– ¿Estás lista?
Niki se mira al espejo. Le entran ganas de echarse a llorar. No le gusta nada ese vestido de novia, y ya es el décimo que se prueba.
– Venga, Niki… Sal del probador para que podamos verte…
Genial, ahora se entromete incluso su madre. ¡Como si no bastase con esas dos! Hoy ha querido acompañarlas y la carga es aún más insoportable.
– ¡Voy en seguida!
Niki se pone la diadema en el pelo y deja caer el velo hacia adelante. Si tengo que hacer las pruebas, al menos las hago bien. De manera que coge el ramo compuesto de rosas blancas y de unas delicadas florecitas malvas y abre la puerta del probador. Simona está sentada entre Margherita y Claudia esperándola con impaciencia. Cuando la ve salir no puede por menos que llevarse las manos a la boca.
– Oooh… Mi hija, mi hija se casa -dice, como si sólo en ese momento se diese cuenta por primera vez, quizá debido a la belleza única y absoluta del vestido. De repente se echa a llorar-. ¡Estás guapísima, cariño!
– ¡Pero qué dices, mamá! ¡Con este vestido parezco una mujer del siglo XIX! Mira qué mangas, mira cómo se hinchan en los hombros, y el escote bordado… ¡Ni hablar! ¡Creía que aquí encontraría algo más moderno!
Simona sacude la cabeza sin apartar las manos de la boca; tiene los ojos anegados en lágrimas, que, indecisas, no acaban de decidirse a resbalar por sus mejillas.
– Estás preciosa…
– Pero ¿es que sólo sabes decir eso, mamá? ¡Mira cómo me queda
la cintura! ¡No es mi estilo! ¡No es lo que quiero!
Margherita y Claudia se miran sorprendidas.
– Lo siento, pero nosotras estamos de acuerdo con tu madre…
– Sí, sí… -corrobora Claudia.
– ¡Del todo de acuerdo! Quizá porque no puedes verte desde fuera, pero es como dice ella. Estás guapísima…
Margherita se echa a reír y remacha añadiendo un nuevo argumento:
– ¡Si Alex pudiese verte ahora, se casaría contigo dos veces!
– El problema es que quien se casa soy yo, y una sola vez. ¡Espero! De manera que este vestido no me gusta en absoluto, es el peor de todos, al menos los otros eran menos…
– ¿Menos…? -pregunta Margherita.
– Menos… -Niki no atina con la palabra, pero la dueña de la tienda, Gisella Bruni, le echa un cable.
– Abultados.
– ¡Eso es! -Niki sonríe aliviada-. Sí, menos abultados.
Gisella coge del brazo a Niki.
– Ven conmigo, vamos a buscar otras soluciones -y se la lleva robándosela a las hermanas de Alex y a Simona, su madre, pero dedicándoles una sonrisa y un guiño antes de salir, como si les dijese: «No se preocupen, sólo está un poco nerviosa y estresada»-. Ven conmigo, querida, yo te encontraré el vestido que te conviene.
Margherita, Claudia y Simona se miran y exhalan un suspiro de alivio. Simona se enjuga las lágrimas con el pañuelo que acaba de pasarle Margherita.
– ¡Estaba tan guapa con ése!
Claudia le sonríe.
– No se preocupe. Gisella tiene mil recursos. Tarde o temprano encontrará el más adecuado.
Margherita interviene:
– Niki es tan mona que poco importa el vestido que se ponga, estará bien de cualquier manera.
Simona se siente halagada.
– Sí… Gracias.
Claudia se sirve un poco de té.
– Es la verdad. ¿Le apetece un poco, señora?
– Sí, gracias… -Claudia le sirve en otra taza-. El problema es que tiene que gustarle a ella, porque a veces, si no te encuentras bien contigo misma, quiero decir, con el vestido que has elegido, acabas agobiándote en la velada o la fiesta a la que vas… ¡Piensas que te ves horrible y estás incómoda todo el tiempo!
Margherita se encoge de hombros riéndose.
