Diletta termina de poner la mesa. Después se dirige a la cocina y echa un vistazo al horno. Bien. La cocción va viento en popa. El agua para la pasta está a punto de romper a hervir. Mira el reloj. Son las ocho. Perfecto. Pocos minutos después suena el interfono. Va a abrir.
– ¡Soy yo, cariño!
Diletta abre la puerta y la deja entornada. Filippo llega jadeante después de haber subido los cuatro pisos a pie.
– ¿Soy puntual, cariño? ¡Como verás, esta vez no hay retraso!
Diletta sonríe. Ahora más que nunca, esa palabra tiene un significado especial. Retraso. No, cariño, no has llegado con retraso, le gustaría decirle…, ¡pero yo sí!
– ¿Cuándo piensan arreglar el ascensor? -Filippo la besa dulcemente en los labios-. ¡Ten! -le da una botella de vino blanco que acaba de comprar-. ¿La metemos un poco en la nevera?
Diletta vuelve a sonreír.
– ¡Sí! Pero que sepas que te viene bien subir por la escalera… ¡Sobre todo si comes en mi casa! ¡Ya sabes que aquí las raciones son abundantes!
La cena está lista. Es una de ésas improvisadas, en cierto modo robadas, tras esperar pacientemente a que la casa quede libre. Una cena tranquila, sin salir, porque algunas cosas requieren un poco de intimidad. Un buen entrante a base de gambas con salsa rosa y tostadas. Un primer plato ligero consistente en dorada y verduras, además de sardinas gratinadas al horno con pan rallado. Ríen, hablan y bromean sobre cualquier cosa.
– ¿A qué hora vuelven tus padres?
– El teatro se acaba a medianoche, pero está lejos, de manera que supongo que alrededor de las doce y media…
– ¡Bien! En ese caso podemos comernos el postre con calma… -sonríe malicioso.
Diletta coge la botella de vino y escancia un poco. A continuación alza su copa.
– ¿Brindamos?
– ¡Por supuesto! ¿Por qué?
– Por las sorpresas que cambian la vida.
Filippo alza la suya.
– ¡Sí! -Hacen sonar el cristal en el aire mientras se miran a los ojos.
Después Diletta se levanta.
– Espera…
Sale y regresa al cabo de unos instantes con una bolsita de plástico. Saca la caja que hay dentro y la sostiene en las manos.
– ¿Qué es, cariño?
– La sorpresa que cambia la vida.
– ¿A qué te refieres? ¿Por qué? ¿Qué pasa?
– Pasa que tengo un retraso de varios días…
Filippo la mira sin comprender una palabra. A continuación se inclina sobre la mesa y coge la caja. Lee y abre desmesuradamente los ojos.
Diletta sonríe tratando de quitar hierro al asunto.
– Sí. ¿Quieres que lo hagamos juntos? A mí también me asusta… -Rodea la mesa y se aproxima a él. Le da un beso y le coge la mano.
Filippo se mueve como un autómata. La mira. Mira la caja. La sigue por la casa. Cuando llegan a la puerta del cuarto de baño Diletta le quita la caja de las manos.
– Espérame… -y entra.
Filippo se queda en el pasillo aturdido. No me lo puedo creer. ¿Esto es real? No…, es un sueño. Y, de todas formas, puede que hasta sea un error. Pero ¿y si no fuese así? ¿Qué hago? Mejor dicho, ¿qué hacemos? Empieza a andar de arriba abajo por el pasillo con los puños en los bolsillos, la cabeza llena de dudas y el corazón acelerado.
Diletta abre la caja y coge uno de los dos test que ha comprado por la tarde en el supermercado con cierta vergüenza. Antes intentó ir a la farmacia, pero no se atrevió. Se imaginó pidiéndole la prueba a la propietaria. Ella la habría mirado tratando de adivinar su edad, quizá alguien a sus espaldas la habría oído, juzgado, pensado… No, no se atrevió. Entonces recordó que los había visto en el supermercado, en la sección de tiritas, desinfectantes y compresas. Y fue allí. Cuando llegó la hora de pagar intentó esconder la caja entre los paquetes de bollería, galletas saladas y yogures, cosas que había comprado sin necesitarlas, quizá para consolarse o para disimular ese objeto tan insólito colocado sobre la cinta negra. Después se apresuró a meterlo todo en la bolsa de plástico y salió corriendo del supermercado como una ladrona que ha conseguido escapar sin que la pillen, como alguien que tiene un secreto que esconder. Se encaminó hacia su casa. Encendió el ordenador, buscó varias recetas sencillas y se puso a cocinar. Se despidió de sus padres, que salieron elegantemente vestidos para acudir al estreno, y siguió cocinando. Resistió al deseo de hacerlo sola. Quería esperar a Filippo. Y disfrutar antes de esa cena para dos que había preparado con tanto amor. Comer y pensar. Comer y mirarlo a él. Comer y saber que todo estaba a punto de cambiar. De una manera u otra.
