Treinta y cuatro

Unos días más tarde. Niki acaba de salir de clase cuando se topa con su grupo de amigos de la facultad, que están quedando para hacer algo. Marco y Sara lanzan la idea.

– Eh, ¿qué vais a hacer? ¿Os apetece venir a comer algo con nosotros? -Giulia, Luca y Barbara reflexionan por un momento-. ¿Y a ti, Niki?

– No, gracias, yo vuelvo a casa. Tengo el examen bastante pronto y quiero empezar cuanto antes para no tener que estudiar como una loca al final.

Giulia la imita.

– Yo también me voy a casa, quizá mañana.

Barbara se encoge de hombros.

– Está bien, como queráis, pero que sepáis que sois unas plastas…

Giulia trata de disculparse.

– Oh, yo lo único que sé es que sólo estoy en segundo curso y ya no lo soporto más…

Barbara parece saber de qué habla.

– ¿Por qué? ¿Acaso crees que cuando acabes la universidad será mejor?

Sara alza las manos en señal de rendición.

– Ahora no vayas a decirme la frasecita de siempre…

– ¿Cuál? -pregunta Niki, curiosa.

– Los exámenes nunca se acaban…

– Tienes razón.

Sara sacude la cabeza.

– Madre mía, qué aburrida soy…

Niki sonríe.

– Venga, te prometo que mañana comemos todos juntos. Más aún, traeré bebidas y una tarta… Me estoy especializando en los dulces. Cuando estoy nerviosa y ya no tengo ganas de estudiar, preparo una tarta para relajarme. Y os aseguro que empiezan a salirme de maravilla. ¡Imaginaos las ganas de estudiar que tengo!

– No te creo… -Luca se echa a reír-. Yo, cuando me aburro de estudiar…, ¡me masturbo!

– ¡Luca! -Barbara se vuelve y le da un golpe en un hombro-. ¿Te das cuenta de la gilipollez que acabas de decir?

– ¡Pero si es cierto! ¿Es un desahogo! Me he enterado de que les pasa a muchos chicos…, ¡sólo que ellos no tienen el valor de decirlo, y yo sí!

Marco se ríe.

– Sí, el masturbador valiente.

A Barbara no le divierte en lo más mínimo.

– Entiendo, pero ¿en quién piensas mientras lo haces?…

– Perdona, pero ¡¿estudias filología y te masturbas?! -se entromete Guido-. Como mínimo piensas en Nicole Kidman…

Barbara no entiende ni una palabra.

– ¿Y eso qué tiene que ver?

– Bueno, interpretó el papel de Virginia Woolf y está como un tren.

Barbara baja del muro y sacude la cabeza.

– Estáis enfermos… ¿Te das cuenta de los tipos con los que salimos, Sara?

– Y nosotras que pensábamos que eran los dos últimos poetas… ¡De eso nada! ¡Los dos últimos guarros!

– Venga, cariño, no digas eso -Marco prueba a coger a Sara, que lo esquiva-. Niki, trae la tarta, que será mejor…

– Sí, guapa…, ¡a ver si al menos os dulcifica un poco!

Niki se divierte presenciando esa lucha entre sexos.

– Sí… Os prepararé un tiramisú delicioso… ¡Si estudiáis mucho lo vais a necesitar!

Niki se aleja riéndose. Camina por las avenidas de la universidad. Contempla el cielo de color azul intenso, bonito, despejado. Un viento todavía cálido barre los patios, algunos pájaros rezagados pasan veloces tratando de dar alcance en vano a la última bandada que partió hace ya tiempo. Un momento sencillo y hermoso, de esos que se producen inesperadamente y que te hacen sentir en paz con el mundo. Por ningún motivo en particular. La vida sin más. Niki sonríe mientras le vienen a la mente algunos pensamientos ligeros. Sus nuevos amigos son geniales, alegres y sinceros. Bromean y se ríen sin preocupaciones, sin penumbras. Luca, Barbara, Marco, Sara y Giulia, que siempre ha estado sola. A saber cuánto durarán las dos parejas, aunque parecen muy unidas. Cuando una historia funciona salta a la vista, esa alegría amorosa, esas peleas entre bromas son la carga necesaria, el empuje que les da energía. Cambios, sueños, planes… No ponerse límites, pensar siempre de manera positiva, que todo es posible. Que no hay ningún obstáculo… Niki contempla en silencio el delicado atardecer y, de repente…, ¡pum!, oye algo parecido al disparo de un cazador. Y todos sus pensamientos huyen apresuradamente, asustados, como una bandada de pájaros posados en las ramas de un árbol. Un rápido aleteo en el cielo y todo se pierde en ese pálido sol que se encuentra en el lejano horizonte.

Él está allí, sentado en su moto. La ve y esboza una sonrisa. Niki no.

– ¿Qué haces aquí?

– Quería disculparme.

Guido baja de la moto y sólo entonces Niki se percata de que lleva una flor en la mano.

