Setenta y seis

La sala de espera está bien iluminada. Una emisora de radio pincha melodías de siempre a un agradable volumen, que no molesta. Colores cálidos y relajantes. En una de las paredes hay colgada una imagen cómica: unos patos retratados en diferentes escenas. Uno corre vestido con un chándal, otro levanta unas pesas, otro cocina una tarta. Las sillas son cómodas, robustas y están tapizadas.

Una señora hojea aburrida un periódico. Se detiene en una fotografía grande de moda, observa a la modelo y hace una ligera mueca. Después pasa la página y lee. Una pareja de unos treinta años cogida de la mano bromea en voz baja sobre algo que ha sucedido por la mañana en una tienda. Bajo el abrigo de ella se adivina una prominente tripa. Parecen felices. Una joven, sola, escribe nerviosa un sms. Después espera unos instantes a recibir la respuesta. La lee. Pone los ojos en blanco aún más crispada. Otra mujer está sentada junto a un niño de unos cuatro años que juega con un muñeco mientras la acribilla a preguntas. Ella le responde con paciencia y dulzura.

Diletta balancea arriba y abajo los pies. Filippo está en silencio. Mira alrededor. Esa pareja…, a saber quiénes son. ¿Estarán casados? ¿Estarán bien? Después piensa en ellos dos. Somos muy jóvenes. Todavía no me lo puedo creer. Si la ginecóloga nos lo confirma, ¿qué hacemos? Sigue dándole vueltas a esas ideas, que, sin lugar a dudas, lo superan. Se retuerce las manos y entrelaza los dedos.

Diletta respira profundamente. Mira al niño rechoncho, cómico, rubio y curioso. Una vida en crecimiento. Se toca el vientre de manera imperceptible, como si de un acto reflejo se tratara. De improviso se siente ligera. Emocionada. Tiene miedo, sí, pero esa espera no deja de ser también una sensación agradable. Aunque no se lo dice a Filippo. Sabe de sobra hasta qué punto está turbado. Mucho.

– ¿Adeli?

Una voz saca a Diletta y a Filippo de su ensimismamiento.

– Sí, somos nosotros.

Se levantan a la vez y entran en la consulta de la ginecóloga.

– Buenos días. Poneos cómodos. -La doctora Rossi parece una persona amable. Es una mujer de unos cuarenta años, delgada, con una melena larga que le roza los hombros, lisa y de color castaño claro. Lleva gafas. Tiene una mirada bondadosa y sonríe de manera tranquilizadora-. Vosotros diréis…

Diletta y Filippo miran alrededor. En las paredes hay varios pósteres con imágenes ilustrativas de las distintas fases del embarazo o del ciclo menstrual. El sol del atardecer ilumina la gran planta que hay junto a la puerta acristalada. Sobre el escritorio, un marco contiene la fotografía de dos niños risueños en una playa. Quizá sean los hijos de la doctora.

Diletta hace acopio de valor.

– Sí…, bueno, pues que anoche hicimos dos test de embarazo y… -La doctora Rossi la mira impasible, coge una carpeta nueva del mueble que hay a sus espaldas y escribe el nombre de Diletta. A continuación la abre y anota algo. Diletta busca con la mirada a Filippo y a continuación prosigue, titubeante-: Los dos dieron positivo, vimos dos rayitas oscuras…, pero no sabemos si…

La doctora sigue escribiendo. A continuación alza la cabeza y mira primero a Diletta y después a Filippo.

– Ya me imagino. ¿Cuántos días de retraso?

– Dos semanas.

– Muy bien. Queréis saber si el resultado es fiable. Habéis hecho bien en venir. En efecto, es mejor hacer un examen más detallado. Para empezar, una ecografía transvaginal nos dará ya una mayor certeza… Y después hay que hacer una beta-hCG, es decir, un análisis de sangre. ¿De acuerdo? -habla en tono tranquilo. Esos dos chicos son muy jóvenes y sabe que están asustados. Diletta se da cuenta y le sonríe.

– Está bien -responde mirando a Filippo, que asiente con la cabeza.

Lo observa por unos segundos. Tiene la cara un poco pálida. A saber en qué estará pensando. No ha abierto la boca desde anoche.

Filippo escruta la pantalla que hay encendida a cierta distancia, junto a la camilla. En su fuero interno espera que borre de un plumazo todos sus temores.

– ¿Necesitas ir al baño? -le pregunta la doctora a Diletta.

– No, no, estoy bien. He ido antes, mientras esperaba.

– Perfecto. La transvaginal debe hacerse con la vejiga vacía.

