Cincuenta y uno

Olly corre por toda la casa intentando ordenar el inmenso caos que la rodea. Hace desaparecer la mayor parte de los vestidos que están desperdigados por el suelo en el interior de una gran cesta de mimbre que hay detrás de la puerta del cuarto de baño. Arroja dentro del armario las botas y los zapatos. Cubre con una gran tela un sofá abarrotado de CD y de DVD. Echa otros vestidos a una segunda cesta y después, tras darse cuenta de que no caben, los aplasta con un pie. Comprueba satisfecha que, con cierto esfuerzo, ha logrado el objetivo deseado.

Coge de la bolsa del GS unas cuantas botellas de agua y las mete en la nevera, cuatro bíteres en el primer estante, una Coca-Cola grande en la puerta y, por último, esconde bajo la carne que hay en el congelador una botella de Dom Pérignon.

Ya está… Ésta no creo que la abra… Aunque nunca se sabe… Y, en caso de que haya una buena noticia, ¡ya está lista! Si no la abro esta noche -piensa-, tendré que acordarme de sacarla del congelador Para que no estalle. Luego sigue vaciando la bolsa, los vasos de plástico, los platos y las servilletas. Varios canapés deliciosos, pizzas pequeñas y una caja de Lindt. Saca tres cuencos del aparador y llena cada uno de ellos con una cosa. Echa en otros dos patatas fritas y pistachos. A continuación, intenta abrir la bolsa de las palomitas, tira de los extremos con las dos manos pero, ¡plop!, ésta se abre de golpe y las hace saltar por los aires. Olly trata de atrapar algunas al vuelo, pero la mayor parte acaban en el suelo.

– ¡Menuda lata! Sólo me faltaba esto.

Mete las que no se han caído en otro cuenco y empieza a recoger las que están en el suelo con las manos. En ese instante llaman al interfono. Se acerca al cubo de la basura, arroja las palomitas que ha recogido y a continuación abre sin preguntar siquiera quién es. Va a buscar la escoba y el recogedor y acaba de limpiar el suelo de palomitas haciéndolas desaparecer a toda velocidad en el cubo de la basura. Justo a tiempo, se dirige hacia la puerta. En esta ocasión, sin embargo, echa un vistazo por la mirilla.

– ¿Qué pasa?

Erica entra jadeante.

– Pues no sé, esperaba que tú me dieses la noticia. -Se quita el abrigo, el sombrero y la bufanda y los tira al sofá.

– Perdona… -dice Olly mirándola con los zapatos en la mano-, ¿quieres que los meta en el armario?

Erica arquea las cejas sorprendida.

– ¿Qué pasa? ¿Se te ha subido el trabajo a la cabeza? Señoras y señores, en lugar de El diablo viste de Prada, aquí tenemos a «Olly, la amita de su casa».

– ¡Qué simpática eres! Dado que me han pedido este favor…

– Y dado que, sobre todo, eres la única con una familia rica que te permite vivir por tu cuenta…

– Que sepas que yo trabajo… Y, además, pago la mitad del alquiler… -Olly le sonríe a Erica-. Bueno, la verdad es que lo haré a partir de mayo…

– ¡Vaya, veo que has exprimido bien a tu mamá!

– Fue ella la que insistió…

– A saber por qué. ¡Quizá quería despejar su casa!

Olly la mira con cara de pocos amigos.

– Te equivocas, eres muy malpensada. Mi madre no es una descerebrada como tú. Ha viajado mucho al extranjero y asegura que en toda Europa los jóvenes se independizan cuando empiezan la universidad.

– Es cierto, pero ¿a cuántos les paga la casa su mamá? ¡Dile que en la mayor parte de Europa los alquileres son mucho más bajos que en Italia!

Olly opta por ceder. No puede decirle que, además, su madre ha

comprado esa casa. El alquiler es sólo un pretexto para mantenerla vinculada a ella de alguna forma.

– Oye, en lugar de dedicarte a despotricar podrías echarme una mano, venga…

– ¿Qué tengo que hacer?

– Abre las bolsas de los vasos y los platos…

– Como quieras. ¿Dónde están?

– Dentro de ese armarito, encima de la pila.

– Ah, sí, ya los veo.

Erica los coge, abre las bolsas y los coloca sobre la mesa. A continuación coge las servilletas, apoya encima la mano con un hábil movimiento y finalmente las aplasta. Gira completamente sobre sí misma disponiéndolas en círculo en medio de la mesa. Un instante después, el interfono vuelve a sonar.

– Yo iré -Erica corre a abrir-. ¡Es Diletta!

