Ciento treinta y seis

– Eh, pero ¿dónde te habías metido?

Niki está sorprendida. No esperaba encontrarlo. Al menos, no ahora. Guido.

– Hace muchos días que no te veo en clase… -Guido sonríe. Intenta no parecer demasiado entrometido-. ¿Todo bien?

En el fondo, él no tiene nada que ver. A fin de cuentas no es culpa suya, ¿no?, piensa Niki.

– Sí, todo en orden. Es que ciertas cosas nunca son fáciles.

– Tienes razón. Casi siempre son las más difíciles.

Esa manera de hablar a medias tintas que deja espacio a la imaginación. Permanecen por unos momentos en silencio ensimismados en sus pensamientos. Niki. A saber qué habrá entendido. Siempre es difícil interpretar el propio corazón, saber qué rumbo ha tomado, dónde nos llevará… Cuánto daño te hará en esta ocasión. Guido la mira fijamente: Se pregunta qué decisión habrá tomado. De un tiempo a esta parte parece muy distraída. Aunque lo cierto es que sólo la ha visto dos veces y siempre rodeada de gente… No hemos podido hablar mucho. Pruebo.

– ¿Te apetece venir a estudiar a mi casa?

Niki lo mira perpleja y a continuación arquea las cejas.

– ¡Pero a estudiar de verdad! Voy muy retrasada con el programa.

Guido sonríe y cruza los dos dedos índices sobre los labios. -¡Te lo juro! De manera que poco después se encuentran en su casa.

– Ven… Mis padres se han ido ya, qué suerte tienen… -sonríe-. Se lo toman con calma. Tenemos una casa en Pantelleria y suelen irse unos meses antes del verano para arreglarla… A mí me viene de maravilla. A fin de cuentas, me dejan a Giovanna, la asistenta, que me limpia la casa y me hace la compra y la comida todos los días. ¿Qué más se puede pedir? Libertad… Y comodidad.

De manera que están a solas en un piso grande y tranquilo.

– ¿Quieres un té?

Niki sonríe.

– Puede…

Entran en la cocina y charlan de sus cosas, de los amigos de la universidad que han empezado a salir juntos o de los que lo han dejado.

– ¡Qué pena, eran tan monos!

– Sí, la verdad es que hacían una buena pareja.

Por unos instantes Niki piensa en su situación y se sobresalta, el corazón le da un vuelco, siente una punzada sutil.

Guido parece darse cuenta, aunque también es posible que no, el caso es que, sea como sea cambia de tema.

– Nosotros hemos reservado ya el apartamento en Fuerteventura… ¡Al final vienen todos!

Niki parece encantada de poder distraerse un poco.

– ¡¿Quiénes son todos?!

– Bueno, Luca, Barbara, Marco y Sara. Erica y Olly han dicho también que sí, puede que Diletta y Filippo…

– ¿En serio? Me comentaron algo al respecto, pero todo parecí estar aún en el aire.

Guido sonríe, apaga el fuego e introduce las bolsitas de té en el hervidor.

– No, no, lo que ocurre es que tus amigas te están dejando al margen…

– Ellas nunca harían eso, son mis Olas. Con ellas hago surf en la vida y como la líes al que te tirarán será a ti. En alta mar, ¿eh?

– Vale, vale, olvídalo. Me rindo. ¿Quieres leche o limón?

– Limón, gracias…

Guido sirve el té en las dos tazas que ha cogido de los armaritos que están encima de la fregadera y ambos se sientan a la mesa de la cocina esperando que la bebida humeante se enfríe un poco.

– Ah, nunca te lo he preguntado pero… ¿cómo conseguiste mi número?

Guido esboza una sonrisa y bebe el primer sorbo.

– ¡Ay, todavía quema!

– ¡Te lo tienes bien merecido! Bueno, ¿quién te lo dio?

Guido abre los brazos.

– ¡Se dice el pecado, pero no el pecador!

– Sí…, pero en este caso el pecador se sabe ya quién es…, ¡tú!

– ¿Yo? ¿Por qué?