– Es una caléndula. ¿Sabes lo que significa? Dolor y disgusto y, por tanto, arrepentimiento. Se abre por la mañana y se cierra por la noche. Como si saludase y llorase todos los días la partida del sol…

– ¿Me pides disculpas? ¿Por qué? ¿No era cierto lo que me contaste?

– Sí, sí que lo era.

– En ese caso, ¿por qué te disculpas?

Guido esboza una sonrisa.

– ¿No quieres esta flor?

Niki la coge.

– Gracias.

Guido la mira.

– Cuando era pequeño pasaba los veranos en Ischia, y a la playa iba también una chica. A veces nos mirábamos durante todas las vacaciones sin dirigirnos la palabra. Tenía una sonrisa tan bonita como la tuya…

– Sólo hay un pequeño problema.

– Sí, lo sé: tienes novio…

– No. Nunca he estado en Ischia.

Guido se echa a reír.

– Es una lástima. Te has perdido un sitio precioso. ¡Ya sé que tú no eres esa chica! Sólo es que no me gustaría cometer el mismo error. Jamás he vuelto a verla ni he podido decirle todo lo que me habría gustado…

Niki apoya la bolsa sobre la moto.

– En ese caso, hay otro problema. Tienes razón: tengo novio.

A continuación se inclina y empieza a quitar el candado a la moto.

– Déjame que lo haga yo -Guido le quita las llaves de las manos, se rozan por un segundo, se miran a los ojos y él le sonríe-. ¿Puedo? No creo que haya nada de malo en que te eche una mano.

Niki se incorpora y se apoya en la moto. Guido cierra el candado y se lo mete en el baúl.

– Ya está. Ahora eres libre… En cualquier caso, sabía que tenías novio. Pero quería hablarte de otra cosa. Muchas veces conocemos a una persona de la que no sabemos nada, la miramos, escuchamos lo que los demás dicen sobre ella, quizá nos obligamos a pensar si es adecuada o no para nosotros y no nos dejamos llevar sin más por el corazón…

– ¿Qué quieres decir?

– Que tú creías que ese profesor era sensible, homosexual, y en cambio es un tipo que sale con todas las que pilla, que todos los años cambia de chica, poco importa que sean de su curso o no, lo que no falla es que siempre son más jóvenes que él.

– Es verdad, me equivoqué…

– Pues bien, no siempre tienes a alguien en el momento preciso para decirte lo que no sabes, mostrarte las cosas desde otro punto de vista, evitar que cometas un error e impedir que te dejes engañar por una mera imagen.

– Sí, es cierto.

– De la misma forma, quizá a mí me consideras un mujeriego y por eso no te fías, crees que digo las cosas con la única intención de impresionarte y no porque las pienso sinceramente… Y me encantaría convencerte de lo contrario.

Niki sonríe.

– Me has regalado una flor preciosa.

– En el siglo XIX era el símbolo de los cortesanos aduladores.

– ¿Ves?

– Sí, pero hay una corriente de pensamiento que lo considera también un símbolo del amor puro y eterno. El emblema de Margarita de Orleans era una caléndula que giraba alrededor del sol con el lema: «Sólo quiero seguir al sol.»

– Sea como sea, es una flor preciosa, y…

– ¿Y…?

– Y… -Niki sonríe, segura-. Pues que para arreglar las cosas bastaba con eso, no había necesidad de soltarme todo ese discurso.

– ¡Eso no es cierto! Cometí un error, me marché porque me puse nervioso al recordar la historia del profesor y de Lucilla. El hecho de que, además, lo considerases una persona sensible e inocente me molestó más aún… Y me equivoqué, no supe dominarme, dejé tu bolsa sobre el muro y te abandoné allí en lugar de acompañarte a inscribirte en el examen, que era lo que más me habría gustado hacer en ese momento; en lugar de eso, la situación se complicó y no hice más que estropear las cosas…

Niki no sabe a ciencia cierta qué hacer, se siente ligeramente cohibida.

– Me parece que le estás dando demasiada importancia… Que sepas que yo me sentía culpable…

Guido sonríe.

– Sí, pero no me has regalado flores para remediarlo

– Porque mi sentimiento de culpa no era tan fuerte.

– Vale. Tengo la moto aquí cerca. ¿Puedo acompañarte a casa?

Niki permanece en silencio por un instante. Demasiado largo. Guido comprende que no debe ponerse pesado.

– Acompáñame al menos hasta la piazza Ungheria; a fin de cuentas, vamos en la misma dirección, ¿no?

– Está bien.

Niki abre el baúl, coge el casco y se lo pone. Introduce la llave en el contacto, la gira y el cuadro se ilumina. La moto se pone en marcha. Caramba. Quiere acompañarme a casa. Quiere escoltarme durante un rato. Y sabe dónde vivo. Se ha informado, ha preguntado por mí. Por un instante su corazón se acelera, pero es una emoción extraña. Intenta comprenderla, interpretarla. ¿Miedo? ¿Vanidad? ¿Inseguridad? En ese momento Guido se acerca a ella con una Harley Davidson 883.