Acto seguido abre la puerta.

– Entonces, ¿sabes algo?

Diletta sacude la cabeza.

– Lo único que sé es que debía traer esto.

Erica la mira fijamente.

– Pero ¿quién te lo dijo?

– ¡Olly!

Ésta aparece en la puerta de su dormitorio. Se ha cambiado de ropa. Erica la mira disgustada.

– No me lo puedo creer. Le has hecho comprar los canapés de Mondi y los de Antonini. Crueldad por partida doble… Ahora que había logrado perder un kilo, ¡recuperaré dos esta noche!

Olly esboza una sonrisa.

– Tú prefieres los de Mondi, yo los de Antonini… No entiendo por qué, en una bonita velada como ésta, en la que por fin podemos reunirnos las cuatro con un poco de calma, debemos privarnos de lo que nos gusta.

Diletta sonríe.

– ¡Así se habla! De hecho, para ser un poco egoísta, he traído el helado de San Crispino que me pirra: fruta y crema…

Erica se aleja sacudiendo la cabeza.

– Os odio, lo vuestro es un orgasmo culinario…

– ¿Qué quieres decir? -Olly la mira con curiosidad-. Es la primera vez que lo oigo.

– Que me comería todo lo que hay… y disfrutaría como una loca.

Diletta se echa a reír.

– No me has dejado acabar… Ya que estamos hablando del tema, he traído también los rollitos sicilianos rellenos de requesón de Ciuri Ciuri…

– ¡No me lo puedo creer, tú también eres una macarra provocadora, una maliciosa! Eso sí que no…

Llaman al interfono. Olly va a abrir.

– ¡Sois unas guarras famélicas!

– ¿Eso crees? -Erica la mira con candidez-. Yo siempre estoy a dieta.

– Sí… ¡A la hora de comer!

– Venga, venga… Abriré la puerta y nos sentaremos a esperarla en el salón. ¡Venga, pongámonos aquí! ¡Así nos verá cuando entre!

Olly, Diletta y Erica corren a echarse sobre el sofá. Olly se sienta con las manos sobre las rodillas.

– ¡Venga, haced como yo!

Las otras la imitan y esperan impacientes a que la puerta se abra. Oyen detenerse el ascensor y a continuación sus pisadas.

– Hola, ¿ya habéis llegado todas? -Niki entra y cierra la puerta, acto seguido da algunos pasos y las ve sentadas muy modositas sobre el sofá.

Olly arquea las cejas y habla con curiosidad, pero sin perder sus maneras elegantes.

– Veamos, nos encantaría saber cuál es el motivo de esta convocatoria…

Niki se echa a reír y sacude la cabeza.

– ¿Os habéis vuelto locas? Así no estoy dispuesta a decir ni mu. Al contrario, ¿sabéis lo que pienso hacer? Me marcho. -Hace ademán de alejarse, pero sus amigas la rodean al instante.

Olly, la más rápida de todas, cierra bien la puerta con el pasador.

Diletta le coge el paquete que lleva en la mano izquierda, Erica el que lleva en la mano derecha, y a continuación los ponen sobre la mesa.

– ¡Tú no vas a ninguna parte! ¡Habla de inmediato si no quieres que te torturemos!

– No, de acuerdo -Niki esboza una sonrisa y se quita el abrigo.

– Dámelo -Olly se lo coge amablemente.

– Así me gusta… ¿Alguien puede ofrecerme algo de beber?

Erica se precipita hacia la nevera.

– Claro, ¿qué quieres? ¿Agua, bíter, Coca-Cola?

– Una Coca, gracias. -Niki se quita también el sombrero y la bufanda y se sienta en el sofá.

Sus amigas la rodean de inmediato, cada una de ellas con un vaso en la mano. Olly acerca los cuencos rebosantes de patatas, palomitas de maíz, saladitos y pistachos. Niki apoya también las manos en las rodillas y mira a las Olas contenta y divertida.

– Bueno, pues…

– Espera, espera -la interrumpe Olly-. Veamos quién lo adivina.

Niki se echa a reír contenta.

– Ah, sí, eso me gusta, a ver…

Olly entorna los ojos fingiendo entrar en trance.

– Entonces, sabemos que has viajado…

Erica la mira asintiendo celosa con la cabeza.

– Sí, ¡cuatro días en Nueva York! ¡Superguay!

Diletta alza una mano.

– ¡Ya lo tengo!

Todas la miran curiosas, sobre todo Niki, que espera.

– Harás la campaña de LaLuna en Estados Unidos o algo por el estilo…

Niki niega con la cabeza.