– Deja ya de hacerte el moralista y asume las responsabilidades de tus actos… ¿Sabes cuánta gente se comporta como tú en este mundo? ¡Muchísima! Porque no tienen huevos… Pero tú sí tienes, ¿verdad?

Guido parece desconcertado por la conversación. No se lo esperaba.

– Claro…

– Bien, pues, en ese caso imagino que eres consciente de que, de alguna forma, has contribuido al hecho de que ya no me case, ¿verdad?

Guido se queda perplejo por unos instantes.

– Veamos…, ¿me estás diciendo que de no haber sido por mí te habrías casado? Me halagas…, pero quizá, de no ser yo, el causante habría sido otro…

– Sí, bueno… ¿Ves como no tienes huevos? Estás apartando de ti esa responsabilidad…

Niki lo mira y se encoge de hombros, después da un sorbo a su té, que ya se ha enfriado. Guido le detiene la mano.

– Está bien, asumo la responsabilidad. Me alegra que no te hayas casado por mi culpa, ¿vale? -Acto seguido esboza una sonrisa-. Bien… Ahora puedes beberte el té… Pero antes me gustaría hacerte una última pregunta. ¿Eres feliz?

Niki exhala un suspiro. La pregunta más difícil de este mundo.

– Digamos que estoy buscando mi felicidad… Y que voy por el buen camino. ¿Sabes lo que decía un japonés? Que la felicidad no es una meta, sino un estilo de vida.

Guido reflexiona por un instante.

– Hum, me gusta…

Niki sonríe.

– Lo sé. Porque es bonita. Me la dijo mi novio, Alex. -Le parece imposible, inimaginable, hablar de él con otro, con Guido, y, sin embargo, es así-. Sea como sea, y volviendo a nosotros, aún no me has dicho quién te dio mi número.

Él apura su té.

– ¿De verdad quieres saberlo?

– ¡Claro!

– ¡Probé todas las combinaciones posibles!

– ¡Venga ya! ¿Lo ves?… No sabes afrontar un tema.

– Está bien, me lo dio Giulia.

– ¡Lo sabía!

– ¿Cómo que lo sabías?

– ¡Estaba segura! Es una hipócrita. Lo hizo adrede.

Guido trata de calmarla.

– No te enfades con ella. Les di la lata a todos: a Luca, a Marco, a Sara y a Barbara, ¡pero ninguno daba su brazo a torcer! No querían darme tu número, hice de todo para conseguirlo… Al final probé con Giulia y lo logré…

– ¿Cómo lo hiciste?

– Se percató de nuestras miradas. Comprendió que había algo entre nosotros. Le dije que si no me daba tu número cargaría siempre en su conciencia con el peso de no haber impedido un mal matrimonio.

Niki enmudece. Bebe su té poco a poco, a pequeños sorbos, sin dejar de darle vueltas a lo que acaba de oír. De manera que todo ha sucedido por mérito o por culpa de Giulia, de una chica que simplemente se dio cuenta una vez de que nos mirábamos. Qué extraño, una persona tan ajena a mi vida, tan alejada de todo esto…, que influye en la decisión más importante que he tomado en mi vida. A veces las circunstancias, la manera en que las cosas van adelante, suceden, empiezan y se acaban, están determinadas por razones inexplicables o insignificantes. De improviso recuerda una película, Magnolia, la casualidad, los pormenores de varias vidas, las combinaciones, algo parecido a Crash, de Paul Haggis. Sí, la vida es un buen embrollo, sujetar las riendas de ese caballo encabritado es difícil, en ocasiones incluso imposible, y lo que sucede sólo puedes decidirlo en parte, ya que en buena medida todo depende de la buena suerte.

Niki apura su té.

– Venga, estudiemos un poco… Giulia no va a Fuerteventura, ¿verdad? ¡Si es así, yo no voy!

Guido mete las dos tazas en la pila y hace correr el agua por encima.

– ¡Ni siquiera sabrá cuándo nos vamos! ¿Contenta?

