– ¿Se puede, Leonardo? -El director ve que Alex asoma medio cuerpo por la puerta.
– ¡Claro! Sabes que siempre es un placer verte… Mejor dicho, mi despacho está siempre abierto para ti.
Alex sonríe.
– Gracias. -Pero no se cree ni una sola de sus palabras-. Te he traído algo… -Coloca un regalo sobre el escritorio.
Leonardo lo coge y lo sopesa.
– ¿Qué es? -Lo gira curioso entre las manos. Parece un CD o un pequeño libro.
– Ábrelo.
– Pero si no celebro nada.
– Tampoco yo celebraba nada.
– Bueno, ¿y eso qué tiene que ver? El mío era para demostrarte mi alegría por tenerte aquí de nuevo entre nosotros.
– Y el mío es para manifestarte el placer de estar de nuevo aquí con vosotros.
– Hum… -Leonardo entiende que la cosa va con segundas.
Lo desenvuelve. Es un DVD. «¿Sabes qué contiene?», puede leerse en la espléndida tapa en papel cuché.
– Nunca lo había oído.
– Yo creo que lo conoces… Echémosle un vistazo.
Leonardo le sonríe y se encoge de hombros. La verdad es que no tiene ni idea de lo que puede ser. Lo introduce en el reproductor y enciende una gran pantalla de plasma que cuelga de la pared. Se oye una música tribal. Tum, tum, tum. Aparecen unos chimpancés golpeando rítmicamente unos gruesos troncos. E inmediatamente después, a toda velocidad, todos los colaboradores, los gráficos y los diseñadores de la Osvaldo Festa. Luego, de repente, pasa al vídeo de Pink Floyd: «We don't need no education…» Varios estudiantes caminan en lugar de los famosos martillos, moviendo acompasadamente las piernas, y después se ve de nuevo a los animales.
La película continúa, Leonardo aparece hablando al ralentí con el poderoso rugido de un león de fondo, e inmediatamente después Charlie Chaplin en El gran dictador, y luego de nuevo Leonardo dando instrucciones, y acto seguido Chaplin apretando unos pernos con una llave inglesa hasta acabar en los engranajes. De repente todo chirría y se oye una especie de frenazo. Los fotogramas de Chaplin se bloquean. Una cámara subjetiva se centra rápidamente en un hombre que está bebiendo sentado en un sillón. Se vuelve. Desglose. Y Alex que sonríe a la cámara y dice: «¡Yo no caeré en la trampa!»
Leonardo se queda boquiabierto.
– Pero…, pero…
– Lo he hecho con la cámara y el ordenador de montaje acelerando los fotogramas de la película interna de la agencia, la que presentamos el año pasado durante las grandes reuniones.
– ¡Pero es genial! Estaba a punto de proponértelo… ¿Sabes que tenemos que rodar una película, un cortometraje? Es la primera vez que nos encargan la producción de un filme; ya no somos una simple agencia: ahora somos también una productora, y todo gracias a ti, al éxito de LaLuna. Hasta ahora, los japoneses jamás habían creído verdaderamente en nosotros… Si conseguimos aumentar las ventas aunque sólo sea el diez por ciento, tendremos un aumento de los beneficios. ¿Sabes una cosa?
– No, ¿qué?
– Que hemos logrado el doscientos por ciento, hemos ganado mucho, muchísimo más de lo que podíamos imaginar.
– ¿Hemos? Leonardo…, has…
– Sí, pero…
– Pero ahora no vas a parar, ¿verdad? -¡Tenemos que trabajar aún más! Tenemos la posibilidad de producir esa película… Y tú lo has demostrado ya… Eres una hacha.
– Sí, pero ¿has visto el título del corto? Yo no caeré en la trampa. -Alex se encamina hacia la puerta-. No cuentes conmigo. Quiero hacer el mínimo indispensable, ya te lo he dicho.
– Pero ¿a qué viene eso? Te he dado incluso el despacho más grande…
– Yo no te lo pedí.
– Te he concedido un aumento significativo.
– Tampoco te pedí eso.
– Te he asignado una nueva ayudante.
– Eso sí que te lo pedí, pero hasta la fecha todavía no he visto a nadie.
– Te espera en tu despacho…
Alex se queda sorprendido.
– ¿Y a qué se debe que sea precisamente hoy?
– Es que he estado buscando mucho. Quería contratar a la mejor…
– Eso aún está por ver.
– En todos los sentidos…
Pero Alex ha salido ya del despacho de Leonardo y en esos momentos se está dirigiendo rápidamente hacia el suyo. Se cruza con Alessia, su ayudante de siempre.
– Alex, hay una persona…
– Sí, gracias… Lo sé.
Andrea Soldini lo escruta con un semblante casi desconcertado y cabecea. Está boquiabierto. Alex lo mira preocupado.