– ¡Qué bonita! ¿Es tuya?

– ¡No, la he mangado esta mañana! -responde risueño-. Claro que es mía… ¡Todavía la estoy pagando!

– A mí también me gustan las motos. Me transmiten sensación de libertad; no sé, nunca estás quieto con ellas, serpenteas entre el tráfico, nadie puede detenerte… Eres libre en todo momento.

– Ésa es precisamente la filosofía de los motoristas. Perderse en el viento.

Niki sonríe, acto seguido, quita el caballete y respira profundamente.

– Vamos.

Un viento leve parece poner en orden sus ideas. Niki ahora se siente segura y serena. Es cierto, se ha informado sobre todo e incluso sabe que tengo novio. Conduce tranquila, él va a pocos metros detrás de ella y, de vez en cuando, sus miradas se cruzan en el espejo retrovisor. Mira su pelo oculto en el casco, la nariz recta, la sonrisa que aparece de repente. Se ha dado cuenta de que lo está mirando. Niki le responde con una sonrisa y luego se concentra en el tráfico. La verdad es que no está nada mal. Una cosa es segura: si yo fuese Lucilla, jamás lo habría dejado por ese profesor. Pero, como ha dicho antes, nunca conocemos todos los detalles de las cosas, a veces nos dejamos llevar por las apariencias. Eso es. ¿Y si detrás de esa sonrisa se ocultase una persona maligna, un tipo egoísta, alguien con quien corro el riesgo de perderme si me enamoro de él, con quien sólo puedo sufrir?… ¡Niki! Siente deseos de gritar al pensar en todo eso. ¿Qué estás haciendo? ¿Qué más te da cómo sea realmente? Tiene la impresión de que los pájaros vuelven a recuperar poco a poco el puesto que antes ocupaban en las ramas. ¿Qué dices? ¿Qué es lo que te inquieta?… Tú no arriesgas nada. Has tenido valor, te has lanzado, te has atrevido y ahora te sientes feliz de lo que has encontrado. Se detiene en el semáforo en rojo del viale Regina Margherita. Guido se pone a su lado. Niki le indica el final de la calle.

– Yo doblo a la derecha en la próxima…

– Sí, lo sé. Yo, en cambio, sigo recto. Vivo en la via Barnaba Oriani.

– ¿Ah, sí? No estamos muy lejos.

– En realidad, no -Guido sonríe-. Quizá alguna vez pase a recogerte para ir juntos a la facultad.

– Oh… -Niki reflexiona por un momento y encuentra la respuesta adecuada-. Todavía no sé qué cursos me interesan… -Ve que Guido está a punto de añadir algo y prosigue con una excusa que no admite apelación-: Además, después de clase suelo salir con mi novio o ir al gimnasio… Y, de no ser así, siempre tengo algo que hacer con mis amigas… De manera que tengo que ser independiente. -Ve que el semáforo se pone en verde-. Adiós… Hasta pronto -y arranca a todo gas.

Guido la sigue de inmediato y recorren un tramo de calle juntos.

– Pero, así… -insiste-, la vida resulta un poco monótona, ¿no? Está bien que sucedan imprevistos…

– La vida es un continuo y precioso imprevisto.

A continuación Niki dobla a la derecha. Una última mirada, una última sonrisa y cada uno sigue por su camino. A Erica le iría bien alguien así, es perfecto. Estoy segura de que, de esa forma, empezaría en serio una nueva historia y dejaría en paz a Giò. Es absurdo que sigan haciéndose daño. Rompen y hacen las paces sin cesar y, cuando ella está sola, prueba con otros y no dice nunca nada. No sé a qué se dedica Giò en estos momentos. ¿Por qué a la gente le gusta hacerse tanto daño? ¿Por qué no consiguen alcanzar el equilibrio por sí solos? Si has dejado de querer a una persona, debes decírselo claramente, no puedes tenerla pendiente de un hilo porque tú no te sientes seguro. ¿Qué crees que puede sucederte? Déjala… El resto es vida. Se sigue adelante… Adelante.

Niki se dirige serena y segura hacia su casa, dejándose acariciar por la agradable brisa, sin pensar ya en nada, con esa felicidad y esa tranquilidad que en ocasiones te arrollan y te hacen sentir bien, en el centro de todo, sin envidias, celos o preocupaciones, sin saber de dónde procede esa especie de equilibrio cuya perfección te hace temer hasta el mero hecho de pronunciarlo. Te sorprende hasta qué punto puede ser rara y difícil esa delicadísima y mágica armonía en la que tu mundo parece sonar de repente de la manera adecuada. Son instantes. Instantes que deberían vivirse en profundidad porque son inusuales. Y porque en ocasiones pueden concluir de repente sin que haya un auténtico motivo.

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