– Recuerdo cuando me preparaba para mi boda… estaba tan histérica que lloraba cada dos minutos.
Claudia sacude la cabeza.
– ¡Yo todas las noches les decía a mis padres que había cambiado de idea! Los estresé de tal manera que… ¡casi los mando al manicomio! Figúrese que, cuando al final me casé, se fueron de viaje… ¡a hacer una cura antiestrés!
– Sí… -Simona las sorprende-. ¡Yo también estaba nerviosa a más no poder antes de mi boda! ¡Pensaba que me volvería loca! Me pasaba las noches paseando por la terraza, no conseguía conciliar el sueño y, además, todos aquellos con los que me encontraba, desde el día en que mi marido me pidió que nos casásemos hasta que por fin lo hicimos, me parecían potenciales novios, hombres, amantes, maridos, cómplices… En fin, que cualquiera representaba una buena ocasión para huir. Me montaba unas películas… ¡Aunque, naturalmente, nunca le he dicho ni una sola palabra de ello a mi marido!
Justo en ese momento Niki se reúne con ellas.
– Perdona, mamá, ¿puedes venir un momento?
– ¡Tu madre es simpatiquísima, Niki!
– ¡Sí, lo sé!
– ¿Te apetece un poco de té?
– No, gracias…
Simona se acerca a Niki y ésta se aparta un poco para que no la oigan.
– Perdona, mamá…
– ¿Qué pasa?
– ¡Deberías apoyarme y, en cambio, te pones de su parte!
– De eso nada… Ese vestido te sentaba realmente bien. Era precioso, pero si a ti no te gusta…
– No, no me gusta.
– ¡En ese caso, a mí tampoco! Es más…, ¿sabes qué te digo? ¡Que, pensándolo bien, era muy feo!
Niki se echa a reír finalmente, luego a llorar, y luego de nuevo a reír.
– Estoy muy cansada, mamá… Simona le da un abrazo.
– Ven aquí, cariño. -La aparta aún más de sus futuras cuñadas, detrás de un biombo, y le enjuga las lágrimas con el pulgar-. Es sólo el cansancio debido a los nervios, Niki, relájate, verás corno todo irá bien… Será una fiesta estupenda, como todas las que has celebrado, pero ¿qué digo?, tan bonita como la que organizaste cuando cumpliste dieciocho años… ¡Sólo que en este caso la celebraréis en pareja!
Niki trata de sobreponerse e inspira profundamente. Su madre le acaricia el pelo.
– Te estás encargando de demasiadas cosas. Tómatelo con más calma… Tienes que ocuparte de todo, de la elección del vestido, del sitio, de los recordatorios para los invitados…, pero debes divertirte mientras lo haces, en lugar de agobiarte.
Ya. Niki se muerde el labio. Con más calma. Pero ¿cómo lo hago? Me siento abrumada. Simona, sin embargo, parece estar esperando una respuesta.
– Está bien, mamá, lo intentaré.
– Bien… -Simona la coge del brazo y vuelve con ella junto a las demás mujeres-. Bueno, yo diría que ya está bien por hoy.
Margherita y Claudia se quedan sorprendidas y se miran preocupadas.
– La verdad es que…
– Sí, nos queda la prueba del maquillaje…
Simona sonríe a las dos hermanas.
– Sí, lo sé, pero Niki está un poco cansada.
– No, mamá, no te preocupes. Si sólo queda eso… -Niki le sonríe-, todavía me quedan fuerzas.
Simona se aproxima a ella.
– ¿Estás segura? Podemos posponerlo sin problemas.
– No, no, haré como dices tú…
– ¿Qué quieres decir?
– Con calma.
