«Te quiero.»
Casi le gustaría pronunciarlo en silencio, susurrarlo. En cambio, Alex se limita a sonreírle y a mirarla. Duerme despreocupada envuelta entre las sábanas. Dulce, suave, sensual, con una ligera mueca de enojo en la boca, con los labios entreabiertos que todavía saben a amor. Su amor. Su gran amor. Se detiene, se yergue. Una duda. ¿Alguna vez te ha gustado otro, Niki? Alex permanece absorto, en silencio, inmóvil, se aparta un poco de ella como si pretendiese enfocarla. Sonríe. No, no es posible. ¿Qué estoy diciendo? A Niki le gusta otro… Eso es imposible. Pero de nuevo lo asalta la duda, una penumbra breve, un espacio de la vida al que él no ha tenido acceso. Y su frágil seguridad se deshace en un abrir y cerrar de ojos, como un helado en manos de alguien resuelto a hacer dieta un día de mediados de agosto, en la playa.
Ha pasado ya un año desde que regresaron de aquel faro, de la Isla Azul, de la espléndida isla de los enamorados.
Regresa en un instante a ese lugar.
Finales de septiembre.
– Alex, mira… Mira… ¡No tengo miedo!
Niki está en lo alto de un peñasco, completamente desnuda, recortada por el sol que se encuentra a sus espaldas. Sonríe a contraluz y grita:
– ¡Me tirooo! -y salta al vacío.
Su melena oscura con algunas mechas aclaradas por el sol y el mar, por todos esos días que han pasado en la isla, la sigue ligeramente rezagada. ¡Plof! Está en el agua. Mil burbujas en torno a ella, que desaparece en el azul del mar.
Alex sonríe y sacude la cabeza, divertido.
– No me lo creo, no me lo creo…
Se levanta de un peñasco más bajo donde estaba leyendo el periódico y se tira también. En un abrir y cerrar de ojos, emerge junto a las burbujitas y la ve reaparecer risueña.
– Entonces, ¿qué?, ¿te ha gustado? Tú no te atreves…
– Pero ¿qué dices?
– En ese caso, vamos, prueba… No tengo todo el día…
Se ríen divertidos y se abrazan, desnudos, agitando los pies bajo el agua a toda velocidad para mantenerse a flote. Se dan un beso salado, prolongado, suave, con el sabor dulce del amor. Sus cuerpos calientes se aproximan y se unen en el agua fresca. Están solos. Solos en medio del mar. Y un beso, y otro, y otro más. De repente se levanta una ráfaga de viento. El periódico sale volando, abandona el peñasco, se levanta, revolotea a lo lejos, arriba, más arriba, como una cometa sin hilo que, furiosa y rebelde, se abre de repente desplegando sus alas y parece multiplicarse en otros diarios idénticos que, plof, se abren también con el viento y a continuación caen en picado sobre Alex y Niki.
– ¡Nooo! Mi periódico…
– ¡Qué más da, Alex! ¿Hay algo indispensable que debas saber?
Se separan y nadan veloces para recoger las páginas mojadas: anuncios, malas noticias, datos económicos, crónicas, política y espectáculos.
– Aquí está, ¿ves?…, es mi periódico…
Pero el interés dura un instante, Alex esboza una sonrisa. Es cierto, ¿qué debería saber? ¿Qué necesito? Nada. Lo tengo todo. La tengo a ella.
Alex mira a Niki, que suspira y se da media vuelta en la cama como si hubiese sentido todos sus recuerdos. Acto seguido vuelve a exhalar un suspiro, esta vez más prolongado, y sigue durmiendo como si nada. Entonces Alex regresa a la isla como por encanto, se ve delante del fuego que encendieron en la playa esa misma noche, comiendo el pescado fresco del día que asaron sobre la leña que habían recogido en un matorral cercano. Después permanecieron durante horas frente a las llamas que se fueron apagando poco a poco, escuchando la respiración del mar, y se bañaron a la luz de la luna en los charcos que había dejado tras de sí la marea alta. El sol había calentado durante todo el día el agua de mar que había quedado aprisionada.
