Noventa y uno

Alex elige un tema musical para emplearlo de fondo en una parte de su filmación. Eh, es fácil trabajar con este programa de Mac. Hay que reconocer que son unos genios. Steve Jobs es muy bueno, y la verdad es que lamento que esté tan enfermo. La pequeña manzana nació gracias a su deseo de simplificar las cosas a las personas corrientes…

Alex prosigue con su trabajo. Fundido, imagen, fundido. ¿Le gustará? Espero que sí. Mira los últimos fotogramas, ella se vuelve despacio, y luego el último encuadre, que se concentra en sus ojos, en lo que reflejan, en esa mirada, en esa historia de amor… A continuación esa sonrisa, fundido, encuadre largo, y ella que aparece corriendo por las calles de Nueva York. Sí. Le gustará. No tardará en estar listo y lo colgaré en nuestra página web. Toc, toc. Llaman a la puerta.

– ¿Se puede, Alex?

– Adelante.

Entra Leonardo, el director.

– Estoy muy contento. Era justo lo que esperaba, lo que quería, el motivo por el que he luchado, y ahora lo he conseguido.

Alex se vuelve en su sillón.

– No entiendo a qué te refieres… Creo que se me escapa algo y, en caso de que me estés atribuyendo el mérito o la culpa de algo, he de decir que yo no tengo nada que ver… -Sonríe intentando comprender algo más.

De manera triunfal, Leonardo pone una hoja sobre su escritorio. Luego, con la mano derecha, la vuelve hacia Alex para que éste pueda leerla. Él la coge. Todavía está caliente, la acaban de imprimir. Cuando está a punto de empezar a leer, Leonardo se le adelanta.

– Es tu promoción a escala internacional, sólo supondrá hacer algún que otro viaje más, un máximo de seis desplazamientos al año, y tu lugar de trabajo seguirá siendo éste. Así que… -Leonardo sonríe feliz, abriendo los brazos- máxima ganancia, mínimo esfuerzo. Prácticamente te doblan el sueldo…

Alex apoya el folio sobre el escritorio.

– No entiendo a qué viene ahora este ascenso. Porque es un ascenso, ¿verdad? No me parece que hayamos mandado ningún proyecto, no recuerdo haber firmado ninguna campaña en particular últimamente, como mucho hemos presentado diversas propuestas…

– De hecho… -Leonardo se sienta delante de Alex-. ¿Recuerdas esa prueba que hicimos, de la que se encargó Raffaella, tu nueva ayudante?

– Por supuesto… Me acuerdo perfectamente, y también me acuerdo de ella, de la ayudante que yo no quería y que tú me obligaste a aceptar.

– Me parece absurdo rechazar a una mujer por el mero hecho de que ésta pueda hacerte caer en la tentación. Si sucede una cosa así es porque algo no funciona, y entonces es inútil simular… Además, es muy buena.

– Sobre eso no tengo nada que decir.

– Ni yo tampoco, el caso es que al final acabamos el proyecto y enviamos esas pruebas de documental, ese juego sobre los animales, sobre la naturaleza y el producto en sí…

– ¡A mis espaldas!

– Estabas en Nueva York cumpliendo tu otro sueño… Mandamos el documental en tu nombre. -Leonardo se pone serio-. Pero no estás obligado… Puedes seguir con la producción cinematográfica del anuncio que hemos acordado sólo si te apetece. Lo importante es que nuestra sede de Londres ha dicho que «el creador de LaLuna ha conquistado el mundo. Tiene a la industria a sus pies». Están encantados. Los has ayudado a firmar un contrato por valor de cincuenta millones de dólares… Y por eso te han concedido este ascenso. Era lo mínimo que podían hacer, ¿no? -Leonardo se levanta del sofá-. Mínimo esfuerzo, máxima ganancia. Hecho esto, puedes irte otro mes a alguna parte si quieres…, a algún faro en cualquier lugar del mundo, para variar. ¡Ya está! ¡Se me acaba de ocurrir una idea preciosa para tu luna de miel! -Leonardo abre las manos y, como si dejase fluir un eslogan en el vacío, lee un título sobre el escritorio de Alex. «Noches de ensueño en los faros más bonitos del mundo.» ¿Qué te parece?

Alex parece titubear por unos instantes.

– Te lo agradezco; me parece una idea magnífica, serías un buen planificador de bodas… Pero, si no te importa, de mi casamiento prefiero ocuparme yo.

– Me parece justo… Al igual que me lo parecerá que compartas tu decisión, sea cual sea, con la persona que, de alguna forma, ha contribuido a hacerla posible… ¿La puedo llamar? -Sin darle tiempo a responder, Leonardo se encamina hacia la puerta, la abre y se asoma risueño-. Ven, Raffaella… ¡Quiere hablar contigo!

Temerosa, ligeramente cohibida, ella aparece en el umbral al cabo de unos segundos. Es un spot publicitario viviente. Tiene una cabellera brillante, rizada y voluminosa. Su sonrisa resplandeciente produce el mismo efecto que los anuncios que animan a comprar chicles o pasta de dientes blanqueadora. Pero su sonrisa supera cualquier artificio.

