Niki llega corriendo a la universidad. Aparca la moto fuera, bloquea la rueda y cruza la verja que lleva al jardín rodeada de un numeroso grupo de gente. Avanza a toda prisa entre los setos verdes, muy cuidados, entre los surtidores de las fuentes que hay a los bordes del camino hasta llegar a la escalinata de su facultad. En los escalones hay sentados varios chicos. Reconoce a los de su curso en el murete: Marco y Sara, Luca y Barbara, y a su nueva amiga Giulia.
– Eh, ¿qué hacéis aquí fuera? ¿Por qué no estáis en clase?
Luca hojea veloz las páginas de Repubblica, que por lo visto ha leído ya.
– Es por la ocupación de la Ola, el movimiento estudiantil…
Por un instante, a Niki le entran ganas de echarse a reír. Piensa en Diletta, en Erica y, sobre todo, en Olly. Una Ola «ocupada» por… ¡vete a saber quién! ¡Ojalá eso nunca ocurra! Pero luego vuelve a ponerse seria. Sabe de sobra que no se trata de una de ellas.
– ¡Hoy también! Menudo coñazo. Tenía una clase genial de literatura comparada. Por una vez que hay algo interesante…
Luego, de repente, esa voz a sus espaldas. Nueva, desconocida, que oculta una sonrisa…
– «Tú, forma silenciosa, atormentas y despedazas nuestra razón como la eternidad.»
Le gustan esas palabras. Se vuelve risueña y ve a un chico desconocido. Alto, delgado, con el pelo largo y un poco rizado. Tiene una bonita sonrisa. Gira alrededor de ella casi olfateándola, perdiéndose en su pelo, y sin embargo, sin acercarse demasiado, sin tocarla, rozándola con la respiración. Y con otras palabras.
– «Nada es estable en el mundo. El tumulto es vuestra única música.»
Niki arquea las cejas.
– No es tuya.
Él sonríe.
– Es cierto. De hecho, es de Keats, pero te la regalo si quieres.
Luca abraza a Barbara.
– No le hagas caso, Niki, es Guido… Nos conocemos desde que éramos pequeños. Ha vivido fuera porque su padre es diplomático. Volvió el año pasado.
Guido lo interrumpe.
– Kenia, Japón, Brasil…, Argentina. He estado en el punto en el que confluyen ambos países, en las cataratas de Iguazú. Donde se forman unos arco iris mágicos. Donde van a beber los capibaras cansados y los jóvenes jaguares, donde los animales de la selva viven tranquilos.
Luca sonríe.
– Y donde las mujeres de las tribus van a bañarse al atardecer. Todavía conservo las fotos que me mandaste.
– Tienes el alma sucia, era un reportaje fotográfico de inocentes crepúsculos, sobre la mágica armonía que une a los hombres con los animales.
– Bah, puede ser… Yo sólo recuerdo a unas mujeres guapísimas… y, sobre todo, completamente desnudas.
– Porque sólo reparaste en esas…
Barbara da un empujón a Luca.
– Perdona, ¿eh?…, pero ¿dónde están esas fotos? Yo jamás las he visto.
Él la abraza sonriente.
– Las tiré hace dos años… Poco antes de conocerte… -dice, e intenta besarla, pero Barbara se escabulle por debajo.
– Sí, sí, en cuanto vaya a tu casa las buscaré por los cajones…
Luca abre los brazos y, a continuación, se lleva una mano al pecho y levanta la otra hacia el cielo.
– Te lo juro, tesoro… ¡Las tiré! Y, en cualquier caso, era él quien me llevaba por el camino de la perdición…
Barbara lo empuja de nuevo.
– ¿Lo has entendido, Niki? Cuidado con Guido: le gustan la poesía y el surf… pero, sobre todo, las chicas guapas.
Guido abre los brazos.
– No entiendo por qué me describís así… Me matriculé en filología con la única intención de estudiar. Sí…, es verdad, me gusta el surf. Me encantan las olas porque, como decía Eugene O'Neill, sólo somos verdaderamente libres en el mar. Y en lo referente a las chicas guapas…, bueno, es cierto… -se acerca a Niki y le sonríe-, uno las mira… -vuelve a rodearla examinándola de arriba abajo-, observa cómo van vestidas, se divierte apreciando lo que han elegido… Imagina… ¿Para qué sirve una mujer guapa sin más? Para alardear frente a los demás. ¿Y quiénes son los demás? La apariencia por sí sola no basta para vivir. ¿Y la belleza de su espíritu, en cambio? Ésa se reserva a los verdaderos amigos; pues bien, de ésa me gustaría vivir…
Guido tiende la mano en dirección a Niki.
– ¿Quieres que seamos amigos?
Niki lo mira, después observa su mano, luego de nuevo sus ojos. Son bonitos, piensa. Aun así, opta por salirse por la tangente.
– Lo siento…, pero este año he conocido ya a demasiada gente.
– Se encoge de hombros y se aleja.
Giulia baja del murete. -Espera, Niki, te acompaño… Guido se vuelve sorprendido hacia Luca y Marco, que se están riendo de él.
– ¡Te ha ido de pena!
– Gracias a vuestra publicidad…
– Es amiga nuestra…
– Me gustaría que fuese también mi…
– Sí, claro, tu… ¡presa!
Guido sacude la cabeza.
– No tengo remedio… Me juzgáis muy mal… En cualquier caso, la tal Niki ha sido clara como el agua.
– ¿Qué quieres decir?
– Bueno…, casi resulta banal decirlo, pero quien desprecia compra.
– Eh, ¡eso sí que no es de Keats! -Barbara baja sorprendida del murete.
– No…, pero ella me ha retado y, como dice Tucídides: «Sin lugar a dudas, los verdaderos valientes son los que tienen una visión más clara de lo que les espera, ya sea la gloria o el peligro, y a pesar de ello lo afrontan».
Marco se echa a reír.
– ¡Sí, sí, eres un temerario!
Luca asiente con la cabeza.
– A saber si habrías estado dispuesto a enfrentarte a todos esos peligros si Niki hubiese sido un adefesio…