Se ponen a estudiar en la habitación de Guido y al principio todo va bien, tranquilo, sereno. Repasan juntos algunos temas de historia del teatro y del espectáculo. Comentan una frase de De Marinis. Niki la lee: «El teatro es el arte de lo efímero, está continuamente en movimiento: el teatro es el símbolo por excelencia de todas esas muertes con la que a diario sembramos el camino. Lo que hoy somos y pensamos difiere de lo que éramos y pensábamos ayer, y no nos ayuda a prever lo que seremos y pensaremos mañana.» Se miran. Niki sigue leyendo:

– «Si hay un lugar donde uno no se baña nunca en el mismo río, ése es el teatro.» Es lo mismo que decía Heráclito, ¿recuerdas?

Guido asiente con la cabeza. Pero esas palabras lo subyugan de alguna manera. Los dos piensan en el sentido del cambio, en la diferencia entre ayer y hoy. Guido está cerca de ella. Muy cerca, demasiado. El aroma de su pelo, su sonrisa vista de perfil, sus labios que pronuncian las palabras del libro, que se mueven casi al ralentí. Y él, que mientras tanto la mira, la sueña y la desea. Y además están esas manos que, de vez en cuando, vuelven la página, que avanzan indecisas para retroceder después. Permanecen así, con una página en vilo, a mitad del libro, como suspendida, entre el pulgar y el índice.

– ¿Lo has entendido?

Guido oye por primera vez sus palabras. Fascinado todavía, no le contesta. En lugar de eso, se inclina hacia ella, cierra los ojos y aspira el aroma de su pelo. Niki se vuelve.

– ¿Has entendido algo? Pero bueno, ¿me estás escuchando?

Guido no lo puede resistir más y la besa. Niki se queda sorprendida, estupefacta, sus labios acaban de ser secuestrados por un joven sinvergüenza y atrevido, ese libro de historia ha hecho las veces de alcahueta y ha facilitado ese beso robado. Y Guido insiste, empujado por el deseo, la abraza y le acaricia el pelo, los hombros y, quizá demasiado de prisa, se desliza hacia su pecho. Con dulzura pero resuelta, Niki se deshace rápidamente de su abrazo.

– Dijiste que estudiaríamos…

– Sí, claro… Intentaba interpretar lo mejor posible la pasión que me han transmitido tus palabras…

Ella está visiblemente molesta. Aunque, a decir verdad, ¿qué pensabas que sucedería después de haber aceptado venir a su casa? ¿Qué pretendías? ¿Quizá que de repente no le importase nada? ¿Que no te deseara, que no quisiera ir más allá? ¿Qué esperabas? Eres tú la que se lo ha hecho creer, la que se lo ha metido en la cabeza, eres tú la que ha tomado esa decisión. De repente recuerda la frase de Guido: «¿Me estás diciendo que de no haber sido por mí te habrías casado?» Vuelve a oír en su mente el eco de esas palabras, en su repentina soledad, en el silencio en que parecen retumbar. Otro en su lugar… Sí, quizá podría haber ocurrido así. De manera que él no es el único causante de mi no boda, el motivo es otro.

Guido se inmiscuye en sus pensamientos.

– Vale, perdóname, había dicho que estudiaríamos, pero no soy capaz. Estoy deseando volver a besarte desde el día de Saturnia, no veía la hora de poder pasar un poco de tiempo contigo, de tenerte…, quiero decir, de tenerte a mi lado, de poder abrazarte y sentirte mía.

– No, te lo ruego, no digas eso.

Guido se levanta y la abraza con ternura, con sinceridad y calma, sin segundas intenciones.

– No quiero discutir, no quiero que te alejes, tienes razón. Soy yo el que se comporta como un niño cuando hago eso. -Acto seguido se separa de ella y la mira a los ojos-. Te prometo que intentaré contenerme…

Niki lo mira arqueando las cejas.

– ¿Estás seguro? Oscar Wilde dijo una vez una frase que no puede ser más sincera: «Resisto todo salvo la tentación.»

Guido esboza una sonrisa.

– Sí, era un genio. Aunque yo sé otra igualmente bonita de Mario Soldati: «Somos fuertes contra las tentaciones fuertes y débiles contra las débiles.» Venga, basta ya de estudiar. -Le coge la mano-. Vayamos a divertirnos -y, corriendo, la saca a rastras de casa.

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