– Ven, vamos, entremos en la cueva secreta; mejor dicho, en la cueva de los reflejos o en la cueva del arco iris… -Han atribuido un nombre a todos los rincones de la playa, desde los charcos naturales a los árboles, a las rocas y a los escollos-. ¡Sí, eso es, el peñasco elefante! -Sólo porque tiene una extraña curva que recuerda a una cómica oreja-. Ése, en cambio, es el escollo luna, y ése el gato… ¿Reconoces ése?
– No, ¿qué es?
– Es el peñasco del sexo… -Niki se acerca y muerde a Alex.
– Ay, Niki…
– Qué aburrido eres… ¡Creía que en esta isla viviríamos como los protagonistas de El lago azul!
– La verdad es que yo pensaba más bien en Robinson y en su Viernes…
– ¿Ah, sí?… ¡En ese caso imitaré a un salvaje de verdad! -y vuelve a morder a Alex.
– Ah, pero, Niki…
Perder el sentido de los días, de las noches, del fluir del tiempo, la ausencia de citas, comer y beber tan sólo cuando se siente la verdadera necesidad de hacerlo, vivir sin problemas, discusiones o celos.
– Esto es el paraíso…
– Puede que sí; en cualquier caso, tenemos que acercarnos mucho…
– ¡Eh…! -Niki esboza una sonrisa-. ¿Qué haces?
– Tengo ganas de…
– Entonces iremos al infierno…
– Al paraíso, perdona, porque si te llamo amor tengo salvoconducto…
Niki hace burbujas con los labios, como si fuese una niña pequeña y borbotease porque no sabe realmente qué decir, como si tuviera la necesidad de que le presten atención. Y de que la quieran. Alex la mira risueño.
Hace más de un año que regresaron a Roma, y desde entonces todos los días han sido diferentes. Da la impresión de que ambos se han tomado al pie de la letra esa canción de los Subsonica: «Debemos evitar a toda costa que la costumbre se instale entre nosotros, entre las frases de dolor y alegría, en el deseo, debemos rechazarla en todo momento…»
Niki se matriculó en filología, empezó a estudiar en seguida, y ha hecho ya varios exámenes. Alex, por su parte, volvió al trabajo, pero el tiempo que pasaron en la Isla Azul los marcó, los hizo mágicos, les dio una gran seguridad… Sólo que a Alex, algunos días después de regresar, le pareció extraño volver sin más a la consabida y vieja realidad. Y tomó una decisión. Quiso dejarlo todo a sus espaldas para que ninguna de las páginas de su nueva vida pudiese tener el regusto del pasado.
Así pues, ese día se produjo la magnífica sorpresa.
– Alex, parecemos dos chalados…
– De eso nada… No pienses y ya está.
– Pero ¿cómo no voy a pensar?
– No pienses y punto. Hemos llegado.
Alex se apea del coche y se apresura a rodearlo.
– Espera, te ayudo.
– Claro que me ayudas… ¡Si te parece, bajo sola del coche con los ojos vendados! Quizá salga por el lado equivocado, después cruce la calle y…
– ¡Amor! No lo digas ni en broma… Pero bueno, si eso llegase a suceder, nunca te olvidaría.
– ¡Imbécil!
Niki, con los ojos todavía vendados, prueba a asestarle un golpe en el hombro, pero como no ve, da en el aire. Después vuelve a intentarlo y esta vez le hace blanco en el cuello.
– ¡Ay!
– Te lo mereces…
– ¿A qué te refieres?
– Sí…, por decir esas maldades.
Alex se masajea la nuca ante la mirada asombrada del portero.
– Pero, cariño, has sido tú quien ha dicho…
– ¡Sí, pero después tú has soltado esa tontería!