De manera que mientras Samanta Plessi, la maquilladora, prueba las diferentes posibilidades, Mirta, su ayudante fotógrafa, saca varias imágenes. Inmediatamente después, Chiara, la peluquera, estudia unos cuantos peinados. Caterina, su ayudante, saca más fotografías. El pelo hacia arriba, hacia abajo, ondulado, liso, sólo en la parte de delante, con flequillo, adornado con unas pequeñas flores, con una trenza rodeando la frente, mil extrañas combinaciones, el color de los ojos que pasa del celeste al azul oscuro, del verde al marrón, con las tonalidades y los matices más variopintos, con purpurina y brillantitos, con el fondo negro o blanco. Y luego más peinados y fotografías, y recogidos, y más fotografías, y pruebas de vestidos, de ramos y de zapatos, y esta iglesia sí y la otra no, y estas plantas no y las otras sí, y el banquete de esta manera, y los recordatorios para los invitados sí, y las peladillas no, y la lista de bodas y la de los invitados, y la elección de las invitaciones, y el viaje de novios, y las flores tanto a la entrada como a la salida, y el fotógrafo, y el vídeo… Tras pasar una semana de esta forma, Niki se encuentra desfallecida en la cama.
– Alex, ¿se puede saber dónde te has metido?
– ¿Cuándo?
– ¡Estos últimos días! Tus hermanas no me han dejado ni a sol sombra, a veces nos ha acompañado mi madre, en una ocasión salimos incluso con la tuya… ¡Si no fuese porque tengo tu fotografía en el móvil ni siquiera me acordaría de tu cara!
– Gracias…
– ¡De nada! Quizá no lo sepas, pero hace tiempo un tipo que parecía a ti cogió un helicóptero, inventó unas cosas absurdas y m pidió que me casara con él después de que se iluminara un rascacielos.
– Sí, es…, era… ¡Soy yo! Mierda…
– ¿Qué?
– Pues que lo había olvidado… ¿Y tú qué contestaste?
– ¡Que sí! ¡Idiota!
Alex se echa a reír.
– Cariño, son las siete, paso a recogerte dentro de una hora, ¿vale? Para empezar te propongo el hammam Acquamadre, precioso, en la via Sant'Ambrogio, y después una cena ligera. Compraré un poco de comida japonesa y la llevaré a casa con un fantástico Cerable frío. Escucharemos las canciones de Nick the Nightfly en Radio Montecarlo y, para terminar, un masaje especial. ¿Qué te parece? ¿Podrá eso compensar el estrés que has tenido que soportar estos días y mi ausencia total?
– Bueno, al menos lo reconoces…
Niki recuerda los momentos más difíciles que ha experimentado durante la semana y le gustaría compartirlos con él, pero le parece completamente fuera de lugar contárselo ahora, por teléfono. Podrán hablar de ello más tarde.
– Está bien, Alex. Te espero dentro de una hora, pero no te retrases… En serio, lo necesito…
– Cuando acabe en el despacho paso a recogerte, ¿de acuerdo? A las ocho en punto debajo de tu casa. Llevo el bañador en el coche.
– Está bien, hasta luego…
Nada más colgar, Niki permanece durante un rato echada en la cama, mirando fijamente el techo y pensando en todo lo que le ha sucedido en apenas dos meses, en cómo ha cambiado su relación. Enciende la radio, busca una emisora sin publicidad, sin palabras, sólo quiere escuchar música y relajarse.