– No, no…

– ¿Tan desencaminada voy?

– Agua… Mejor dicho, océano.

Erica se lanza.

– ¡Habéis ido allí para adoptar a un niño!

– ¿Estás loca? Y además, perdona, ¿por qué adoptarlo? Es bonito tenerlo… Erica se echa a reír.

– Sí… ¡Una gozada! En fin, yo qué sé, he pensado que quizá había algún problema y, además, está tan de moda, sobre todo en América…

– ¡Sí, pero ellos vienen a adoptarlos aquí!

– En fin, sea como sea, agua, ¡océano, más bien! Mar abierto…

Diletta entorna los ojos.

– Ahora lo entiendo. Se trata de algo malo. ¡Te gusta otro!

– ¿Otro? -Niki se altera-. ¿Quién, si puede saberse?

Olly sonríe.

– Pues ese de la universidad… No nos has dicho cómo se llama.

– Guido… Pero no, ni se me ha pasado por la cabeza.

Erica mira a Diletta.

– Y, además, perdona, ¿por qué dices que es algo malo? Que te guste otro es, de todas formas, bonito…

Diletta la mira sorprendida.

– Pero si sufres porque no consigues dejar al otro o, al menos, darle a entender que se ha acabado para siempre es desagradable.

Erica la mira fugazmente.

– ¿Te estás refiriendo a Giò y a mí?

– ¿Por qué te pones a la defensiva?

– ¡Venga, no riñáis! En cualquier caso, no se trata de eso. Resumiendo, es algo bueno. América tiene y no tiene que ver, y ahora entenderéis por qué… ¿De acuerdo? -Niki se levanta y abre un paquete-. Os he traído una deliciosa tarta rústica… No tiene nada que ver…

– ¡Ahora lo entiendo! -suelta Olly tratando de adivinar-. ¡Piensas abrir un restaurante en Estados Unidos!

– Nooo… -Niki esboza una sonrisa-. ¡Agua!

Acto seguido saca un cuchillo grande de una caja para cortar un pedazo. Lo desenvuelve. Está nuevo, es hipertecnológico, cuando tocas el mango suena una canción: Happy Birthday, Jolly Good Fellow, Merry Christmas y la marcha nupcial. Suenan con unas notas sencillas, sin arreglos, y para ello basta apretar uno de los botones.

– ¿Estáis lista:

Todas están en ascuas.

– ¡Sí! ¡Venga, Niki! ¡Nos estás volviendo locas!

Niki empieza a cortar la tarta rústica y aprieta el último botón, el de la marcha nupcial. La música rompe el silencio de ese momento. «Ta-ta-ta-ta… Ta-ta-ta-ta…»

Diletta es la primera que abre la boca, seguida de Olly. La última en hacerlo es Erica.

– ¡Te casas! -El grito es casi unánime-. ¡Madre mía!

– ¡Dios mío!

– ¡No me lo creo!

Niki asiente con la cabeza.

– ¡Es cierto! ¡Es cierto!

Olly bebe un sorbo de agua y a continuación lanza un grito. Diletta sacude la cabeza tratando de sobreponerse. Erica sigue desconcertada.

– ¡Es precioso!

En un abrir y cerrar de ojos todas se abalanzan sobre ella, la abrazan, la besan, ríen y lloran a la vez.

– ¡Dios mío, mira el rímel! Te he manchado.

– Da igual…

– ¡Qué bonito! ¿Eres feliz, Niki?

– ¡Sí, sí! Muchísimo…

– ¡Me alegro tanto por ti!

– ¡Es demasiado bonito…, demasiado!

Poco a poco vuelven a ocupar sus sitios en el sofá. Se sirven de beber, se ríen, recuperan la lucidez para poder entender mejor lo que sucede. Olly abre los brazos por un instante, como si estuviese perpleja.

– Pero te casas con Alex, ¿verdad?

– ¡Imbécil! ¡Ni siquiera te mereces que te conteste!

Olly sacude la cabeza.

– Yo no daría nada por sentado, en esta vida nunca se sabe…

Diletta es la más curiosa, quiere saber hasta el más mínimo detalle.

– ¿Vas a contarnos cómo te lo pidió o no?

De manera que Niki empieza su relato.

– Cuando llegué a casa me esperaba una limusina a la puerta…

– ¡No me digas, ¿te dio una sorpresa como ésa debajo de casa?! ¡Una limusina!

– Pero eso no es todo, porque en Estados Unidos nos esperaba otra.

– ¿Una limusina en Nueva York?

– ¡Sí, en el aeropuerto!