– ¿Cuál?
– Sabes de sobra a qué me refiero…, que nunca me olvidarás en caso de que acabe bajo las ruedas de un coche…
Alex le coge la mano y la lleva hasta el portón.
– ¿Has entendido lo que he dicho, Alex?
Niki le da un pellizco.
– ¡Ay! Claro que sí, amor…
– No debes olvidarme jamás, salvo que…
– Está bien, pero de esa forma el recuerdo se intensifica. Por ejemplo, si ahora acabas bajo las ruedas de una moto vendada de esa forma…
– ¡Imbécil! -Niki intenta golpearlo de nuevo, pero en esta ocasión Alex se agacha a toda prisa y se pone en seguida detrás de ella para esquivarla.
– Estaba bromeando, cariño…
Niki trata de pellizcarlo otra vez.
– ¡Yo también!
Alex intenta eludir su mano, que, sin embargo, consigue alcanzarlo también en esta ocasión.
– ¡Ay!
– ¿Lo entiendes o no? -Niki se echa a reír y sigue tratando de pellizcarlo mientras Alex la empuja hacia adelante apoyando las manos en sus hombros y echándose él hacia atrás.
– Buenos días, señor Belli -el portero lo saluda divertido.
Alex se lleva el dedo índice a los labios para indicarle que guarde silencio.
– ¡Chsss!
Niki se vuelve desconfiada con la venda todavía en los ojos.
– ¿Quién era?
– Un señor.
– Sí, lo sé, lo he oído…, ¡y te conoce! Pero ¿dónde estamos?
– ¡Es una sorpresa! Llevas los ojos vendados… ¿Quieres que te diga dónde estamos? Perdona, ¿eh?… Deténte aquí un momento.
Alex se adelanta y abre el portal.
– Quieta, ¿eh?…
– Ya ves que no me muevo.
Niki resopla y cruza los brazos sobre el pecho. Alex entra, llama el ascensor y a continuación vuelve a por ella.
– Venga, adelante, adelante…, así, cuidado con el escalón, todo recto… ¡Cuidado!
Niki se asusta y da un brinco hacia atrás.
– ¿Qué es?
– Oh, no, nada… ¡Me he equivocado!
– ¡Imbécil! ¡Me has dado un susto de muerte, idiota!
– Amor mío… Estás diciendo demasiadas palabrotas… ¡Me tratas fatal!
– ¡Y tú estás haciendo el idiota!
Alex se ríe y hace ademán de pulsar el botón del ascensor, pero antes de que las puertas se cierren entra un señor con una cara alegre y rechoncha. Debe de rondar los sesenta años. Se queda perplejo por unos instantes, mira a Alex divertido, a continuación a Niki con los ojos vendados, y luego de nuevo a Alex. Entonces arquea las cejas y pone la expresión propia de un hombre que ha vivido mucho, muchísimo.
– Subid, ¡subid solos!
Y acto seguido sale con una sonrisa maliciosa en los labios. Alex asiente y pulsa el botón. Las puertas se cierran, Niki siente curiosidad y está ligeramente inquieta.
– Pero ¿se puede saber qué está pasando?
– Nada, cariño, nada, todo va bien.
El ascensor llega al piso.
– Ya está, sígueme. -Alex le coge la mano y la guía por el rellano, abre la puerta a toda prisa, hace entrar a Niki y la cierra a sus espaldas-. Ven, Niki… Ven conmigo. Cuidado, eso es, pasa por aquí.
La ayuda a esquivar una mesita baja, un sofá todavía envuelto en plástico, un perchero y un televisor embalado. Acto seguido, abre la puerta de una gran habitación.
– ¿Estás lista? Tachán…
Alex le quita la venda de los ojos.
– No me lo puedo creer… ¡Pero si estoy en mi habitación! -Niki mira a su alrededor.