Cierra los ojos y recuerda el accidente de moto. Sonríe recordando ese día… Habían discutido en la calle, delante de la gente, después de que ella, al volver en sí, pensó: «Un ángel…», al verlo, tumbado en el suelo tras el accidente, envuelto por el sol, el cielo y unas nubes ligeras que, de alguna forma, lo «santificaban». Y luego, cuando la llevó al colegio, las primeras llamadas, y esa noche en su casa, en la terraza del jazmín. La primera vez que hicieron el amor, sin prisas, en el aire de esa mágica noche. Poco a poco, va rememorando todos los momentos que ha pasado con Alex, las risas, la huida a Fregene, al local de Mastín, la excursión a la montaña, la vez en que escucharon esa canción de Battisti…, ¿cómo se titulaba? Ah, sí. Perché no. Y en que intentaron hacer todo lo que decía, y lo lograron, acabar en la montaña y regresar a casa por la noche, sin decir nunca nada a sus padres. «Perdone, pero ¿usted me quiere o no? No lo sé, pero acepto.» Y después el viaje a París… Qué sorpresa tan bonita… Esa noche comprendió que Alex era el hombre de su vida… Luego vino el dolor por el regreso de Elena. La soledad, la rabia, la impotencia frente al final de su relación y, de repente, el renacimiento, la maravillosa escapada a la Isla Azul, la isla de los enamorados, la carta que encontró al volver de las vacaciones, y ella partió, nada más obtener el carnet de conducir se reunió con él. Durante los días que vivieron en esa isla su relación cambió, Alex parecía distinto, más sereno, más tranquilo, sin edad, sin citas, sin prisas, un hombre todo para ella. Entre sus brazos al amanecer, al ocaso, fuera del tiempo, perdido en el amor. Pero eso era un sueño. Luego nos despertamos. Volvimos a la realidad cotidiana. Dos casas, la universidad, los amigos de edades diferentes, las discusiones y las reconciliaciones. No obstante, siguió haciéndome soñar. Niki rememora la última escapada. Nueva York, la limusina, él que la esperaba en el aeropuerto, los días que pasaron de compras en la Gran Manzana. Luego, el paseo en helicóptero y la sorpresa del rascacielos iluminado en medio de la noche. «Perdona, pero quiero casarme contigo.» La felicidad de ese momento, la confusión de esa alegría arrebatadora, el pánico de esa noche, ese miedo repentino que te atenaza, perder el control de la propia vida, encontrarse en una dimensión imprevista demasiado pronto. Y en un abrir y cerrar de ojos ve la secuencia de los días posteriores al regreso, las semanas, los encuentros, las familias, las decisiones que hay que tomar, el doloroso alejamiento de sus amigas, de su vida, de la facultad, de la posibilidad de perder tiempo… Sin prisas, como decía siempre Battisti. «¡Tantos días en el bolsillo para gastar!» Y para no dejarse llevar por el pánico. Niki se tumba boca abajo, abraza la almohada y, como si fuese un globo, uno de esos que se ven ascender por el cielo cuando un niño los pierde después de haberlo comprado a la salida de la iglesia en una mañana azul de domingo, con ese mismo deseo de dejar atrás la realidad, se queda dormida. Un sueño sin sueños. La respiración es en un principio breve, como constreñida, propia del que, por un instante, quiere abandonarlo todo, descansar del exceso de preocupaciones, de los sentimientos de culpa y del deber, de las esperanzas y de las expectativas de los demás. Pero poco a poco se va calmando, como si hubiese regresado a esa isla. La Isla Azul de los enamorados, el Giglio, donde está ese faro… Sólo que ahora Niki está sola en esa isla. Camina tranquila por la playa y de repente ve que alguien se acerca a ella. No. No es posible. Se despierta de golpe, sorprendida, asombrada, estupefacta. ¿Qué hora es? Mira el reloj. No, pero ¿cómo es posible? Las ocho y cuarto… ¿Y el hammam? Echa un vistazo al móvil. Ha recibido un sms. Es de Alex. «Perdona, cariño, pero se me ha hecho tarde. Al baño turco iremos en otra ocasión, aunque la cena será perfecta y después haré lo posible para que me perdones…, como a ti te gusta.»
Niki lee el mensaje y después lo borra. Está irritada. Se dirige al cuarto de baño y empieza a maquillarse con parsimonia. Va recuperando la calma lentamente. Le ha sentado bien dormir un poco, aunque, vaya sueño tan extraño… Sonríe. A saber qué querrá decir. El inconsciente trabaja mientras dormimos. Bah. Esta noche quiero ponerme el vestido azul que me compré el otro día. Me hace más mujer, pero me gusta. Se acerca al espejo para maquillarse mejor, sin dejar ningún detalle al azar. Y a continuación se echa a reír. Un vestido de mujer. ¡Pero si yo ya soy una mujer!
