Cuarenta

Un poco más tarde. Un ruido. Un repentino bache. Niki se sobresalta, se despierta y mira a su alrededor, temerosa y desconcertada.

– Chsss… Aquí estoy -La mano de Alex le acaricia la pierna y asciende hasta la barriga-. Estoy aquí, todo va bien.

– Pero ¿dónde estamos?

– Creo que estamos sobrevolando España, según he podido comprobar antes. Te has perdido ¿Qué pasó ayer?, una comedia de Todd Phillips, ambientada en Las Vegas. Trata de tres testigos de una boda que pierden al amigo que se va a casar… -En la pantalla que hay delante de Alex pasan los créditos del filme-. Pero, si quieres, podemos verla en Roma cuando la estrenen, o en Nueva York.

– Tonto… -Mira a su alrededor-. ¿Tu azafata no ha vuelto a pasar?

Alex parece preocupado.

– No… Para nada. En serio…

– Qué lástima. Tengo sed. Me gustaría beber un poco de agua.

– Pulsa aquí y vendrá en seguida. -Alex se inclina sobre ella y aprieta uno de los botones del brazo del asiento. Sobre sus cabezas se enciende una lucecita.

Niki lo mira torciendo la boca.

– Hum… ¡Veo que tienes experiencia!

– Pero, Niki, está en todos los aviones, incluso en los de línea… He viajado un poco.

– Lo sé… ¡Pero no me gusta!

– ¡No me digas!

– La idea de disfrutar de un poco más de libertad te ha gastado demasiado… Y eso que ya no estamos tanto juntos.

– Precisamente…

– Y si, siendo así, deseas una mayor libertad, piensa si fuésemos…

En ese momento llega una azafata, pero no es la misma de antes.

– ¿Me han llamado? -Alex y Niki se miran y sueltan una carcajada.

– Sí… Perdone… -Niki vuelve a ponerse seria-. ¿Podría traerme un poco de agua, por favor?

– Por supuesto, se la traigo en seguida.

– Gracias.

– ¿Ves?… -Alex la mira risueño-. El peligro ha pasado.

– Pero ¿qué te has creído? Ni siquiera tenía miedo de la otra. Eres tú el que…

Alex decide encajar el golpe.

– Sí… pero ¿qué estabas diciendo?

– ¿Yo? Nada… -Niki echa balones fuera-. No me acuerdo. Sea como sea, ¿sabes lo que me gustaría mucho? Leer.

– ¿En serio? ¡A mí también!

– Pero no me he traído ningún libro…

Alex sonríe y coge su mochila, que está debajo del asiento.

– Yo me he ocupado de eso…

Saca un grueso volumen. Es de Stieg Larsson. Niki lo mira.

– Los hombres que no amaban a las mujeres. ¿Qué es? ¿Un mensaje?

– Qué mensaje ni qué ocho cuartos… Es una magnífica novela de suspense de un escritor sueco que, por desgracia, ha muerto, pero que aun así está teniendo un éxito increíble en todo el mundo…

Niki lo hace girar entre las manos.

– Pero este libro es enorme… ¡No sé cuándo lo acabaré!

– Podemos leerlo juntos.

– ¿Y cómo? ¡Perdona, pero has dicho que es una novela de suspense! ¿Qué hacemos, lo dividimos en dos partes, yo leo la primera, tú la otra y después nos lo contamos?

Alex sonríe y vuelve a meter la mano en la mochila.

– Tengo dos -dice mientras saca otro ejemplar del mismo libro.

– ¡Así es perfecto! -Niki lo mira con ojos brillantes de enamorada.

Es maravilloso. Demasiado. Nadie ha hecho jamás algo así. Casi la asusta tanta felicidad.

Comienzan a leer con curiosidad, en un primer momento la obra los entretiene, a continuación les apasiona, los subyuga. Siguen leyendo mientras sobrevuelan Portugal y llegan al Atlántico. El avión, ligero y silencioso, prosigue su viaje.

Pasado un rato, Alex se inclina hacia ella para mirar el número de la página que está leyendo. Veinticinco.

– Yo he leído más que tú.

– No es cierto… Enséñame tu libro. -Lo comprueba, página cuarenta-. No me lo puedo creer. Tú te saltas páginas, seguro, luego te preguntaré… Mejor dicho, lo haré ahora mismo. ¿Cómo se llama el periódico donde trabaja…?

– Millennium.

– Está bien, ésa no vale, aparece escrito en la contraportada…

Se interrogan el uno al otro tratando de imaginar lo que sucederá.

– ¿No te parece extraña la historia de esos dos? Ella está casada con otro, pero de vez en cuando duerme en casa de él…

– ¡No es cierto!

– Desde luego que sí, lo dice al principio. ¿Ves cómo te has saltado algunas páginas?

– ¡Ah, sí, es verdad! -dice Alex, riendo.

– No disimules, no lo sabías… ¡Eres un mentiroso!

– De eso nada, lo he leído. Su relación responde a la mentalidad sueca, ellos son mucho más abiertos… ¿Lo entiendes?… Sexo libre.

Niki vuelve a golpearle.

– ¡Ay! Pero si lo que he dicho está en el libro…

– No, has vuelto a mirar a la azafata…

– Sí, pero sólo porque están sirviendo la comida y tengo un poco de hambre… -Después se acerca a ella como si pretendiese morderle-. ¡De ti!

– Eres un imbécil, mira que lo de esa azafata está empezando a cabrearme.

– Sí, pero yo tengo ganas de ti, en serio… ¿Nos escondemos en el baño?

– ¿Como en esa película que vimos juntos? ¿Cuál era el título?

– Ricas y famosas.

– Sí, ésa en la que él simula mientras viaja en el avión que es viudo para convencer a esa actriz tan guapa… ¿Cómo se llamaba?

– Jacqueline Bisset.

– Exacto…, de que esté con él, y después, cuando ella va al baño él se mete también y hacen el amor… Sólo que luego, cuando desembarcan, Jacqueline Bisset ve a la esposa de él, que ha ido a recogerlo, ¡y por si fuera poco, no sólo está viva, sino que además tienen varios hijos!

– Pues sí, esos tipos recurren a cualquier estratagema, incluso a la conmiseración, con tal de ligar… Aunque ése no es nuestro caso, desde luego. ¿Me meto en el baño?

– Eh, pero ¿qué te pasa? ¿Acaso el avión te produce ese efecto? No volveré a dejar que vueles solo… ¿Sabes que han pillado a un actor famoso haciéndolo con una azafata?…

– Claro. ¡Hasta querían hacer un anuncio! Era una azafata australiana de la Qantas y él era Ralph Fiennes, el de El paciente inglés… Sólo que en esa ocasión… ¡se comportó como un impaciente americano!

Siguen riéndose, charlando, leyendo y tomándose el pelo. Llega la cena y beben un poco más, prueban la crepe, se comen un filete, Alex le pasa el postre que no le apetece y ella el trozo de queso que se ha dejado.

– ¿Quieres escuchar una cosa? He traído los auriculares dobles para el iPod.

De manera que escuchan juntos a James Blunt, a Rihanna y a An-nie Lennox. Esta vez es Alex el que se queda dormido. Pasa una azafata y retira su bandeja. Entonces Niki cierra la mesita, la dobla lentamente y la introduce en el gran brazo lateral. Ve algunas migas sobre el jersey de él. Entonces, usando los dedos a modo de pinzas como si del juego de Operación se tratara, se las quita sin apenas rozarlo, con el temor de que también en ese caso pueda sonar un pitido. Después le pasa ligeramente la mano por el brazo, lo acaricia para acompañarlo en su sueño, sea cual sea.

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