Alex empieza a preparar la bolsa para ir a jugar a futbito. Mete la camiseta azul y también la blanca. Esta vez no han llegado las alineaciones, de forma que más le vale llevarse al campo las dos camisetas. Además, siempre hay alguien que olvida la suya y te la pide prestada.
El móvil suena de repente. Un mensaje. Dios mío, ¿y ahora qué pasa? No me digas que… Alex corre a sacar el teléfono del bolsillo de la chaqueta, pulsa la tecla y abre el sobrecito. Lee: «Ven en cuanto puedas a casa de Enrico. Problemas. Flavio.»
¡Oh, no! De nuevo se suspende el partido. Menudo coñazo. Alex teclea el número de Flavio, que responde a la segunda llamada.
– ¡Hola, Alex! -De fondo se oye un gran bullicio.
– ¡Ay! ¡Me tiro, déjame!
– ¡Ven de inmediato, Alex!
– Pero ¿qué sucede?
– No logramos dominar la situación.
– Camilla ha vuelto.
– Peor. -Se oye un grito-: ¡Yo me tiro! -y un ruido de cristales.
– ¡Quieto, quieto! -grita Flavio-. Tengo que dejarte, Alex -e interrumpe bruscamente la conversación.
Alex se queda mirando atónito el teléfono mudo. También él se ha Quedado sin palabras. No es capaz de imaginar lo que puede haber sucedido. Se pone la chaqueta y baja corriendo la escalera. Mientras tanto teclea un número en el móvil.
– ¿Niki?
– Hola, ¿qué pasa? Veo que tienes prisa. ¿Vas a jugar a futbito? -Niki mira el reloj-. ¿No es un poco pronto?
– No, esta noche no jugamos -Alex recuerda la mentira que contó la semana anterior y se da cuenta de que en esta ocasión no vale en absoluto la pena mentir.
– ¿Adónde vas entonces? Espero que no tengas que espiar a nadie más.
– De eso nada, voy a casa de Enrico.
– No te habrá contratado para sustituir al detective de la otra vez, ¿no? ¿Cómo se llamaba…? Costa… No sacó nada en claro.
Alex recuerda la segunda carpeta con las fotos de alguien desconocido y se maldice por eso. También le viene a la mente el ridículo que hizo espiándola en la facultad y se avergüenza.
– No, se trata de mis amigos; deben de haberse metido en otro lío…
– ¿De qué tipo?
– No lo sé…
– Alex… No me estarás ocultando algo, ¿verdad?
– ¿Por qué debería hacerlo? Sea lo que sea, seré yo el primero en decírtelo.
Niki sonríe al oír cómo usa su misma frase.
– Así me gusta.
Alex también sonríe.
– Es que tengo una maestra fantástica.
– Sí, sí, ¡tómame el pelo si quieres! Pero llámame más tarde, me muero de curiosidad…
– De acuerdo, amor, hasta luego.
Al cabo de unos minutos llama a la puerta de Enrico.
– ¿Quién es?
– Soy yo.
– ¿Yo, quién?
– ¿Cómo que «yo, quién»? Alex…
Enrico abre la puerta. Salta a la vista que está furioso.
– Entra. -Cierra la puerta y acto seguido cruza los brazos sobre el pecho, señal evidente de su enojo. Flavio se pasea por la habitación.
– Hola.
Pietro, en cambio, está sentado en el sofá, con la mano en alto sujeta un poco de hielo envuelto en un paño sobre la ceja derecha, que tiene hinchada. Alex mira boquiabierto a sus amigos.
– ¿Se puede saber qué pasa? ¿Habéis discutido? ¿Os habéis pegado? ¿Me lo podéis explicar?
Flavio sacude la cabeza, todavía le cuesta creer lo que ha ocurrido, está confundido. Enrico pisotea nervioso el parquet.
– Yo lo único que sé es que estoy solo. Había conseguido dormir a Ingrid… y ahora debe de haberse despertado con todo este jaleo.
– ¡Aaah! -se oye gritar a la niña desde el dormitorio que hay al fondo del pasillo.
Enrico junta el pulgar y el índice y traza una línea recta en el aire.
– ¿Veis lo que os decía? ¡Un sentido de la oportunidad perfecto!
Flavio abre los brazos.
– ¡Siempre quejándote!
– Sí, sí, claro… Yo, ¿eh? ¡Los líos los organizáis siempre vosotros!
Enrico se precipita hacia el cuarto de la niña.
Alex parece más tranquilo.
– En fin, ¿me podéis explicar de una vez lo que ha pasado? -Mientras habla se da cuenta de que una de las ventanas del salón de Enrico está rota-. ¿Y eso? ¿Quién ha sido?
Flavio señala a Pietro.
– Él. ¡Quería tirarse!
– Perdona, pero podrías haberla abierto.
– ¡Qué simpático eres! Por eso Enrico está tan enfadado…
– Me las arreglo, bromas aparte.
Pietro retira el paño del ojo, coloca bien el hielo y vuelve a apoyarlo contra la ceja.
– A mí no me hace ninguna gracia.
Alex empieza a irritarse.
– O me explicáis lo que ha sucedido o me marcho. Joder, otra vez nos quedamos sin jugar…
Pietro lo mira desconsolado.
– No puedo. Díselo tú, Flavio. Yo me taparé los oídos… No me lo puedo creer, me niego a pensar eso…
Así pues, suelta el trapo y se tapa los oídos. Flavio lo mira resoplando.
– Susanna ha dejado a Pietro.
– ¿También? No me lo puedo creer. Pero ¿qué es esto? ¿Una epidemia? Primero Enrico y ahora Pietro…
Alex se sienta en el sofá.
– Estamos cayendo como moscas… -Luego piensa: Y precisamente ahora. No debería haber ocurrido-. ¿Y se puede saber por qué?