Un poco más tarde va a coger algo de beber a la cocina, tiene sed. Oye a sus padres en la sala.
– ¿Tenemos que invitarlos también a ellos, Robi? Nunca los ves…
– ¿Y qué más da? Son mis primos. Viven fuera, pero no por ello dejan de ser de la familia. Estamos muy unidos. Siempre hemos pasado juntos las vacaciones en San Benedetto del Tronto… Entiéndelo.
– Pero entonces seremos más de doscientos… Si calculamos que nos va a costar por lo menos cien euros por persona, la cifra es altísima, haz cuentas…
La boda. También ellos están hablando de la boda. En esta casa no se habla ya de otra cosa. Mientras Niki está en el pasillo, oye que suena el móvil. Corre para no perder la llamada. Llega a su habitación y apenas le da tiempo de ver quién es y de responder.
– Alex, ¿qué ocurre?
Él está en su casa, metiendo a toda prisa algunas cosas en su bolsa: una camisa, un suéter, unos calcetines, unos calzoncillos, y el neceser con la pasta y el cepillo de dientes.
– Cariño, perdona… pero ha surgido una urgencia en Milán.
– ¿En Milán? ¿Y la cena antiestrés y todo lo que planeamos?
Alex sonríe.
– Tienes razón, pero me estoy quitando un montón de trabajo de encima para tener más tiempo libre después. Los americanos nos reclaman. Volamos a las nueve, Leonardo y yo… y nadie más… -Como si eso pudiera tranquilizarla-. Volveremos mañana por la noche. ¿Te parece que lo dejemos para entonces?
– No. No me parece bien, Alex. ¿Nuestra vida va a ser siempre así a partir de ahora? ¿Voy a estar siempre por debajo de los americanos, de los japoneses, de los chinos, de los rusos y a saber de cuántos más? ¿Te vas a casar conmigo para echarme a un lado?
– Pero, cariño, ¿qué estás diciendo?
– Digo que no soy el centro de tu vida. Que antes está tu trabajo y a saber cuántas cosas más. Hoy necesitaba relajarme. Hoy más que nunca…
– Pero, cariño, nos han mandado un avión privado por sorpresa…
– ¡Me importa un comino! ¿Acaso crees que puede impresionarme el hecho de que tengas un avión privado a tu disposición? En ese caso creo que no me entiendes en absoluto…
– Pero si no lo decía por eso… Me refería a que ni siquiera yo sabía que teníamos que viajar esta noche…
Demasiado tarde. Niki ha colgado. Alex teclea de inmediato su número. Niki oye sonar el teléfono, lee el nombre en la pantalla y rechaza la llamada. Alex sacude la cabeza y lo intenta de nuevo. Niki lo vuelve a rechazar. No hay nada que hacer. Alex baja a toda prisa de su casa y sube al coche de Leonardo, que lo está esperando.
– ¿Todo bien?
– No, Niki se ha enfadado.
Leonardo esboza una sonrisa y le da una palmada en una pierna.
– Las primeras veces siempre sucede lo mismo, luego se acostumbran. ¡Debes traerle un bonito regalo de Milán!
– Sí, lo haré.
Alex está inquieto, pero después piensa en el DVD que Niki recibirá en su casa al día siguiente y eso lo tranquiliza un poco. Lo ha hecho con mucho amor, le ha dedicado mucho tiempo, seguro que le gusta. Es una sorpresa preciosa, una de esas que tanto le gustan a ella, hecha con el corazón y no con dinero. Así que se relaja mientras el coche lo lleva al aeropuerto dell'Urbe. Allí los espera un avión privado en el que viajarán a Milán para asistir a esa reunión tan importante. Alex se arrellana en el asiento. Está cansado, muy cansado, pero las cosas no tardarán en ir mejor. Esta reunión es decisiva, y también la última. A partir de ahora todo será más fácil, un paseo. Sí, así será. Alex no sabe hasta qué punto se equivoca, porque a partir de esa noche nada volverá a ser igual.