Ochenta y dos

– La cena ha sido fantástica.

– Sí, todo era realmente perfecto.

– Nos vemos mañana por la mañana…

Las mujeres se despiden y se encaminan hacia sus respectivos dormitorios. Luigi se acerca a Roberto.

– Mañana tengo reservada una bonita sorpresa, exclusivamente para hombres. ¡Caza del jabalí! Con Edmond, mi leal perro, y en nuestra reserva. Será muy divertido. ¿Lo ha probado alguna vez, Roberto?

– Oh…, sí, alguna que otra.

– ¡Estupendo! Le hemos preparado un equipo. Nos vemos a las seis en punto.

Roberto traga saliva.

– A las seis…, por supuesto…

– A propósito, Roberto, creo que ya va siendo hora de que nos tuteemos…

– Sí…, faltaría más. ¿Luigi, seguro que quieres que nos veamos a las seis?

– ¡Por supuesto! ¡Vamos, a dormir en seguida!

Tras intercambiar los saludos de rigor, todos se dirigen a sus habitaciones. Simona coge del brazo a Roberto.

– Cariño…, ¿por qué no le has dicho la verdad? Tú no has cazado en la vida…

– ¡Y qué más da!

– ¿Cómo que qué más da? Tienes que usar una escopeta…

– Ya, pero he visto Bailando con lobos unas diez veces. Si la cosa no va bien, lo peor que puede pasar es que no cace a ese jabalí y punto…

– Con tal de que no caces a otro… Después del vuelo de Celeste…, ¡sólo nos faltaba matar a alguien!

Entran en su dormitorio.

– Buenas noches, chicos.

– Buenas noches, mamá.

– Buenas noches, papá.

Niki simula entrar en su habitación, pero en cambio se escabulle por el pasillo y espera a Alex.

– Oye, pero ¿de qué va esto? ¡¿Por qué tenemos que dormir separados?! Ni siquiera lo hacía en secundaria…

– ¿Qué quieres decir?

– Bueno… -Niki prosigue-, me refiero a que en secundaria tenía más libertad.

– Ah, ya lo entiendo.

En ese momento Eleonora pasa por su lado.

– Hola, Alex, buenas noches, Niki. ¡Esperemos que no haya una tormenta esta noche! ¿Recuerdas que cuando éramos niños los truenos nos asustaban y dormíamos todos juntos, tú, yo y tus hermanas?

– Sí…

Niki sonríe.

– ¡Pero si es una noche estrellada! No hay peligro.

– Ya… Bien, buenas noches -y entra en su habitación.

– De manera que dormíais juntos…

– ¡Con mis hermanas!

– Ella que lo pruebe…, ni que haya un huracán, ¡que la mando volando por la ventana!

– Me gusta cuando te pones celosa… Ven… -La aferra, la coge de la mano y la arrastra hasta su dormitorio-. Imagina que estamos de nuevo en el instituto… Los dos… -En la penumbra de la habitación, con la luz difusa de la luna entrando por la ventana, Alex empieza a desnudarla-. Me gustas, Niki, me vuelves loco… Me gustas tanto que incluso me casaría contigo.

– Tú a mí también…

Y la idea de estar en esa casa, con los padres de ambos en las habitaciones contiguas, los excita tanto que en un abrir y cerrar de ojos están desnudos bajo las sábanas y se pierden entre abrazos confusos suspiros rebeldes y caricias prohibidas. Una sonrisa, una boca abierta, ese dulce placer, ese deseo perfecto y esas dos lenguas que hablan de amor en la penumbra.

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