Cierra poco a poco la puerta y a continuación camina de puntillas confiando en que sus padres estén durmiendo ya o al menos estén acostados. Pero de eso nada. Unas voces le llegan nítidas desde el salón.
– Yo creo que no se enterarán.
– Sí, pero ¿y si se enteran?
Niki se asoma al salón y ve a Roberto y a Simona sentados a la mesa con varios folios delante. Simona insiste:
– Quedarás fatal con ellos. Ya sabes cuánto les gustaría, son gente de pueblo, para ellos una boda es un gran acontecimiento, y tu no los invitas a la de tu hija, ¡su adorada sobrina! ¿Eres consciente de que después de una cosa así no podrás volver a poner un pie allí? ¿Qué digo?, en toda la región…
Roberto asiente con la cabeza.
– Está bien, en ese caso habrá que invitarlos. ¿Cuántos son los Pratesi? Tres, ¿verdad?
– ¡Seis! ¡Justo el doble! ¡Caramba! Con eso llegamos a doscientos cuarenta y un invitados… ¡Son muchísimos! -Simona ve a su hija en la puerta, se levanta y se precipita hacia ella-. ¡Niki! ¿Cómo estás, cariño? Esta mañana has salido muy pronto, he visto que ni siquiera has desayunado.
– Sí, tenía una clase a primera hora…
Simona la abraza.
– Estarás destrozada…
– Pues sí.
Naturalmente, como cualquier madre, se percata de inmediato de que algo no va bien, pero disimula y no dice nada. Sabe de sobra que en ocasiones hay que esperar y que, llegado el momento, su hija sentirá la necesidad de abrirse y de hablar.
– Siéntate, si quieres, Niki… nosotros seguimos con lo nuestro. Estábamos calculando la disposición de las mesas y el número de invitados.
Roberto se rasca la frente.
– Pues sí, los Belli han dicho que los suyos serán unos doscientos cincuenta, nosotros por ahí andaremos… Así que al final llegaremos a los quinientos invitados, y como la comida que has elegido…
Simona lo regaña:
– Roberto…
– Bueno, que habéis elegido tú, las hermanas de Alex y tu madre, en resumen, vosotras, las mujeres, sin lugar a dudas debe de ser deliciosa pero cuesta un ojo de la cara…
Simona vuelve a intervenir.
– Venga, Robi… -le reprocha, aunque lo hace riéndose.
Él abre los brazos.
– No estoy diciendo nada malo. Es pura matemática. Será una comida magnífica, pero costará unos cien euros por persona, lo que multiplicado por quinientos… -Empieza a teclear en la calculadora que tiene sobre la mesa junto a los folios-. Ni siquiera me da el resultado, no cabe en la pantalla, hasta la calculadora se asusta… -Roberto se vuelve hacia Niki-: En pocas palabras, que tu madre y yo estábamos pensando en esas parejas que se escapan y luego se casan en Nueva York por sorpresa. ¡¿No te parece mucho más bonito?! Nosotros podemos fingir que no sabemos nada y luego te regalamos una luna de miel fantástica, una vuelta al mundo si quieres, todo incluido, ¡con lujos de todo tipo!
– ¡Roberto! -Esta vez Simona se ha enfadado de verdad-. ¡Eres un cafre! ¿Cómo puedes pensar en el dinero tratándose de la boda de tu hija? ¿Prefieres ahorrar en lugar de asistir a la ceremonia? ¡Deberías estar dispuesto a pagar el doble con tal de no perderte ese momento!
Roberto intenta quitar hierro al asunto.
– Por supuesto, pero si era una broma. -Luego se dirige a Niki-:
No te preocupes, cariño. Gasta todo lo que quieras, no escatimes en nada.
Niki los mira alternativamente. Se muerde el labio sin saber muy bien cómo abordar el tema. Quizá en estos casos es mejor empezar con una broma. Vacila. Es la primera vez que le sucede algo parecido. No obstante, al final piensa que es la mejor solución, de manera que sonríe y se lanza.
– Ahorraremos en todo.
– ¡Bien! -exclama Roberto, que a todas luces no ha entendido nada.
Simona, en cambio, se pone en seguida seria, pese a que sabe que en momentos como ésos no hay que perder la sonrisa.
– ¿Qué quieres decir, cariño?
Niki escruta a su madre intentando averiguar si está enfadada.