– ¿Cómo has conseguido entrar en mi casa?… ¿Qué sorpresa es ésta? ¿Las personas de antes eran mis padres? Pero su voz… No me parecieron ellos.
Niki sale de la habitación y se queda estupefacta. El salón, el pasillo, las otras habitaciones, los baños y la cocina han cambiado por completo. Regresa a su dormitorio.
– Pero ¿cómo es posible? -Ve la mesa, los pósteres, las cortinas y los peluches de siempre-. Todas mis cosas… aquí, ¡en otra casa!
– Sí, he cambiado el cuarto por ti, quería que sintieses esta nueva casa como si fuese tuya. -A continuación, la abraza-. Cuando quieras venir aquí, tendrás tu propia habitación…
Alex saca su teléfono móvil y le enseña las fotografías de la habitación de Niki que todavía conserva.
– Pero ¿cómo lo has hecho?
– Una foto cada vez… -Alex sonríe y vuelve a meterse el móvil en el bolsillo-. Lo más difícil fue encontrar los peluches… ¿Te gusta? No puedes decir que no… ¡Todo lo has elegido tú! -Niki se echa a reír y Alex se aproxima a ella y la abraza-. ¿La estrenamos? -Y le da un beso ligero, suave, alegre. A continuación se separa de ella, sonríe y le susurra entre el pelo, junto a la oreja-: Estamos en tu habitación… ¡Pero tus padres no pueden entrar! Es perfecto. Adrenalina…, pero sin riesgo.
Acaban echados sobre la cama nueva. La cama de ella, la de ellos. Y en un instante se dejan llevar por la risa, los suspiros, en ese nuevo nido que no tarda en impregnarse con el aroma del amor.
Más tarde.
– Ah… Debajo de la mesa tienes también tus cajones… -Alex se acerca y abre los tres a la vez-. Éstos, en cambio, son falsos, los he convertido en un pequeño minibar… -Saca una botella de champán-. A saber lo que había en los de tu casa… Probé a abrirlos, pero siempre estaban cerrados con llave…
Niki sonríe.
– Pequeños o grandes… secretos.
Alex la mira, en un principio sonriente, inquieto después. Pero luego se dan un beso, y otro, y otro más. Y beben un poco de champán, y brindan:
– ¡Por la nueva casa!
Y esas burbujas, esas risas y esa mirada repentinamente distinta… Los celos se desvanecen de su mente como por encanto, plof, el sabor del amor que sienten los aleja.
Alex le coge la mano y le muestra el resto de la casa: el salón, la cocina, los cuartos de baño, todas las cosas que todavía deben elegir juntos. Entran en el dormitorio de él.
– Es precioso…
Alex ve su agenda sobre la mesilla de noche. Recuerda lo que ha escrito en ella, las palabras y las tontas e inútiles pruebas que ha hecho en su despacho. Y luego esa frase: «En la vida hay un instante en que se sabe perfectamente que ha llegado el momento de saltar. Ahora o nunca. Ahora, o nada será como antes. Y el momento es éste.» Saltar. Saltar. De improviso, su voz. De nuevo ahora, esa noche.
– Alex…
Se vuelve hacia ella.
– ¿Eh? Sí, cariño, dime…
Niki tiene los ojos ligeramente entornados.
– ¿Qué hora es? ¿Por qué no duermes?
– Estoy pensando…
– De vez en cuando, deberías dejar de trabajar, amor mío… Eres incorregible…
Niki se vuelve poco a poco hacia el otro lado, mostrando parcialmente sus piernas y encendiendo en un instante su deseo. Alex esboza una sonrisa. No. La dejaré descansar.
– Duerme, tesoro. Te quiero…
– Mmm… Yo también.
Una última mirada a la agenda. Ahora o nunca. Y Alex se desliza bajo las sábanas con una sonrisa en los labios, como si todo hubiese ocurrido ya. Y la abraza por detrás. Niki también sonríe. Y él estrecha el abrazo. Sí. Es lo correcto.