Erica alza los ojos del libro que está estudiando para el examen de etnología y antropología cultural. Trata de repetir mentalmente un párrafo que le parece relevante. Se rinde a la mitad y mira la página. Levanta de nuevo los ojos y vuelve a intentarlo. Nada. No le entra. Cuando pasa eso no sirve de nada insistir. De manera que se dirige hacia la cocina, llena de agua el hervidor y espera a que se caliente. Coge la tetera, el azúcar moreno y una cuchara y los coloca sobre la mesa. A continuación busca en la despensa la caja de hojalata donde guarda las bolsitas de las tisanas. La encuentra. La abre. Empieza a elegir. No tiene tantas. Ésta, no. Ésta la bebí ayer. Ésta es insípida. Ya está. Ésta está bien. Grosella, vainilla y ginseng. La saca del papel y espera. Apenas el agua rompe a hervir, apaga el fuego, la vierte en la tetera, mete la bolsita y cubre la taza con la tapa. Pasados los dos o tres minutos de rigor, la levanta, añade el azúcar y se sienta. Sopla un poco para enfriarla y bebe un sorbo. Está rica. Sabe mucho a grosella. Da otro sorbo saboreando la mezcla de aromas. Después mira la taza. Es blanca y tiene un dibujo de flores naranjas en lo alto. Marca Thun. Recuerda perfectamente la noche en que Giò se la regaló. Era antes de Navidad, hace tres años. Él sabía que Erica adoraba las tisanas y todos los utensilios para prepararlas. De manera que apareció con una caja grande de cartón que contenía la tetera, el filtro y la tapa, junto con una mezcla de té blanco, malva y carcadé. A pesar de estar cerrada, se percibía el perfume. A Erica le encantó el regalo. Sencillo pero meditado, elegido con todo cuidado, adrede. Como deben ser las sorpresas hechas con el corazón. Desde entonces la ha usado siempre. Y es un milagro que aún no la haya roto, como, en cambio, suele sucederle con las tazas. Giò. Su Giò. Qué raro. A pesar de haberlo dejado no consigo separarme de él. Las Olas me toman el pelo por eso. Dicen que no lo suelto porque no sé cortar el cordón umbilical. Que lo arrastro como si fuese un felpudo. Pero no es verdad. Quiero mucho a Giò. Es una persona estupenda. Digo yo que tengo derecho a conservarlo como amigo, ¿no? Además, si a él le parece bien… Podría decirme basta, pero no lo hace. Y, en el fondo, ¿qué tiene de extraño? Hablamos, nos tomamos alguna cerveza por la tarde, nos mandamos mensajes, e-mails, chateamos en Facebook, salimos a pasear, vamos al cine, a conciertos. Y punto. No nos acostamos juntos, por descontado. Sólo somos amigos. Mejor dicho, más que amigos, porque ya hemos experimentado lo que significa estar juntos, con todas las complicaciones que eso supone, y ahora nos limitamos a lo mejor. ¿Qué tiene de extraño? ¿Sólo porque no todos son lo suficientemente maduros como para saber transformar una relación de amor en una amistad? Me alegro de no haber perdido a Giò. Erica da otro sorbo a la tisana. Además, ¿qué tiene que ver?, sé que quizá le sienta mal cuando salgo con éste o con aquél, pero yo no quiero tener novio. Y tampoco se lo cuento todo. Ni siquiera a las Olas. ¿Te imaginas, por ejemplo, que Diletta llegase a saber con cuántos chicos he salido desde que ya no estoy con Giò? Me diría que soy una superficial. Que me estoy jugando la reputación. La reputación, ésa es otra. Todo depende siempre de cómo se hacen las cosas. No es cierto. A ellas les resulta demasiado fácil hablar. Niki está con Alex. Olly se ha enamorado de Giampi. Diletta tiene a Filippo. Mantienen una relación. Se han detenido. Han decidido que así está bien, que no tienen necesidad de conocer a nadie más. Pero ¿cómo pueden saber que eso es lo que está bien? Yo, en cambio, quiero entender. Experimentar. Quiero conocer gente. Comparar. Sólo así un día podré saber si he encontrado al hombre más adecuado para mí. Lo reconoceré precisamente por eso: gracias a todos aquellos con los que he salido antes. Además, son historias sin importancia. No hago daño a nadie. Me comporto como los hombres, ¿no? A ellos no se los critica si coquetean con muchas chicas. Es la vieja historia de siempre: lo que hacen las mujeres nunca es destacable; los hombres, en cambio, son unos campeones. Por otra parte, ¿no era eso lo que hacía Olly? Y a todos les resultaba simpática por ello. Pues bien, ahora me toca a mí. Es mi vida y la vivo como me parece. Además, las únicas chicas con las que me llevo realmente bien son las Olas. Las demás son simples conocidas. Con los hombres, en cambio, todo es mucho más sencillo. Son directos, sinceros y simpáticos. Con ellos no hay problemas de competición, no tengo que preocuparme de los celos para conquistar a uno. Somos iguales. Ellos y yo. Y muchas veces son incluso mejores que nosotras, las mujeres. De verdad. Por ejemplo, con Francesco ocurre eso mismo. Me gusta, es simpático, amable, estoy bien con él, pero no es mi novio. Creo que él lo ha entendido y que le parece bien. Además, si me comporto de forma sincera y espontánea, no puede ser un error. El corazón siempre lleva razón. Lo dicen las canciones, los libros, las películas. Bien mirado, lo dice hasta mi libro de etnología.