– Eh, no te habrás vuelto a meter…
– ¡De eso nada! -Soldini se ríe-. Es que no encuentro las palabras… Veamos… Imagínate a las rusas…, pues mucho más…
– Ya será menos… -Alex sacude la cabeza y entra en su despacho.
– Hola -saluda, y se levanta de la silla. Es alta, con el pelo castaño y rizado. Una bonita sonrisa. Mejor dicho, una sonrisa preciosa. Y no sólo eso.
– Buenos días.
– Hola…, Alex…
Un segundo después se da cuenta de que se ha dirigido a ella sin mantener las formas, aunque ella se encarga de mantener cierta formalidad.
– El director me ha indicado que esperase aquí dentro. Espero que no le moleste. Me llamo Raffaella, encantada.
Alex y Raffaella se estrechan la mano. La joven tiene las piernas largas, un físico perfecto, y luce un gracioso vestido, ligero y elegante. Todo en orden. Demasiado en orden. Es un bombón.
– Le he dejado mis trabajos sobre la mesa.
Alex los examina con aire profesional, y después la mira por encima de un folio. Ella sigue de pie.
– Siéntese, por favor.
– Gracias. -De nuevo esa sonrisa maravillosa.
Alex intenta concentrarse en los dibujos, pero no es fácil. Por si fuera poco, es además muy buena. Por si fuera poco… ¿Alex? Ya te has equivocado.
– ¿Le gustan?
– Sí… Son muy buenos, en serio, diría incluso que óptimos… Felicidades -Alex sonríe. Ella también. Sus miradas se cruzan y se quedan suspendidas por cierto tiempo. Alex mete de nuevo los dibujos en la carpeta, desvía la mirada-. Bien…, muy bien.
– Ah, he traído también esto… -Raffaella saca de su bolsa un ordenador idéntico al que Leonardo le ha regalado a Alex, pulsa una tecla y lo enciende. Luego lo coloca sobre la mesa y lo vuelve hacia él-. Es un breve clip… Nada especial, pero al director le ha gustado mucho…
Alex mira curioso la película.
– Se trata de un vídeo que filmé durante las vacaciones de este año… Estaba en Los Roques, lo hice por bromear, mi padre lo rodó… Yo no quería ser la modelo, me molestaba un poco… En parte porque había reñido con mi novio y estaba furiosa… -indica Raffaella-. Aquí estaba llorando… -En el vídeo se ve, en efecto, que trata de apartar al padre, que la está filmando; en un primer momento parece molesta, pero después rompe a reír-. Y luego lo monté con una serie de combinaciones con dibujos animados…
De hecho, poco después empieza el vídeo con fragmentos de los primeros dibujos de Disney, Mickey Mouse en blanco y negro, Dumbo y otras imágenes muy bellas. De esta forma se produce un juego de alternancias entre Raffaella, que camina al ralentí por la playa, y Mickey Mouse en el papel del aprendiz de brujo en Fantasía.
– En fin, no sé por qué, pero al director, a Leonardo…, le ha gustado muchísimo.
Alex sonríe. Faltaría más. Nunca he visto a una tía con un cuerpazo tan increíble, y además no parece darle la menor importancia.
– Está muy bien hecho… Se nota la creatividad y las ganas de sorprender. -Pero ¿qué estoy diciendo? Alex, basta.
– Gracias. Me ha dicho que quizá trabajemos juntos en algo parecido…
– Ya… -Alex cierra el ordenador y se lo devuelve-. En realidad todavía no hemos tomado ninguna decisión…
Justo en ese momento suena el intercomunicador. Alex pulsa el botón y responde.
– ¿Sí?
– Acaban de llegar los diseños para la nueva campaña. ¿Te los puedo llevar?
– Ah, sí… Sí, claro…
Raffaella mete de nuevo el ordenador en la bolsa, coge la carpeta y coloca mejor los diseños dentro de ella.
– Si me necesita, estaré en mi despacho.
– Perfecto, gracias.
– Ha sido un placer conocerte -ahora lo tutea.
– Lo mismo digo… -Alex la contempla mientras sale-. Deja la puerta abierta, por favor…
Ella sonríe. Él sigue escrutándola. Raffaella se vuelve para mirarlo mientras se aleja. La verdad es que es realmente guapa. Mejor dicho, demasiado guapa. Y por un instante Alex piensa que tendrán que trabajar juntos. Un día detrás de otro, hombro con hombro, lado a lado. La mira por última vez. ¿Cómo se titulaba mi vídeo? Pero justo en ese momento Raffaella, antes de entrar en su despacho, se vuelve por última vez como si se imaginara, como si supiera que él sigue observándola. Y le dedica una última sonrisa. Fantasía, creatividad o simple complicidad. Alex alza la barbilla y le responde con una sonrisa estúpida, tan estúpida que no puede por menos que sentirse como un auténtico imbécil. Luego reflexiona, sacude la cabeza, se levanta y cierra la puerta. Y en ese instante recuerda el título del vídeo: Yo no caeré en la trampa. Y nunca como ahora su elección le parece una burla del destino.