– Quiero decir que por el momento no tendremos que gastar todo ese dinero porque…, bueno, porque hemos decidido que por el momento es mejor que no nos casemos.
La mandíbula de Roberto se va abriendo poco a poco.
– Ah, claro… -dice, como si estuviese acostumbrado a los cambios de ese tipo-. Habéis decidido que por el momento es mejor así…
Niki asiente con un movimiento de cabeza.
– Sí… Simona la estudia, la observa.
Roberto, en cambio, se pone a hojear los folios, por un lado piensa en todos esos invitados y en el dinero que se va a ahorrar; por otro, en los anticipos que ha entregado ya y, en consecuencia, en el dinero que ha perdido. Pero hace como si nada, intenta no sobrecargar con sus pensamientos una situación que ya de por sí es tensa.
– Bueno, si eso es lo que habéis decidido…
Después Simona exhala un largo suspiro y decide sacudirse la curiosidad de encima. Sabe muy bien que es imposible que dos personas cambien a la vez de opinión, sobre todo cuando se trata de algo tan importante y tan difícil de decidir.
– Perdona que te lo pregunte, Niki… ¿Ha sido una decisión conjunta? Quiero decir, ¿la habéis tomado los dos juntos o ha sido uno de vosotros el que ha propuesto primero esa posibilidad?
– ¿Por qué me lo preguntas?
– Bueno, digamos que por curiosidad.
– ¿Y qué sería mejor para ti, mamá?
Simona sonríe.
– Entiendo, Niki. Me acabas de responder. Si tú eres feliz, nosotros también lo somos…, ¿verdad, Roberto?
Él mira a Simona, después a Niki y, por último, mira de nuevo a su mujer.
– Sí, sí, claro, somos felices.
Niki se levanta, corre hacia ella y la abraza con todas sus fuerzas.
– Gracias, mamá. Te quiero mucho.
A continuación abraza fugazmente a Roberto y escapa a su habitación.
Roberto se acaricia la mejilla, todavía un poco turbado.
– No lo entiendo… ¿Al final ha sido Niki la que ha decidido no casarse?
Simona juega con los anillos entre los dedos.
– Sí.
– ¿Y cómo lo sabes?
Simona lo mira risueña.
– Porque me ha respondido con una pregunta. Si la decisión la hubiese tomado él, ella no se sentiría culpable y no me habría preguntado qué era lo que prefería, sino que se habría limitado a responderme que lo había decidido él.
– Ah… -Roberto sigue sin estar muy seguro de haberlo comprendido. Pero después le viene a la mente una pregunta aún más sencilla. ¿Por qué no hacérsela a su mujer, dado que, a fin de cuentas, ella lo entiende todo?-. Pero, en tu opinión, cariño, ¿es una decisión serena o hay algo más detrás?
Simona lo mira con más detenimiento.
– ¿Qué quieres decir? ¿En qué estás pensando?
– No lo sé… ¿Habrán reñido sin más, o lo que sucede es que hay una tercera persona?
– No, Niki no tiene a nadie.
– No me refería a ella.
Esta vez Simona no sabe qué contestar.
– En cualquier caso, el problema no es ése.
Sólo está segura de una cosa: a ella no le gustan las mentiras. A continuación coge el paquete y lo lleva a la habitación de Niki. Llama a la puerta.
– ¿Puedo pasar, Niki?
– Sí, mamá.
Simona entra. Niki está echada en la cama con las piernas apoyadas en alto contra la pared.
– Dime.
– Nada… Han traído esto para ti, te lo dejo aquí -lo coloca sobre la mesa.
– Sí, gracias… -Se detiene por un momento en el umbral antes de salir-. Sabes que me tienes siempre a tu disposición, ¿verdad? Pase lo que pase. -Niki sonríe y se avergüenza un poco. Su madre ya lo ha entendido todo-. Estaré a tu lado siempre y en cualquier circunstancia. -Luego, sin mirarla siquiera o buscar su aprobación, Simona abandona el dormitorio.
Niki se queda inmóvil y en silencio sobre la cama por unos momentos. A continuación gira las piernas con un movimiento ágil y rápido. Se acerca a la mesa. Mira el paquete. Reconoce su caligrafía. Alex. Niki lo sopesa por un momento entre las manos. Es ligero. Y no se le ocurre qué puede ser, aunque en esos instantes ni siquiera siente curiosidad, sólo ganas de llorar. Y eso nadie se lo puede impedir.