La clase acaba de terminar. Niki está metiendo de nuevo el cuaderno y los rotuladores en la mochila cuando alguien se sienta a su lado.
– ¿Te ha gustado la lección?
Ella se vuelve sorprendida. Es Guido. Mira por un instante al fondo de la clase, como si supiese algo. Después vuelve a concentrarse en sus apuntes.
– Oh, sí…, me encanta este profesor.
– ¿Ah, sí? ¿Y qué te parece? ¿Un tipo sincero, falso, delicado, insensible, oportunista, altruista o mujeriego?
Niki se echa a reír.
– Mujeriego…, pero ¿qué palabras usas?
– J. M. Coetzee dice que sólo los hombres detestan a los mujeriegos, por celos. A las mujeres, en cambio, les gustan. Mujeres y mujeriegos son inseparables.
– Bueno…, sea como sea, creo que a Trasarti le gustan las humanidades, que es una persona amable y sensible y que quizá, quizá…, por su modo de moverse, por la feminidad que trasluce su ánimo, sí, podría ser también homosexual… Lo sea o no, lo digo como un cumplido, ¿eh?
– Bien, deja que te la lleve yo… -Guido se echa al hombro la mochila de Niki.
– No, si puedo hacerlo yo.
– Pero me gusta llevártela.
– En ese caso, de acuerdo -Niki se encoge de hombros poco convencida-, como quieras…
Guido la precede, risueño.
– ¿Adonde te acompaño?
– Tengo que ir a Secretaría a inscribirme para el examen y ver cuándo son los próximos.
– Vale, perfecto. No me creerás pero es justo lo que tenía que hacer yo también.
– De hecho, no te creo.
Guido se detiene y la mira arqueando las cejas.
– ¿Por qué no? ¿Porque la alegría y la felicidad que demuestro cuando te veo te hacen pensar en otra cosa?
– Quizá.
– ¿Sabes que yo también me he matriculado en filología y que quizá deba hacer tu mismo examen?
– Puede. Pero antes de que yo marque los exámenes, tú tienes que decirme cuáles tienes ya intención de hacer, ¿vale?
– Vale, vale -Guido asiente repetidamente con la cabeza-. Lo que han dicho mis amigos perjudica a mi persona…
– O tal vez tu imagen.
– ¿Mi imagen?
– ¿Quieres saber la verdad? Pero no debes ofenderte.
– Vale.
– Júralo.
– Lo juro.
– Tu imagen, tu modo de comportarte…
– ¿Qué quieres decir?
– Que salta a la vista que eres…, que eres…
– ¿Que soy…?
– Usando tus propias palabras, un mujeriego… Estudias las frases más efectivas para impresionar, te vistes para que te recuerden, eres afable y educado con todas las personas para ver quién muerde el anzuelo…
– ¿Ah, sí? ¿Y no piensas que quizá te equivocas?
– Si tú lo dices…
– Claro, yo lo sabré, ¿no? Además, ¿qué tiene de malo ser amable con las mujeres? ¿Hacer que se sientan guapísimas, tenidas en consideración, el centro de atención? Yo no soy un mujeriego. Tal vez sea el último de los románticos, eso sí.
Niki lo mira risueña.
– Mira, quitando eso último, no has dicho ninguna mentira.
– ¿Ah, no? -También Guido sonríe-. En ese caso, te diré otra cosa. El profesor Trasarti está casado y el año pasado estuvo con una del curso, Lucilla. Según parece, le hizo romper incluso con su novio, la dejó embarazada y después la obligó a abortar.
– Venga ya, no me creo una palabra.
– Bueno, quizá la historia del hijo… Tienes razón, puede que eso no sea verdad.
– ¿Y el resto?
– El resto sí que lo es: la chica se llamaba Lucilla, tenía un novio y mantuvo una relación con el profesor durante todo el curso.
– ¿Y tú cómo lo sabes?
– Muy sencillo: porque yo era su novio. -Guido sonríe, abre los brazos y apoya la mochila de Niki sobre el murete-. Ahora tienes que perdonarme, pero había olvidado que he quedado. El mujeriego te saluda.
Y se aleja así. Niki se queda asombrada y también disgustada por un instante. No pretendía que Guido se sintiera mal. Coge la mochila y sube la escalera para ir al departamento, pero justo en ese momento se cruza con el profesor Trasarti.
– Hola -la saluda él con una bonita sonrisa-. ¿Necesita algo?
Recordando la historia que acaba de contarle Guido, Niki se imagina que el profesor la mira con otros ojos, lo ve como un hombre ávido, y no sensible y delicado, de manera que, sin querer, se ruboriza.
– No, gracias, profesor, sólo he venido a apuntarme para los exámenes.
– Ah.
Sin darle tiempo a añadir nada más, Niki pasa por delante de él.
– Perdone, pero llego tarde -y desaparece de prisa y corriendo.
Niki camina a toda velocidad y, cuando llega al fondo del pasillo, se vuelve. Menos mal. El profesor se ha marchado. Después aminora el paso y al final sonríe para sus adentros. A saber si serán verdad todas esas historias. Soy demasiado sugestionable. Pero no, deben de ser ciertas. Además, ¿por qué me habría dicho Guido una cosa semejante, si no? ¿Para aprovecharse de la ternura, de la pena que podía producirme el saber que su novia lo dejó por el profesor?… Ya ves tú… Niki comprueba la lista de exámenes. Claro que sus amigos le describieron a Guido como a un tipo que haría de todo para impresionar a una chica. Se matricula en las próximas pruebas y a continuación cierra la lista. Ahora bien, para impresionarla no necesita todas esas artimañas. Es un chico atractivo, simpático y divertido… Y al final incluso me ha despertado ternura. Pero luego cambia de idea. Niki, pero ¿qué estás diciendo? ¿Te has vuelto loca? Por lo visto Alex tiene razón… Después casi se echa a reír y se le ocurre una idea. ¡Sí! Estupendo. Ésa se la quiero hacer. Se la merece. Y sale corriendo del departamento, baja la escalinata y salta de golpe los últimos peldaños. Da la vuelta al rellano y empieza a bajar de nuevo a toda prisa. Salta otra vez y, pum, se abalanza sobre el profesor Trasarti, quien, víctima del empellón, da de bruces en el suelo.
– Ay…
– Oh, perdone, profesor. -Niki lo ayuda a levantarse.
Él se limpia los pantalones sacudiendo vigorosamente el polvo con las manos.
– Es obvio que usted no llega tarde… ¡Llega supertarde!
Niki sonríe y se siente incluso un poco avergonzada. El profesor parece haberse tranquilizado.
– Puedo llevarla, si quiere.
– No, gracias, tengo moto… Quizá en otra ocasión -y se aleja nuevo de él a toda prisa.
– ¡Claro! -el profesor la contempla con una sonrisa impresa en la cara.
Niki, ¡maldita sea! Hoy no haces una a derechas. No sólo lo has tirado al suelo, sino que cuando se ofrece a acompañarte le respondes: «Quizá en otra ocasión.» Pero ¿a qué viene ese «quizá»? Da a entender la posibilidad, la esperanza, el deseo… de que te acompañe. ¡Caramba! Eso sí que no debe suceder. Sacude la cabeza. Al menos, de algo está segura: Guido no le ha mentido. Algunas cosas se perciben sin más. Pobre, no se merecía que lo tratasen así. Tengo que aclarar las cosas con él. Y se lo dice con la mayor tranquilidad. Quizá demasiada. Sin saber que, una vez más, está volviendo a equivocarse.