– ¿Mi novio debe salir? Me gustaría que se quedara…

– Como él prefiera…, a mí me da igual…

Las dos mujeres se vuelven hacia Filippo, que, avergonzado, asiente con la cabeza.

– No, no…, yo también me quedo -dice, y permanece sentado.

La ginecóloga invita a Diletta a desnudarse y luego le pide que se tumbe en la camilla. Le habla para tranquilizarla, bromea también un poco diciendo que hacen muy buena pareja. Diletta se relaja y deja que la examine. La doctora se pone manos a la obra. Se lava las manos y se pone unos guantes blancos de látex. Filippo la observa y siente que la cabeza empieza a darle vueltas. La doctora Rossi introduce la sonda cubierta de una funda blanda y gel de ultrasonido. Mientras tanto le va explicando todo a Diletta con palabras sencillas, intentando confortarla.

– Si te hago daño, dímelo…, iré despacio. Ahora empezamos a observar el útero y los ovarios. Puedes verlos conmigo en la pantalla… -Diletta asiente con la cabeza, nota una ligera molestia, aunque nada que no pueda soportar. La doctora es afable. A continuación ladea un poco la cabeza hacia el vídeo, que muestra una especie de media luna rayada-. ¿Te habías visto alguna vez así? Impresionante, ¿verdad? -sonríe.

Diletta niega con la cabeza y sigue escuchándola atentamente sin dejar de mirarla.

– Este tipo de ecografía nos permite ver la cavidad uterina…, aquí está… -Sigue moviendo poco a poco la sonda para explorarlo todo. De improviso se detiene-. Pues bien, chicos… -Filippo se levanta de la silla y se acerca a ellas. Prueba a comprender esas imágenes disgregadas que se mueven por la pantalla-. Aquí tenéis la bolsa gestacional. Ahora tiene casi un centímetro de diámetro y crecerá durante los próximos días…

– Pero ¿eso qué quiere decir? -pregunta Filippo, ligeramente asustado.

– Que tu novia está en estado interesante… -contesta la doctora mirando risueña a Diletta-. En cualquier caso, todavía te quedan varias semanas para decidir si quieres tenerlo o no… Ahora hablaremos. -Filippo y Diletta se miran atemorizados-. Puedes bajar ya y vestirte.

Diletta obedece. Filippo vuelve a sentarse un poco aturdido y en silencio. Estado interesante… ¿Por qué lo llamarán así? ¿Para quién lo es? Para mí no, desde luego. A mí me interesan otras cosas. Correr por el parque. Las carreras. Algunos exámenes de arquitectura. Mis CD. Todas las películas de Tom Cruise. La tarta de chocolate con coco. Hacer el amor con Diletta. Pero esto, no. Esto me asusta.

Diletta se sienta a su lado. Le roza el brazo. Él se vuelve intentando sonreírle.

La doctora Rossi los mira con dulzura.

– Veo que os sorprende… Lo entiendo. Sea como sea, no dramaticemos. Por el momento os sugiero que habléis con vuestros padres porque, aunque seáis mayores de edad, sois en cualquier caso muy jóvenes y, por tanto, es mejor ser sinceros y compartir con ellos este momento. Luego, como os decía antes, podéis decidir serenamente qué queréis hacer… Os aconsejo que vayáis a un consultorio donde unos expertos escucharán vuestras dudas, los eventuales temores que podáis tener, y os darán algunas indicaciones útiles… Podéis ir con toda tranquilidad. Es muy importante, tan importante como hablar con las Personas que os quieren…

– ¿Se refiere a una posible interrupción…? -interviene Filippo.

Al oír esa palabra, Diletta se vuelve de golpe y lo mira con aire interrogativo. La doctora Rossi se percata.

– Sí, es una de las posibilidades. Pero antes de tomar una decisión debéis reflexionar con detenimiento. Desahogaos y no os ocultéis nada de lo que podáis sentir… No es momento de tomarse las cosas a broma. Probad a imaginar los posibles escenarios, las consecuencias de vuestras respectivas decisiones para los dos, y discutidlo… La decisión sólo viene después. Escuchad lo que os dice vuestro corazón y no perdáis la lucidez. Se lo digo a todos, no os preocupéis. El embarazo es un momento importante a cualquier edad.

Diletta sigue sin dar crédito.

– Pero, doctora, ¿puedo volver a su consulta? No tengo ginecóloga. Sólo conozco a mi médico de familia. Y usted me gusta…

La doctora Rossi sonríe.

– ¡Gracias! Está bien, si queréis, sí, por supuesto… En ese caso te anoto para el análisis de sangre y completo tu historial. Cuando me traigas los resultados puedes contarme cómo han ido los primeros días después de la noticia, ¿eh?

