Pietro lee el letrero distraído mientras entra. Mira a su alrededor. La verdad es que ésa sí que es una novedad. Jamás le han gustado los gimnasios y ahora va a hacer deporte. Y por si fuera poco, a ése.
Varios sofás, dos dispensadores de bebidas automáticos, integradores y snacks dietéticos. Detrás del mostrador azul, una chica vestida con un chándal blanco está comprobando algo en el ordenador. Pietro la ve y se acerca a ella.
– Buenos días.
La chica se vuelve. La chaqueta del chándal blanco tiene la cremallera bajada y deja a la vista un sujetador azul deportivo. Pietro esboza una sonrisa. Caramba. Aquí dentro no se está nada mal.
– Hola, me gustaría saber dónde hacen kickboxing. A qué hora, vaya.
– ¿Quiere inscribirse? El curso se da tres veces a la semana en dos horarios diferentes. Puede verlo aquí… -y le muestra un folleto.
– No, no… Tengo que saludar a una persona y creo que ahora está dando clase.
– Ah, en ese caso estará ahí, dos salas más allá… -le indica la puerta.
Pietro la mira.
– La verdad es que los efectos del kickboxing son fantásticos… -la escruta de arriba abajo.
Ella esboza una sonrisa y después se vuelve de nuevo hacia el ordenador.
Pietro se encoge de hombros y enfila el pasillo. Pasa por delante de unas salas con máquinas, espejos y colchonetas. Chicos y chicas que se entrenan, música acompasada o suave, según las disciplinas y los programas. Llega a la segunda habitación que hay a la derecha. Varias personas agrupadas en círculo están alzando la pierna izquierda. En el centro, un chico no demasiado alto, musculoso, de pelo ondulado y castaño, enseña a los demás el movimiento que deben hacer. Ese tipo no está nada mal, piensa Pietro. Guapetón. Mmm. Pietro observa una a una a las personas que componen el círculo. Varias chicas jóvenes, cuatro hombres y dos mujeres más mayores…, bueno, tres. Y entonces la reconoce. Lleva una banda elástica de color blanco en la cabeza y el pelo peinado hacia atrás, recogido en una especie de moño. Unas mallas negras y ligeras bajo una camiseta ajustada azul claro, zapatillas de gimnasia y calcetines bajos. Susanna mantiene el equilibrio sobre la pierna derecha, en tensión, a la espera. De improviso, el instructor dice «¡Oh» y baja la pierna izquierda mientras da una patada imaginaria con la derecha. Todos, incluida Susanna, lo imitan.
– Mantened los talones ligeramente alzados y cuando deis las patadas golpead con la tibia, no con el empeine. Con la tibia se hace mucho más daño al adversario. Girad el pie que tenéis apoyado en el suelo como si fuese la punta de un compás y procurad que la cadera y el hombro del costado de la pierna que golpea sigan la trayectoria de la patada y no vayan en sentido contrario… -Hace una o dos demostraciones de lo que acaba de decir.
Pietro permanece en la puerta, y cuando el instructor le dice al grupo que se ponga en fila, entra. Varias chicas lo miran y sonríen dándose codazos, como si dijeran «¿qué querrá éste?». También el instructor se vuelve y percibe una sombra. Susanna, que se ha agachado para colocarse bien un calcetín, se levanta y lo ve. No es posible.
Pietro se acerca a ella.
– Hola, cariño… Tenemos que hablar…
– ¿Aquí? No creo que sea el momento más adecuado, me estoy entrenando…
– Ya lo veo… Pero ¿qué es toda esta historia del boxeo? Que yo sepa, jamás te había interesado. Me lo dijo tu madre. Has dejado a los niños en su casa.
– Para empezar, no es boxeo, sino kickboxing…, y ¿qué tiene de malo que haya dejado a los niños con mi madre? No es una asesina en serie… Añado, además, que si antes había muchas cosas que me importaban un comino, ahora, en cambio…
El instructor, mientras tanto, está enseñando un nuevo movimiento que el grupo debe hacer antes del combate de entrenamiento.
– ¿Preparados? Venga, empezamos… ¿Todo bien por allí?
Susanna se vuelve y le sonríe.
– Por supuesto, ¡todo bien! -Después se dirige de nuevo a Pietro-: Vete. No tengo nada más que decirte.
