La moto llega desde lejos, corre por las colinas, entre ese verde tan intenso, soleado, como ese día caluroso. Se percibe la respiración de los pinos, el aroma de los bosques, el mar que rodea ese pedazo de costa, y da la impresión de que el latido de sus corazones se oye en ese silencio. Emociones en libertad. A bordo de esa moto que avanza como un rayo por el camino del sol hasta llegar al punto desde el que se puede contemplar el panorama. Niki va detrás de Alex y lo abraza radiante… Tiene los ojos cerrados, la cabeza apoyada en su espalda, y los dos van vestidos de blanco.
Los invitados los esperan en la parte más alta de la isla, en ese trozo de tierra que se asoma al mar junto al acantilado. Los padres de ambos, los parientes, los amigos y todos los que han querido estar presentes ese día en la Isla Azul. La isla de los enamorados. La isla del Giglio.
Bajo el faro, oculto por el bosque que lo rodea, el sacerdote los espera junto al altar. Sonríe saludando a los últimos recién llegados que van tomando asiento. Después los ve.
– ¡Aquí están! ¡Aquí están! Ya llegan.
Roberto, Simona, Luigi, Silvia y el resto de los presentes, todos vestidos de blanco por expreso deseo de los novios, se vuelven. La moto se detiene y Alex y Niki bajan de ella sonrientes. Se quitan el casco y se dan la mano. Avanzan entre los bancos de la sencilla iglesia. Caminan con el sol en los ojos y en el corazón hasta llegar al altar. Niki exhala un suspiro, largo, larguísimo. Mira a Alex y en unos instantes pasa por su mente toda su historia. Desde su primer encuentro a la primera salida, desde el primer beso a la primera vez que hicieron el amor. Apenas escucha al sacerdote, que sigue hablando, la homilía de la misa, los invitados que se levantan y vuelven a sentarse marcando los diferentes momentos de la ceremonia. Estoy enamorada. Soy feliz, no tengo miedo, es mi boda, lo he elegido todo y lo mismo sucederá con todos los momentos de mi vida, los elegiremos mi marido y yo, para nosotros y para nuestros hijos. Parece casi una oración, y en ese instante comprende lo que es la belleza, la felicidad, y se da cuenta de lo corta que puede ser la vida y lo absurdo que es no tener el valor suficiente para ser felices. Mira alrededor llorando de alegría en su interior y ve todo lo que ama, lo que siempre ha amado y lo que querría amar eternamente. Pero Niki sabe ya que quizá algún día eso no será posible. Por eso debe apreciarlo, vivirlo y respirarlo ahora. Porque la felicidad sólo llama una vez a la puerta. Porque no hay un mañana si no se vive hoy. Y la alegría no se puede posponer. Si un día todo esto cambia seré feliz por haberlo vivido con profundidad, por no haberlo delegado a los demás, por haber disfrutado mientras tuve la posibilidad de hacerlo. Y no seré yo la que diga basta o la que escape. Jamás.
Oye una voz:
– ¿Niki?
– ¿Eh?
Alex la mira sonriente.
– Yo he contestado ya a la pregunta de si quiero casarme. He dicho que sí. Ahora te toca a ti. Tienes dos opciones: o dices que sí… -arquea las cejas ligeramente preocupado-, o dices que no…
El sacerdote la observa intrigado. Niki mira detrás de ella. Simona, Roberto, los padres de Alex, los parientes, las Olas y el resto de sus amigos. Todos esperan curiosos y algo asustados su respuesta. Niki exhala un suspiro y vuelve a mirar al frente. Esta vez no tiene ninguna duda. Sonríe. Está preciosa, como siempre, más que nunca.
– Sí, amor mío. Sí. Quiero casarme contigo… -Y después añade, aún más convencida-: Y quiero que sea para toda la vida.