– Sí…

– Muy bien. Dime tus datos para que los escriba aquí…

Mientras Diletta contesta, Filippo permanece sentado a su lado, inmóvil y en silencio. No sabe qué hacer. Pensar. Diletta le ha pedido a la doctora si puede hacerle ella el seguimiento. Diletta lo mira enojada cuando se habla de aborto. La ginecóloga habla de todo como si fuese la cosa más natural del mundo. ¿Y yo? ¿Qué pinto yo en todo esto? ¿Lo habéis pensado? Que alguien pare este tren, que yo me bajo. Quiero volver a esa noche y cambiarlo todo. ¿Por qué se me ocurriría dar una vuelta tan larga para enseñarle a Diletta ese arco? ¿No podría haberme limitado a acompañarla a casa? De ahora en adelante llevaré por lo menos diez preservativos en la guantera. Quiero escapar. Me gustaría despertarme mañana por la mañana y descubrir que todo ha sido una pesadilla. Que Diletta tiene la regla, que todo vuelve a ser como siempre, y que yo no estoy a punto de convertirme en… ¡padre! ¡Padre! ¡Socorro! Un niño entre mis brazos. Mi hijo. Le vienen a la mente las escenas más absurdas. Tres hombres y un bebé. La pusieron en televisión la otra noche. Incluso le hizo reír. Pe-ter, un arquitecto, Michael, un dibujante de cómics y diseñador de muñecos, y Jack, un ex publicista y actor, se encuentran una mañana una cuna en la puerta de su casa. Dentro está Mary, una niña recién nacida. Qué escenas. Cuando la cambian o intentan darle de comer… Filippo empieza a temblar un poco. Jadea y el corazón le late a mil por hora.

– ¿Verdad, Filippo?

Al oír su nombre, se agita.

– ¿Eh? ¿Qué pasa?

– ¿No me has oído? Decía que volveremos a la consulta de la doctora dentro de una semana con los resultados de la beta-hCG. ¿Te parece bien?

– Ah…, sí, claro.

– Diletta, es importante que sepas que desde ahora, desde las primeras semanas, el sistema hormonal sufre alteraciones para proteger el embarazo. Te sentirás distinta…, por ejemplo, un poco atontada, tendrás náuseas, quizá no te apetezcan algunas comidas o no soportes ciertos olores. En cualquier caso, todo eso es normal y no debes preocuparte.

Diletta asiente con la cabeza. Parece como suspendida. Escucha las palabras y las entiende, pero sin acabar de darse cuenta del todo. Se vuelve hacia Filippo. Lo ve desencajado.

– Muy bien, chicos. Os dejo mi tarjeta. Volveremos a vernos dentro de una semana, a las seis de la tarde. Os espero. Y, os lo ruego…, mantened la calma. ¿De acuerdo?

Diletta y Filippo se levantan.

– Sí, gracias, doctora… Nos vemos dentro de siete días.

La doctora Rossi los acompaña a la puerta. Los observa mientras salen silenciosos y luego vuelve a su consulta. Se sienta un momento a su escritorio antes de llamar al próximo paciente. Coge el auricular. Mira la fotografía. Las dos sonrisas retratadas la saludan desde allí, felices, en esa playa de Fregene. Sacude levemente la cabeza. Un recuerdo fugaz atraviesa su mente. Retrocede en el tiempo y, de repente, la cuenta atrás se detiene. Ve a una chica de diecinueve años, guapa, resuelta y segura de sí misma. Rodeada de amigos y risueña. Una noche equivocada. O quizá sólo arriesgada. Alguien a quien amar. Una noche exclusivamente suya. Y a continuación, una encrucijada. El miedo. La soledad. Y una decisión. Esa decisión. Drástica. Que tomó con determinación después de pasar varias noches de llantos e incertidumbres. Y sin alguien con quien compartirla. Guardar apariencias. Y después la clínica. Esas horas. Todo salió a pedir de boca. Como si fuera una menudencia.

La doctora Rossi vuelve a mirar la fotografía tras verse catapultada de nuevo al presente. Dos rostros. Sus hijos, que nacieron hace apenas unos años. Y un tercero, mayor, al que sólo puede imaginar, recordar en ocasiones, un secreto a sus espaldas, una época remota en que ella era una muchacha frágil que se rindió al silencio y al temor. Coloca de nuevo el marco sobre el cristal de la mesa. Se levanta del escritorio, se dirige hacia la puerta y la abre.

– El siguiente. Constantini, por favor…

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