– Pero, Susanna, venga…, sal un momento para que podamos hablar sin toda esta gente alrededor.
– Te he dicho que no. Márchate. Deberías haberlo pensado antes.
– Lo entiendo, pero no creo que eso nos deba impedir hablar… como personas civilizadas, ¿no? ¿Qué se supone que debo hacer si nunca contestas al teléfono?
Mientras tanto, el resto del grupo se ha detenido y ahora contemplan la escena, curiosos.
– Pietro, no creo que… ¡Si no te respondo es porque no me da la gana! Un abogado tan listo como tú debería entenderlo sin problemas, ¿no te parece?
– Pero, si no hablamos, ¿cómo podremos aclarar las cosas?
– ¡Creo que todo está bastante claro ya! ¡Me has engañado y ahora pienso vivir mi vida! ¡Eso es todo!
Pietro le agarra un brazo y trata de tirar de ella.
– Susanna…
No le da tiempo a acabar la frase porque Susanna le asesta un puñetazo en la cara y le da en todo el ojo, con una violencia absurda que lo tira al suelo. Todos enmudecen. El instructor se acerca a ellos corriendo. Mira a Susanna y a continuación, preocupado, a Pietro. Lo ayuda a levantarse.
– ¿Se encuentra bien? ¿Quiere un poco de hielo? El ojo está empezando a hincharse…
Pietro niega con la cabeza. Se toca la cara. Ve un poco doble. Intenta volver a llamar a Susanna, que, mientras tanto, se ha alejado con una chica que trata de calmarla. Davide, el instructor, sujeta a Pietro.
– Perdone, no quiero entrometerme, pero tengo la impresión de que a la señora no le apetece mucho hablar…
– Y usted qué sabrá, la conozco, usted no, es mi esposa y no la suya, siempre se comporta así, y luego…
– Faltaría más, no pretendía entrometerme… Venga…, lo acompañaré a la enfermería, está allí, le pondremos un poco de hielo y así evitaremos que la hinchazón vaya a más. Eso lo ayudará también a calmarse. -Davide, sin dejar de sujetar a Pietro, se acerca a la puerta y se vuelve-: Y vosotros seguid con el entrenamiento… -Acto seguido busca con la mirada a Susanna. Ella se da cuenta. Davide le indica con un gesto de la mano que lo espere y a continuación se aleja.
Susanna se ruboriza ligeramente. No sabe si es por la rabia que le ha hecho sentir Pietro o por la sorpresa de ver que Davide, por primera vez desde que se inscribió al curso, le ha prestado atención. Una atención especial. Más prolongada de lo habitual. Sólo a ella. Susanna se sobrepone. La chica que está a su lado le da una palmada en el hombro.
– Veo que te las arreglas con los golpes, ¿eh? ¡Lo has tirado al suelo! Pero ¿de verdad es tu marido?
– Pues sí, por desgracia. Debería haberle pegado mucho antes. Venga, hagamos un poco de calentamiento… -Vuelve al centro de la sala-. A fin de cuentas, Davide volverá ahora, ¿no? -Empieza a hacer varios ejercicios de estiramiento. La chica la imita.
Una vez fuera del gimnasio, Pietro se suelta de Davide.
– ¿Seguro que está bien?
– No, pero llegaré al despacho sin dificultad.
– Hay que reconocer que su esposa es fuerte.
Pietro se vuelve de golpe y lo fulmina con la mirada.
– ¿Otra vez? Pero ¿usted qué sabe? ¿Qué pretende? No la conoce. Y, además, ¿qué quiere decir con eso de que es fuerte?
– Es verdad, no la conozco… Sólo digo que es fuerte. Lo ha tirado al suelo, ¿no? Y no hace mucho que se entrena… Tiene aptitudes.
Pietro se contiene. Lo mira. Decide no insistir. En parte porque el
físico del joven es imponente y no quiere acabar en el suelo por segunda vez.
– De acuerdo, me voy.
Davide se encoge de hombros y se despide de él. Luego entra en el gimnasio. Pietro se dirige a su coche, que ha aparcado a cierta distancia, casi en doble fila y en diagonal. Se aproxima y la ve. Por un instante desea que sea un folleto publicitario. Pero el color es inconfundible. Una multa de aparcamiento de color rosa. Lo sabía. Debería haberme quedado en el despacho.