– Hola, Alex -Raffaella se detiene en la puerta-. Quería felicitarte por el ascenso… -Se queda parada, enmarcada en el vano, ella, una imagen natural y provocadora, más pecadora que santa, salida a saber de qué nuevo y excitante círculo dantesco.

Leonardo, consciente del efecto que la mujer produce en Alex, lo mira con una expresión amistosa, como diciendo: «Oye, somos hombres, no puedes negar todo esto, no puedes hacer como si nada. De acuerdo, estás a punto de casarte, pero ella es como un superanuncio de carne y hueso, ¡reconócelo!» O, al menos, eso es lo que Alex lee en la mirada de su amigo.

– Bueno, sí… Estoy contento. Pero creo que debo darte las gracias a ti, el éxito es tuyo…

Raffaella consigue controlar ahora su embarazo y recupera la seguridad en sí misma, sin dejar por ello de seguir siendo agradable.

– Venga ya, no me tomes el pelo. Sabes de sobra que me diste unas indicaciones muy claras; yo me limité a seguirlas y a aplicarlas.

– Sí, pero ya sabes lo que dicen: «Buenas ideas hay muchas, pero lo que cuenta es cómo las llevas a cabo.» Tu realización era perfecta. Eso fue lo que los impresionó…

– De acuerdo, pero sin tu intuición…

– Está bien…, está bien… -los interrumpe Leonardo-. Ambos sois muy buenos, y yo no sabría qué hacer sin vosotros. Ha sido gracias a vosotros que Londres se ha embolsado todo ese dinero, gracias a vosotros yo todavía soy el director y la Osvaldo Festa va viento en popa… ¿De acuerdo? Y ahora me gustaría salir a comer algo con los dos, ¿os apetece? ¡Celebraremos este día en el mejor restaurante! -Mira a Alex, acto seguido a Raffaella, luego de nuevo a Alex-. No podéis negaros… -Sonríe-. En parte porque seré yo el que pague la bendita comida, pero sobre todo… ¡porque soy vuestro director!

Alex y Raffaella se miran fugazmente y a continuación sueltan una carcajada.

– Bueno, si te pones así, no podemos negarnos.

Leonardo parece visiblemente satisfecho.

– Mi chófer nos acompañará dentro de una hora. Mientras tanto podéis acabar lo que estabais haciendo y recoger…

Raffaella sonríe y sale del despacho.

– Hasta luego.

Leonardo hace ademán de salir a su vez.

– Piénsalo bien, Alex… No corres ningún riesgo, alguna que otra reunión breve en el extranjero a cambio de mucho dinero… Pide consejo en casa… No puedes rechazar esta oferta.

– Está bien, gracias, Leo… Lo pienso y luego hablamos.

Leonardo no logra entender sus vacilaciones. Debería haber aceptado ya encantado. Bah. No hay quien entienda a estos jóvenes de hoy en día. Tienen un montón de cualidades, son intuitivos, decididos, ambiciosos, pero después se arredran ante el menor cambio. Entra en su despacho sacudiendo la cabeza y pensando en lo que últimamente agita como una tempestad las reuniones con sus superiores: «Son unos críos…» Se sienta al escritorio y responde al e-mail de Londres.

«Alex Belli está sorprendido y contento con vuestra propuesta…» Reflexiona un momento acariciándose la barbilla con la mano. Ya está. Lo plantearé así. Y, resuelto, se pone manos a la obra. «Ha decidido llevar a cabo el proyecto. En lo tocante al ascenso y a sus nuevas funciones en el ámbito europeo, desea reflexionar con detenimiento.» Satisfecho de sus palabras, aprieta la tecla de envío. Después se apoya en el respaldo. Prácticamente les he dicho que Alex hará las películas que producimos y que si no acepta en seguida es porque se trata de una persona que atribuye a las cosas la importancia adecuada. Ellos sonreirán y comprenderán que eso significa también un sí, implícito, pero, a fin de cuentas, un sí. Claro que como Alex se entere se cabreará. No obstante, un director debe asumir también sus responsabilidades, ¿no? Y tras esta última consideración, llama a su secretaria por el intercomunicador.

– Sí, señor, dígame.

– Stefania, por favor, reserve de inmediato una mesa para tres…

– Por supuesto, ¿dónde? ¿Tiene ya alguna idea?

– No… Un sitio importante para quedar bien. ¡Sorpréndame! ¡Asuma usted la responsabilidad!

Stefania esboza una sonrisa.

– Por supuesto, señor director… Buscaré el mejor. -Corta la comunicación y sacude la cabeza. «Asuma la responsabilidad…» Y ¿por qué no me encarga también que le organice su vida privada? Bah… Lo que está claro es que aquí todos reciben un ascenso y que yo, que me ocupo del trabajo sucio, quedo siempre relegada a un segundo plano.

– Buenos días, querría reservar una mesa para tres, por favor… Sí, para dentro de una hora más o menos, con la mejor vista que tengan. Gracias.

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