¿Subís o no? -Claudio los mira sentado en el interior de su Mustang rojo, cuando menos tan viejo como él-. ¿Os hace falta una invitación por escrito?
Alex y Niki no se hacen de rogar y suben al coche. Claudio arranca sin apenas dejar tiempo a Alex a cerrar la puerta.
– Venga, vamos a desayunar.
Alex sonríe tratando de entablar amistad.
– Por lo general, somos puntualísimos…
Claudio lo mira y esboza una sonrisita.
– ¿Por qué será que todos emplean la misma palabra: «puntualísimos»? ¡Imposible! Uno es puntual o no lo es. No existe el superlativo. No se puede llegar aún más puntual… si se llega puntual.
Alex mira a Niki y traga saliva. Dios mío, quién se iba a imaginar una cosa así. No será fácil. Pero, contra todo pronóstico, al final, Claudio el huraño los sorprende. Les hace descubrir una Nueva York diferente, inesperada, alejada de las consabidas imágenes que muestran las revistas y los documentales televisivos. No la ciudad de las visitas turísticas, sino la Nueva York que uno no alcanza a imaginar, que no llega a conocerse a menos que uno la recorra de esa forma.
– No es malo…, es que lo dibujaron así -comenta Niki risueña.
Deambulan por el East y el West Side de Manhattan mientras Claudio les cuenta cosas sobre la época de los nativos, de los piratas, de la construcción del puente de Brooklyn y de las intervenciones urbanísticas de Robert Moses.
– Cuántas cosas sabes, Claudio… ¿Hace mucho que vives aquí? -le pregunta Niki, curiosa.
– Lo suficiente para entender que los neoyorquinos se dividen entre los que han nacido en Nueva York y el resto, y que yo perteneceré siempre a esta segunda categoría, no importa el tiempo que pueda pasar aquí. He aprendido muchas cosas de su forma de vivir, que ahora es también la mía.
– Cuéntanos…
– Por ejemplo, el brunch, que se hace generalmente el domingo y que es una mezcla de desayuno y comida. Se va a los locales que están abiertos el domingo por la mañana, se charla y se lee el New York Times. En Nueva York hay un montón de locales que lo preparan, como el Tavern on the Green o el Mickey Mantle's, cerca de Central Park. Y luego, además, están los happy hours, que ahora también están de moda en Italia, aunque allí son diferentes. Aquí la gente trabaja desde las nueve de la mañana hasta las cinco de la tarde y, cuando acaba, no se va directamente a casa, sino que se detiene un momento en los bares para beber algo. Pues bien, algunos locales ofrecen dos bebidas al precio de una… Claudio los lleva a los barrios más desconocidos, donde viven los mormones, al viejo ropavejero del SoHo, incluso a la guarida de una banda cingalesa del Bronx abarrotada de banderas del grupo, fotografías y bragas colgadas a modo de trofeos de unas conquistas más o menos verdaderas y antiguas.
– Por un momento me ha recordado a la película Los amos de la noche…
Claudio se vuelve.
– Debería dejar en esa madriguera a los que se retrasan más de cinco minutos -le dice muy serio a Alex. Después sonríe-. Bromeaba… Nunca haría una cosa así. Esos tipos no tienen sentido del humor. Mirad ahí… -y señala una especie de megalavandería en el interior de una gran nave industrial rodeada de grafitis descoloridos y casas baratas-. Aquí, en el Bronx, se han puesto de moda las tiendas-matrioska, sobre todo ahora que hay crisis…
– ¿Qué quieres decir?
– Son tiendas que están una dentro de la otra y, de esa manera, ahorran en espacio y alquiler. Sin ir más lejos, ahí está Hawa Sidibe, una peluquera malaya que usa un rincón de la lavandería que le ha subarrendado el titular para que pueda llevar a cabo su trabajo. Mientras la ropa gira en el gran ojo de buey de la secadora, ella corta el pelo a sus clientes. Pero no sólo eso. Si se tercia, vende también bisutería, ropa interior y lo que haga falta. No puede permitirse abrir una tienda fuera de aquí… De manera que, mientras una señora espera que su ropa se lave, pasa el tiempo peinándose. No está nada mal, ¿no os parece? Lo mismo sucede en Jackson Heights, en Queens. Comparten los alquileres y de esa forma optimizan los servicios… Algunos tienen los papeles en regla, otros no…
Al final Claudio los lleva de nuevo al centro de Manhattan.
– Todo el mundo abajo. ¡Fin de la excursión y del shopping!
– Adiós…
– Y gracias.
Alex y Niki contemplan el coche mientras se aleja.
– Uf… Al final ha ido bien…
– Sí, menudo riesgo hemos corrido.
– En mi opinión, fanfarroneaba un poco.
– ¡Sí, pero con un trasfondo de verdad! En cualquier caso, ahora conocemos Nueva York en profundidad. Venga, vamos.
Entran en Gap, en Brooks Brothers y en Levi's.
– No me lo puedo creer… Cuestan poquísimo, y tienen esos que no se encuentran en ninguna parte y que tanto me gustan…
– ¡Cómpratelos, cariño!
Luego van a Century 21.
– Pero si aquí venden de todo…
– ¡Y más aún!
Encuentran las cosas más variopintas, desde un abrigo de pana hasta la famosa cazadora de piel que compran por cuatro duros, pantalones de marca y otros que no lo son, y cada vez que se detienen en algún lado echan un vistazo al mapa en el Lonely Planet, se acerca a ellos un hombre, un joven o un policía americano y les preguntan: «May I help You?»
Alex y Niki se miran. «Yes, thanks» -responden a coro. Incluso eso se ha convertido ya en un juego.