Diletta quita el envoltorio de celofán del stick del test. Mira la hendidura blanca en la que dentro de poco asomará una certeza. Buena o mala, a saber. Ha leído algunas cosas en Internet. A partir de una muestra de orina, los test revelan la presencia de la hormona propia del embarazo. La hCG. Vaya nombre. El resultado se verá en seguida a través de la ventanita. Una línea oscura. O dos. Normalidad. Novedad. Absurdo. Una línea se colorea y tu vida cambia de buenas a primeras. Y menuda novedad. Dicen que hay falsos positivos y falsos negativos. Pero la fiabilidad es, en cualquier caso, alta. Diletta exhala un suspiro y procede. Recuerda el resto de los síntomas que ha leído en Internet. Vómitos, náuseas, hinchazón en el pecho y variaciones del humor y del apetito. Los síntomas del embarazo. Pero ¿los tengo yo? No es fácil saberlo. Estoy muy confundida. Ya está. Diletta se sobrepone, vuelve el stick del revés para no ver en seguida lo que marca, se sienta en el borde de la bañera y llama a Filippo.
– Ven, cariño… Lo comprobaremos juntos.
Filippo entra con semblante cadavérico y se sienta. Diletta le coge una mano y se la aprieta. Con la otra gira el stick. De repente siente que se le saltan las lágrimas. Se conmueve. Positivo. Está embarazada. La tensión nerviosa que ha experimentado durante los dos últimos días se desvanece de repente. Filippo lo nota. Está asustado. La abraza. Permanece a su lado. Pero después la sacude un poco.
– Venga, cariño, vuelve a hacerlo…
– ¡Bah! Por lo general no fallan…
– En cualquier caso, inténtalo de nuevo. Al menos estaremos completamente seguros, ¿no? Es importante. A fin de cuentas, en la caja hay dos.
– Sí, pero…
Filippo no le contesta, coge la caja, saca el otro stick, lo desenvuelve y se lo da a Diletta.
– Ten.
Ella lo mira vacilante. Todavía no se lo puede creer. Tal vez Filippo tenga razón, quizá sea mejor volver a intentarlo. Y lo hace. Filippo espera con ella. Se sientan otra vez en el borde de la bañera. Uno. Dos. Tres. Diez segundos. Diletta gira el stick. Y la ventanita les dice la verdad. De nuevo. Lo mismo de antes. Dos líneas. Dos palitos. Dos signos. Dos. Que, sin embargo, significan uno. Una sola cosa. Un bebé.
Filippo se levanta, aferra la caja del test y busca el prospecto. Lo desdobla y lo lee.
– Filippo, pero si ya sabemos lo que significa esto…
– No, quizá lo hayamos entendido mal…
Lee nervioso. Salta de una línea a otra. No. No es posible. «El resultado es positivo (embarazo) cuando junto a la línea (o punto) de control aparece otra. El test debe considerarse positivo incluso en el caso de que esta segunda línea (o punto) sea menos definida o tenga un color menos intenso respecto a la de control. El valor de fiabilidad de los test declarado por las empresas productoras es superior al 99% (comparable al de los test de laboratorio).» Filippo lee en voz baja, poco menos que comiéndose las palabras. Que, en cambio, le retumban en la cabeza. Dos líneas. Embarazo. Y ese porcentaje, el 99%. Mejor dicho, superior al 99%. Prácticamente seguro. Prácticamente es el final. Prosigue: «Se aconseja confirmar el embarazo mediante exámenes de laboratorio, previa visita a un médico. Es conveniente suspender la toma de medicamentos que podrían ser perjudiciales para el feto (incluida la píldora anticonceptiva), así como el consumo de alcohol y tabaco.» Se detiene. Y casi le entran ganas de echarse a reír. Porque, por un instante, se aferra a ese recuerdo como si de una tabla de salvación se tratara. Navega en su interior para consolarse, pero también para distraerse. Se trata de algo que aprendió en el instituto, durante un examen de italiano sobre la etimología de las palabras. El prospecto de los medicamentos se denomina también bugiardino. Se cree que el nombre deriva de la costumbre que tenían los ancianos en la Toscana, en concreto los de la zona de Siena, de denominar así a la portada de los periódicos que se exponía fuera de los quioscos. Luego, el nombre se extendió al prospecto. Decían que era porque «las instrucciones de uso» tendían a recalcar tan sólo las virtudes y la eficacia del fármaco. En fin, que decían pequeñas mentiras. Bugiardino, «mentiroso». Y por unos instantes Filippo confía. Confía en que se equivoque. Que esa sentencia, ese golpe, esa novedad absurda no sea cierta.
Filippo vuelve a sentarse en el borde de la bañera y mira a Diletta. Ella se ha tapado la boca con la mano, todavía tiene ganas de llorar.
– ¿Y ahora? -le pregunta él trastornado-. ¿Qué hacemos?
– No lo sé…, no me lo esperaba…
– En cualquier caso, aquí también lo dice. Cabe la posibilidad de que sea un error, el médico debe confirmar el resultado. Porque quizá el test se haya alterado, podemos haber cometido algún error, tal vez lo hayan conservado mal en el supermercado, aquí dice que si has tomado determinados medicamentos…
Diletta mira a Filippo con aire perplejo.
– Cariño…, yo no tomo ningún medicamento.
– Está bien, sea como sea, creo que deberías ir al médico. Cuanto antes.
– Sí, mañana llamaré para pedir cita.
Permanecen sentados en la bañera mirando el vacío. Juntos. Muy juntos. Diletta le toca una pierna y apoya la cabeza sobre su hombro. Mientras tanto un pensamiento, ese pensamiento tan grande e insólito, se va extendiendo y los colma. Pero de forma muy diferente.