– ¡En ese caso debes casarte con él! ¡No encontrarás otro igual!

– ¡Idiota! Ni que fuera eso lo único que cuenta.

– Bueno, para mí, ese tipo de cosas también tienen importancia y lo mismo piensa la mayoría de nosotras, te lo aseguro… Perdona. pero ¿a quién no le gustaría cazar a un tipo así?

Erica arquea las cejas.

– La verdad es que a mí me gusta también sin limusina.

– ¡Venga! No os contaré nada más…

– ¡Eh! No, no, te lo ruego… Cállate, Erica, si vuelves a abrir la boca y Niki no nos cuenta cómo le pidió que se casara con él…, ¡te muerdo!

Niki se echa a reír y les habla de sus paseos, de sus compras desenfrenadas en Gap, Brooks Brothers, Century 21, Macy's, Levi's y Bloomingdale's.

– ¿Y no nos has traído nada?

– Sí, tengo un regalo para las tres.

Olly le da un empellón a Erica.

– ¿Quieres hacer el favor de no interrumpirla?

– Bueno, sentía curiosidad…

Niki esboza una sonrisa.

– Entonces, la segunda noche, cuando salimos de ver un espectáculo precioso en un teatro nos esperaba un helicóptero…

– ¡También!

– ¡Venga ya, no me lo creo!

– Pero es un sueño…

– Sí, y todavía no me he despertado… -Niki habla con unos ojos brillantes, emocionados, que todavía siguen viviendo ese increíble momento. Volar sobre todos aquellos rascacielos, luego las palabras de amor de Alex y, de repente, el último piso que se enciende-. «Perdona, pero quiero casarme contigo»…

– Nooo -Olly, Diletta y Erica están casi tan emocionadas como ella y la escuchan pendientes de cada palabra, de los matices más dulces y delicados.

– Y después sacó esto del bolsillo… -Sólo ahora enseña bien la mano a sus amigas; un anillo destaca discreto, aunque resplandeciente entre sus dedos.

– ¡Es precioso!

– Sí. No lo pude resistir más, me abalancé sobre él y los dos nos caímos al suelo, los pilotos no paraban de reírse…

Justo como hacen las Olas en ese momento. Después siguen escuchando su relato interrumpiéndola de vez en cuando.

– ¿Habéis decidido ya cuándo? ¿Y dónde?

– Ahora debes pensar en el vestido.

En realidad, cada una de ellas piensa ya en algo. Y las tres exhalan largos suspiros.

Olly se arregla el pelo. La verdad es que sólo tiene veinte años… ¿No le da miedo? Yo lo tendría. Si saliese con alguien como Alex… Bueno, pero así parece mayor.

La sonrisa dulce de Diletta. ¿Qué haría si me lo pidiese Filippo? ¡No estoy preparada! La verdad es que la admiro… Me gustaría estar lista como ella… Aunque, ¿lo estará de verdad? A saber… Espero que sí…

Y por último Erica, que en apariencia es la que escucha con mayor interés y, en cambio, en su fuero interno la mira aterrorizada. Está loca. ¿Y los demás? ¿Y el resto de los hombres? Tengo que reconocer que Alex le ha dado una sorpresa verdaderamente bonita, preciosa, a decir verdad, pero ¿y después? ¿Qué sucederá después? Bah, yo, en cualquier caso, no pienso casarme, chicas…

Niki interrumpe el hilo de sus pensamientos, sonríe y abre una bolsa.

– ¡Mirad, son para vosotras!

– ¡Caramba, son estupendas! Unas sudaderas de Abercrombie chulísimas… Aquí no las encuentras. Erica se apoya la suya sobre el pecho.

– Me queda de maravilla, pero ¿es verdad lo que dicen, quiero decir, que en la tienda de Nueva York hay unos modelos tan guays, tan superguays, que una sólo se compra la sudadera para poder quitársela cuanto antes a uno de ellos?

– ¡Erica!

Olly desdobla su sudadera curiosa.

– ¿Qué significa este número uno?

Diletta también ve el suyo.

– ¡Yo tengo el dos!

Erica no podía ser menos.

– ¡Y yo el tres!

Niki sonríe.

– No es un orden numérico… Significa que vosotras tres…, una, dos y tres, ¡seréis mis testigos!

– ¡Qué bonito! Nos alegramos mucho por ti, Niki.

Se abrazan conmovidas, asombradas por ese momento increíble que están compartiendo. Con miedo y emoción. Sabían de sobra que tarde o temprano le ocurriría a una de ellas. Ninguna, sin embargo, había imaginado que sucedería tan pronto. Ni siquiera a Niki.

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