Erica apura su tisana. Acto seguido, coge la taza, la enjuaga, la pone a secar y hace lo mismo con la cucharilla. Deja el hervidor allí, con un poco de agua todavía tibia. Luego coloca el azucarero en su sitio. Hecho. Mientras se dirige a su habitación para repasar, suena el interfono. ¿Y ahora quién será? Erica mira el reloj. Son las cinco. No espero a nadie. Pasa junto a su habitación. Mira dentro. Menos mal. No se ha dado cuenta. Francesco sigue durmiendo en la cama. No ha oído nada. Erica llega a la puerta y coge el auricular del interfono.
– ¿Quién es? -pregunta, tratando de no gritar demasiado.
– Hola, corazón, ¿estás ocupada?
Erica se aparta por un instante. No es posible. ¿Qué hace allí?
– Antonio, ¿eres tú?
– Claro que soy yo, ¿quién si no? Pero ¿por qué hablas tan bajo? No entiendo nada con este tráfico… Oye, ¿te apetece ir al Baretto, en el Trastevere? Esta noche han organizado un dj-set durante el aperitivo.
Erica permanece en silencio unos segundos.
– Mira, no puedo, no me encuentro muy bien, prefiero quedarme en casa -responde finalmente-. Lo dejamos para otro día, ¿te parece?
– Bueno…, de acuerdo. Qué lástima. ¿Me dejas subir de todas formas a saludarte?
Erica resopla levemente.
– No, mira, me he puesto ya el pijama, de verdad. Nos vemos mañana por la mañana en la facultad, ¿vale?
Antonio guarda silencio un momento. A continuación hace una pequeña mueca.
– Está bien, como quieras -y se aleja un poco molesto, ajustándose los pantalones de cintura baja de los que asoma una cinta elástica donde figura escrita la marca Richmond.
Le apetecía mucho tomar el aperitivo con ella. Desde que se conocen sólo han salido algunas veces, pero le gustaría profundizar. Sólo que ella parece siempre tan huidiza…
Erica se aleja del interfono y vuelve a su dormitorio. Francesco sigue durmiendo. Salta sobre la cama.
– Oh, vamos…, ¡te pasas la vida durmiendo! -exclama, y lo sacude un poco.
Él abre un ojo y la mira de medio lado. Después se vuelve sobre un costado.
– Pero bueno, ¿te despiertas o no? ¡¿Cómo puedes dormir con una mujer tan guapa a tu lado?!
Francesco se incorpora ligeramente.
– Bueno…, en fin…, eso de una mujer tan guapa…
Erica le da un golpe en el hombro.
– ¡Ay! Es verdad… -Francesco parece haberse despertado-. Ahora que te miro mejor, sí, perdona, eres preciosa…, mucho más. ¿Te habré conocido en un sueño?
– Sí, vale…, por esta vez pase, pero la próxima te echo de casa desnudo…
Erica baja de la cama y se sienta de nuevo delante del libro.
– ¿Me ayudas a repasar esto para ver si lo sé?
Francesco resopla.
– No, vamos, no me apetece… Dame el iPod, quiero escuchar un poco de música… y volver a soñar contigo…
Erica sonríe. Bueno, al menos sabe hacer cumplidos. Se inclina sobre el escritorio, coge el reproductor de música y se lo lanza a Francesco. A continuación mira el libro. Bueno, repasaré sola. Quiero quedar bien con el profesor Giannotti en el examen de la semana próxima. Tengo que dejarlo boquiabierto. Y no porque ese examen me importe demasiado…, ¡sino porque el profe está como un tren! Me gusta muchísimo. Y hacer un buen examen es, a buen seguro, el mejor modo de impresionarlo.